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Lo que Haga Falta por jotaceh

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Notas del capitulo:

Bueno, este es el primer capítulo y realmente el primer fanfic que subo... Reconozco que estoy nervioso, porque nunca me había atrevido a publicar alguna de las historias que he escrito u.u .... Espero de todo corazón que les guste y que pueda brindarles un grato momento ^^

CAPÍTULO I: No hay mal que dure cien años.

 

La luna está en lo alto del oscuro cielo, el viento no cesa de girar por cada recóndito lugar que encuentra y provoca el frío que inunda profundamente el cuerpo de la joven que tristemente camina sin rumbo conocido por las calles de la gran ciudad. Mira detenidamente sus pies mientras camina, omitiendo que más gente camina cerca de ella. Su pelo tomado en un improvisado moño se menea con cada paso que da y una sudadera esconde la mitad de su menudo cuerpo. Se ve desaliñada y algo aburrida, cansada y sin ganas de querer lograr algo. Después de unos minutos llega hasta un parque, donde decide sentarse en una banca alejada de todo flujo de personas, ahí observa la bella luna que ilumina todo bajo sí y sin querer, sin siquiera pensar que podría suceder, para poder evitarlo, unas lágrimas comienzan a cubrir su rostro cansado, las que lentamente y con el mismo ánimo de su dueña, llegan melancólicas al cuello. Así pasan los segundos, los minutos y la vida, como si nada más ocurriese pronto, como si nada más valiese su atención.

 

La luz comienza a penetrar en una habitación sucia y desordenada, como un conquistador llegando a tierras inexploradas, la luz comienza a avanzar por aquel lugar hasta poder mostrar la silueta de un muchacho acostado sobre la cama, mirando fijamente aquel rincón que nadie percibe, que nadie se da por enterado y que lo lleva a lugares y momentos que ya lo abandonaron. Una mano le acaricia el hombro tratando de consolarlo, aun cuando sabe que no puede. Como la luz conquistó aquel lugar, la voz de quien entró, de aquel menudo y larguirucho chico, comienza a resonar en cada pared de la habitación y especialmente en el oído de quien quiere consolar. –No hay nada malo en sacrificar la misma felicidad por la de quien se ama, piensa que si supiere toda la verdad, sufriría aún más…- pero es interrumpido por un fuerte y penoso abrazo. El melancólico muchacho abraza fuertemente a quien trata de ayudarle y sin decir palabra alguna comienza a llorar sin cesar. –Ya, ya… si todo estará bien desde ahora… sólo debes esperar… ya, Guille… yo estoy aquí para ayudarte y sabes que siempre lo estaré, primo… tú lo sabes-.

 

 

Las nubes corren apresuradamente por el cielo, y el sol las persigue como si se le fuese la vida en ello… los edificios crecen y se mueren como si fuesen flores silvestres en medio de un bello prado, y así la ciudad se convierte en un campo cada vez más grande y salvaje… La gente camina rápidamente por las calles pensando en la rutina, sin siquiera pensar en lo que a su alrededor sucede. Por una clínica pasa mucha gente y en las salas llegan y se van enfermos. En una de aquellas habitaciones se encuentra Guillermo Palmer, acostado en una camilla mirando fijamente como las nubes recorren el cielo y pronostican que muy pronto podrá llover. Estando tan concentrado en esto, no se da cuenta que en el dintel de la puerta se encuentra alguien observándolo detenidamente, sonriendo por lo despistado que se encuentra el muchacho. –¡¡Despierta!! No voy a estar toda la tarde aquí parado…- Como si hubiese caído un relámpago que lo hubiese asustado, Guillermo voltea la cabeza y mira detenidamente a su único primo, Antonio Palmer, aquel que más que su primo es su hermano menor, quien siempre ha estado a su lado y especialmente los últimos años, cuando ha pasado más tiempo en la clínica que en su propia casa, a causa del tumor cerebral que se le diagnóstico cuando apenas tenía 16 años. Hoy, 6 años después, él ya ha logrado recuperarse y si todo sale bien, ésta será la última vez que esté en aquel lugar, por fin será libre.

