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Engendrando el Amanecer I por msan

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Notas del capitulo:

Espero que les guste. 

Tenía una expresión inexorable. Me sorprendí, por supuesto. Pensé en que si él llevaba una pistola en su casaca, aquellos serían los últimos minutos de mi vida. Me sentí perdido. Estaba agotado por dormir en el suelo en medio de pesadillas sobre el futuro, no tenía ánimo para intentar envolver la verdad en mentiras. Casi prefería que Miguel me diera un tiro a que Maurice supiera lo que tenía con Sora y Raffaele.

A la vez, lo que más lamentaba era que aún no había hecho el amor con Maurice. Caer en la cuenta de esto me hizo tomar la firme resolución de luchar por mi vida. Al observar a mi posible verdugo, noté que sus ojos reflejaban, además de odio, miedo. Decidí continuar aquella conversación, después de todo, los dos éramos personas racionales.

—¿Para qué preguntas semejante cosa? —respondí con sinceridad —. No vas a ganar nada.

—¡Igual quiero saberlo! —replicó desafiante.

Lo miré por un instante, buscando la mejor manera de decírselo. Me encogí de hombros, lancé un suspiro cansado y crucé los brazos sentándome un poco más cómodo.

—Efectivamente, hemos dormido juntos varias veces.

—¡Lo sabía!—gritó cerrando los puños y estrellándolos contra sus piernas.

—No puedes culpar a Raffaele. Te desea con locura. Está desesperado por contenerse y no volver a forzarte. Yo soy su desahogo.

—¿Y tú por qué demonios te acuestas con él si se supone que amas a Maurice? —me apuntó con su largo dedo enfundado en un guante negro.

—Porque estoy en la misma situación. Él se acuesta conmigo simplemente porque me tiene a su alcance, y yo hago igual. No te hagas ideas erróneas, no hay nada más que necesidad y conveniencia entre nosotros.

—¿No te basta con la mujerzuela que acabas de follar? —Miguel ya empezaba a colmar mi paciencia con el tono agudo de su voz—. No creas que engañas a alguien con tus excusas, sé bien que tienes una amante a espaldas de Maurice.

—No es una mujerzuela —corregí conteniendo mi enojo—. Es un bello joven, a quien aprecio mucho.

—¡¿Y te atreves a decir que amas a Maurice?!

—Lo amo, eso puedo jurarlo. Pero, mientras no consiga tenerlo, necesito de otros.

—¡Bonita excusa! —soltó con todo el desprecio que le cabía en su delgado cuerpo.

—Puede que esté excusando mi desvergüenza, pero es la verdad.

—¡No sé cómo ha podido Maurice enamorarse de ti! —concluyó pateando mi asiento.

—¡¿Te lo ha dicho?! —No pude evitar ilusionarme.

—No necesita decírmelo. Lo vi desde el primer momento en que nos encontramos, después de llegar a Francia, sólo hablaba de ti. Parece que lo has fascinado. ¡Deja de reírte de esa forma! Maurice no te va a perdonar que, después de declararle tu amor, te acuestes con otros y sobre todo con Raffaele.

—¿Vas a decírselo? —De repente me di cuenta del verdadero peligro que corría.

—¿Por quién me tomas? No quiero que Maurice y Raffaele vuelvan a pelear y menos por un libertino como tú.

—¡Gracias Miguel!

—¡No me agradezcas nada! No lo hago por ti. Sinceramente en este momento deseo arrojarte del carruaje para que tu linda cara quede deshecha.

Volvió el rostro hacia la ventana y por unos momentos reinó el silencio. Podía escoger entre continuar así y soportar un largo e incómodo paseo,  o seguir hablando y arriesgarme a cualquier tragedia. Elegí la opción más entretenida.

—La verdadera razón por la que no me arrojas del carruaje, es que eres un hombre inteligente. Sabes que has sido tú quien ha empujado a Raffaele a mis brazos cada vez que lo has rechazado.

