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Hankyu, la ciudad de los excesos. por Helena Key

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Notas del fanfic:

¿Alguién se acuerda de este fanfic? XD

Lo subi hace un par de años con otra cuenta (Little Secret) pero como la narrativa se me hacía muy pesada decidi no continuarlo. Hace poco encontre algunos capitulos en la computadora y decidi comprometerme a terminar este fanfic. ¡Esperó que les guste!

P.D: Se que muchos están esperando que termine Madrugada en un Verano de Incertidumbre, y tranquilos, les prometo que lo haré. No he publicado nada ultimamente porque no se me ocurre que puede pasar ahora XD.

Notas del capitulo:

Este primer capitulo es más que todo una introducción, pero espero que les guste!

Hankyu, la ciudad de los excesos

 

Capítulo 1; Crepúsculo

Música Utilizada; Meltdown - Kagamine Rin

 

          La bóveda celeste que rodea al firmamento puede ser simplemente cautivadora. Siempre coloreada de tonos tan dispares, adornada con detalles tan encantadores como el cielo y las estrellas. Sus matices, a veces tan blancos y a veces tan negros, tan inestables durante las horas del día, transpiran un embriagante sosiego a través de sus poros. El estado de la atmosfera es algo incomparable, especialmente durante el crepúsculo.

          Las antiguas costas del Japón poseían, sin embargo, las transformaciones más admirables en el continente. Lejos, en el horizonte, un resplandor rojizo se extendía por el bordaje de las nubes, cubriendo con un manto, rojo y naranjado, el cielo que una vez fue de un color calmo y azulenco. El sol de la tarde ardiente se difuminaba entre el cándido mar nipones, en una magnifica puesta de sol. ¡Tan simple y abrasadora resultaba aquella escena que incluso el ser más insensible y menos detallistas de todos hubiera sido capaz de derrumbarse ante sus encantos! Y precisamente así era conocido aquel colérico mitad-bestia, que entonces, lograba perderse en los colores del paisaje. La quietud, después de pasados meses tan amargos y angustiosos, lograba embargarlo sin prejuicio alguno.

          Los rayos del sol resplandecían en las blancas aguas de la costa, iluminando su rostro con un pálido resplandor amarillento. Cuan calurosa podía ser esa tarde de verano, que hasta simple rose de la arena resultaba ardiente, doloroso, como si una corriente de luz recorriese todo tu cuerpo. Esa extraña sensación, tan propia de los días de verano, ese día era abrasadora. Precisamente sucedió, cuando la lívida luz del día liberó al crepúsculo de su encierro matutino, y lo abrigo en el lejano horizonte, que aquel tórrido paisaje, una descollante tristeza y el amparo de la soledad fueron consumidos por una sola cosa. Un nombre, que no logro articularse, y murió en un vano susurro.

¿En cuantas ocasiones esa antigua figura mujeril se había balanceado por su cabeza, como el fantasma de un recuerdo, que lo atormentaba con la nitidez de su memoria?...

El arrullo del mar parecía formularle una pregunta…

“¿Cuáles eran los motivos de aquel suplicio? …”

          Inuyasha sintió como aquella quietud lo hubo embargado, se sumía en el olvido, y daba paso al miedo y a la angustia. ¡Como deseó entonces tener un cigarro en la amo y sentir esa ardiente bola de humo escapar de sus pulmones! El desgraciado realmente parecía creer que envenenarse con los males del cigarrillo podría solucionar sus problemas, cuando no hacían nada más que calmar sus nervios. Poco a poco, los sentimientos más siniestros y oscuros que lo habitaban se fueron apoderando él. Por leves instantes se sintió consumido.