 

 

-Está sano, ya no hay nada más qué hacer… podrá irse a casa- Es lo que se escucha desde el otro lado del celular. La mujer que lo sostiene, fastidiada aprieta fuertemente el bolígrafo que sostiene con la otra mano, pero esto no se nota en el tono de su voz. –Qué bien Horacio, me alegro mucho por mi sobrino, espero que desde ahora pueda hacer su vida normalmente-. Tras colgar se levanta furiosa de su delicado asiento de cuero y camina de un lado al otro de su espaciosa y lujosa oficina. Estela tiene un alto puesto en la directiva de aquella empresa, aunque siempre ha estado por debajo de su cuñado, Horacio Palmer, quien manda y decide en Old Edward. Su sobrino Guillermo ha sufrido todos estos años y su propio hijo lo ha cuidado como si se tratase de su hermano; aun así, no puede alegrarse por su recuperación, ciertamente le serviría más si siguiese enfermo.

 

 

-Muchas gracias por su preferencia, vuelva pronto a Old Edward- Una bella sonrisa termina con la conversación y el cliente toma su boleta, camina para recoger las bolsas de su compra y se marcha. La cajera puede pararse por fin de su asiento, arregla su blusa blanca y comienza a caminar lentamente hasta una alta y pesada puerta, detrás de la cual se encuentra la habitación de los empleados. –Daniela, ¿Cómo te fue hoy? ¿Ya llegó tu príncipe azul?- La vibrante voz de una mujer sentada en un envejecido sofá resuena en la habitación, y la recién llegada sólo sonríe ante tal pregunta. Realmente no debió decirle a su compañera aquel sueño que tiene desde que es pequeña y es que realmente cree que las películas de Disney le han lavado el cerebro. No hay noche que no sueñe con que el hombre de su vida compra en aquel supermercado, llega a pagar sus provisiones en su caja, pero sin siquiera mirarle al rostro y justo cuando ella le entrega el vuelto, sus manos chocan. El hombre, confundido la observa a los ojos y en ese momento, se da cuenta que ella es la mujer de su vida y ella, al ver la pureza en sus ojos, sabe que es el hombre con quien caminará tomada de la mano cuando ambos ya no puedan caminar bien. Pero sólo queda hasta ahí, en un mero sueño, tonto e infantil. Piensa detenidamente en aquel anhelo mientras se cambia de ropa, sin percatarse de lo mucho que su compañera se ríe de ella por ser tan inocente, aun cuando tiene ya 22 años.

 

A lo lejos la bella cordillera se presenta majestuosa, y sobre ellos la arboleda se mueve tranquilamente, dejando caer de vez en vez una dorada hoja. Caminando sobre aquella alfombra de hojas amarillentas, Guillermo vuelve a ver el barrio donde vive. Hace algunos meses ha estado hospitalizado y es que tras la operación para extraer el terrible tumor de su cerebro, tuvo que pasar muchos meses en recuperación, estando más tiempo en la clínica que en su hogar. Pero todo aquello ha acabado y ahora puede regresar, no sólo a su casa sino que también a su vida, la que había dejado pausada desde hace mucho.

 

Acompañando a Guillermo se encuentra su primo, quien está pendiente de cada paso que da, ya que no quiere que se tropiece nuevamente, como ha pasado muchas veces ya. Todo este tiempo lo ha ayudado como si fuese su enfermero, sin pedir nada a cambio y sin alegar en ningún momento, como si todo lo que hiciese, aun cuando sea tedioso y cansador, fuese ópera para sus oídos, como si aquello fuese todo lo que necesita para ser feliz. –No te lo he dicho nunca, pero ahora que todo ha acabado creo que debes saber lo mucho que te agradezco el estar siempre a mi lado. Siempre has estado apoyándome y consolándome, no hay día de pena que haya tenido en mi vida, que no recuerde que estés ahí para consolarme…- Guillermo detiene su paso para voltearse, detenidamente observa a su primo y tras esto lo abraza fuertemente, con toda la fuerza que puede su corazón y su debilitado cuerpo. -¿Qué sería mi vida sin ti? Te debo tanto y siento que te he entregado tan poco…- Antonio quisiera responderle, pero no puede. Un nudo en su garganta se lo impide y el violento palpitar de su corazón no le deja mover sus labios. Está completamente inmovilizado por aquel fuerte abrazo, de quien sin duda, es la persona más importante de su vida.

