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Armario. por Agatha Shadiness

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Notas del capitulo:

Disclaimer: Los personajes no me pertenecen. Esto es sin ánimos de lucro.

Advertencias: OOC. Lime.

 

 

ARMARIO

—Fuera de mi lugar.

Dijo Kaiba con una mano metida en el bolsillo de su pantalón azul, los lustrosos zapatos negros refulgiendo con fuerza en el piso, separados por el ancho de sus hombros. Le dedicaron una enorme sonrisa estilo el gato de Cheshire, luego una ligerita lengua rosada se paseó por los labios del dueño de aquella boca.

—Fuera. —Repitió con ese tonito suyo de: Soy un genio, adorable y sexi, obedéceme, ahora.
—No quiero. —Dijo, sus ojos mieles brillantes con chispas de travesura, oh sí, el rubio se estaba comenzando a divertir de lo lindo.
—Es mi lugar perro, así que largo.
—No veo tu nombre escrito por ningún lado, niño ricachón, así que toma un asiento en la parte trasera del salón, porque yo llegué primero y he ganado aquí. —Joey se aferró a la butaca que pertenecía, o casi, a Seto Kaiba, con uñas y dientes lo haría con tal de ver al señor ego: molesto, barrénate y berrinchudo.

Kaiba carraspeó los dientes, no sabía, ni tenía idea de cómo se le había hecho tarde por la mañana, su despertador no sonó; ah no, él no usaba despertador porque estaba acostumbrado a levantarse temprano. Tal vez el exceso de trabajo al fin lo había agotado tanto para hacerlo dormir hasta tarde, bueno, al menos lo suyo tenía explicación, pero lo de Wheeler.

¿El perro llegando antes que nadie al salón?, ¿ganándole su lugar y esperando a la vista expectante y asustada de algunos?; hasta que él llegase al grupo para hacerle una pataleta de niño pequeño por el lugar. Lo cierto es que aunque Kaiba no lo quisiera admitir, no podía tomar la butaca al fondo del salón, la única que quedaba libre.

—Eres un imbécil pelotudo, largo de mi lugar. —Insultó Kaiba antes de golpear con la palma de su mano en la paleta del asiento.

—Aquí nada es de nadie Kaiba, tú no puedes apropiarte de las cosas de la escuela, es pública. —Contestó Joey, quitando con un golpecillo de revés la mano del de ojos azules.

—Me importa un pepino si es pública o sacrosanta, fuera perro pulgoso. —Kaiba iba a tomarlo de la camisa del uniforme, a levantarlo, zangolotearlo un poco, escupirle las verdades del universo en el rostro (soy más guapo, inteligente, sexi, atractivo, importante y adinerado que tú y todos los colegios públicos de la ciudad) y luego besarlo, ¡NO!, es decir, lanzarlo al suelo para que aprendiera cuál era su lugar, sí, claro, lanzarlo.

Pero Joey siendo Joey, un lindo y astuto lobo de mar, se apresuró a abrazarse (literalmente) de la paleta de la butaca y luego espetó:

—Te dije que no, Kaiba. Nonononono y ¡no! con mil veces no por detrás. Yo gané el lugar, me levanté temprano, me duche temprano y adivina qué, llegué temprano, así que aguántatelas y ve a sentarte en la parte de atrás del salón, así no estaré viendo tu fea cabezota todo el día.

— ¡Idiota! —Gritó Seto, sin notar el tono de voz tan alto que había usado y que todo el grupo estaba observándolos, incluso el maestro de algebra que ya había ingresado al aula para impartir su cátedra.

—Joven Kaiba, no se permite ese tipo de vocabulario en el salón de clases, quiero un reporte de 1000 palabras de uso del buen castellano al finalizar el día como sanción, ahora, deje en paz al joven Wheeler y vaya a sentarse en el asiento que queda libre.

—Pero...

—Sin peros joven Kaiba, ¿acaso quiere otra sanción?

Kaiba iba a tomar el arrugado cuello del anciano y retorcerlo como una gallina recién desplumada, pero a decir verdad, el viejo le caía bien porque era muy sabio y no lo aburría con sus clases como la mayoría de sus maestros, además, en cierto punto chiquito, casi inexistente, Kaiba sentía algo de respeto por el maestro.

