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Ninguno de los dos quería parar por blueous

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Notas del fanfic:

Bueno, comenzando con la mudanza desde "Pshycoholic", el único original de mi autoría que me gusta, supongo que es porque está basado en hechos reales, pero bueno.

Notas del capitulo:

Si leen esto.

  • Vega: te amou ~
  • Fuenzalida: Nop, no lo vas a leer... pero igual te quiero.
  • Lector: Holi :B

 Javier miró el piso, como lo había hecho toda la tarde, como lo había estado haciendo cada vez que Pablo se le acercaba en algún lugar público. Desde un tiempo a esta parte los encuentros apasionados entre ambos se habían instalado como algo normal, tanto, que si no se estaban devorando, fantaseaban con hacerlo. Javier simplemente no podía figurarse como el otro chico podía acercársele tanto y de formas tan provocadoras sin perder la cordura.

¿O era que «auto-control» era algo que solo él ya había perdido?

  El día pintaba ser fresco, el sol no era abrasador ni el viento muy helado, era por eso que Pablo llevaba simplemente unos vaqueros gastados, la polera cuello piqué verde que era su favorita y el gorro verde eléctrico sobre el cabello siempre y, ¡oh!,  el cigarro mentolado que se dejaba ver atrapado en sus labios por lo menos una vez al día. Javier odiaba aquello.

—¿Fuego? —Consultó el pelinegro, de pie frente al círculo que formaban sus amigos sentados en el piso.

 Una de las chicas le contestó a la vez que extendía un encendedor naranjo. Pablo lo aceptó gustoso para, una vez el cilindro prendido y humeante, abrirse paso entre los cuerpos y sentarse justo al lado de Javier. El moreno se exaltó, tan levemente que seguramente nadie más que él lo notó. Pablo inhaló la primera calada, sin prisas, mientras la mirada de Javier se movía apenas para seguir el humo que escapaba hacia arriba hasta desaparecer.

 Hubo una broma y todos rieron, menos Javier que había encontrado cierto hipnotismo en el camino del gas espeso que subía en formas abstractas. Fue el silencio excesivo a sólo un costado de su cuerpo, lo que percató a Pablo de los ojos juguetones que, a pesar de revolotear a su alrededor, no lo miraban de forma fija. De alguna forma eso le hizo una gracia infinita.

—¿Divertido?

 Javier se sobresaltó (siempre que Pablo estaba cerca lo hacía), luego con cierta mezcla de humillación y vergüenza se llevó una mano a la altura de sus mejillas y rio despacio. No quería parecer avergonzado, pero sabía que estaba fallando. Las personas cercanas seguían riendo, ajenas a la pequeña burbuja que se ceñía entre ambos chicos. Pablo apagó su cigarro a la mitad, comenzaba a sospechar el disgusto ajeno por aquel vicio, y sin saber por qué, no quería incomodar al moreno.

 Y Javier no era tonto.

—¿Por qué lo apagaste?

—Ya hay muchas locomotoras aquí, tú fumas más que todos nosotros por puro estar cerca ¿Sabías?

—Tonto —Las palabras le salen al menor cargadas de cierta petulancia que Pablo empezaba a captar como muestras de cariño —De todos modos ya me voy, tengo que ir a comprar unos materiales al centro…

—¿Te acompaño? —Sin una verdadera razón Pablo había alzado el tono de voz que hasta entonces rozaba con susurros, por lo que varias cabezas voltearon a mirarlos.

—Pablo, hombre, está bien que te guste, pero deja que respire.

 Todos volvieron a reír, porque es un secreto mal guardado que a Javier le encantaba el chico de marcadas clavículas, y una esperanza común que este correspondiera, porque sí, porque harían una bonita pareja y porque Pablo necesitaba una ayuda para sentar cabeza, el controlado de Javier parecía entonces la opción ideal. Todos sabían además que era ahora Pablo el que fingía encuentros casuales en el barrio o en las salas de ensayo, esa era la broma grupal de moda, y no había oportunidad en que no los hiciera reír. Menos a los involucrados. Pablo y Javier se limitaban a dejar el sonrojo escalar por sus caras o sonreían con pena fingida. Sólo ambos sabían que todos se guardarían las bromas si supieran que besos era lo menos que esperaban el uno del otro. Eran solamente ellos dos los que compartían en secreto los manoseos apresurados, los labios jalados, las respiraciones entrecortadas, las noches enteras.

