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Engendrando el Amanecer I por msan

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Notas del capitulo:

Y finalmente llega el reencuentro...

IV
Siendo Recreado Por Ti…


Después que Maurice partió mi vida volvió a la rutina acostumbrada. El único cambio consistía en que ahora gozaba de la amistad del Márquez De Gaucourt y Madame Adeline, la esposa de Joseph, había pedido que le dirigiera espiritualmente.
Mi tío, el obispo, estaba encumbrándose hacía Cardenalato y por supuesto esto se traduciría en excelentes oportunidades para mí. Tenía una vida perfecta… Hasta que murió mi madre.
Si alguien llegara a leer estas líneas seguramente sentiría compasión de mí. La muerte de un familiar siempre es un doloroso trance y se supone que para todo hijo su madre es una persona invaluable. Sin embargo, la muerte de aquella mujer no significó para mí la pérdida de ser amado, sino la constatación de la absoluta ausencia de amor en mi vida. Mi madre murió, pero... ¿quién era mi madre?
De pie, ante su cuerpo sin vida, pude percibir claramente que no había entre ella y yo más vínculo que el de haberme dado a luz. Ni siquiera había suficientes recuerdos para evocar ya que vivimos distanciados, incluso durante el escaso tiempo en que compartimos el mismo techo. Jamás intimamos el uno con el otro; nunca hizo o dijo algo significativo para mí. Ella era una pieza más de las muchas que formaban la escenografía en el trasfondo de mi vida y las escenografías siempre son representaciones falsas.
Igualmente ocurría con mi padre, mi hermano mayor y mis dos pequeñas hermanas, lo único que me unía a ellos era mi apego por mi nombre y fortuna. Mientras representaba mi papel como un miembro digno de mi noble familia en el funeral, me sentí completamente fuera de lugar y por supuesto fui incapaz de derramar una lágrima por aquella mujer desconocida.
A raíz de este acontecimiento se despertó en mí una especie de vértigo, no es posible describirlo de otra forma pues tenía la sensación de haberme asomado a un precipicio. Todo lo que hasta ese momento me había importado perdió sentido, la misma religión perdió significado, yo mismo era un absurdo... Intenté seguir con mi vida tratando de no prestar atención a lo que sentía pero no lo conseguí, el vacío me absorbió y comencé a vivir una agonía.
_ No existo para nadie... nadie existe para mí... – estas palabras tronaban en mi corazón como una sinfonía angustiosa y sofocante.
No puedo describir lo que viví en esos años, la verdad ante mis ojos era abrumadora y sentía tal terror al abismo en que caía constantemente que quise terminar con todo. Dejé mi destacado puesto en el palacio episcopal y me negué a volver a casa de mi padre. Pedí que me entregara una Villa que poseíamos en el campo muy lejos de París, herencia de mis abuelos. Allí me enterré a mí mismo.
Obviamente aquello no bastaba y deseaba acabar literalmente con mi vida; la idea venía a mi mente a cada momento pero no era capaz de dar este paso liberador. ¿Miedo a la muerte?... ¿al infierno?... ¿a lo desconocido?... realmente no sabía qué estaba sintiendo. Sólo tenía claro una cosa, mi vida era una carga pesada, insoportable y absurda.
Afortunadamente, o desafortunadamente, depende de cómo lo mire, encontré una medicina capaz de reducir el dolor y escapar al vértigo que me provocaba el sin sentido: no estar sobrio en todo el día. Bebía, bebía como si en cada copa estuviera la solución de mi gran pena. Hice de mí mismo un ser sin dignidad ni voluntad, me estaba asesinando poco a poco durante años... Y, en aquel declive, tú apareciste, Maurice....
Mi amistad con la familia De Gaucourt me salvó. Desde que el rumor de mi ruina humana se había esparcido por París, el viejo Márquez había escrito muchas veces invitándome a su casa o para que le acompañara en algún viaje. Yo me excusé en cada ocasión y él continuó insistiendo hasta que un día se presentó sin avisar en mi refugio. Venía acompañado de sus dos hijos. Yo debía de estar muy afectado por el alcohol pues no me sorprendió ver allí a Maurice, como si su partida al Paraguay nunca hubiera ocurrido.
Ellos insistieron en llevarme a su Villa para distraerme. Decían que la muerte de mi madre me había desolado y la única forma de alegrarme era rodeándome de gente alegre. “Estas triste, ve a una fiesta”, esa era la filosofía del viejo Théophane. Yo supongo que me negué pues de aquel momento apenas recuerdo que los veía como un obstáculo para seguir mi embriagante rutina. Finalmente agradecí cuando logré desembarazarme de ellos el mismo día que llegaron, aunque no lo hice solo, recibí algo de ayuda.