—¡Eres un descarado!

—No puedo rebatir eso, como tú tampoco puedes negar lo que he dicho. ¿Por qué no perdonas a Raffaele de una vez por todas? Lo estás torturando constantemente.

—¡Tú no sabes nada!

—Sé lo que me dice mientras llora por ti entre mis brazos…

Lo siguiente que vi fue sus ojos brillando como un relámpago azul. Al mismo tiempo sentí su puño impactando en mi rostro y el sabor de mi propia sangre me inundó la boca. Quedé aturdido. Luego me dominó la ira y quise abofetearlo. Me contuve porque reconocí que me había buscado aquel golpe y cualquier otra cosa que él quisiera hacer.

—¿Es suficiente para ti con esto o de verdad vas a arrojarme fuera? —le dije mirándolo a los ojos.

Fue calmándose poco a poco. Se encogió en su asiento, con los puños apretados y la cabeza baja.

—Entiendo que me odies Miguel —me atreví a decir tratando de ser convincente—. Pero no soy tu enemigo, nada me complacería más que verte a ti y a Raffaele completamente reconciliados.

—No tiene sentido odiarte… —dijo sin mirarme—. Como bien has dicho, he sido yo quien ha empujado a Raffaele hacia tu cama.

Su rostro mostró tristeza y desesperación. Se mordió nervioso la uña del pulgar y se concentró en la vista por la ventana.

—¿Hay alguna esperanza de que tú y Raffaele puedan volver a… hacer el amor?

—¡No lo sé! r13;gritó levantando los brazos—. Lo amo, lo deseo, pero cada vez que me toca, me paralizo de miedo.

—Él está arrepentido...

—Eso no tienes que decírmelo, lo he visto yo mismo.

—Con el tiempo quizás puedas...

—Aunque logre vencer el miedo, hay otras cosas que se interponen. ¡Estamos condenados!

—¿Qué cosas?

—No puedo decírtelo… —contestó con la desolación reflejada en su rostro.

—Entiendo. No soy quién para entrometerme, pero debes hablar de eso con Maurice o con el mismo Raffaele.

—No Vassili, ellos no deben saberlo. Debería regresar a España cuanto antes pero no tengo fuerzas para alejarme de Raffaele.

Se dobló sobre sí mismo y sujetó su cabeza con las manos al tiempo que se lamentaba en español. Pude entender que decía "estoy atrapado".

—Miguel, si hay algo en lo que pueda ayudar...

—Si te pido que no vuelvas a acostarte con Raffaele, ¿lo harías?

—Eso depende de él. Pídeselo, seguro que te hace caso.

—Si pudiera pedírselo a él, no estaría perdiendo el tiempo hablando contigo. Ni siquiera quiero que sepa que me he enterado de lo que hay entre ustedes, volvería a atormentarse. No quiero que siga sufriendo por mí.

—No voy a mentirte, no puedo rechazar a Raffaele. Así que tendrás que apresurarte y vencer tu miedo o él continuará terminando en mis brazos.

—¡Ya te he dicho que no es sólo por miedo! —gritó y golpeó las paredes del carruaje por lo que el cochero se detuvo creyendo que le llamábamos.

—¿Desean algo, señores? —preguntó el buen hombre.

—Llévenos a la taberna Corinto.

—¿Qué haces?—reclamó Miguel sorprendido.

—Todavía no he desayunado, ¿quieres acompañarme?

—Me parece bien. Tampoco pude comer, tía Severine apareció de repente y nos amargó a todos el desayuno.

—Seguro te gustará la comida de ese lugar.

—Lo dudo. La cocina francesa no suele complacerme.

—Eso es porque tienes el paladar tosco, como todos los españoles.

Soltó un bufido y una palabrota en su idioma, cruzó los brazos y volvió a acomodarse para ver el paisaje. Durante el resto del camino ninguno habló. El seguía ocupado en no mirarme y yo continuaba estudiándolo subrepticiamente. Lo consideraba un enigma.