 

 —¿Oye? —Pablo respondió con un sonido nasal gracioso que hizo a Javier sonreír al mirarlo —¿Por qué me quisiste acompañar?

 Ya habían salido de los salones de ensayo e iban por calles abarrotadas de gente a comprar los materiales del menor, Pablo corrió la vista hasta un anuncio de neón que se mantenía apagado durante el día, no era nada especial, pero debía quitar los ojos de aquellos curiosos orbes castaños, o terminaría llevándolo por calles despobladas para besarlo con toda la languidez matutina que cargaba ese día.

 No querían eso, ¿cierto?

 Pablo nunca respondió, prefería desviar el tema antes de decir que «a veces disfruto más estando con ropa que sin ella a tu lado».

Se entretuvieron hablando de otras cosas en el camino de regreso, a veces podían hablar de nada y de todo al mismo tiempo, porque esos conceptos difíciles se desvanecían con las miradas furtivas o el sonido de sus risas.

 Esa tarde no regresaron a los ensayos, cuando estaban a punto de llegar, Pablo sugirió hacer un pequeño cambio y dar unas vueltas por el centro. Eran recién las 13:30 según el reloj de muñeca del mayor y volver a los salones de baile no parecía más tentador que vagar por las calles conocidas de la ciudad.

 

 Pablo y Javier se conocieron en una fiesta, cuando el segundo estaba obsesionado con otro chico escuálido, por lo que no hubo interés de ninguno. Aunque el destino les guardaba otras sorpresas.

 La segunda vez fue en las salas de ensayo que compartían sus grupos de baile, apenas se dijeron sus nombres y añadieron algo parecido a una presentación al reconocerse. Javier tuvo que alejarse rápidamente; seguía demasiado pendiente del moreno escuálido que justo en ese instante lo llamaba para alguna estupidez.

 La tercera ocasión fue la especial, ya saben...

la tercera es la vencida,

…ese fue el tercer intento del destino.

 Javier había asumido, por su parte, que el chico era atractivo, que tenía buen físico y ojos pequeñitos y redondos que le parecían interesantes, por eso no le sorprendió que alguien ideara un plan para dejarlos bailando juntos. Cuando se encontraron en medio de la improvisada pista de baile, el ambiente estaba tan encendido que el calor era palpable en el aire, eran pocos y no estaba tan descontrolado como hubiesen podido estar. O eso se repetía Javier para no sentirse mal, no sentir que salía de sus márgenes auto-impuestos de orden. Por aquellos entonces, Javier también había sufrido una reciente desilusión amorosa: con el escuálido moreno que lo mantuvo flechado por casi un año entero. Era algo que de todas formas se esperaba porque;

—¿Quién va a querer a alguien como yo?

—Oh, vamos Javier —Pablo dijo su nombre con duda, y es que aún lo saboreaba nuevo —, en vez de llorar por él… estamos en una fiesta, vamos a bailar.

Sobra decir que bailar fue lo menos que hicieron ¿verdad?

 Los días que siguieron a eso fueron llana distorsión, los exámenes y maquetas habían terminado para el moreno, lo que le dejaba más tiempo para rondar por los salones de baile y fingir un tropiezo casual con Pablo.

 Recién el inicio.

 Debió ser en otra fiesta, en una donde sus cuerpos se encontraron pegados y moviéndose al compás marcado de alguna canción, ninguno de los dos recuerda con exactitud, pero fue en un pequeñísimo instante, un empujón accidental de la chica que bailaba atrás, cuando sus rostros se sintieron tan cerca, que no besarse hubiese sido inmoral.