—Maldito perro. —Dijo despacito, muy despacito para que apenas pudieran oírse él y Wheeler, quien también disimuladamente y como que no queriendo la cosa le mostró a Kaiba su dedo corazón. Oh sí, porque Joey Wheeler era todo corazón, todo todito.

Kaiba se retiró hasta donde le habían indicado, Joey soltó una risita que no pasó desapercibida para quien ocupaba el lugar contiguo al de Kaiba casi todos los días.

—Joey, no debiste hacer eso. —Le dijo despacio  y con cara de indignación el de ojos grandes. Enormes. Gigantes. Ok, orbitales.

—Y qué, él vive su vida sólo para joder la mía, así que déjame en paz Yugi.

—Molestarlo no hará que eso cambie.

—Ya Yugi, el maestro va a comenzar la clase. —Contestó el rubio sólo para sacarse a su amigo de pelos punketos de encima.

Kaiba podía observar o tratar de hacerlo, desde el fondo del salón como el rubio sonreía abiertamente, lo cierto es que la razón por la que Seto siempre evitaba sentarse al fondo tenía que ver con su problema de miopía. Si no estaba frente a la pizarra tenía que achicar los ojos tanto que parecían desaparecerse dentro de su nariz.

—Maldito perro del demonio. —Gruñó el castaño muy despacito mientras se acomodaba en el lugar y sacaba de su maletín un pequeño estuche negro.  —tener que usar estas tontas cosas, sólo por culpa del maldito chucho que no sabe guardar su lugar. Pensó, mientras se colocaba aquel arnés que lo auxiliaba en su desdicha.

La clase comenzó y el alboroto inicial pasó en unos minutos que trajeron un curioso silencio que luego pasó de nuevo a un cuchicheo insoportable entre las chicas y algunos chicos del salón, todo mundo o casi todo mundo, estaba volteándose hacia la parte trasera muy descaradamente después de recibir el chisme.

Oh sí. Ya todos habían notado que Seto Kaiba usaba lentes.

Genial.

— ¿Qué? —Dijo Seto cuando ya tenía la vista de unos diez compañeros encima.  —Ahora va a resultar que tampoco puedo sentarme aquí. —Emuló despectivo llamando la atención del grupo entero, incluso del maestro.

—Oh joven Kaiba, tal vez sus compañeros se sorprendieron al notar que utiliza gafas.

—Te vez más feo de lo que ya eres Kaiba. —Oh, sí, porque Kaiba era feo, mucho, muchísimo o eso pensaba y decía Joey Wheeler. Tan feo que no podía dejar de babearse viéndole puestos esos anteojos intelectualoides que venían a resumir y denotar lo que ya todo el mundo sabía. Seto Kaiba era un genio. Sólo para recalcar.

—Cierra el pico Wheeler. —Dijo aquel acomodándose los anteojos con el dedo medio, claramente un regalito para el rubio.

—Jóvenes, no más peleas por hoy, señor Wheeler respete a sus compañeros, ahora todos, —Dijo llamando la atención del grupo. —dejamos en paz al joven Kaiba y continuemos con la clase.

Amén.

Kaiba suspiró desde su lugar, tal como lo hacían algunas féminas y no tan féminas del grupo. Si, ese iba a ser un largo día. La clase siguió su casi normal curso, Kaiba no dejaba de sentir esas molestas miradas sobre su persona, Joey no supo en qué momento el profesor había llenado con ecuaciones, números, patitas de araña y demáses signos que el rubio ni entendía ni entendería, porque estaba demasiado ocupado espiando disimuladamente al cerebro con patas llamado mayor enemigo, porque, era su deber ciudadano encontrar alguna manera de molestar a Kaiba, oh si, molestarlo, si, no tenía nada que ver con llamar su atención y verle el rostro bonito con esos lentes cuadrados y delgaditos que lo hacían verse miles de veces más interesante, no, nada que ver, por su hermanita santa que era pura y llana jodedería, es decir, ganas de joderlo.

El primer receso llegó, Joey se puso de pie para caminar hacia la parte trasera del salón, Yugi ya no hizo ni intento de regañarlo, árbol que nace torcido...

Oh Joey.

—Cuatro ojos. —Le dijo sentándose en la orillita de la paleta.

—Espurio.

—Ay, ya hasta crees que me vas a ofender con tus insultos bonitos, ni los entiendo.

