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La noche del recuerdo por AndromedaShunL

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Notas del fanfic:

Un fic especial de Navidad! Espero que les guste y lo dsifruten! A ver si retorno pronto por estos lares ^^

Notas del capitulo:

Los personajes no me pertenecen a mí, sino a Masami Kurumada, su creador.

   

Mientras fuera no dejaba de nevar, dentro del Santuario, en concreto en la cámara del Patriarca, no se escuchaba más que las prisas y los pasos nerviosos y acelerados de todos los caballeros dorados y de una decena de criados que iban de un lado a otro cargados con luces navideñas y pastelitos de jengibre.
    

    La diosa Atenea los miraba a todos y les daba instrucciones de dónde y cómo quería que colocasen cada cosa. La mesa ya estaba puesta, pero la comida apenas había empezado a hacerse. Era Milo el que se encargaba de ella, pero no quería ni pensar lo que estaría haciendo el caballero en la cocina.
    

    Aldebarán se estaba ocupando de dar los últimos retoques al enorme árbol de Navidad que habían colocado al final de la estancia, pero dejó que fuese Afrodita quien colocase la estrella en la copa, aunque por muy poco no se cayó destrozándolo todo.
    

    Por otro lado estaban Shaka y Mu llevando las bandejas con los embutidos hasta la mesa y dejándolos con sumo cuidado, como si les fuese la vida en ello. Luego volvían a la cocina y regresaban cargados con más bandejas. Saori pensó que igual se habían pasado un poco con la comida, pero luego recordó la última cena que habían tenido juntos y pensó que más bien iba a ser poca.
    

    Camus acababa de entrar en la estancia con una caja entre los brazos, la cual dejó en el suelo al lado de Aldebarán y sacó de ella más luces y espumillón para decorar las paredes. Luego, fue hasta la cocina donde estaba Milo y nada más abrir la puerta una nube de humo salió por ella y tuvo que contener una exclamación para no tragárselo.
    

    Milo estaba delante de una olla revolviendo lo que hubiera dentro y a la vez pendiente del horno debajo de él. Llevaba puesto un delantal azul y un sombrero de cocinero al que ya le quedaba poco de vida.

—Creo que no me equivoco al pensar que necesitas ayuda —le dijo Camus acercándose a él y viendo lo que había dentro de la olla.

—¡De eso nada! Lo tengo todo controlado... —contestó al tiempo que se le caía la cuchara al suelo.

—Sí, sí, ya lo veo. Anda, quita y déjame esto a mí.
    

    Milo le dejó paso de mala gana y se dedicó a ayudar a Shaka y a Mu con los embutidos.

    

 

    Cuando por fin llegó la hora de la Noche Buena, todos, excepto Máscara de Muerte, se sentaron a la mesa y empezaron a comer. Primero las bandejas con los embutidos, luego el plato principal que era una sopa de marisco y luego el segundo, cordero con patatas.
    

    Esperaron un rato más hasta que trajeron el postre, bizcochos de chocolate y los pastelitos de jengibre, y mientras estos llegaban, comenzaron a charlar entre ellos sobre todo lo que había pasado aquel año y lo que querían que pasara después.
    

    Mu, que se había sentado al lado de Shura, intentaba entablar conversación con él, pero el español no parecía estar nada animado. Más bien lo notaba distante, como en otro lugar lejos de allí, lejos de su lado.
    

    Hacía ya unos meses que ambos habían empezado una relación más allá de la amistad, rompiendo con reglas que ellos mismos creían infranqueables. Pero ahora les daba igual. Aún así, Mu jamás había visto a Shura tan fuera de su alcance, y mirarlo a los ojos le ponía triste.
    

    Cuando trajeron el postre, Shura lo miró y lo apartó de sí, ofreciéndoselo a Mu sin ganas de probarlo.

—¿Quieres el mío? Yo ya he comido bastante.

—¿En serio no lo vas a probar? ¡Si te encanta el chocolate!

—Ya estoy lleno, de verdad —insistió, y se lo dejó al lado.

—Shura ¿qué te pasa? —Le preguntó sin poder aguantarse más, luego de mirarlo a los ojos.

—No es nada, sólo... tonterías.

—Pues esas tonterías te han alejado de aquí —le dijo serio.

—No tengo ganas de celebrar nada. Quiero... quiero irme a dormir —dijo, y se levantó de la mesa provocando que las miradas de todos se clavasen en él.
    

    Mu lo vio marcharse por la puerta y luego miró a los demás, que lo observaban como preguntándole qué había pasado.
    

    Lo meditó un minuto antes de levantarse él también y salir de allí, dejándolos a todos anonadados, pero pronto volvieron a la cena atraídos por la voz de Atenea.
    