 

 

La familia Palmer es dueña de una gran cadena de supermercados, los conocidísimos Old Edward. Una de las empresas más grandes y con mayor trayectoria dentro del país. Todo este poder recae principalmente en Horacio Palmer, el presidente de la empresa, patriarca de la familia, padre de Guillermo y tío de Antonio. Siempre a su lado se encuentra Estela Edwards, gerente de finanzas de la empresa, su mano derecha y mucho más que eso, su cuñada, esposa de su difunto hermano Alfredo, y madre de su querido sobrino. Este poderoso hombre camina por el edificio corporativo de Old Edward, dichoso de saber que su hijo le ha ganado a la enfermedad y podrá tenerlo por muchos años más. En el ascensor se encuentra con su querida Estela, quien alegremente lo abraza para felicitarle. –Mi querido Horacio, no sabes cuánto tiempo he rezado para que tu hijo se recupere y hoy, al saber que todo salió bien, le agradezco a mi Dios que me haya cumplido lo que le pedí.- El hombre se conmueve de sobremanera, y es que desde la muerte de su esposa hace ya 15 años sólo ha tenido el apoyo de ella, de Estela, su cuñada, la mujer que se hizo cargo de su familia, de su hogar, de la crianza de su hijo y además, del manejo de su empresa. ¿Cómo no estar agradecido de aquel ángel, de aquella mujer perfecta? Es lo que día a día se pregunta Horacio cada vez que la ve.

 

El ascensor se detiene en el décimo piso, donde ingresa un alto ejecutivo que saluda cordialmente a Estela y a Horacio. Como es de costumbre le pregunta por la salud de su hijo y al saber que ya se ha recuperado, esboza una bella y amplia sonrisa en su rostro, aún más grande que la mostrada por la mismísima señora Edwards. –Hombre, te felicito, ahora que Guillermito está sano podrás comenzar a formarlo para que se haga cargo de esta empresa el día en que tú decidas marcharte.- Palmer sólo se ríe de lo dicho por Fernán Marconi, aunque muy en el fondo sabe que él también piensa aquello, lo único que desea es que su hijo se haga cargo de Old Edward, ese ha sido siempre su sueño y ahora lo ve cada vez más cercano. Estela observa la conversación de ambos hombres apartada en una esquina, como siempre ha debido hacer, a la sombra de Horacio, pero ¿será que está aburrida de ser siempre la ayuda y no el ayudado?

 

-Quien fuese azúcar flor para estar en sus calzones rotos.- Daniela escucha este piropo e inmediatamente se voltea para ver al desubicado que lo dijo, pero al percatarse de su identidad sólo comienza a reír. Frente a ella llega un joven de su edad, alto y de un rostro atractivo, pero que delata lo inmaduro que es al hablar, aunque el tan sólo mirarlo alegra a la joven. Cordialmente se saludan y así comienzan a caminar juntos. –Tienes tan buen trasero, pero que lástima que no te arregles, serías aún más guapa.- Daniela al escuchar las palabras de Jaime sólo atina a reír, realmente es tan directo que da risa. –Si quieres puedes ir a mi casa para que mi mamá te ayude un poco, no te prometo nada, pero sé que puedes quedar mucho más linda de lo que ya eres.- Le menciona el muchacho, quien como siempre ha vivido rodeado de revistas de moda y ha escuchado las conversaciones de su madre peluquera con sus clientas, sabe perfectamente sobre el tema. Sin querer Daniela observa su reflejo en la mampara de un almacén y se observa del mismo modo como lo hizo mucho años antes, su pelo tomado en un precario moño, desaliñada y cubierta de una ancha sudadera que cubre la mitad de su menudo cuerpo. Sin darse cuenta se acuerda del sueño que recurrentemente se aparece en sus noches, y decidida acepta la oferta de su amigo, quizás si cambia su aspecto físico podría atraer al tan esquivo príncipe azul.