El dueño de la taberna Corinto se alegró mucho al verme y quedó encantado de conocer a Miguel, quien podía ser amable cuando quería. François, Etienne y varios de sus compañeros de la Sorbona llegaron antes de que termináramos de comer. Nos acompañaron en la mesa y pronto todo fue algarabía y un ir y venir de platos, vasos y botellas.

La conversación giró en torno a nuestro invitado español. Éste lucía feliz. Llegó a interpretar magistralmente una alegre canción con la vieja guitarra del tabernero, dejando a todos embelesados por su habilidad y buena voz.

Ese día descubrí que Miguel amaba ser el centro de atención y que lucía aún más hermoso cuando el vino le daba color a sus mejillas. También descubrí que sabía usar su belleza y astucia para seducir, porque en cuestión de minutos toda la taberna estaba a sus pies. Era un hombre fascinante como, obviamente, debía ser la persona capaz de conquistar a Raffaele.

Lo que me preocupó fue que de nuevo tuve la impresión de estar ante una mujer. No puedo explicar por qué. Se trataba de algo más que sus ademanes rebuscados o lo delicado de su aspecto, había un no sé qué en él que me llevaba a pensar que estaba ante una mujer. Quizás fue simple intuición.

Lo cierto es que los demás reaccionaban ante él como lo hubieran hecho ante una mujer, una muy pícara y sensual que les hacía hervir la sangre mientras la devoraban con los ojos. Hasta el mismo Etienne aprovechó el final de una de sus canciones para felicitarlo con un abrazo y un beso en la mejilla. Puede que todo se debiera al vino.

Cuando salimos de la taberna, después de haber unido el desayuno con el almuerzo, Miguel estaba algo mareado y muy contento. Los demás le hicieron prometer que volvería y varios le besaron la mano como despedida.

—Parece que eres la reina de Corinto.

—¡La reina del mundo entero si me das más vino! r13;contestó mostrando su rostro sonrojado.

—Has bebido más de la cuenta.

—Mira quién lo dice, al menos yo puedo caminar.

—Pero no muy bien. Volvamos al palacio para que no digan tus primos que te he influenciado.

—Llévame de paseo r13;suplicó seductor, colocando sus manos en mi pecho y acercando su rostro al mío. Tuve que contener el aliento ante la sensación que recorrió mi cuerpo. No podía caer bajo el hechizo de Miguel.

—Pero…

—Si volvemos ahora quizá nos encontremos con tía Severine. No quiero verla, ella es capaz de hacerme sentir mal con una simple mirada.

—De acuerdo, tomaremos el camino más largo. Ahora suba al carruaje, su alteza.

—Gracias Vassili, eres un imbécil muy encantador.

—¿Lo de imbécil es por acostarme con el hombre que amas y rechazas cada noche? —susurré a su oído mientras lo ayudaba a subir.

—Sí y por ufanarte tanto de eso. Recuerda lo que dijiste, eres lo que tiene a su alcance. Cualquiera le viene bien, pero nadie puede borrarme de su corazón. ¡Raffaele es mío!

Me amargó un poco recordar a Sora por sus palabras. Sospeché que toda la euforia que mostraba escondía su dolor. Ordené al cochero que nos llevará al palacio después de recorrer algunos parajes que pudieran gustar a Miguel. Él se mostró animado e incluso pidió detenernos para disfrutar del paisaje. Al igual que Maurice, amaba la naturaleza.

Después de unas horas, los dos comenzamos a sentirnos adormilados. Decidimos que ya eran suficientes dilaciones y emprendimos el regreso al Palacio de las Ninfas. Miguel fue quedándose dormido poco a poco. Yo me dediqué a contemplarle con el corazón inquieto.

Le compadecía. Era otra de las víctimas de mi telaraña. Podía medir cuánto le humillaba y atormentaba saber que Raffaele y yo habíamos hecho lo que él no se atrevía.