    

 

    Bajó corriendo las escaleras y se encontró a Shura en la mitad de ellas. Llevaba las manos metidas en los bolsillos y el frío no parecía afectarle en absoluto. Entonces, Mu se dio cuenta de que no había cogido su abrigo y que la nieve comenzaba a caer de nuevo sobre sus cabezas.
    

    Se abrazó a sí mismo y disminuyó el paso hasta colocarse detrás del español, al que cogió cariñosamente de la mano y le hizo girarse para mirarle a los ojos.

—¿Estás bien? —Le preguntó.

—No, no lo estoy.

—Pero ¿qué te ocurre? ¿Por qué estás así? —Quiso saber sin ocultar su desesperación.
    

    Shura dudó un poco antes de contestar, pero al final desistió.

—Echo de menos la Navidad.
    

    Mu lo miró extrañado. ¿Cómo era posible que echase de menos algo que estaban celebrando ahora mismo? Además, era él el que había salido del salón como si aquello fuese una tortura.
    

    Se dio cuenta del pensamiento del caballero de aries e intentó matizar sus palabras:

—Echo de menos mi Navidad. La Navidad en España.

—Pero ¿no es lo mismo?

—No, no lo es. En España no viene Santa Claus a dejar regalos debajo del árbol la mañana después de Noche Buena, sino que son los Reyes Magos los que te los traen el 6 se enero —Mu lo observaba atento, intendo imaginar lo que decía—. Uno tiene barba blanca, Melchor; otro barba marrón, Gaspar; y el último es de raza negra, Baltasar.

—Vaya, no lo sabía.

—Cada uno se encargó de llevarle un regalo al niño Jesús cuando nació. Melchor le llevó oro, Gaspar incienso y Baltasar mirra.

—Yo pensaba que en la religión cristiana sólo teníais a Santa Claus —comentó sorprendido.

—Bueno, la cuestión no es a quién tenga o no, sino cómo era mi Navidad antes de venir al Santuario...

—¿Cómo era?
    

    Shura cerró los ojos unos segundos e inspiró profundamente el aire frío que se extendía por todas direcciones. Unos copos de nieve se habían asentado sobre su cabello oscuro y Mu los miró sonriendo.

—La última Navidad que recuerdo también fue la última Navidad que pasé en España, con mis padres: era muy joven, un niño tonto como todos, y creía fervientemente en los Reyes Magos, aunque nunca solía pedir mucho para Navidad. Quizás algún que otro juguete, un jersey... tonterías.

>>Después de ver el desfile de los Reyes, el 5 de enero, cené con mis padres y me fui a dormir temprano, porque me decían que si no ellos no vendrían a casa. Pero lo cierto es que me costó muchísimo conciliar el sueño. Y en mitad de la noche... En mitad de la noche... vaya, no me acuerdo qué pasó.
    

    Mu estaba tan concentrado imaginando lo que Shura le relatava que le fue difícil volver a la realidad.

—¿No te acuerdas?

—No. Ha pasado mucho tiempo, es normal —contestó apretando un puño.
    

    Mu lo miró a los ojos tristes. Algo le decía que aquel recuerdo era uno de los más importantes que le quedaban a Shura, o al menos uno de los cuales más soñaba, y sabía perfectamente lo que era olvidar buenos momentos como ese.

—Es una pena —comentó sin saber muy bien qué decir—, pero no te preocupes, seguro que de aquí a nada lo recuerdas otra vez —le sonrió.

—Es igual. Si total no volverá a pasar nunca. Mejor olvidar lo que nos hace daño.

—Shura, no digas eso —le pidió con un hilo de voz.
    

    El español se giró y le sonrió amargamente. Se acercó a él e inclinando la cabeza le dio un beso en la frente. Luego posó los labios sobre su oreja para susurrarle:

—Buenas noches, Mu. Te quiero —y empezó a bajar las escaleras de nuevo, rumbo a su casa.

 

—Por favor, ayúdame. Ayúdale. Sólo esta noche. Por favor, odio verle tan triste. Sé que puedo confiar en ti.
    

    Shaka lo miró con esos intensos ojos azules, meditando lo que Mu le estaba pidiendo. Nunca antes le habían suplicado hacer algo parecido y no sabía si decirle que sí o que no.
    

    La mirada del de aries pareció convencerle cuando bajó la cabeza suspirando.

—Está bien, lo haré.

—¿En serio?

—Sí, pero sólo hoy, ¿vale?

—Muchas gracias Shaka, de verdad. Te estaré eternamente agradecido.