—Y a mí con tus apodos prepubertos, crece Wheeler. —Contestó Kaiba quitándose los anteojos y guardándolos en su caja negra.

—Pues a mí me pareció que te fukie bastante al quitarte tu lugar de nerd.

—Eres un idiota Wheeler, no estoy en ese lugar por gusto, sino para ahorrarme la molestia de utilizar los anteojos, pero ¿qué hago explicándole a un descerebrado como tú?, de cualquier manera no entiendes razones.

— ¿Entonces si estás bien ceguetas?—Seto ya no le prestó atención, sacó un libro de su maletín y comenzó a leerlo, aun cuando Joey estaba sentado casi sobre él.  —Oye, es de mala educación dejar a las personas hablando solas.

Recriminó tomando el libro de manos de Kaiba.

—Tú lo has dicho, “a las personas”. —Contestó imitando la voz del rubio. —Los perros como tú me tiene sin cuidado. —Añadió estirando con rapidez su mano y tomando de vuelta su libro, con un gesto parecido al que hacia al robar una carta en un duelo.

—Oh si, entonces si soy un perro ¿puedo ladrar?  —Dijo Joey, buscando una manera, aunque fuese chiquita de fukear al otro. —Así un trasero engreído de este lugar no podría aburrir al mundo con un libro aburrido, leyendo aburridamente en su aburrición.

— ¿No es ladrar lo que haces todos los días? —Kaiba tomó sus cosas y  se puso de pie, buscando una oportunidad para escabullirse lejos del molesto rubio quien ya estaba demasiado cerca para su salud mental.

—Entonces: guau guau...—Dijo Joey, iniciando una larga, larguísima perorata de la peor imitación de ladridos, gruñidos y alaridos de perro que pudiese existir. —Aunque te vayas a otro salón Kaiba, aullaré y aullaré. —Amenazó Joey divertido cuando el castaño comenzó a emprender la retirada, el rubio se levantó y caminó tras de él.

—Deja de seguirme, perro.

—No.

—Vete. —Volvió a recriminar pasando frente a unas jardineras con rumbo a no sabía dónde.

—NO.

— ¡Aléjate de mi perro maniaco!

—No nono y no, y adivina qué: N-O.—Dijo soltando luego una risilla, Kaiba cruzó por los pasillos más lejanos de su salón de clases, dio vuelta hacia la derecha, pensó por un segundo que había perdido a Joey, pero un ladrido le dijo que estaba más cerca de lo esperado.

Logró ver una ligerísima salida, el cuarto de limpieza donde los conserjes guardaban sus utensilios de trabajo, caminó hacia allá, curiosamente también en el fondo y bastante alejado de las aulas escolares y los baños. Estiró una mano y abrió, dentro no había mucha luz, pero no se quedaría entre el olor a detergente y desinfectante de inodoro por siempre, sólo hasta que el perro siguiera su camino y lo dejara en paz. A todo esto: ¿por qué no solamente salía, le daba una paliza al perro y lo mandaba a freír espárragos con un encendedor?, a ver si así se le quitaba lo molesto. Ah. Era por eso, el torpe rubio andaba más molesto que de costumbre. ¿Qué se traería entre manos?

Idiota Wheeeler.

— ¿Kaiba estás ahí sí o no? —Cantó el rubio pasando de largo, Seto soltó un soplido.

—Al fin. —Dijo para sí mismo y después tomó la perilla para abrir la puerta, pero al salir se encontró una sorpresita.

— ¡Bu! — Antes de que Seto pudiese darse a la fuga de nuevo, Joey lo tomó por los hombros y lo hizo caminar hacia atrás, casi a tropezones, cerrando la puerta luego en la casi nula oscuridad del cuarto.

— ¿Qué haces? —Cuestionó Seto con su nariz  rozando la de Joey, el lugar era muy pequeño y su espalda chocaba perfectamente con los estantes del cloro.

—Te molesto, ¿qué no se nota?, me tendré que esforzar más. —Dijo Joey, descifrando entre las penumbras la cara malhumorada del castaño.

—Ya déjame en paz. —Exigió Seto, comprobando las sospechas del rubio.

—No, porque es divertido.

—Estúpido Wheeler, hay otros 300 alumnos en la escuela, ve y jodeles la vida a ellos.

