Era un pueblo perdido de la mano de kami-sama y aún así, las calles llenas de polvoreda y la mitad del paraje en ruinas le proporcionaba un ambiente familiar difícil de igualar. Recorría todas las mañanas, como siempre, con agua sacada del pozo para los que no podían procurando usar las sombras y reparar en cada paso que daba. Fue desde que tenía uso de razón una costumbre que su abuelo inició e incluso ahora, no hay algo más que puede hacer.
No ha visto nada hoy.
Avanza con el jarro de agua colgando en las manos, deteniéndose en la sombra que proyectaba un arco, último vestigio de las ruinas del mercado en los que su abuela solía pararse a mirar cada vez que volvía a casa de la compra. Endereza la espalda, dejando el jarro en el piso y moviendo su melena negra hacia atrás con cansancio. Cerrar los ojos y perderse en la oscuridad es cada vez más difícil, pero es un conocimiento adquirido a estas alturas.
Escucha el movimiento de la tierra al ser levemente arrastrado por el viento y sabe, que es el momento.
Un rayo de rojo cruza su mente y hace que comience a temblar. Abraza la visión llevando la mano izquierda al collar en forma de triangulo que adorna su cuello, apoyando la otra mano en la piedra para no caerse. Ve fuego por todos lados, escucha gritos, escucha llanto. Levanta la mirada y ve un halcón en llamas atravesando el cielo rojizo y destruyendo todo a su paso. Los gritos se apagan un poco. Siente latigazos de terror por momentos, insegura de a lo que su propia visión pueda llegar lo que le hace pensar si debería seguir mirando esta vez. Intenta recordar la última vez que vio algo tan intenso, tan fuerte y su mente se queda en blanco. La tierra muerta a sus pies se remueve y hacen que baje los ojos hacia el piso. Hasta el momento no había visto que se encontraba en el mismo lugar que había dejado hace unos segundos, pero ahora lo veía caer lentamente a pedazos al igual que todo a su alrededor. El fuego crepitaba a su lado, pero lo sentía cálido, confortante. Diferente.
Había algo más que resurgía. Una especie de perro, con más colas.
El grito del halcón hicieron que ella y el perro alzaran la mirada. Parecía mirar hacia abajo, custodiando desde el cielo. Lo sintió como protección. Un ruido metálico, fuerte, conocido se alzó e hizo que ella intentara buscar la fuente. De pronto, todo comenzó a oscurecerse pero pudo escuchar a lo lejos el grito del halcón y el rugido del perro.
—Cambio —fue lo primero que dijo, al abrir los ojos.
Konoha.
Algunas veces es mejor cerrar los ojos y simplemente dejarse llevar. Despertar y creer que será un mejor día por solamente estar vivo, estar presente. Hacerse la idea de que debe vivir, de que debe respirar aunque desee no hacerlo.
Aunque lo único que ansía es no querer abrir los ojos nunca más.
Cuando llega ese momento donde analiza su vida y comprende que lo único bueno que ha logrado conservar nunca será para él. Y debe conformarse con mirar por el otro lado de la ventana, con observar como todos avanzan mientras él se queda en el mismo lugar. Esperando la nada, sintiendo celos de todos y de nadie. Mirarles a la distancia como un observador mira una película.
Se fuerza, sin embargo, a disimular una expresión vacía en el rostro. Esa que ha perfeccionado toda su vida y que, en el fondo es lo único que le queda. Vivir en aquel mundo donde todos le odian, donde nunca podrá volver a ser aceptado, donde sabe que si no mira hacia su espalda puede ser aniquilado.
Y no puede cambiar nada de eso.
E increíblemente el miedo le abruma. Perder la poca esencia que va quedando para no ser nada. Para no volver a ser él mismo.
Pero ya no le queda nada.
De vez en cuando cierra los ojos e intenta dejarlo todo atrás. Dejar de pensar. Recordar el momento del punto de quiebre e intentar encontrar un punto donde todas sus emociones y frustraciones se perdieron. Volver a ser él mismo.
—Teme, te estoy hablando…—
Ignorarlo todo a su alrededor y lograr esa instancia de la meditación donde se está en armonía. Donde puede dejarse llevar por sus emociones, por sus conflictos.
Donde pueda, básicamente, responder a estímulos sin pensarlo demasiado.
–¡Oye! ¡teme! –
–¿Que mierda quieres dobe? –
–Necesito hablar contigo–
¿Cómo intentarlo si la razón principal de tus problemas no deja de atormentarte?