 El beso pasó a los roces y los roces a los toques de fuego. Luego todo es una nebulosa de sensaciones, sólo es cierto que despertaron juntos y desnudos en la habitación de la hermanastra del anfitrión.

 No se detuvieron.

Se hizo costumbre entre ambos follar sin mediar palabra, desgastando con ello la comunicación que pudieron tener en un inicio.

 

 

 Todo hubiese seguido hasta la destrucción si no fuera por pequeñas larvas que se removían en el estómago de Javier, porque mariposas no eran. Poco a poco los gemidos evolucionaron en sus nombres y los nombres en promesas que después intentaban olvidar.

 Ahora no habían tapujos en susurrar te amo y los besos lentos, más cercanos que sensuales, ya no eran esquivados. Sin embargo, en un acuerdo mudo, ambos decidieron que, eso que mantenían después de cada fiesta o sólo porque sí, sería un secreto. Frente al resto de sus amigos, eran simplemente dos chicos que se atraían medianamente. Con el tiempo incluso llegaron a parecer simplemente dos amigos a los que les gustaba pelearse.

—No puedes ir por ahí haciendo ese tipo de bromas —El tono de Pablo era duro.

—¿Y qué?

 Si había algo que Javier detestaba es que desafiaran su puesto ganado de jerarquía, más si salía perdiendo. Pablo era el único que lo hacía siempre, porque Pablo siempre fue especial. Ahora estaban peleando por algún comentario estúpido que, sinceramente, ninguno de los dos encontraba tan importante.

Oh, maldito orgullo.

 Todo era peor cuando Javier sentía que no podría aguantar demasiado peleado con un chico tan infantil, inmaduro, tonto, irresistible y otros miles de adjetivos inconexos.

 De todas formas se rindió y, aún algo molesto, se dejó llevar hasta uno de los baños desiertos de algún centro comercial, se desvistieron lo necesario. Eso era sexo rudo: con cierto toque de ajuste de cuentas, y no es que Pablo fuera el más delicado a la hora de follar, pero ahora había obligado a Javier morderle el hombro con brusquedad, hasta dejar marcas, para no gritar del escozor.

 Fue placentero, es cierto. Pero entonces, al acabar, Javier pensó que quizá no deberían basar esa relación en sus relaciones sexuales en lugar de las intrapersonales.

 Pablo por su parte se enfadó consigo mismo, como cada vez que acababa de regular su respiración tras una sesión sexual con Javier, porque se había prometido no perder nunca esa amistad que le traían tantos beneficios (y lo decía en todo los sentidos), una amistad que estaban destruyendo.

—Debemos parar.

 Fue Javier quien verbalizo las ideas de ambos, atrapado entre el cuerpo agitado de Pablo y la puerta metálica del cubo que servía de baño. El pelinegro creyó llorar mientras se acercaba para besarlo con desesperación, necesitaba callarlo, que Javier dejara de hablar. Porque era cierto, pero él no quería renunciar a eso.

Ninguno de los dos quería.

 Mientras Javier arreglaba sus pantalones decidió que, sin importar si no quería, sin importar que le encantara vivir de ilusiones en donde follar significaba más que sólo eso, debía empezar a pensar en sí mismo. Necesitaba pensar en sus sentimientos y en las lágrimas que sólo se permitía liberar en la soledad de su cuarto por las noches recordándose que lo que tenía con Pablo no era más que un juego para el mayor.

El beso que le robó a Pablo antes de abrir la puerta del baño e irse, tenía escondida la intención de ser el último. Pablo lo supo tan pronto sus labios se despegaron de los otros. Quiso hacer tantas cosas.

 No hizo nada.

Notas finales:

 Es complicado, ¿cierto? Ya la cosa es que Javier ama a Pablo, pero Pablo es un chico que se niega a sentir cosas y al final terminan con una relación que no hace nada más que alejarlos un poco.. aquí se supone que la relación termina, porque... ¿realmente? Javier tiene un deje de dignidad perras.


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