Pensé en como Miguel se echaba toda la culpa y soportaba en silencio mientras que Sora maldecía y hechizaba. ¿Qué haría Maurice si llegaba a enterarse de mis correrías? Me recorrió un escalofrío y decidí olvidar el asunto.

Llegamos al palacio a media tarde. Madame Severine ya se había marchado. Miguel se encontraba más despejado y habló de nuestra visita a la taberna Corinto con alegría. No dejó traslucir lo que sabía y empecé a preguntarme si no estaba ante un maestro del disimulo.

Su bello rostro se me asemejó a una máscara. ¿Qué había detrás? ¿Cuál era el verdadero Miguel? Empezaba a obsesionarme con descubrirlo, aunque temía que, si mostraba mucho interés en él, Raffaele me daría una paliza.

En los días que siguieron, continuamos trabajando en las pinturas del Paraguay. La única novedad fue que Miguel se volvió muy cercano a François y Etienne. Especialmente a este último. Recuerdo que un día escuché que algo crujía a mis espaldas. Me di la vuelta y vi a Raffaele furioso, acababa de romper un pincel con sus manos al ver a Miguel y Etienne riendo juntos.

—Se han hecho amigos desde que fuimos a la taberna —le dije para tranquilizarlo.

—Tú no conoces a Miguel. Le está coqueteando. El muy maldito es peor que la mujer de Oseas.

—No exageres.

Me burlé de sus celos para que olvidara el asunto, aunque sospeché que Miguel se estaba cobrando la infidelidad de Raffaele de una manera infantil y efectiva. Suerte que Etienne no tenía idea de nada y sus ojos solían ir tras una de las sirvientas del palacio llamada Evangeline.

Más de una semana después, poco antes de que los frescos estuvieran terminados, Maurice pudo volver a caminar perfectamente. Para celebrarlo lo primero que hizo fue montar a caballo, a pesar de que el doctor le había advertido que no se esforzará demasiado.

Se dedicó a apostar carreras con Miguel en los jardines. Raffaele los contemplaba desde las escaleras del palacio, mordiendo angustiado su pañuelo. Cuando me reuní con él, me burlé de su aprehensión acusándolo de ser peor que una gallina clueca. Pronto me di cuenta de que había razones para temer.

Maurice había hecho colocar varias sillas como obstáculos para saltar. Al verle volar sobre aquel animal no pude reprimir un grito. Mi voz fue opacada por la de Raffaele quien se levantó de un salto y corrió a poner fin a aquel intento de tragedia.

—¡Detente Maurice, vas a terminar con todos los huesos rotos!

—Deja de gritar, casi espantas a mi caballo —contestó fastidiado.

—Es suficiente ejercicio por hoy. Aún no te has recuperado por completo. Tienes que ser cuidadoso.

—¡Ya no soy un niño!— declaró furioso y azuzó a su caballo para marcharse a galope rodeando el palacio.

—Ya lo has ofendido—se quejó Miguel acercándose sobre su animal.

—Sólo quiero evitar una tragedia —se defendió Raffaele tomando las riendas del caballo.

—No entiendes a Maurice. Lo mortificas cuando te preocupas tanto por él. Quiere que lo consideres alguien capaz. Desde niño te ha admirado y ha querido ser como tú.

—¿Te burlas de mí?

—Hablo en serio. Cuando conocí a Maurice en España, no paraba de hablar de lo grande, fuerte y hábil que le parecía su primo Raffaele. Tú eras su ideal.

—Bueno, es cierto que antes me admiraba mucho. De pequeños éramos inseparables y, después de marcharse a España, cada vez que lo visitaba no tenía ojos sino para mí. ¡Era tan lindo!

—Y tú un engreído —agregó el español con malicia.

—Pero igual te enamoraste de mí —susurró Raffaele con picardía.

—Lamentablemente —Miguel se inclinó y lo besó.

