Prólogo
Altaír miró sus manos ensangrentadas, la sangre y sudor corrían hacia abajo desde su frente, cegándole la vista y debilitándolo cada vez más, su respiración entrecortada demostraba el dolor que en su cuerpo sentía. Le dolían las costillas, sospechaba que tenía más de una rota, tenía cortes de espada por todo el cuerpo, pero la más notoria, la que le causaba más dolor, la que le causaría la muerte, era la del estómago. Había cometido un error, creyó que había terminado la lucha cuando la espada del enemigo lo cortó, cayó de rodillas y Malik se había puesto en medio para defenderlo, con cortaduras y con el muñón de su brazo sangrando lo defendió hasta que la contienda acabó. Ahora, con lágrimas en el rostro combinadas con sangre escribía las que serían sus últimas palabras, con dos papeles entre sus manos.
Con pulso tembloroso escribió en el primer papel, las palabras que serían inmortalizadas en su corazón y en el de Malik, cinco palabras bastaron. En el otro escribió solamente que aquel artefacto que estaría envuelto entre sus manos y el papel, fuera destruido. Él no pudo hacerlo, pero confiaba en que los papeles con la historia que redactaría Malik fueran suficiente explicación para cuando las futuras generaciones lograran encontrarlo. El templo sería destruido y él moriría dentro, la sangre salía y él se debilitaba cada vez más. Se recargó en la fría pared de piedra del templo esperando ver los escombros caer, la única paloma que llevaba con él voló saliendo con el pedazo de pergamino con un único destino. Malik.
Altaír Ibn-La’Ahad había sido un hombre dichoso, había sido el mejor asesino hasta el final de sus días, había sido odiado, admirado, respetado, criticado. Pero lo mejor de todo es que había roto sus propios límites, había muerto y vuelto a vivir, había renacido como un nuevo hombre, había amado y había sido amado, no se arrepentía de nada, únicamente, de no poder estar con la persona que amaba. No podría cumplir su promesa de estar con su amor hasta que sus vidas se extinguiesen. Ahora moriría primero, pero por una gran causa y moriría feliz sabiendo que al menos Malik seguiría con vida.
Malik sin embargo se encontraba de rodillas frente al templo que pronto sería enterrado y no quedarían más que escombros, quizá en el futuro se construiría una iglesia o una torre sobre los restos de Altaír, la biblioteca quedaría intacta, pero enterrada por un mar de restos de recuerdos, el poderoso asesino, el mejor asesino de la historia, moriría por todos sus hermanos, por todos aquellos que una vez lo criticaron, odiaron y desearon su muerte, era injusto, pero Altaír era un mejor hombre ahora y había estado dispuesto a morir para no solo salvarlos a ellos, también a él. Estando arrodillado estrujando el papel ensangrentado que segundos antes había recibido, saboreaba con dolor y dicha las últimas dos palabras que Altaír tenía para él: Te amo. Alzando la cabeza, sin importar que un asesino no debería mostrar sus sentimientos, lloró, lloró por el hombre que amaba, por el amor que siempre sentiría, por el futuro que nunca tendrían juntos, por los planes que no se cumplirían y gritó, gritó para liberarse, gritó para que Altaír lograra escuchar su nombre en aquel grito y gritó porque sabía que nunca más volvería a ser tan feliz.