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Madrugada en un verano de incertidumbre por Helena Key

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Notas del fanfic:

Mal resumén, lo sé ¬¬U...

Pero, bueno, ¿Qué decirles? La verdad la idea para este finc no es directamente mía. Es más bien un encargo de mi hermana, que quería leer un finc ligero de la pareja. Así que, no se si esto salga muy bien.

De todas formas, quería escribir algo de Inuyasha y Sesshomaru paralelamente a Hankyu, porque la escritura del finc es muy pesada. Promento que pronto tendrán el capitulo dos, y también, pronto terminare el tercer capitulo de Hankyu y se los colgaré junto a los otros dos. Tenganme algo de paciencia XD

Notas del capitulo:

Bueno, es apenas el primer capitulo. La verdad no cuenta mucho, es más que todo una introducción, pero espero que les guste :)

Madrugada en un verano de incertidumbre

 

Capitulo 1

 

El mar de árboles, como lo llamaban los peregrinos, era una extensa alameda de plantas caduco, donde los Youkais y los Banshees solían merodear. Era un lugar frío, donde los pájaros apenas cantaban, y los animales no se dejaban ver. Sus árboles, de ramas torcidas y hojas largas y secas, desde arriba se hubiesen visto como un gran muro negro, peligroso e impenetrable. Las leyendas contaban que estaba maldito, y los humanos, siempre atentos a las supersticiones, no se acercaban a él. Pero Sango, que en los pocos años de su vida ya había vivido tantas cosas, no le temía a la espesura del boscaje.

 

En el corazón del bosque; en algún lugar puro donde la mayoría no tenía acceso, se alzaba un gran Fuerte de madera, construido tan solo con lianas y troncos de Kaede. Adentro, estaba la Aldea de Exterminadores donde Sango había crecido. Hacía poco más de dos años que ella y Miroku se habían establecido en el pequeño villorrio, que era exactamente eso; una especie de pueblo fantasma. Desde entonces, se habían dedicado arreglar los destrozos que después de tanto tiempo habían provocado las lluvias y la sequía, y -no podía faltar- la visita ocasional de un Youkai curioso.

 

Con mucho trabajo y esfuerzo habían logrado ponerla en pie; ya no faltaba agua potable o comida, y todas las casas, o al menos la mayoría, eran habitables. Con el pasar del tiempo otras personas, deseosas de aprender el arte del exterminio, habían llegado para poblar la aldea, afirmando que, de cierta manera, el trabajo de la pareja no había sido en vano. La reconstrucción había llevado su tiempo. Los últimos dos años habían ido a trabajar en las obras y en los cultivos todos los días, sin falta. Durante muchas jornadas se privaron del descanso, y durante más noches renunciaron al sueño. Habían llegado hasta el límite del cansancio, en ese momento en que el cansancio y el desaliento se vuelven insoportables, y tan solo mirar el camino que te queda por delante se vuelve un infierno.

 

De repente, Sango apretó la bolsa de Miso que esa tarde había ido a comprar en los almacenes de Honshu, y se dijo, con un paso más veloz y una gran sonrisa en la cara, que ese día sería diferente.

 

La carta había llegado con una semana de antelación, y al principio, cuando el aterrado cartero se apareció de la nada en la entrada del bosque, con la mirada perdida y un pergamino entre las manos temblorosas, Miroku y Sango creyeron que se trataba de un malentendido. Pero allí estaba, al pie de la hoja, la descuidada y torcida firma de Inuyasha, y al verla supieron no había equivocación.

 

La muchacha se acercó a la única entrada del Fuerte; un tronco suelto escondido entre la maleza, de tal forma de que, aún si lo quisiese, ningún Youkai pudiese entrar a la aldea. Dejó escapar un suspiro, y al tocar la fría madera se preguntó si, después de tanto tiempo, Inuyasha habría cambiado. Recordó a ese irascible muchacho -o al menos, un muchacho parecía- con quién había pasado alegrías y penurias, atrapados en medio de aquella patética cacería de monstruos, y pensó que, al ver el blanco de la muerte surcar los ojos de su ansiada presa, algo en su interior, necesariamente, tendría que haber cambiado. Un escalofrío recorrió su espalda ante semejantes recuerdos.

 

Empujó el gran pedazo de madera y dio un paso adelante, aplastando algo extraño, suave y esponjoso, que no era ni lodo ni tierra. Escuchó un gruñido profundo, molesto, y al voltear la cabeza, justo a un lado de la pequeña entrada, lo vio. Miró hacía bajo y se encontró con una extraña masa blanca, peluda, que se revolvía entre sus pies, como si intentase escapar. Solo estaba allí sentado; con la espalda apoyada sobre el fuerte y las piernas cruzadas. Entre sus manos sostenía la revoltosa masa blanca, ahora con una mancha de lodo en forma de zapato, y pudo ver como sus fríos ojos dorados la observaban con furia. Miró fijamente ese temple impasible, ligeramente surcado por marcas de granete, y sintió como si su corazón se agitase. Algo extraño crujió en su interior, y desde lo más profundo de su garganta dejó escapar un grito ronco.

 

***

 

La aldea de los exterminadores era, de hecho, un recinto pequeño; a pesar de lo grande que la hacía parecer el Fuerte de madera a su alrededor. En su interior habían exactamente dieciséis casas, nueve de las cuales ya habían sido reparadas. Las otras siete aún estaban en construcción, y se hallaban en la parte más lejana de la aldea, donde las sombras de los arboles se cernían sobre ellas  de una forma que casi parecía deliberada. Inuyasha observó el pueblo con extrañeza, continuando con la caminata que él y Miroku habían comenzado al encontrarse a puertas del Fuerte -Sí es que un tablón flojo puede llamarse puerta, claro está-.

