Era el atardecer, los faroles ya se habían prendido iluminando ténuemente la calle. En la reciéntemente remodelada acera, desde hacía poco mas de 15 minutos, se hallaba un joven. De cabellos color chocolate del mas amargo y lacio, se mecía con gracia con el suave viento que comenzaba a soplar. Estatura media y de cuerpo robusto moderado con la ayuda del deporte casi diario, era la fantasía de muchas chicas. Su mirada color miel sin embargo denotaba preocupación; y es que aquél joven se encontraba haciendo algo totalmente fuera de su rutina: se encontraba deliberando. Normalmente era alguien que se tomaba las cosas a la ligera, ya conocido por su carácter impulsivo en la toma de decisiones. Pero desde hacia poco mas de dos meses, todo su carácter impulsivo se fue por el caño. Todo porque se había enamorado... de otro chico. Para felicidad suya, resultó ser un amor correspondido y ahora se encontraban en una próspera y estable relación, ahora sólo restaba una cuestión: darle la noticia a su madre.
Aunque la relación con su madre no era específicamente de compinches(*), tampoco era muy mala. Adoptado a los 14 años (algo muy raro en el sistema de adopción legal de su país) y aunque siempre vio a su madre como alguien algo distante, huraña, de actitudes infantiles y por momentos delirantes; también la veía como alguien con un gran sentido común y de justicia, aparte de buena consejera y comprensiva como amable. "Producto de los golpes que te da la vida" justificó ella un día que la encontró depresiva en la sala.
Después de unos minutos, cuando ya notaba el contraste entre las luces y el cielo nocturno se decidió por entrar. Lentamente se dirigió al trecer piso y cuando ya llegaba a la puerta de su departamento pudo ver que su madre justo estaba por entrar. Se acercó para saludarla, pero fue entonces cuando notó algo extraño: estaba inmóvil, se mordía fuertemente el labio inferior, miraba como embobada un paquete en sus manos prolijamente forrado con papel madera y adornado con estampillas al parecer extranjeras meintras los ojos le lagrimeaban... todo en una clara muestra de alegría inmensa y contenida.
-Hola ma...- saludó como de costumbre atento a las reacciones de su madre.
-Dante, hijo... ¿q-qué hacías tan tarde fuera de casa?- preguntó algo nerviosa y sorprendida su madre mientras "disimuladamente" escondía el extraño paquete tras su espalda. Confuso Dante al ver la sospechosa reacción la tranquilizó
-Lo siento ma, no quice preocuparte a propósito- y luego recordando el motivo de su tardanza agregó -...Pero ahora necesito hablar con vos de algo.. ¿si?-
La mujer se sorprendió, ver a su hijo serio cuando siempre se mantenía risueño le preocupó al mismo tiempo que le despertaba curiosidad "¿De qué querrá hablar?" pensaba mientras rápidamente tomaba asiento en una de las sillas del comedor invitándolo a hacer lo mismo. Cuando ambos estaban sentados, inclinando el cuerpo suavemente hacia adelante en muestra de interés, la mujer preguntó
-Bien, ¿qué es lo que sucede m´hijo?-
De pronto, miles de pensamientos surcaban la mente del joven, todas al mismo tiempo
"¿Qué opinará?"
"¿Se opondrá?"
"¿Dirá que estoy enfermo y me mandará a que me curen?"
"¿Seguirá queriéndome como su hijo?"
Todos aquellos pensamientos fruto de sus inseguridades, miedos, cuentos de terceros y ¿por qué no? influencia de películas, series e historias novelezcas. Pero alejó todos esos pensamientos oscuros, para enfocarse en uno... el único que desde el principio de todo con sólo recordarlo le daba ánimos y le confortaba:
"Una madre siempre vela por la felicidad de sus hijos, sea cual sea."
-Mamá...- comenzó a decir con la mirada gacha mirando sus manos que jugueteaban mientras, por primera vez, sentía a sus nervios a flor de piel; para luego levantar la mirada y enfocándola en los ojos café oscuro de su madre confesó
-...Soy gay y estoy en pareja hace dos meses-
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