          Desde un tiempo para aquel mil demonios lo atormentaban durante ese corto lapso de tiempo entre acostarse y quedarse dormido. ¡Terribles monstruos, que entre dientes y garras lo sumían en un sueño extraño, donde sus miedo ante lo eterno y lo efímero lo hacía rondar por la idea de poner fin a su vida!. ¡Que fantasía más placentero, y sin embargo, tan dolorosa! Pues el placer y el dolor no siempre son antónimos.  Pero solo era cuando despertaba, agitado y sudoroso, entre las grisáceas sabanas de su futón de tela, con los ojos dilatados y el corazón en la garganta, que la incompleta fantasía se convertía en un deseo de realización. Un deseo difuso, poco claro, y hasta absurdo, tan solo al tocar el fondo de su imprecisión. ¡La tortura que sufría día a día incomparable debía ser!

          Sin embargo, un punto vitalmente moral en su cabeza, donde aún palpitaba hinchada la vena del instinto de supervivencia, lo persuadía a recriminarse aquellos pensamientos, y a seguir con su día a día.

Oiru gire no raitaaa

El aceite ya se esta acabando en el encendedor

Yaketsuku youna ino naka

Mi estomago nerviosamente se quema por dentro

Subete ga sou uso nara

Si todas las escenas fuesen hechas de mentiras

Hontou ni yokatta noni ne

Realmente me sentiría muy feliz y aliviada

 

       Un estruendoso sonido, que venía siendo un relámpago, obligó a Inuyasha a abandonar sus reflexiones. Perdido en su cavilaciones, no se había dado cuenta de que la noche había caído. El olor a humedad, siempre presente en las infectas tierras de Hankyu, nuevamente llegaba para atormentarlo. Con cierta indulgencia controlo sus nervios, comprendiendo, o más bien convenciéndose a sí mismo, de que lo mejor entonces era regresar a su casa. Tal vez, ¿Un lugar seguro y abrigador, como quien, dice, un hogar?

Aquella absurda idea fue desechada con desdén…

       Durante sus caminatas el muchacho siempre mantenía su cabeza gacha; decaído y encorvado, chapoteando en los pozos de agua que desfiguraban los senderos no pavimentados. Después de un día desperdiciado en lo vacuo de sus pensamientos, salía de la playa de la pequeña Metrópoli, y atravesaba los almacenes, buscando la estación de Okamachi. Absortó ante los pensamientos que se formaban en su mente, se dedicaba a ignorar al mundo a su alrededor, que giraba sobre su propio eje agitada y presurosamente. A las personas, a los humanos, los ignoraba, los rehuía; como si fuesen algo extraño, diferente, que aún no había decidido si temer o despreciar.

 

            Ese día Inuyasha abordó el tren de la línea Hankyu-Takarazuka, como de costumbre, y se instaló en un pequeño asiento trasero, alejado de la multitud. Mirando por el rabillo del ojo podía ver a los comerciantes y a los vendedores, desmontando sus negocios después de un arduo día de trabajo. Él no lo entendía, la verdad, eso de matarse trabajando toda el día, todas las semanas, para conseguir un sustento. No, él nunca había hecho nada como eso. Inuyasha no entendía el hambre, ni la sed, tampoco la codicia ni la envidia. Él solo entendía el agotamiento y la fatiga. El aburrimiento y la monotonía cotidiana.

 

       Los ojos de Inuyasha siempre mostraban una penosa melancolía a quien los mirase. Justo entonces, si alguien lo encarase y viese esa triste mirada, perdida en el cristal de la ventana, podría haberlo confirmado. Seguramente personas afuera, en sus carruajes, aburridos de ver el paisaje que los rodeaba. Ese día en particular la amargura se había apoderado de él. Visto desde la actualidad; desde el parapeto de los años transcurridos hasta el siglo 16, hundido en los ojos de una sociedad, entonces, ahora y siempre, vacía de corazón, parece completamente absurdo que un sentimiento tal como la tristeza pudiese obtener el potencial suficiente como para arruinar toda tu vida.

