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Engendrando el Amanecer I por msan

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Notas del capitulo:

Ay, llegó el momento que cambió todo...

III

Su Manera de decir adiós...

 

 

Pensar que Maurice se había olvidado de volver con los Jesuitas fue un gran error. Su padre y su hermano no le conocían realmente y yo no tenía idea de lo que  era capaz de hacer este encantador jovencito, con la inteligencia más despierta y el rostro más bonito que yo había encontrado en toda mi vida.  

Nunca hubiera adivinado la firmeza de su determinación, ningún obstáculo fue suficiente para hacerle desistir de lo que se proponía, hasta parecía volverse más ingenioso en la medida en que aumentaban sus problemas. Creo que no miento si  digo que mi amigo disfrutaba el tener al mundo en su contra, podía darse el gusto de saltar sobre nosotros y dejarnos atrás mientras corría hacia su objetivo... Sí,  definitivamente  Maurice era una de esas personas a las que no se debe  juzgar por su apariencia,  su fragilidad exterior escondía  una implacable obsesión,   él nos enseñó a todos que no debíamos subestimarlo nunca.

—¿Nápoles...? —exclamó el viejo al escuchar de los labios de su hijo las palabras más inauditas—. ¿En serio quieres acompañar a Raffaele?

—Él insiste en que me fascinará el viaje y hace tiempo que no veo a mi tío...

—Cierto, cierto, tu tío te quiere mucho y ha estado muy preocupado por ti... Me parece excelente que vayas a verle. Además, en Nápoles las mujeres son muy hermosas, la madre de Raffaele era el mejor ejemplo de eso, quizá hasta te enamores...

—Sinceramente padre, prefiero las mujeres francesas y, de todas formas, no es para eso que voy...

         Así se acordó el viaje. Para el Marqués era una oportunidad de oro: quería que su hijo experimentara la vida a la que renunciaría de hacerse Jesuita, que esa vida lo envolviera en sus brazos con la seducción de una amante, y que el pequeño Maurice encontrara en sus labios la ambrosía de los dioses.

—Este viaje es una oportunidad para alguna aventura y más si lleva de compañero al bribón de Raffaele —se jactó cuando hablamos en privado- Seguramente Maurice regresa  enamorado.

La Iglesia perderá uno de sus ministros...

La Iglesia agradecerá un Jesuita menos...

Ah, yo no tenía intención de permitir que llegara a serlo. Es lamentable que esta guerra se termine sin haber entablado la primera batalla.

—Pero usted le agradó a mi hijo, Monsieur,  le ha visto con ojos de amigo. Eso es mejor, así siempre podré contar con sus consejos para alejarlo de los hábitos.

         Me quedé un momento perplejo y luego me eché a reír, reí a carcajadas.

—¿He dicho algo gracioso? —preguntó consternado el viejo Marqués.

—¡Ya lo creo que sí!,  se supone que debo hacer todo lo contrario... —y seguí riendo, era el efecto de los días placenteros en aquella casa. El Marqués se unió a mí soltando una estentórea carcajada.

—¿Qué ha pasado aquí? —escuché decir a mis espaldas—. ¿Puedo conocer el motivo de tanta alegría? —era Maurice.

         Por supuesto no podíamos decirle nuestras razones, sería caer sobre un tema desafortunado y él traía una sonrisa  radiante.

—Cosas de viejos... —dijo el Marqués para salir del paso.

—¿De viejos? —replicó Maurice con picardía—. Eso se puede decir de usted,  padre mío, pero Monsieur Vassili  apenas es unos años mayor que yo,  y  me considero en la plenitud de la juventud —luego enlazó su brazo con el mío con una familiaridad que me sorprendió—. No se deje injuriar de esa forma, mi buen amigo. Vamos a demostrarle a este anciano lo joven que es usted, ¿quiere acompañarme a montar...?

         No pude hacer más que balbucir excusas tontas. Me sujetó con fuerza y me arrastró tras él; su padre se quedó protestando que también estaba en la plenitud de la juventud y sabía montar muy bien.

—Está usted de un humor exquisito —le dije mientras cabalgábamos por el bosque que rodeaba la Villa de los De Gaucourt.