 

Cae una polera sobre el blanco y frío piso del cuarto de baño, luego cae un delgado pantalón para dar paso a un menudo calzoncillo, quedando todo ahí y dejando desnudo el rosado y delicado cuerpo de Antonio. Camina así un par de pasos por el amplio baño hasta encontrarse frente al espejo de cuerpo entero, donde inspecciona cada centímetro de su piel. Ve sus delgadas piernas blancas, dos largas y tiernas extremidades que lo hacen lucir altivo, sus glúteos, dos incipientes motas de carne que adornan su cuerpo, que no logran sobresalir, pero que acorde a su delicadez, conforman un espectáculo angelical. Observa su tronco, aquel delgado espacio coronado por sus rosadas tetillas, sus largos y escuetos dedos, que curiosos pasean por su piel, recorriendo y observando todo su ser, como si  nunca lo hubiese tocado antes. Y por último, su infantil rostro, su piel tersa e inmaculada, sus grandes ojos marrón y aquella boca, aquella que nunca ha podido saborear otros labios, aquella sedienta de amor y pasión, pero que nunca han podido sentir el rose de la amada boca. Así pasan largos minutos de inspección hasta que se percata que no está solo en aquel cuarto y disimuladamente voltea la cabeza para poder ver al intruso y grande es su sorpresa al ver que se trata de su primo. Guillermo ha estado desde hace bastante tiempo observando aquella escena y sin saber el porqué, se ha quedado embobado viendo el desnudo cuerpo de Antonio. Tarda un par de minutos para darse cuenta que ha sido sorprendido y avergonzado decide cerrar la puerta y marcharse lo más rápido posible, no sabe por qué lo ha hecho, y es eso lo que le incomoda, ¿cómo se lo explicará a su primo si ni siquiera él sabe la razón? Aun cuando hayan interrumpido su privacidad, Antonio no hace nada al ser observado por Guillermo, al contrario, esboza una pequeña y coqueta sonrisa en su rostro.

 

Pelo cae por la derecha y pelo cae por la izquierda, luego entra en un proceso de tinturado. Una larga espera y se lava el cabello, después lo vuelven a tomar y lo peinan, lo alisan y lo vuelven a peinar. Todo está listo y Daniela se levanta por fin, tras tres largas horas de trabajo, pero todo vale la pena. Impresionada da apenas dos pasos hacia el espejo y para en seco, no puede creer que el reflejo aquel sea ella, no puede creer que aquella rubia despampanante sea la misma que vio en la mañana en el espejo de su casa. Cuando sale del asombro lo primero que hace es gritar de la felicidad, no puede creer que detrás de todo aquel pelo quemado, hubiese aquel magnifico que ahora muestra majestuosa. Feliz abraza a Jaime y le agradece por haberle dado la idea de cambiar su apariencia y luego le agradece a la madre de éste, por tener la paciencia de arreglarla de aquel modo. Tras ver lo hermosa que se ve, decide no volver a descuidarse más, desde ahora se verá de ese modo todos los días, para que cuando se encuentre con su príncipe azul, él quede rendido a sus pies.

 

La noche ha llegado y Guillermo la encuentra acostado en su cama, viendo a través de la ventana el titilar de las estrellas. De repente alguien toca a su puerta y sabiendo de quien se trata, se levanta alterado y hace pasar a su visita. Antonio ingresa como siempre, sereno y recatado, camina lentamente hasta llegar a la cama, sentándose junto a su primo. Relajadamente comienza a mirarle directamente a los ojos, como si quisiera encontrar la respuesta de sus inquietudes en ellos. -¿Qué te pasó? ¿Volviste a sentirte mal de repente?- el muchacho le pregunta preocupado, dedicándose a indagar en cada gesto que realiza, -Nada… nada… sólo quería entrar al baño y me encontré contigo… no quería quedarme observándote, pero… yo… yo… me dio vergüenza…- Guillermo titubea de sobremanera, por más que lo ha pensado no sabe la razón de su vergüenza, simplemente sucedió. -¿y te gustó lo que viste?- Antonio le pregunta sin inmutarse, mirando aun detenidamente a sus ojos, provocando que su primo se ruborice al extremo. Intenta decirle que tras salir de la clínica y producto de las pastillas, se ha sentido algo mareado y que realmente no estaba espiándolo, pero no logra hacerlo bien y no termina por convencerlo, y él sinceramente sabe que tampoco ha logrado convencerse a sí mismo. –Como digas, si es producto de las pastillas, te entiendo, pero sé que sucederá otra vez y no podrás convencerme con la excusa del mareo. Baja, ya está lista la cena-. El chico se marcha con una coqueta sonrisa dibujada elegantemente en su rostro, dejando helado a su primo, quien no puede creer en la seguridad que emite al referirse a aquel tema.