 

Y aún así allí estaba él; acurrucado en un rincón de un vagón casi vacío, sin hambre, ni sed, ni frío, y sin embargo, desamparado.

 

            Escondida en algún lugar de la ciudad de Toyonaka, en el suburdio de Maidemmura, se divisaba a los lejos una pequeña hectárea de tierra, en cuyo centro se alzaba una casa, pequeña y solitaria. Ese lugar físico, que no debía deglutir su corazón en un miedo tan atroz, representaba ahora su pesadilla cotidiana. Continuamente al encontrarse frente a frente a la puerta de esa cabaña su estomago amenazaba con vomitar su propio corazón, semi-engullido entre su tráquea y su garganta. ¡Y es que aquella sensación era insoportable! Aquella sensación de tristeza y desesperación que provoca la monotonía; divagando entre el miedo y la angustia ante la caída hacía un abismo sin fondo. Como los oxidados barrotes de una celda, en la que estaba condenado a pasar el resto de sus días. Y el terrible martirio no era en si el encierro, sino el saberse atrapado en una jaula de puertas abiertas.

 

            Inuyasha entró en la cabaña, cabizbajo, y víctima de la fatiga, se dejó caer en un rincón, a un lado de la puerta de papel de arroz. Casi inmediatamente, un chillido, limpio y agudo, resonó en el salón, produciéndole un escalofrío. Subió la mirada, para ver a un hombre, asemejando a un perro pateado, tirado del pasillo que conducía a su habitación. Una risilla nerviosa escapó de sus labios, y sus ojos se llenaron de lastima. Un asfixiante hedor a alcohol invadía el lugar; la botella de sake, no muy lejos de la puerta y del hombre tirado, se derramaba por los suelos, pudriendo la madera. El muchacho se acercó, cauteloso, al cuerpo inmóvil, y se inclinó sobre él. Unos mordaces ojos de lobo, de un intenso color azul, enfrentaron su mirada, despertando en Inuyasha un repentino deseo de escapar. Sin embargo, permaneció allí, quieto, sin mover ni un solo musculo. Koga había despertado.

 

       -    ¿Qué me estás viendo? - Fue lo que le dijo, entre molesto y perturbado, con una expresión seria, pesada. Inuyasha dio un largo suspiro, recogiendo la botella de alcohol que había caído al suelo. El lobo, ya no tan feroz, murmuro algo ilegible entre gruñidos, a lo que el mitad-bestia lo forzaba a levantarse del suelo.

 

            "Maldita sea..." murmuro el lobo, ya no tan feroz, entre gruñidos. Un suspiro resonó en la habitación ante el desencanto, cuando él mitad-bestia forzó a Koga a levantarse del suelo.

 

***

 

          Producto del batir frenético de sus alas, el murmullo de los mosquitos parecía el único ruido que, resonante, se abría paso ruido en la quietud de la habitación. La botella de Sake que descansaba sobre la mesa era todo lo que parecía estar fuera de lugar; todo en la habitación estaba guardado bajo llave en los modestos muebles de tensu. Inclusive el sofocante hedor a alcohol se había esfumado en el aire, apoderándose del ambiente una sensación más rancia y dulzona.

 

El negligente cuerpo que se tendía sobre el futón no se movía. Llevaba tiempo sin moverse. Por lo demás ya no era un hombre, (o al menos, no lo parecía) si con ello se pensaba en un ser vivo, capaz de respirar o moverse.  Algo que parecía muerto, pero no lo estaba. Algo a lo que apenas se le podía llamar persona, porque en ese estado ya no pensaba ni sentía.

 

Inuyasha vio una última vez al lobo, que tirado boca abajo sobre el futón, dormía en una posición por demás incomoda. Abandonó entonces la habitación, llevándose consigo la botella de Sake a la que tan adicto se había vuelto el lobo durante los últimos tiempos.