—¿Eso le parece? Es curioso cómo podemos mostrarnos ante los demás. La verdad, mi amigo, es que estoy melancólico por el viaje.  

—Exagera, apenas estará ausente unos meses. Claro que dejar Francia, aunque sea por poco tiempo, siempre entristece. ¡Francia no tiene comparación!

—Me gusta vivir en Francia porque aquí se encuentran las personas que amo. Cuando mi madre me llevó a España anhelaba volver aquí para ver a mi padre,  a Joseph,  a Raffaele y  a mi tío. Pasé días muy tristes hasta que aprendí a conformarme con sus cartas y sus visitas... Espero que  igual que en ese tiempo pueda acostumbrarme a vivir lejos de ellos.

—Deje de preocuparse por eso, se divertirá tanto en su viaje que no tendrá tiempo de echar de menos a su padre; aunque, no tarde en regresar, o  el Marqués podría extrañarle tanto que  pediría  las  alas para ir a buscarlo.

—Sí, lo sé... pero el pobre nunca tendrá esas alas, y yo... —no pude escuchar el final de su frase, espoleó su caballo y se lanzó a galope. Tuve que hacer lo mismo para darle alcance y ya no volvimos a tocar el tema, su melancolía parecía haber desaparecido.

¡Desgraciado de mí! ¿Cómo no sospeché nada? ¡Debí adivinarlo! Maurice nunca pudo guardar completamente  sus secretos, poseía una sinceridad que espantaba y muchas veces se metió en problemas por no ser capaz de callar lo que pensaba. Pude haber leído entre líneas lo que se traía entre manos y así evitar que se encontrara con su gran obsesión: ese lugar y esa gente que nunca olvidó y a la que siempre amó hasta el punto de sacrificarme incluso a mí por ellos. Si Maurice nunca hubiera emprendido este viaje, su vida hubiera sido completamente diferente y la mía también.

Pero dejemos para más adelante el resultado de este fatal viaje, ahora es el triste momento de la despedida.  El día acordado Maurice partió hacia Paris, allí debía encontrarse con Raffaele para emprender el viaje rumbo a Nápoles. Para estupor de todos, su primo se presentó una semana después con una terrible noticia: Maurice jamás había llegado a su destino.

Es difícil plasmar sobre el papel la marejada de sentimientos que se desató en nosotros, aún después de muchos años puedo rememorar la angustia que me invadió como quien palpa la cicatriz de una vieja herida, a pesar de que en aquel momento Maurice no era ni la sombra de lo que llegaría a ser en mi vida, me sentí muy mortificado. Por supuesto mucho mayor fue el sufrimiento de su pobre familia; me conmueve recordar al pobre Marqués encogido de dolor, Maurice era capaz de ser tan inmisericorde en ocasiones.

Todos queríamos respuestas y Raffaele hizo lo que pudo por explicar la situación. Maurice había acordado reunirse  con él una semana más tarde en Paris y sólo se dio cuenta del engaño cuando recibió un paquete de cartas.

—Lean y entérense por ustedes mismos... —gruñó mientras arrojaba las cartas sobre la mesa. Luego  fue a sentarse junto a una de las ventanas. Pocas veces le vi tan enojado.

—¡Se ha marchado, ha huido para estar con esos demonios ensotanados! —gritó el Marqués, luego darle una mirada a su carta.

—¡Le voy a obligar a volver! —declaró Joseph, mientras estrujaba el funesto papel que Maurice le había dedicado—. ¡Si tengo que acudir al Rey o al Papa, lo haré!...

—Pero si llega a hacer los votos antes...

—No te preocupes, padre, no lo dejaremos. Y si los hace, no me importa. ¡Le haré volver aunque tenga que arrancarlo del altar!

Joseph había perdido completamente la paciencia, en algunos momentos se había mostrado a favor de la vocación de su hermano, más por respetar su libertad que por compartir sus convicciones religiosas, pero el disgusto que Maurice nos hacía pasar con este escape tan bien orquestado le convertía ahora en su principal opositor.

—¡¿Acaso no han leído las cartas?! —gritó Raffaele estallando en lágrimas—. ¡Ya ha abandonado Francia!...

—Aunque nos lleve una semana de ventaja, podemos alcanzarlo...  —Joseph ya estaba llamando a uno de sus sirvientes para preparar su viaje—. Seguramente ha ido a España, contactaremos al Duque De Meriño  y...