 

-Que guapo te ves Guille, te sienta muy bien la barba, querido…- Estela abraza fuertemente a su sobrino felicitándolo por haber terminado con su tratamiento. Horacio observa dichoso la escena, pensó que nunca más volvería a ver a su hijo de regreso en su hogar. Entusiasmado, guía a Guillermo hasta el elegante comedor, donde está preparada una sofisticada cena y allí se encuentran los más cercanos amigos del joven, socios de la empresa familiar y demás gente que ha estado pendiente de su recuperación. Una bella sonrisa se muestra en su rostro, y así entra al lugar saludando y agradeciendo la preocupación de todos quienes están presentes, pero a cada paso que da no deja de pensar en Antonio, en que él ha sido la persona que más lo ha ayudado, que siempre ha estado a su lado y a quien no pudo dejar de observar mientras estaba desnudo, ¿puede ser que aquello sea amor o que tanto tiempo privado de él lo hayan convertido en un pervertido? Mientras dura la fiesta, trata de no pensar mucho en el tema, pero le es imposible ya que su primo se sienta justamente a su lado.

 

Cada día Daniela se siente mejor, su nuevo look le ha permitido volver a mirarse fijamente al espejo y cambiar la ropa que utiliza, se ha deshecho de todas aquellas grandes sudaderas, los pantalones anchos y gastados, las poleras holgadas. Ahora lleva ropa más ceñida a su cuerpo, más colorida y detallada, con encajes y cortes que muestran aquella piel que por mucho tiempo trató de ocultar. Ahora se encuentra de compras junto a su madre y mejor amiga, Magdalena. La mujer que la ha sacado adelante aun cuando nunca ha tenido grandes recursos para mantenerla, pero con esfuerzo y perseverancia ha logrado transformar a la niña que dio a luz hace ya 22 años en aquella bella y educada señorita. Magdalena, de unos 40 años, pelo agresivamente ondulado y de un llamativo castaño claro, muestra en sus ojos y manos, la vida esforzada que ha tenido que llevar, pero simplemente al oírla hablar se puede ver el alma noble y humilde que la caracteriza, y que la convierte en la eterna heroína de su hija. -Me alegra que hayas vuelto a vestirte como antes. Me has tenido tan preocupada todos estos años, pero ¿qué sucedió? ¿Será que conociste un chico por ahí?- Daniela sólo se ríe al escuchar las preguntas de su madre, se siente plena al ver que su madre también lo está. Así caminan entre las tiendas de ropa, viendo, preguntando y probándose todo lo que le guste, aun cuando sólo compren una que otra prenda, la que esté en oferta y dentro de su acotado presupuesto. Muchas veces las vendedoras se enojan por probarse ropa y no comprarla, pero eso no les afecta, ya están acostumbradas a esta rutina. Cuando se es pobre se aprende a lidiar con ciertas incomodidades.

 

-Ahora sólo hace falta que se sienta un poco mejor y veremos a Guillermo caminando por estas oficinas nuevamente, tal como sucedía antes de su enfermedad. Espero que sepa guiar la empresa tal como lo ha hecho su padre…- Estela escucha la conversaciones de un par de secretarias mientras camina rumbo a su oficina. Le causa curiosidad la gran devoción que muchos trabajadores sienten por Horacio y su hijo, como si fuesen santos en la tierra. Furiosa entra a su oficina y hace golpear la puerta con fuerza. Se sienta frente a su escritorio y sin querer observa la foto que tiene sobre él. En ella se muestra un día en la playa que tuvo la familia hace algunos años. Horacio aparece feliz jugando con Guillermo, mientras que Antonio está abrazándola como siempre lo ha hecho, tierno y afectuoso, típico de él. –¡¡Guillermo, Guillermo, Guillermo!!... ya estoy harta de escuchar ese nombre, como si sólo él fuese un Palmer y mi hijo ni siquiera existiese…- Fastidiada bota la foto al suelo y repentinamente se levanta de su asiento y se dirige hasta el gran ventanal por donde entra vigorosamente la luz del sol. Observa detenidamente todo el edificio corporativo y las diversas publicidades que están fuera de él. Aquel imperio será pronto de Guillermo y no hay nada que pueda hacer para impedirlo.