El jefe de los sirvientes de mi Villa tenía una esposa ambiciosa que había visto en mi estado una oportunidad. Era ella la que llenaba mi copa a cada momento y la que me sedujo convirtiéndose en mi amante. Yo recuerdo con vaguedad su rostro, no me parece diferente al de cualquier mujer que encuentras en cualquier lugar. En otras palabras, de haber estado en mis cincos sentidos ella no hubiera pasado de ser una sirvienta más.
Ebrio y transformado en una basura humana la dejé enseñorearse de la casa. Gobernaba a los sirvientes, administraba mi renta y, por supuesto, despedía a mis huéspedes. Ella se había encargado hábilmente de despedir al Márquez para que yo pudiera beber hasta quedar inconsciente.
Hubiera dormido todo el día siguiente de no ser por una intensa luz que me dio en el rostro causando casi el mismo dolor que la patada de un caballo. Desperté molesto y constaté que alguien había abierto las cortinas y las ventanas de toda la habitación.
_ ¡Maldita sea!... – grité haciendo gala de una vulgaridad que ahora me avergüenza- ¡¿quién ha sido el infeliz?! ¿Es que no puedo dormir en paz?
_ Pero Monsieur, hoy tenemos un día espléndido - dijo alguien- ¡Sería un crimen desperdiciarlo durmiendo! – aquella voz era familiar.
Abrí los ojos tanto como la resaca me lo permitió, creí estar ante una visión: Maurice estaba de pie ante la ventana y… ¡todo el resplandor de la mañana lo transfiguraba!
Vino hacia mí con los brazos abiertos, como si me invitara a un abrazo. Su rostro me pareció tan hermoso que sin querer exclamé :
_ ¡Un Ángel!
Maurice soltó una estentórea carcajada, tuvo que sentarse en mi cama porque la risa no le dejaba tenerse en pie, creo que llegó a las lágrimas. Mi cabeza casi estalló con su ruidosa alegría.
_ Monsieur, ¿dónde están mis alas? – Se burló – Aunque sus méritos bien pueden hacerle digno de la visita de un ángel, en esta ocasión sólo soy yo.
…l dijo estas palabras en tono sincero, mi estado deplorable milagrosamente no había afectado el concepto que tenía sobre mí. Esto me conmovió.
_ ¿Me ha olvidado mi buen amigo? – preguntó algo triste...
_ No... – Titubeé – Tú eres el hijo pequeño del Marqués De Gaucourt. ¿O acaso me equivoco?...
_ ¡Gracia a Dios! – Exclamó aliviado – ayer me hablaba como si yo fuera un extraño.
_ Lo siento, no quise ser descortés – no encontré otra cosa qué decir, en mi cabeza no estaba claro el encuentro del día anterior.
_ ¿Se siente muy mal? – me preguntó mientras adelantó su mano, su fina y blanca mano, hacia mi rostro para despejar mis cabellos desordenados con un gesto tierno. ¡Ah! ¡Si el tiempo se hubiera detenido en ese momento!
Yo reaccioné alejándome; no estaba acostumbrado a su familiaridad, no estaba acostumbrado a su delicadeza, no sabía nada de su calidez. El corazón me duele al recordarlo, las lágrimas me dominan. Pero debo obligarme a escribir, debo obligarme a continuar. Necesito inmortalizar cada momento, quiero que cuando yo no pueda recordarlos ellos sigan siendo evocados.
– Discúlpeme. – Me dijo preocupado - Es probable que le incomode tenerme aquí, me iré en unos días; mientras tanto debo suplicarle que me reciba bajo su techo.
_ No me molesta tenerle aquí – le dije avergonzado y mi voz bajó hasta casi hacerse un susurro – Pero me siento avergonzado de que me vea en este estado.
_ En realidad, si usted supiera lo que ha sido de mí, sería yo el avergonzado. – dijo acercándose más y abrazándome aun a pesar de mi disimulada resistencia. – deje esos pensamientos tan poco apropiados entre amigos, yo estoy feliz de volver a verle -Me rendí a su abrazo, realmente quería sentirme cobijado por alguien.
¿Cómo puedo plasmar mis sentimientos en aquel memorable momento? ¿Cómo puedo hacer que otros sientan el cálido contacto de su cuerpo y escuchen el acompasado latir de su corazón? Nadie más que yo estuvo ahí con él, nadie más que yo tuvo ese privilegio. Fui tan afortunado de que él estuviera allí, de que fuera él y nadie más quien me abrazara en ese instante. De haber sido otra persona mi vida seguramente habría contenido menos páginas y mucha más amargura.
Lamentablemente, unos minutos después mi amante entró abruptamente en la habitación. Ella solía levantarse más tarde que yo; se había adueñado de una de las habitaciones más lujosas de la casa pues, aunque hacíamos el amor casi todos los días, seguramente no soportaba dormir con un borracho como yo. Hizo toda una escena reclamando a Maurice el haberse instalado en la casa y haber despachado ordenes a los sirvientes pasando por encima de la autoridad del verdadero señor de la Villa, o sea yo. …l no se molestó en mirarla. Tomó de una mesa un vaso con un líquido extraño y me lo ofreció.