—Entonces, ¿Maurice ha hecho esta carrera para impresionar a Raffaele?—pregunté queriendo hacerles notar que no estaban solos, mientras miraba a todos lados temiendo que alguien los viera.

—Creo que lo ha hecho para impresionarte a ti, Vassili —dijo Miguel sonriendo—. Voy a alcanzarlo.

Se marchó a galope dejándonos a los dos ensimismados. Por mi parte, me causó cierto rubor pensar que Maurice quisiera impresionarme. Aunque lo más probable es que estuviera aburrido y deseando desquitarse por tantos días condenado a usar muletas.  

—Quiero volver a ser el ideal de Maurice —suspiró Raffaele—. Sé que lo he decepcionado de muchas formas.

—Bien sabes que no es así.

—Me ha perdonado por ser un miserable, pero eso no quita el hecho de que me considera como tal.

—¿Y qué vas a hacer?

—¡Voy a reconquistar a mi pelirrojo salvaje!

—Mejor termina de reconquistar a tu ninfa de acero.

—Bonita manera de llamar a Miguel. Se lo diré cuando vuelva.

—¡Oh, no por favor! No quiero que me corte la cabeza.

Nos reímos un rato y luego él se marchó a París por algo urgente que se le acababa de ocurrir. Yo maté el tiempo leyendo en mi habitación hasta que Maurice regresó. Su humor había mejorado. Se recostó junto a mí en el sillón en el que me encontraba.

—¡Estoy cansado! —exclamó contento mientras se quitaba las botas llenas de polvo.

—¿Te has divertido?—pregunté quitándole hojas del cabello y sacudiendo el polvo de su blusa y pantalón.

—¡Le he ganado a Miguel!

—Bien hecho. ¿Te recompensó? —Me miró como si no entendiera, así que aproveché para besarlo. Se quedó rígido—. ¿No te gusta mi recompensa?

—Es una recompensa peligrosa...

—Nada de eso. Es un simple gesto de cariño entre dos amigos que se desean en secreto —respondí guiñando un ojo con picardía.

—¡No tienes remedio! —Se levantó, tomó sus botas y salió. Podría jurar que sonreía de oreja a oreja.

Raffaele regresó en la noche trayendo una caja grande y alargada. La colocó en la mesa en la que solíamos jugar a las cartas, en uno de los salones de la primera planta.

—Maurice, recordé que no te he regalado nada por tu cumpleaños—dijo muy solemne— así que te he comprado algo que seguramente te gustará.

—¿Cumpleaños?— pregunté dándome cuenta de que no sabía el día en que Maurice había nacido.

—Fue hace meses —murmuró Miguel tranquilizándome.

—¿Qué te traes entre manos? —gruñó Maurice suspicaz—. Si has metido una serpiente ahí dentro, te la haré tragar.

—¡Abre la maldita caja de una vez! —ordenó Raffaele.

—¡No! ¡Ábrela tú si quieres!

—De acuerdo. Se ve que los jesuitas no te han enseñado a ser obediente y agradecido —refunfuñó mientras quitaban la tapa y dejaba a la vista un juego de armas bellamente decorado.

Maurice se quedó sin palabras. Luego aplaudió y tomó el mosquete para revisarlo con la habilidad de un experto. Hizo lo mismo con las dos pistolas que lo acompañaban. Lo que siguió fue una larga conversación entre los tres primos sobre las virtudes de aquellas armas. Yo no tenía idea de que el tema fuera tan extenso, así que me limitaba a contemplar sus rostros felices.

Raffaele propuso salir unos días de cacería para qué su primo pudiera darle buen uso a sus nuevos juguetes. Todos aceptamos, menos Miguel porque había recibido una carta de su madre pidiéndole encontrarse con él.

—¡En esta casa no vuelve a poner un pie! —sentenció Raffaele —Y tú no deberías verla después de que se atrevió a abofetearte.

—Dice que está muy arrepentida. Quiere que vaya a pasar unos días con ella en casa de Sophie.