—¡Lee la maldita carta completa! ¡Se ha embarcado a América!

Por un momento lo único que se escuchaba era el eco de la voz de Raffaele rompiendo todas nuestras esperanzas. Joseph y el Marqués obedecieron y finalizaron sus cartas. Sus rostros confirmaron la desgracia: Maurice iba camino a las indias, al nuevo mundo, a las colonias donde podía perderse hasta hacerse inalcanzable. Tal era  su resolución de ser Jesuita.

—Esto es culpa de la loca de su madre, ella le dejó ser Jesuita ¡Estúpida mujer, ahora nuestro hijo va camino a una muerte segura! — se llevó la mano al corazón y dio claras muestras de sentir dolor, tuvimos que ayudarle a sentarse—. ¡Un niño tan frágil no sobrevivirá semejante viaje! —terminó murmurando mientras lloraba desesperado.  

Virgine salió del salón para enviar a un sirviente a buscar al médico de su marido.  Adeline se acercó a Joseph y con un ligero roce lo interrogó, él le miró y asintió.

Se ha marchado al Paraguay...

Era la primera vez que escuchaba hablar de aquel lugar. Creo que mi vida fue marcada desde ese momento pues, años después, el Paraguay sería para mí un lugar que odiaría y amaría hasta agotar mi corazón. Decir Paraguay, es decir una fuerza de la naturaleza ante la que tuve que rendirme y aceptar que era la dueña de lo que yo más he deseado en la vida: el corazón de Maurice...

En verdad, si este viaje nunca se hubiera realizado otra hubiera sido nuestra historia; aunque es probable que incluso no llegáramos a ser lo que fuimos el uno para el otro, por eso tengo casi que agradecer que ha existido  un lugar tan hermoso en este mundo como lo que fue la Republica Guaraní del Paraguay, de ese lugar idílico, de esa utopía materializada, Maurice nunca regresó.  

Ah, estos recuerdos hacen que mi corazón se torne melancólico y hasta parece pesar,  pero debo volver a mi relato…

Cuando Adeline escuchó a Joseph, trató de confortarlo, pero él no estaba para escuchar palabras dulces y se alejó. Entonces la preciosa dama me miró desamparada, yo me encontraba  auxiliando al viejo Théophane y sólo cuando regresó Virgine intenté hacerme cargo de la situación.

—¿Dice cuándo y dónde pensaba zarpar? Quizá aún no se ha hecho a la mar...

—Maurice escribió que enviaba las cartas antes de zarpar por lo que era inútil intentar detenerlo, ya  estaría navegando para cuando yo las leyera. No dice nada del puerto —Raffaele pareció recordar algo que lo reanimó—. ¡Quizá sea mentira! Lea su carta para ver si dice lo mismo, a usted no le mentiría...

—¿Mi carta?

—También a usted le ha escrito —Raffaele señaló  las cartas que quedaban en la mesa, efectivamente una me estaba dirigida; ¡la primera carta que me escribió Maurice!...  Me alegro de haberla conservado.

La esperanza  iluminó el rostro de todos quienes  me rodearon mientras intentaba abrir y leer la misiva de la que no me sentía merecedor. Leí en voz alta pues su expectación era tal que me hubieran arrancado la carta de las manos de no haberlo hecho:  

“Mi querido Monsieur Vassili Du Croise, le ruego me perdone por este atrevimiento, pero le tengo por persona muy serena y capaz de contagiar serenidad. Confío que recordará  nuestra conversación sobre las alas de mi padre, pues bien, ahora él las anhela y nunca las tendrá. Aunque lo intente esta vez no podrá hacerme regresar su lado.

Temo que le voy a causar mucho dolor a  mi querido padre y puede que él nunca me perdone. Por favor, Monsieur, por el Dios a quien ambos servimos, ayúdele,  bríndele su consuelo para que le sea llevadera la pena  que le estoy causando a él y a  mi muy amada familia.