    

 

    Después de beber un vaso de agua, se sentó sobre el borde de la cama y unas lágrimas cayeron de sus ojos hasta el suelo, mojándolo de amargura. Si tan sólo pudiese vivir otra Navidad como aquélla... pero sabía que era imposible. Sus padres no estaban y él se encontraba lejos de su hogar, lejos del cielo que lo vio nacer. Asimismo, se sentía bastante egoísta por estrar triste de esa manera. ¿Acaso era él el único que se sentía fuera de lugar, que echaba de menos su casa? Pero, si no era así, ¿por qué se les veía a los demás tan contentos y él era incapaz de sonreir de verdad?
    

    Cuanto más pensaba, más se hundía. Cuanto más intentaba recordar, más caía en el olvido.
    

    Decidió que lo mejor que podía hacer era echarse a dormir y rezar para no tener pesadillas, o más bien para no soñar con nada. Lo único que quería era despejar la mente y que todo pasase de una vez. Tampoco le iba a importar si se acostaba ahora y se levantaba en primavera.
    
    

 

    Cerró los ojos un rato después y los volvió a abrir casi sin darse cuenta.
    

    El sofá en el que se había quedado dormido era bastante cómodo, y su madre le había tapado con una manta roja de cuadros para que no pasase frío.
    

    Era ya casi la hora de ver desfilar a los Reyes por las calles de la ciudad, y él ya se había vestido antes de caer dormido. Mientras, sus padres terminaban de prepararse para salir de casa y su madre lo había despertado llamándolo por su nombre y dándole suaves caricias en la mejilla y la frente.

—¿Quieres ver a los Reyes, mi niño? —Le preguntó con una amplia sonrisa cuando el pequeño Shura ya se estaba desperezando y dando un fuerte bostezo.

—¡Sí! ¡Quiero verlos! —Exclamó feliz.

—Pues si te quedas durmiendo, llegarás tarde y se olvidarán de tu regalo. ¡Venga pa' arriba! —Le animó.
    

    Poco después salieron de casa y llegaron a la calle por la que iban a desfilar. Estaban ambas aceras llenas de gente, pero su padre consiguió hacerle un hueco entre la multitud y dejarle un sitio sentado en el bordillo. Había muchos niños allí sentados que esperaban impacientes a que pasasen ya los pastorcillos con sus ovejas y cabras para echarles serpentina y confeti. Además, al final siempre hacían circular varias camionetas de correo donde llevarían las cartas de todos los niños con los regalos que pedía cada uno.
    

    Empezaron a aparecer los primeros músicos y el ambiente se alegró como todos los años. Veía a los niños del desfile disfrazados llevando cestas de mimbre y a sus padres y demás adultos con ellos. Luego, la primera de las carrozas se asomó al final de la calle y su madre, que se había abierto paso entre los demás para estar a su lado, le dijo emocionada:

—Mira, Shura, el Príncipe Aliatar al que le diste la carta el otro día, ¿te acuerdas?
    

    El pequeño asintió con la cabeza y se asomó un poco más para mirar mejor, pero su madre lo retuvo por los hombros y le dijo que tuviese cuidado y se quedase sentado, por lo que no tuvo más remedio que esperar a que pasase por delante de sí.
    

    Cuando lo hizo, vio al Príncipe saludar a todos yendo de un lado al otro de la carroza, y Shura lo saludó a su vez con amplios y enérgicos movimientos de los brazos y una sonrisa tan grande como su inocencia.
    

    La siguiente carroza en pasar frente a él, fue la del Rey Melchor, que lucía una capa roja con puntos blancos y un traje increíble y largo. Llevaba una corona de oro y su barba blanca le llegaba por debajo del cuello.
    

    Hizo todo lo posible para que el Rey se fijase en él, pero justo cuando estuvo en frente, se giró para saludar al otro lado de la calle.
    

    Tuvo más suerte con Gaspar, el cual iba vestido un poco más humilde que el primero, y cuya barba marrón se entremezclaba con ella misma en definidos rizos. Su corona también era de oro, y sus mejillas estaban enrojecidas. Saludaba a todos y lanzaba besos al aire con ambas manos.
    

    El último en llegar fue el Rey Baltasar, quien iba todo vestido de amarillo con una capa y turbante morados. Además de saludar, tenía al lado una cesta llena de caramelos que lanzaba a ambos lados, y sonreía viendo cómo los niños alzaban las las manos para cogerlos. Shura, que estaba atento, consiguió varios caramelos de diferentes sabores y se los tendió a su madre, quien los guardó en el bolso.
    

    Cuando todas las carrozas hubieron pasado, comenzaron a llegar las furgonetas donde llevaban las cartas de todos los niños con los regalos que habían pedido. Muchos se emocionaron y los padres les animaron señalando a los vehículos y diciéndoles en cuál de ellos estaba su carta.
    

