Un mortal inexperto diría que se estaba escondiendo. Un simple y estúpido mortal diría que tenía miedo.
Loki simplemente diría que estaba usando sus recursos.
Lucía patético. Ahora estaba en la forma de un pequeño gato negro de ojos verdes, delgado, cojeando, con agua de lluvia filtrándose desde su pelaje hasta su piel. Su magia estaba demasiado agotada como para poder transformarse nuevamente en su antiguo ser —y lo más probable era que tuviera que continuar en esta forma por algún tiempo—, así que se acurrucó en la puerta de la Mansión de los Vengadores, sabiendo que su hermano no estaría allí para reconocerlo y que podría contar al menos con los Vengadores residentes para que le sirvieran como escudos de carne en contra de su adversario del momento.
En cuanto al susodicho adversario, le llamaban el Jinete Negro.
Este, realmente, era un nombre poco apropiado, ya que no tenía ningún caballo y el «Jinete» era más criatura que hombre. Quería culpar a Hela por esta particular abominación, aunque, en realidad, él también era igual de culpable. Había fallado en sus cálculos: después de todo, un hechizo nigromántico estaba destinado a producir un efecto diferente en Helheim, y debió haberlo considerado. Pero no lo había hecho, y pensándolo bien, las cenizas de un poderoso general de fuego gigantesco en la Tierra de los Muertos tenía... consecuencias no deseadas.
Aun así, continuaba culpando a Hela por la criatura, únicamente porque a ella le era más leal.
Y porque ahora parecía decidido a enviarlo al Helheim de la manera tradicional.
Hela había nombrado —eso— como uno de los jinetes del apocalipsis: La Muerte, el hombre sobre el caballo negro. Técnicamente, se creía que el Jinete Negro representaba a la hambruna, pero Hela no aceptaba amablemente las correcciones. Los textos judeocristianos le habían parecido bastante divertidos desde que los cristianos habían decidido nombrar su tierra de eterno sufrimiento en su honor. Aparentemente, Hela pensaba que debía devolverles el favor.
El jinete era para ella como su mascota preferida, sin embargo, Loki juraba por su propia vida no poder recordar cuándo la había hecho enfadar tanto como para que desatara la criatura sobre él —y, bueno, aunque era menos importante, también sobre Midgard.
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Más temprano ese día...
Este mortal era uno extraño. Había creído que sería divertido jugar con uno de los amigos de su hermano, pero, a decir verdad, ya no estaba tan seguro de si valía la pena como para tener que aguantarse su parloteo.
—¿Alguna vez has utilizado esos cuernos como arma? Tú sabes, ¿cómo un carnero, o algo así?
Al escuchar su estúpida pregunta, Loki logró poner los ojos en blanco mientras esquivaba unos de los cohetes de Iron Man.
—No te importa. ¿Y tú alguna vez te callas? —contrarrestó.
Iron Man se impulsó, esquivando la bola de fuego que en ese momento Loki había dirigido hacia su cabeza.
—Claro que sí —respondió mientras se estabilizaba en el aire—, bajo las circunstancias apropiadas, si sabes a lo que me refiero. —Loki estaba seguro de que, bajo la máscara, Tony Stark estaba favoreciéndolo con una mirada impúdica. El Tramposo suspiró e hizo girar un poco de magia alrededor de sus dedos.
La batalla, sin embargo, resultó ser bastante regular, solo un poco más cruel que las viejas batallas que sostenía con Thor. No tenía ningún interés real en asesinar al mortal —y sospechaba que el hombre tampoco tenía ningún interés en matarlo—, pero incluso un dios tenía que guardar las apariencias.
Advirtiendo la pausa de Loki, Tony, suspendido en el aire de la mejor manera que pudo, inclinó su cabeza hacia un costado y replicó:
—¿Ya terminaste? Sabes, tengo algunos asuntos que atender.
El asgardiano se burló y empezó a girar nuevamente el hilillo de magia entre sus dedos hacia la otra dirección.
—Y por «asuntos» te refieres a esa ramera rubia en tu coche.
—Uh... —El mortal guardó silencio. En ese momento Loki pudo imaginar su mirada avergonzada bajo la máscara roja y dorada—. Pues, sí. Asuntos importantes, como podrás ver.
—Por supuesto.
—Hey, sabes... ¡Existen mejores maneras de ejercitarse que lanzando misiles en mi cabeza! —De nuevo, todo lo que Loki pudo ver fue la mirada lasciva de Tony a través de los agujeros para los ojos de su máscara de metal—. Eres bienvenido a unírtenos, si lo deseas.
«Bastardo descarado». Loki frunció los labios con disgusto.
—Ya quisieras.
Después le disparó en el pecho una ráfaga de fuerza cinética. Iron Man gruñó de sorpresa, por el golpe o por ambos, y fue impulsado como un misil hacia atrás por el fuerte impacto. Segundos más tarde, hubo un pequeño estallido en la distancia.
Sonrió para sí. Este hombre era un ser humano extraño, extraño pero divertido, y mientras se divirtiera no tendría por qué andar por ahí destruyendo cosas solo por aburrimiento.
Se suponía que la pelea era una distracción y al final, sin darse cuenta todavía, le había distraído de la verdadera amenaza.
Escuchó un sonido parecido a un silbido de vapor, tartamudeante y retumbante, como el cascabeleo de una serpiente. El sonido, familiar pero casi olvidado, envió un escalofrío por su espina dorsal y volteó a mirar la oscuridad de la noche. Las sombras se intensificaban donde el lejano resplandor de las luces de la ciudad no alcanzaban a llegar, y Loki solo pudo distinguir la volutas de humo mientras se fusionaban en una forma vagamente humanoide. Las manos y el rostro de la criatura eran de hueso blanco y enfermizo, mientras que el resto de su cuerpo se perdía entre las volutas de humo negro.
El Jinete Negro.
—¿Qué quieres? —le preguntó, manteniendo su rostro y voz uniformes e impasibles.
La criatura no respondió —no podía responder— pero gruñía y señalaba con su largo y huesudo dedo el lugar en donde Loki se encontraba.
—Ah.
Fue difícil anticipar los ataques de una criatura hecha completamente de humo. Loki retrocedió y empezó a preparar un conjuro de teletransportación cuando sintió como una mano blanca y huesuda le atrapaba su muñeca. Su piel enrojeció y burbujeó por el toque, y olió la carne quemada antes de que el dolor del ataque pudiera incluso registrarse en su cerebro. Con el destello de intenso dolor se produjo un tirón que se sintió como si le estuvieran desgarrando el alma, y fue entonces cuando comprendió que esta criatura le estaba absorbiendo su magia. Cuando su piel empezó a oscurecerse y a arder se las arregló para extraer su muñeca de aquel agarre, suspirando temblorosamente.
El hechizo de teletransportación salió de sus labios pero nada sucedió. Su magia se agitó débilmente, pero no respondió, y Loki se tambaleó hacia atrás, tratando de escapar.
—¿Hela te ha enviado? —le preguntó, haciendo una mueca mientras apretaba su brazo lesionado.
El Jinete lo siguió en silencio. Mientras retrocedía trató de recordar qué había hecho últimamente para enfurecer de esta manera a su hija.
No tenía suficiente magia para luchar o escapar, así que en lugar de ello convocó su habilidad natural para cambiar de forma. Pensó en algo pequeño y rápido, como un gato, y transformándose en el felino, sin dar espera a su agresor, se precipitó en medio la noche.
El Jinete le siguió, pero Loki rápidamente lo perdió en la oscuridad.