Sé  en que usted comprenderá mejor que nadie mis motivos: Dios me llama y sólo respondiéndole podré sentir que estoy vivo.  Tengo la esperanza de que algún  día este dolor que siento por dejar a mi familia se transforme en una dicha que pueda compartir con ellos, porque nuestra felicidad está en dar gloria a Nuestro Señor, y eso es lo que quiero hacer en tierras tan lejanas.

Espero que algún día mi padre me permita escribirle, si ese día no llega, por favor dígale que lo llevo en mi corazón y que al Corazón de Dios los encomiendo.

Gracias Monsieur, estoy seguro de que usted atenderá a mis ruegos y me mantendrá en sus oraciones para que yo sea fiel a Nuestro Señor.

Maurice De Gaucourt S.J” 

 

Las iniciales S.J. ponían un sabor amargo  a sus palabras. Las esperanzas de todos quedaron desechas, la carta no daba la menor pista sobre si había partido ya o si teníamos alguna oportunidad de detenerlo.

Raffaele acusó a Maurice de hipócrita y juró que jamás lo perdonaría por haberle usado como excusa para huir. Joseph se negó a rendirse y empezó a prepararse para inspeccionar cada puerto español desde el cual Maurice podría haber partido.  El viejo Théophane, en cambio,  se sumió en el silencio y dejó que todos anduviéramos de un lado a otro cavilando soluciones hasta que sentenció:

—Hay que recurrir a Philippe.

Efectivamente el padre de Raffaele tenía suficiente poder para obligar a la Compañía de Jesús a devolver semejante novicio, nuestros corazones  volvieron a llenarse de confianza.  Joseph sugirió que era un asunto para tratar personalmente y, contando con  que el Duque se encontraba por el momento en Nápoles, prepararon el viaje.

Unos meses después volví a reunirme con el Marqués para cumplir con la misión que Maurice me había encomendado y asegurarme de que el sufrido padre se encontrara bien. Me contó que su cuñado apoyaba la decisión de Maurice, ¡cosa inaudita!  Nadie imaginó que  el inteligente muchacho se había presentado ante su tío y le había suplicado que lo dejara ser misionero en América; ante semejante aplomo, el Duque había terminado dando su bendición en lugar de detenerle. Maurice había jugado bien, y le había quitado al Marqués todas sus cartas.   

—Esto es algo que jamás le perdonaré a Philippe, no es más que un infeliz que ha entregado a Maurice a esos malditos Jesuitas.

Y siguió con una larga retahíla de maldiciones contra el Duque y una aún más larga contra los terribles religiosos. Yo empezaba a temer por su salud  y me dediqué una temporada a hacerle compañía intentando en vano que llevara lo mejor posible su pérdida. Afortunadamente llegó la primera carta de Maurice, enviada el mismo día que  desembarcó en América,  declarando nuevamente su amor por su familia, y garantizando que había llegado bien y que era muy  feliz.

Ante esto el viejo Marqués profetizó:

—Volveré a verlo, lo siento en mi corazón. Me quiere y no me dejará morir sin poder darle un abrazo.

Entonces debe cuidar su salud para que pueda esperar por ese  día le dije aprovechando la circunstancia.

Como si se tratara de un niño obediente, el Marqués recuperó el apetito, controló su bebida y ya no volvió a tener ataques de ira o melancolía. Yo nunca pude entender esa corazonada suya; admito que esa esperanza surgida de la nada fue realmente providencial y oportuna,  sin ella aquel buen hombre no hubiera sobrevivido.

Maurice solía decir que todos los seres humanos necesitamos aferrarnos a la posibilidad de que algo mejor vendrá con el amanecer cuando enfrentamos una tragedia o, peor aún, al mismísimo absurdo; sin esa esperanza perdemos las fuerzas para vivir. Yo iba a experimentarlo en carne propia al año siguiente…

Pero dejemos hasta aquí esta penitencia, la noche está avanzada y me encuentro solo… Solo con mis recuerdos, solo con tu ausencia, Maurice… Partiste hacia tu dicha, aunque esta se encontraba en un lugar remoto y peligroso, a la vez que sobrecogedoramente bello. Jamás dejaste de decir que el tiempo que pasaste con los Guaraníes fue el más feliz de tu vida. Tus días conmigo, ¿qué significado tuvieron?...

Notas finales:

Espero que haya gustado, recuerda comentar. 

http://latorredelermitao.blogspot.com/


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