 

El lúgubre paisaje de un pueblo abandonado, el áspero miedo que provocaban las torcidas ramas de los arboles chocando entre sí, el angustioso chirrido de la madera vieja al caminar sobre ella, el sentimiento de soledad y vacío que solía acorralarlo al verse totalmente solo en la larga extensión de tierra; todo parecía haber desaparecido. La gente caminaba por las calles de la aldea con mucha normalidad; los hombres se había reunido a trabajar los cultivos de arroz, por los solanas de las casas podían verse a las mujeres en la cocina, haciendo la cena, y un grupo de niños jugaba en algún lugar alejado de la aldea, correteándose entre sí. La última vez que había estado allí las cosas eran por mucho diferentes. La escena la pareció, incluso, ridícula.

 

            -           A pasado mucho tiempo - Murmuró Miroku entonces, deteniendo la caminata y dándose la vuelta.

 

            -           Sí, mucho tiempo... - Respondió Inuyasha, en un tonó tal vez, demasiado bajo.

 

            -           Es agradable volver a verte. - Una gran sonrisa se formo en el rostro del monje, que ahora le tendía la mano. Al principio, Inuyasha no supo qué hacer. Respondió al apretón enérgicamente, esbozando una extraña mueca que más que feliz parecía incomoda.

 

            -           Veo que han estado arreglando este lugar...- El mitad-bestia pateó una roca que se interpuso en su camino, y vió como lentamente rodaba hasta los pies de la colina, perdiéndose entre la grama.

 

            -           Bueno, algo había que hacer, sí es que queríamos vivir aquí.- El monje se sentó sobre la hierba, y dio un gran bostezo.- Al principio solo éramos Sango y yo. Un día dos muchachos salieron del bosque diciendo que querían aprender a exterminar. - Un escalofrío recorrió la espalda de Inuyasha al escuchar la expresión y Miroku no pudo evitar reír.- Cuando su familia murió, Sango se había resignado a que está aldea de exterminadores se quedaría olvidada en medio del bosque, como una especie de "pueblo fantasma". Así que cuando Hiroki y Kenji aparecieron, no pudo negarles la entrada. Como sea, a los dos muchachos los siguieron otros jóvenes, que fueron trayendo a sus esposas, a sus hijos, y hasta a sus padres. Cuando nos dimos cuenta en el supuesto pueblo fantasma ya vivía toda una aldea.

 

            -           Eh, es curioso cómo pasan las cosas. - Bufó Inuyasha, sentándose a su lado.

 

            -           ¿Qué hay de tí? - Preguntó el monje, volteándose a verlo. - ¿Qué has estado haciendo todo este tiempo? - Las cejas de Inuyasha se arquearon de una forma curiosa, y sus ojos se volvieron de un brillo reticente, como si no entendiese la pregunta.

 

De repente, las orejas de mitad-bestia se giraron, temblorosas, al oír como un par de hojas se quebraban a sus espaldas. Al voltearse encontró a Sango subiendo la colina donde Miroku y él habían estado hablando. Se veía asustada, y en su rostro pálido se había formado una curiosa mueca, que recordaba levemente a una sonrisa.

 

            -           Sango... ¿Qué te pasa? - Miroku dio un par de pasos para acercarse a ella, y la tomó de los hombros, preocupado.

 

            -           Sesshomaru... - Respondió apenas, tragando saliva.- Sesshomaru está en la puerta...

 

Ante la afirmación, se hizo un silencio incomodo. Sango creyó ver como Miroku temblaba, para después quedarse varado en el suelo, inmóvil, como hecho de piedra. Inuyasha vió la reacción de sus amigos y dejó escapar un suspiro, para después llevarse la mano a la cabeza y acercarse a la pareja.

 

            -           Y... ¿Qué está haciendo? - La pregunta, por algún motivo, pareció desconcertar a la exterminadora. - ¿Te está molestando? -

 

            La muchacha titubeó un poco antes de responder. - Eh, pues... no... él, solo está allí sentado, sin hacer nada...- La atención de Sango, entonces, se enfocó en las niños que jugaban al otro lado de la aldea; eran siete niños, pero sólo pudo reconocer a seis de ellos. Siete eran los niños que vivían en la aldea; había una niña de más. Su rostro se tensó al darse cuenta de que la niña que sobraba no era hija de ninguno de los aldeanos, y sin embargo, le parecía muy familiar.

 

            -           No te preocupes. - La voz de Inuyasha la sacó de sus pensamientos.- Pronto se cansará, y terminará por entrar. -

 

            -           ¡¿Cómo que va entrar?! - Gritó, con los ojos bien abiertos y la mano en el pecho. Miroku, aún varado en la tierra, veía la escena con preocupación; tal vez, un poco asustado. Inuyasha se quedó callado por un momento, sin saber que responder.

 

            -           Tranquilízate... no va a hacerle daño a nadie. - Replicó, sencilla y calmadamente.

 

Un nudo se formó en la garganta de la exterminadora; quiso replicar algo, pedir explicaciones, pero para entonces Inuyasha ya bajaba la colina, dirigiéndose a esa primera casa que encabezaba la hilera, donde ella y Miroku vivían. La pareja se miró a los ojos, y sin nada más que hacer o decir, siguieron sus huellas en la tierra empapada por el roció.

Notas finales:

 

Sí, adivinaron. Sango piso la cola de Sesshomaru XD

Comenten :D!

Aquí les dejo una imagen para que se imaginen la aldea:

http://www.fondospantalla10.com/wp-content/uploads/2012/06/2-1024x576.png

Y una canción para El mar de árboles:

http://www.youtube.com/watch?v=bEx1x-R-aV8


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