 

          Algunos de los frenéticos mosquitos aun intentaban salir de allí; hijos del hambre que habían atiborrado su gula, y ahora deseaban escapar. Aleteaban contra la putrefacta madera, intentando en vano abrirse paso a través del muro impenetrable. Tarde o temprano acababan rindiéndose, y volvían a sucumbir ante su hambre, buscando de nuevo aquello que fue un hombre en su día, y que ahora parecía poco más que vivo.

 

Las luces de la ciudad brillan

Machi-akari hanayaka

Con un frío dolor como éter anestésico

Eezaru masui no tsumetasa

Sin poder dormir a las 2 A.M

Nenure nai gozen niji

Todo cambio y perdió el control de las reglas

Subete ga kyuusoku ni kawaru

 

       El insomnio se apodero de Inuyasha una vez más. Sus ojos permanecían inertes mirando al techo; parecía muerto. El tiempo puede trascurrir muy lentamente cuando alguien sufre de insomnio, especialmente cuando no se tiene nada con que malgastar tus horas de sueño perdido. Aquella inhibición interna tan desprovista de sentido, que parecía dispuesta a no dejarle dormir por muy cansado que estuviese, se estaba volviendo desesperante.

 

       Balanceándose en un movimiento automático sus ojos se paseaban por el rayado cristal ventana, enmarcado de cortinas de un color casi turquesa, bajaban hasta el suelo de madera de caoba, que con el pasar del tiempo había perdido su brillo, y subían para ver al techo, donde titilaba, solitario, un bombillo de luz. Un aburrido juego que se repitió una y otra vez, hasta que finalmente su mirada se clavó en la botella de alcohol que hacía un par de horas había dejado sobre la mesa.

 

Aquella botella en un inicio solo le pareció eso; una botella. Después vio en ella algo más, algo mucho más grande e importante que una simple botella de alcohol. Vio una adicción; una droga. Una de esas adicciones que comienzan por mero gusto, como un escape de la vida diaria, del aburrimiento, incluso a veces de la realidad. Una de tantas absurdas formas de divertimento. Hasta que más tarde el objeto de risas y celebración se ve hundido en la ansiedad, la angustia y la irreflexión.

Se vuelve una dependencia. Una necesidad. ¿Qué era aquella botella realmente? ¿Solo veneno? Quizás fuese poco más que un frasco y solo le buscaba trasfondos a una idea plana. Tal vez no, ¿Representaría entonces, la mismísima adicción? ¿Solo otra manera, de las tantas formas humanas de la autocompasión? Se acercó a la ventana y tomo entre sus manos aquella cosa, que ya no sabía que era. Afuera, todo estaba envuelto en la tormenta. El sonido de la lluvia asaltaba sus oídos desde hacía horas, en son del ruido que producían los insectos en el jardín.

 

Sus dedos pasaron por la punta de la botella, moviéndose en forma circular. Tomó el mango de la botella y le dio vuelta, vertiendo su contenido por fuera de la ventana. Tan rápido poco salía de la boca de la botella, el líquido blanquecino se desparramó por entre el césped del jardín, causándole un escalofrío al ver como recaía sobre la madera de la casa. Lo expulso tiró, absolutamente todo, con un asco grabado en el estomago. Porque una vez fuera de su alcance el Sake no podía causarle daño. Se tiró agotado en la cama, listo para someterse a sus propias pesadillas, y a otros cuantos martirios, no sin antes decirse a sí mismo que esa salida que había tomado Koga no era para él. 

Notas finales:

Una pintura del atardecer en japón:

http://images.artelista.com/artelista/obras/big/3/1/4/8359492070893463.jpg

Y una melodía para ambientar la primera escena:

http://www.youtube.com/watch?v=dSV5HnzCFCQ

P.D: Se supone que este es un InuyashaxSesshomaru. ¡Así que no malinterpreten lo de Inuyasha y Koga! Dos hombres pueden vivir juntos sin necesidad de que sean pareja O.O


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