—No sería divertido.

—Eres un idiota.

—Y tú un engreído, pero,  por alguna extraña razón me agrada molestarte. —Admitió acercando un poquito más su cuerpo, el perfume de Kaiba olía muy bien, sólo era por el perfume, nada más.

—Aléjate. —Exigió Kaiba una vez más, no muy seguro de querer que su voz sonara tan despacito.

—Últimamente me he estado preguntando, por qué me gusta tanto molestarte, por qué me gusta tanto ver tu cara de ogro transfigurado, por qué me gusta que me grites, que me mires, que te concentres en pensar diversas maneras de insultarme de manera culta y que yo no me dé cuenta. Que me hables, que me jalonees, ¿por qué? ¿Por qué eres tan interesante, Seto  Kaiba?

El libro cayó al suelo en un sonido hueco, las manos de Kaiba estaban aplastadas ya contra el pecho del rubio, su rostro desencajado, sus mejillas convertidas en dos brazas hirviendo.

—Yo, qué voy a saber de tus obsesiones perro loco, has perdido el poco juicio que te quedaba.

—Si o  tal vez es que en el fondo  me...

—Calla. —Interrumpió Seto, tapando la boca de Joey con una mano. —Eso no está bien.

Joey tomó esa mano, los dedos estremeciéndose en su palma, la sequedad de una piel tibia y sedosa. Se sentía bien. Joey sabía que no estaba bien, se lo habían enseñado de pequeño, no era bueno, no era de dios. Niñas con niños, no niños con niños, eso no era normal. Pero qué demonios, su vida nunca había sido normal: padre alcohólico y golpeador, madre que lo abandonó y le robó a su hermanita menor, escuela de locos donde consiguió los mejores amigos y las mejores palizas de su vida, viajes tridimensionales a tierras más viejas que su abuelo encanado y con dentadura postiza, trabajar de sol a sol por un mísero pago que su padre se gasta en borracheras. ¿Normal?, él no conocía la normalidad, porque la realidad era que no existía, pero existían los prejuicios...oh los prejuicios, más lacerantes que cualquier normalidad y más inservibles que una carta mágica en blanco.

— ¿Y a quién le importa si está o no está bien?

—A todos.

—Pues a mí no me importa lo que a todos les importa y no me importa si eso te importa porque es algo sin importancia.

—Idiota perro, que estupideces dices. —Pronunció Seto soltando luego una risita que revolvió de pies a cabeza a Joey.

—Qué lindo. —Dijo soltando la mano de Kaiba y dirigiendo sus dedos a la barbilla. —Voy a besarte.

Anunció esperando un claro no, pero Seto cerró los ojos, ese sería tal vez el único beso que obtendría en su vida, para qué desperdiciarlo. Los labios se tocaron, torpe y suavemente, una caricia cálida que duró unos segundos, tan corta que apenas pudo degustarla un poco en su piel.

—Kaiba, tal vez me gustas. —Pronunció el rubio.

— ¿No que era un cuatro ojos feo?

—Y yo un espurio prepuberto. —Dijo soltando luego una risilla ante sus mentiras. —Sólo te quería molestar, pero la verdad es que te vez lindo enojado, con tu seño fruncido, con las manos apretadas a los lados de tus costados y los brazos tiesos, aunque ahora que te escuché reír también me pareció lindo.

— ¿Tú quieres tomarme el pelo no es así?, el perro Wheeler enamorado de mí, sí, claro. ¿En qué dimensión me encuentro?, tal vez volví a quedarme pegado al mundo virtual y esta vez Mokuba no pudo traerme de vuelta.

Kaiba trató de alejarse un poco, pero el armario era pequeño, su corazón era pequeño en ese momento y no lo logró.

—Ay, tus ataques de paranoia también te sientan bien, te ves hasta simpático.

—Ya Wheeler, esta broma ha llegado demasiado lejos, déjame salir para volver a clases, seguro ya comenzaron.

—No creo que nadie nos extrañe y no, no te dejo salir. —Dijo Joey apretando más su cuerpo contra el de Kaiba.

—No Wheeler, ¡ya basta! —Gritó cuando sintió una parte demasiado intima frotarse contra su pierna.

—Basta qué, no estoy haciendo nada malo. —Contestó fingiendo demencia. Más. Si, más.