 

Un gran centro comercial aparece en medio de la ciudad, atestado de gente con intenciones de consumir desaforadamente. Lujosos vehículos se estacionan fuera de él y de ellos aparecen señoras muy bien erguidas, con su rostro en alto y caminando como si bajo sus ostentosos zapatos hubiese nubes. Van acompañadas de sus hijos, niños mimados y consentidos que sólo buscan distraerse un rato en aquel paraíso del consumo. De uno de aquellos carros aparece Antonio, quien alegre toma el brazo de su primo, casi exigiéndole que se apresure a bajar para poder comenzar rápidamente a comprar. -¡¡Rápido, rápido!! No tenemos todo el día, tenemos que encontrarte la ropa perfecta. Enrique, puede marcharse, cuando queramos regresar a casa lo llamaremos- le menciona esto al chofer de la familia, un anciano de escasa cabellera y estatura, que demuestra su edad en su piel y el malhumor en sus tupidas cejas, pero que por estar trabajando, sólo calla y hace lo que su jefe le manda. Los muchachos caminan entre las lujosas tiendan observando la ropa de hombre, ya que Antonio piensa que su primo debe cambiar su armario, el que a su juicio ya ha quedado pasado de moda. Guillermo sólo se deja guiar, ya que nunca se ha sentido cómodo al comprar, sólo busca algo que pueda servirle y no piensa más. No como su primo, quien trata de buscar la ropa que mejor le acomode, le siente a sus ojos, le haga ver esbelto y que esté correcto para la temporada venidera. La tarjeta de crédito se desliza un sinnúmero de veces, y las bolsas con ropa se multiplican cada minuto, Guillermo lleva la mayoría, mientras Antonio sigue observando ropa sin siquiera cansarse.

 

Jaime camina dentro de la exclusiva tienda donde trabaja. Ayuda a elegir a los clientes indecisos la ropa que desean, los ayuda a pagar y se despide afectuosamente de ellos. Ha estado toda la mañana haciendo esto y ya comienza a cansarse. De repente observa de reojo el ingreso de un nuevo cliente y dándose ánimos camina para comenzar nuevamente la rutina, pero cuando llega frente al cliente queda helado. Unos brillantes y grandes ojos lo observan para saludarlo y pedirle que le muestre los pantalones que tiene a la venta, pero él no hace caso a aquellas palabras, toda su atención se va a los rojos y carnosos labios que se mueven al hablarle. Hace mucho que no le sucedía aquello, hace mucho que no queda pasmado simplemente al observar a alguien. Saliendo del trance, trata de disimular lo embobado que ha quedado con su presencia y comienza atenderlo. Se da cuenta que es un joven de su edad, con gran porte, un bello cabello castaño y un menudo cuerpo, delicado y sofisticado hasta en la forma de tocar la ropa que le muestra. No es una mujer, pero aun así le atrae y de una forma que nunca antes nadie le había provocado. Intenta ser lo más profesional posible, para no demostrar el impacto que ha provocado en él su figura, pero no lo logra y termina haciendo lo que su ser le pide, le implora. –Ha sido un placer atenderlo, no es mi intención incomodarlo, pero… ¿podría decirme su nombre y número de celular?...- El joven se impresiona al escuchar aquella petición, pero rápidamente es interrumpido -es, es… para un concurso que está realizando la tienda, si es que desea participar debe dar esos datos- Entre carcajadas el chico le menciona que había pensado que intentaba coquetearle. Al final, termina accediendo a dar sus datos para participar de aquel falso concurso que Jaime inventó para poder hacerse de su contacto. -… ¿Anotaste bien mi número? Mi nombre es Antonio Palmer Edwards, espero que termine ganándome el premio… aunque, ¿qué es lo que sortearán?-

 

La puerta se abre rápidamente y Daniela ingresa corriendo hasta la sala donde están los casilleros, ahí saca su uniforme y se viste deprisa. -¿Acaso son estas horas de llegar? Debías estar en tu caja hace media hora, ¿por qué siempre tienes que llagar tarde?- Su supervisora le regaña con aquella gruesa voz que emana de su poderosa garganta. La mujer, alta y regordeta intimida solamente con su presencia y como su rostro demuestra, es una mujer de muy mal humor, -Jefecita... no se enoje, no es mi intención llegar tarde, pero usted sabe lo lejos que vivo, tengo que cruzar toda la ciudad para llegar aquí, ¿me disculpa?- Juntando las palmas de sus manos frente a su cara y pestañeando tiernamente, logra que la mujer la deje ingresar a trabajar, pero le advierte que es la última vez que ocurre. Tras vestirse, camina hasta la caja donde trabaja, la número 13 y así comienza un nuevo día de trabajo.