    El desfile finalizó un poco más tarde de lo esperado, pero eso no evitó que los Reyes bajasen de sus tronos para atender en sus rodillas a todos los niños que quisieran.
    

    Shura siempre había tenido mucha vergüenza de aquel momento, o más bien timidez, ya que sus padres le insistían en que se sentara en su regazo y les pidiese personalmente los regalos que quería encontrarse al día siguiente debajo del árbol de Navidad. Además, después de ésto, ellos les ofrecían a los niños una bolsa llena de chucherías y gusanitos. Y, como todos los años, sus padres ganaron esa batalla y se sentó sobre Gaspar con la mirada perdida en el suelo.
    
    

 

    Volvieron a casa y cenaron tranquilamente, al menos sus padres, ya que Shura estaba tan nervioso que apenas podía estarse quieto en la silla.
    

    Se fue a dormir nada más acabar la cena, pero no pudo conciliar el sueño tras mucho rato después. Escuchaba a su padres hablar desde el salón, y se preguntaba por qué ellos podían acostarse más tarda y los Reyes les seguían trayendo regalos y a él no se le permitía.
    

    Tras unos cuantos pensamientos más, cerró los ojos y se quedó dormido. Soñó con el día siguiente, él abriendo los regalos mientras sus padres lo miraban con una sonrisa muy amplia en sus bocas. Luego se iban a ver al resto de familiares y a darles los regalos que los Reyes habían dejado por error en su casa.
    

    Cuando ese sueño se terminó, su imaginación creó uno nuevo. Él estaba durmiendo en su cama esa misma noche, como lo estaba en ese momento, y sintió que alguien abría la habitación de su cuarto, entraba y se inclinaba junto a él dándole un beso en la frente y acomodándole las sábanas. La barba del sujeto le hizo cosquillas en las mejillas. Entonces, despertó y vio una figura alta con una capa roja y corona que salía silenciosa de su cuarto, cerrando la puerta con suavidad para no despertarle, aunque ya era demasiado tarde.
    

    Shura se quedó un buen rato contemplando la puerta con los ojos muy abiertos, medio dormido, son saber si aquello había sido un sueño, realidad, o un producto de su imaginación. Tras unos minutos más pensando en ello, volvió a conciliar el sueño y no despertó hasta la mañana siguiente.

    

 

    El primero en abrir los regalos fue el pequeño Shura, encontrándose con dos peluches y algo de ropa, además de unas chocolatinas y un juego de mesa. Luego, se sumaron sus padres y compartieron sonrisas entre ellos durante toda la mañana, para luego, por la tarde, visitar a todos su familiares y compartir el resto del día con ellos.
    
    

 

    A la mañana siguiente, Mu se apresuró a buscar a Shura hasta su casa, subiendo rápidamente todos los escalones que los separaban sin apenas inmutarse. Quería saber cómo se encontraba. Quería asegurarse de que ya no estaba triste, de que el hechizo de Shaka había terminado por consumir su anhelo. Pero a cada escalón que subía más temía que aquello no hubiera servido para nada.
    

    Se encontró al español saliendo de su casa con una sonrisa enorme reflejada en sus labios y con los ojos brillantes, como si el sol lo hubiera saludado al despertarse.

—¡Shura! —Lo llamó.

—Hola Mu —saludó cuando estuvieron cerca el uno del otro.

—¿Cómo estás? ¿Qué tal has dormido? —Le preguntó nervioso.

—¿Que cómo estoy? ¡Nunca había estado mejor! Por fin recuerdo lo que pasó esa noche. Estaba tan frustrado...

—Vaya, ¿de verdad ya te acuerdas? —Shura asintió sonriente—, ¿y qué fue lo que pasó? —Le animó.

—Te lo contaré mientras abrimos los regalos de Santa Claus, ¿te parece?
    

    Mu no pudo contener ni la alegría ni el impulso de echarse sobre él para abrazarlo.
    

    Estuvieron así un largo minuto hasta que se separaron unos centímetros y se miraron a los ojos.

—¿No es preciosa la Navidad? —Le preguntó Shura alzando la voz, como queriendo que todo el mundo lo oyese, y se abalanzó sobre los labios del caballero de aries, perdiendo el control sobre su felicidad.

—Sí que lo es —le contestó Mu, sonrojado, cuando le dejó respirar.

Notas finales:

Muchas gracias por leer! Espero que les haya gustado.

Lo que le pasó a Shura fue justo inspiración de lo que me pasó a mí una noche de Reyes. Fue un momento muy bonito y a la vez misterioso, pero aún sabiendo que no es verdad, me encantaría seguir creyendo que ocurrió así XD


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