—No Wheeler, no...No. —Pidió Seto cuando la cadera de Joey se presionó contra la suya, en un arrebatador atrevimiento caliente. De pronto en el armario comenzó a hacer demasiado calor. La respiración del rubio se agito, Kaiba tuvo que sostenerse de su camisa, la impetuosa cadera de Joey se dejó ir, en un vaivén caliente que los raspaba contra sus ropas. —No está bien, somos  hombres...los dos, los somos, no está bien Wheeler. —Dijo Seto, escondiendo tras una garganta engarrotada todos los gemidos que deseaban escaparse por su voz.

— ¿Y a quién le importa; la sociedad, la escuela, la iglesia, la familia, los amigos?, no les importa Kaiba, a nadie más que a ti y a mi debe importarnos, somos tú y yo, no ellos y nosotros.—Dijo Joey sin dejar de mover su cuerpo contra el otro en ningún momento.—La realidad es que somos hipócritas Kaiba, la sociedad, la iglesia, se interesan en satanizar cosas como el amor entre parejas homosexuales y permiten la pedofilia casando niñas de 15 con hombres de 30 porque la chica salió embarazada, la escuela se especializa en crear patrones de conducta para que todos seamos carne del mismo cañón, jamás seres pensantes ni selectivos que toman sus propias decisiones, la familia, posiblemente tan podrida como los otros, aunque tal vez no muchas y por fortuna, los amigos, bueno, quien te quiere aunque te juzgue un poco te aceptará con sinceridad, porque sabrá comprenderte y amarte por quien eres.

— ¿Parece que tienes todo resuelto Joey? —Preguntó Seto, un tanto asombrado por el ligero y tal vez superfluo sentido introspectivo del rubio, sus manos fueron apresadas por las de Joey, ahora podía recordar el calor humano que perdió con la muerte de sus padres y se sentía bien, muy bien. ¿Cómo podría decir que estaba mal?, que aquel calor proveniente de su propio cuerpo, emanante en el éxtasis de su alma le llenaba de culpa, cómo decirlo sin sonar sucio, sin sonar fuera de lo normal. Tal vez eso no importaba, tal vez eran sus propios prejuicios los que no le permitían ir más allá.

—No todo, porque no sé bien qué es esto que siento cuanto te veo, yo no creí que fuera homosexual, pero si es por ti lo soy, porque me gustas, me encantas. —Dijo, acercándose tanto que Seto ya no pudo replicar, tomó el rostro del rubio entre sus manos y lo beso, uno corto y luego largo, sus labios inexpertos tentando las orillas del verdadero placer, el de sentirse apreciado con sinceridad.

—También me gustas perro pulgoso. Me gusta cuando entras tarde todas las mañanas al salón y llamas la atención de todos y  el maestro te regaña y te da un castigo, y tú, perro tonto, lo único que haces es sonreír, rascarte la cabeza y pasar a tu lugar. Me gusta que defiendes a quienes quieres con uñas y dientes  y aunque seas un tonto mediocre y descerebrado das todo por ellos.

—Yo también te quiero. —Dijo Joey en alusión a los un tanto bizarros motes cariñosos. Un par de gemidos escaparon, la fricción ya era demasiado fuerte y el calor del armario había aumentado tanto que parecía apenas quedaba suficiente oxigeno para uno, aunque lo compartirían si fuera necesario.

Kaiba se dejo ir cuando las manos de Joey comenzaron a abrirle la camisa y después el pantalón, al diablo los prejuicios, nadie antes se preguntó si estaba bien robar la herencia y después abandonar a dos niños pequeños en un orfanatorio, nadie se preguntó si era normal hacer estudiar 16 horas continuas a un niño de 9 años de edad, hacer que uno de 5 viviera prácticamente solo y abandonado en una gigante mansión. Nadie se preguntó si estaba bien o era correcto permitir que un adolescente llevara toda la responsabilidad de una empresa multimillonaria. Nadie. Entonces nadie tenía nada que opinar ahora.

Que el mundo callase si él quería amar, porque ante el grito de la pasión las mentes prejuiciosas se desgajan como un cerro húmedo por tanto llorar penas que no le corresponden.

Al volver a clases Kaiba ya no tuvo que pelear más por su lugar.

Ya lo tenía ahora, junto a Joey.


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