 

Guillermo decidió dejar que su primo siguiera comprando su ropa, está cansado de aquel consumo sin límites que lo rodea. Camina por fuera del centro comercial, tomando aire relajadamente y tratando de colocar su mente en blanco. Estuvo tanto tiempo encerrado en las piezas de aquella clínica, que no quiere pasar ningún momento más dentro de cuatro paredes. Así camina sin rumbo conocido, sin darse cuenta del destino donde se guía. Si no fuese por la bocina de un vehículo que por poco lo atropella, no se hubiese dado cuenta que está frente a un supermercado, justo parado en medio de la entrada de automóviles. Impresionado por las casualidades de la vida, se percata en el nombre del supermercado “Old Edward ”, una de las muchas sucursales de la empresa familiar. –Toda la fortuna de mi familia se debe al dinero que gente común y corriente gasta aquí, en cierto modo son ellos quienes me dan de comer, y quienes dieron el dinero con el cual pude pagar mi recuperación…- Guillermo piensa en voz alta, decidiendo así ingresar por primera vez a uno de los supermercados de su padre como un simple cliente y no como el futuro dueño.

 

Una vez adentro, camina por cada uno de los pasillos y observa cada uno de los productos que se promocionan. Ve la gente que saca los productos de las góndolas y las mete en sus carros de compra, ve a otros buscar el precio del producto para ver si está dentro de su presupuesto o si por el contrario, es muy caro para el estatus que posee. Siempre ha sido su sirvienta quien ha hecho las compras, él simplemente se dedica a comer lo que ella prepara. ¿Por qué será que está pensando de esta manera? ¿Será que tras todo lo que sufrió se le ha ablandado el corazón? Llenando su cabeza de estas inquietudes se apronta a tomar el primer paquete de papas fritas que encuentra y camina decidido hacia las cajas de pago, no ha sido una buena idea ir hasta allá, sólo ha provocado en él aquel sentimiento melancólico y triste.

 

Código de barras, lente, sonido, dejar… Código de barras, lente, sonido, dejar… Recibir dinero, dar boleta y vuelto… Ese es el trabajo de Daniela, repetitivo y poco gratificante, pero no le queda de otra, tiene que ganar el dinero para poder comer. Saluda a su cliente y pasa la mercadería que lleva, le menciona el monto que debe pagar, pero no lo mira a la cara, ya está cansada y poco le importa el rostro del cliente. Saca un par de monedas de la caja registradora, las cuenta y se las da al que por su voz reconoce como hombre, pero cuando deja el dinero en su mano, los gruesos y viriles dedos se cierran apresuradamente y sin querer ambos quedan conectados. Daniela levanta lentamente la mirada y se da cuenta del atractivo chico a quien ha estado atendiendo, sorprendida se da cuenta del color de su camisa, azul, y que ha ocurrido exactamente lo que ha soñado millares de veces.

 

Guillermo recibe el vuelto al pagar en caja el paquete de papas fritas que cogió sin darse cuenta, pero de repente siente un leve, pero punzante dolor en la cabeza, contrayendo cada músculo de su cuerpo, incluyendo el de su mano, tomando con fuerza la delicada mano de la joven cajera. El dolor se disipa y decide abrir los ojos, en este momento se da cuenta de lo apenada que se siente la muchacha. Así suelta su mano rápidamente. –Lo siento, no era mi intención… no me siento bien el día de hoy, discúlpame…-Lee la estafeta que llevaba enganchada a la blusa, para saber el nombre de la chica, “Daniela Urrutia” y un nudo en su garganta aparece de pronto, casi como un efecto reflejo levanta la mirada para ver su rostro, quedando mágicamente atraído por sus ojos… Asombrado, perplejo, extasiado y nervioso la observa detenidamente, como si nada más existiera en este mundo… mientras que ella… Incrédula, pasmada, sorprendida y mareada lo observa de la misma manera, como si sus miradas necesitasen estar unidas para poder seguir existiendo… como si sus corazones necesitasen estar unidos, aunque sea por un segundo de la eternidad…