Nos resignamos a no contar con él para la jornada de cacería y continuamos haciendo planes. Maurice estaba muy entusiasmado. Yo no le encontraba ninguna gracia a semejante actividad pero, con tal de complacerle, estaba dispuesto a pasar incomodidades.

Al día siguiente, Raffaele cambió mis planes.

—Por favor, Vassili, inventa una excusa para no ir con nosotros de cacería. Quiero pasar tiempo a solas con Maurice.

—De ninguna manera.

—Te pagaré una noche con Sora. Por favor, sólo quiero que vuelva a verme como un hermano mayor.

Aunque la idea de dejarlos solos despertaba mis celos, no podía dudar de la sinceridad de Raffaele.

—De acuerdo, pero pagarás por tres noches en el Palacio de los Placeres. Y nada de tocar, besar o dormir en la misma cama con Maurice. Sabré si lo has hecho porque él no miente. Y como te propases con él, voy a seducir a Miguel en venganza.

—Miguel nunca te hará caso —respondió encogiéndose de hombros.

—No lo creas. Se ve muy necesitado y ya sabes de qué son capaces los hombres necesitados

—¡Eres un...!

Me alegré de que por una vez perdiera los estribos. Al final aceptó todas mis condiciones. Maurice ni siquiera se inmutó al saber que ya no le acompañaría. Estaba tan entusiasmado con sus nuevas armas que no prestaba atención a nada más.

Acordaron pasar tres días en el refugio del bosque. Aproveché mi abandono para visitar a Sora y dormir a gusto durante todo el día. Quería evitar a la vieja Agnes, quien insistía en mirarme como un huésped indeseable cuando me encontraba solo. Mi mayor temor era que se presentara madame Severine y me echara. Por suerte la abadesa debió estar ocupada y no me importunó con su presencia.

El segundo día me levanté a la hora del almuerzo. Pedí que me lo trajeran a mi habitación para no soportar a la vieja Agnes recriminarme con la mirada cada bocado. Luego, escribí en mi cuaderno de apuntes las últimas novedades de la semana. Y continúe mi lectura. Todo indicaba que sería un día tranquilo hasta que escuché que tocaban el piano. Me alegré porque significaba que alguno de los primos había regresado. Supuse que se trataba de Miguel.

Al acercarme al salón noté que la pieza era interpretada con torpeza. Entonces creí que se trataba de un sirviente o de un fantasma. De pronto lo que se escuchó fue un estruendo disonante. Apure el paso y encontré a Miguel descargando sus puños contra las teclas. Estaba llorando y tenía la ropa mal arreglada.

—¿Qué haces Miguel? —No respondió, continuó como si hubiera perdido la razón.

Lo sujeté de los brazos y lo alejé del piano. Le hablé y no parecía escuchar. Entonces lo sacudí y le grité. Al fin me miró, volvió a ser consciente y se echó a llorar desesperado.

—¿Qué te pasa?

—¡Córtalas! —suplicó mostrándome sus manos —¡Corta las vendas, me hacen mucho daño!

No entendí a que se refería hasta que le quité uno de sus guantes y descubrí que toda su mano estaba vendada, incluso cada dedo. Las vendas estaban tan apretadas apenas podía mover las manos.

—¡¿Estás herido?!

—¡Córtalas por favor!

Me fue imposible deshacer los nudos. Me pidió que le ayudara a llegar a su habitación, donde tenía unas tijeras. Cuando puse mi mano sobre su espalda, se quejó de dolor. También caminaba con dificultad. Seguí insistiendo en preguntarle si se encontraba herido, pero él lo único que quería era deshacerse de los vendajes.

Al entrar en su habitación, está se encontraba en perfecto orden porque Miguel tenía varios días sin usarla. Le ayudé a sentarse en su cama y busqué las tijeras en el sitio que me indicó.