 

Lentamente se gira la perilla para poder ingresar a aquella enorme y elegante oficina. Al fondo, un gran ventanal muestra la majestuosa ciudad en todo su esplendor y un escritorio se interpone ante tan magnánima imagen. Desocupada la habitación para que el nuevo visitante ingrese sin mayor preocupación, dirigiéndose directamente al saco dejado en el espaldar del sillón principal, justo detrás de aquel imponente escritorio. Los delgados dedos se acercan lentamente a la prenda, como si esta tuviera vida y le acusase más tarde a su dueño que ha osado a tocarlo; pero se arma de valor y tomando con ambas manos el saco, lo lleva directamente a su nariz, para poder sentir con mayor facilidad aquella fragancia, aquel perfume de dioses que lo hace levantarse por las mañanas con una sonrisa dibujada en su rostro y que lo guía cada minuto de su desdichada vida sin él. En lo más alto de la pared, una pintura muestra a aquel que le quita el aliento junto a su esposa, la misma que ya no se encuentra entre los vivos, y la única persona en este mundo que ha logrado alegrar al melancólico gerente, al mayor de los Palmer. Sí, a él es a quien ama, al mismísimo Horacio.-Sé que no soy digno de pensar en ti, pero es algo más fuerte que mi voluntad… soy hombre, soy tu empleado y no soy nadie, pero te juro Horacio, que no hay nadie que pueda amarte tanto como yo lo he hecho durante estos 10 años que he trabajado a tu lado. Cada día sueño que pronuncias mi nombre… que tus labios vibran solo al pronunciar las letras que me conforman… sueño que mencionas…

 

¡¡Fernán!! ¿Qué haces en la oficina de Horacio? Sabes perfectamente que él está en una reunión.- La potente voz de Estela aparece como un eco en la oficina, asustando de tal manera a Fernán, que deja caer el saco de su jefe. –Yo… yo quería… Lo siento Estela, me confundí y al ver esta postal, me quedé embobado observando. Lo siento, volveré más tarde.- Raudamente abandona el lugar, intentando no levantar sospechas.

 

-Yo sé que eres tú, por favor permíteme sólo un minuto de tu tiempo, necesito…. No, anhelo hablar contigo.- Guillermo corre detrás de Daniela, quien tan sólo al verlo ha dejado botado su puesto de trabajo, y sin importarle las consecuencias, corre rumbo a la puerta de salida, no puede seguir en ese lugar, las paredes la invaden y el aire se agota, todo ahí la asfixia. Una vez afuera, trata de sentarse en una banca, pero es Guillermo quien la detiene tomándola fuertemente del brazo y logrando, luego de un corto forcejeo, abrazarla tan fuertemente que todo mareo se desvaneció en segundos. –No puedes hacerme esto, te di por muerto hace muchos años, creí haberte superado y apareces ahora sin más ¡¿quieres volverme loca?!- Grita la muchacha colérica, pero inundada por el  latir de aquel corazón que tiene tan cerca. –Sólo déjame explicarte ahora que puedo…- Guillermo interrumpe de golpe sus palabras y es que no prevenía que pudiese suceder lo que ve. Poder ver nuevamente a Daniela lo ha desorientado y lo ha hecho olvidar toda la vida que ha llevado desde aquel día en que tuvo que dejarla marchar. Y ahora, ahora que la tiene entre sus brazos, una sombra aparece tras ellos. Aquel que ha estado a su lado todos estos años, que como un perro guardián lo ha cuidado durante su recuperación está parado tras ellos, viendo impávido la situación. Antonio no logra contenerse más, y de sus ojos brotan espontáneamente las lágrimas más dolorosas que haya podido llorar. Tres personas, un solo lugar y un solo interés… aquel que todos buscan y que raramente suele aparecer… el amor.

Notas finales:

¡¡¡Gracias por leer!!! :3


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