Yo no paraba de hacer preguntas que él no tenía fuerzas para responder. Cuando corté los nudos y las vendas cayeron de una de sus manos, descubrí algo terrible, algo que nunca olvidaré ni perdonaré.

La fina mano de Miguel estaba llena de cicatrices. No eran recientes y la mayoría parecían ser de quemaduras hechas con una delgada barra ardiente, también había señales de cortes.

—¿Qué te ha pasado?

—¡Por favor, corta estas también! —insistió mostrando su otra mano. Me apresuré en quitar las vendas y la encontré en el mismo estado.

—¿Qué te ha pasado?—repetí—. ¿Por qué tienes así las manos?

—¡Vassili, por favor, quítame todas las vendas! —suplicó mientras se deshacía de su casaca, chupa y camisa, para mostrarme su torso vendado.

Me asusté. Las vendas también estaban apretadas, supuse que Miguel había sufrido una verdadera agonía. No hice más preguntas y corté los malditos nudos que parecían estar hechos con saña. Noté además que había sangre en las partes que cubrían su espalda.

El horror me dominó cuando retiré todos los vendajes. Miguel tenía cubierta su espalda por marcas de latigazos recientes y cicatrices de quemaduras más antiguas. Alguien lo había torturado varias veces.

—¡¿Quién…?!— exclamé escandalizado y furioso. Él se limitó a llorar ocultando su rostro. Una imagen vino a mi mente y no tuve dudas—. ¡Ha sido tu madre!

Él no respondió. Se recostó en la cama y se encogió abrazándose a sí mismo. Yo estallé en maldiciones contra madame Pauline y decidí tomar acción.

—Enviaré a buscar a Raffaele y a Maurice, haremos pagar a esa mujer por lo que te ha hecho.

—¡No, por favor!—gritó levantándose de un salto y sujetando mi mano para detenerme—. Ellos no deben saber de esto. Sobre todo Raffaele no debe saberlo.

—No puedes ocultarle algo así. Tu madre se ha sobrepasado, lo que ha hecho es un crimen.

—¡Tío Philippe lo ordenó! ¡Él fue quien mandó a castigarme antes, cuando supo que era amante de su hijo! Raffaele no debe saberlo...

Mi mente fue una marejada de confusión. No pude articular nada coherente. Él continuó intentando convencerme de que guardara el secreto.

Se veía desesperado, destruido. Otra imagen nueva, quizá la más verdadera de aquel hombre que hasta ese momento apenas apreciaba. Tuve la impresión de estar ante una puerta y que si la abría no iba a conseguir volver a cerrarla. Al otro lado me esperaba Miguel con todos sus misterios desvelados. La cuestión estaba en si yo quería conocerlo, si soportaría otra historia triste, otra desgracia...

Verlo tan sólo, porque realmente lo estaba, me decidió a dar un paso hacia él y pedirle que me explicara todo. Miguel titubeó, entonces volví a amenazarlo con buscar a sus primos. Se colocó la camisa y se sentó en la cama. Yo llevé una silla ante él y me dispuse a escucharle.

Cada palabra fue como una rama llena de espinas que salía de él para envolverme y atravesarme a mí. Quedé completamente cubierto por oscuras y afiladas zarzas, tal y como Miguel llevaba años atrapado. Desde entonces he deseado hacerle libre y feliz, aun sabiendo que ese papel nunca me ha correspondido.

Una vez que compartí su dolor, no pude dejar de sentir la necesidad de salvarlo, de borrar sus cicatrices y limpiar sus lágrimas. Miguel, mi hermoso Miguel, espero haber sido al menos un buen amigo. Tú lo fuiste para mí, sin duda.

Maurice fue mi vida, Raffaele mi cómplice, Sora mi amante y tú fuiste mi mejor amigo. Te quiero y nada hará menguar ese sentimiento, como sé que en tú corazón siempre voy a tener un refugio. Nuestra historia está ligada desde aquellos días en los que te conocí tal cuál eres y esos lazos nunca se romperán.   

 


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