_ Es el remedio que mi padre usa cuando su cabeza paga las consecuencias de una larga noche de fiesta. Me aseguró que le quitará todo el malestar.
La mujer se adelantó, parecía querer arrebatarle el vaso. La miré extrañado, pensé unos segundos y le dije con mi tono más natural.
_ ¿Quién eres tú?
Ella quedó devastada. Salió de la habitación murmurando maldiciones contra Maurice. Entonces vi algo asombroso: en el rostro de Maurice apareció una sonrisa que bien podía ser la del mismo diablo luego de condenar un alma al infierno, sin duda gozaba el enfado de aquella mujer. Mientras bebía la horrible medicina pensé en cómo aquel joven podía parecer un ángel y un demonio al mismo tiempo y me maravillé. Era el comienzo de un largo viaje en el que no dejaría de maravillarme de él...
Aunque en esos días más que maravillarme, mi querido amigo me aterrorizaba. Empezó por provocar una revolución en mi Villa, impuso un sinfín de cambios ignorando mis infantiles resistencias y la oposición abierta de mi amante. Simplemente parecía no importarle nuestra opinión y menos parecía temer las consecuencias de sus actos, como si estuviera muy seguro de que yo no lo echaría de mi casa o quizá pensaba simular estar sordo si me atrevía a hacerlo.
Aún estando todo el tiempo medio borracho pude percibir que el muchacho menudo y rebelde que conocí había crecido unos centímetros durante el tiempo que pasó en el Paraguay. Su cabello estaba más corto, apenas si podía recogerlo en una pequeña cola. Sus ojos seguían siendo hermosos, oscilando entre el verde y el dorado de acuerdo al capricho del sol o a sus cambios de humor. Tenía la piel muy pálida y había adelgazado mucho, por lo que podía imaginarme a su padre maldiciendo a los Jesuitas por haber “matado de hambre” a su benjamín.
Pero, si bien parecía algo descarnado, poseía un aire de autoridad y cierto “peso” en su presencia que provocaba en los sirvientes sumisión inmediata; excepto en mi amante y su marido, quienes obviamente lo veían como una amenaza. Yo también terminé haciéndole caso en casi todo, y con “casi” me refiero a no atender sus constantes advertencias respecto a mi manera de beber; en eso no podía doblegarme a su voluntad. Me consideraba un enfermo existencial y el alcohol era mi medicina. ¡Ah!, debí imaginar que él no se iba a conformar con un “en eso no te metas”.
Recuerdo bien el día en que me encontré desesperado buscando algo de beber. Los sirvientes no se atrevían a explicarme la razón por la que no había una sola gota de licor en mi Villa. En medio de mis gritos de protesta escuché un disparo y luego otro y otros más. Salí alarmado al jardín y encontré a Maurice practicando tiro con las pistolas de mi padre y mis botellas del mejor licor. Me hubiera abalanzado sobre ellas de no haber notado que ya estaban vacías.
_ ¡¿Qué has hecho?! – le reclamé
_ ¿Le han asustado los disparos? – respondió con una tranquilidad que me exasperó– Perdone, debido a que usted no quiere hacer nada, decidí practicar tiro. Ayer le invité, ¿recuerda?.
_ Las botellas... – dije entre dientes conteniendo mi cólera y mi desesperación.
_ Ah, ¿esas...? Estaban vacías y así que las usé como blanco.
_ ¿Vacías?... no puede ser, tenía muchas en mi bodega y ahora no queda ninguna...
_ Mi buen amigo, lamento decir que las ha vaciado todas. Quizá debería considerar moderar su manera de beber.
…l estaba hablando con cierto tono socarrón que me hizo sospechar lo peor. Sentí deseos de estrangularlo pero no tenía ánimo ni para maldecirlo. Di media vuelta y entré a la casa, destrocé todo lo que encontré a mi paso hasta que pude al fin encerrarme en mi habitación.
Echado en la cama podía oír todavía a Maurice disparando y a las botellas estallando en pedazos. Mi garganta ardía, mi cabeza parecía un campo de batalla... ¡quería beber! No soportaba la compañía de mi propia alma, ¿Cómo podía ser tan difícil vivir? ¿Cómo era posible sentirse tan vacío, insignificante e indigno? Estaba flotando sobre un abismo, si me movía o si seguía pensando iba a empezar a sumergirme poco a poco.
Deseaba tanto un alivio para mi padecimiento que la muerte parecía apetecible; cualquier cosa era mejor que sentirse putrefacto. Hasta me daba asco mi cuerpo y tenía que contener el impulso de arrancarme la piel para librarme de un hedor imaginario que me asfixiaba. Clamaba dentro de mí mientras pensaba que Maurice era una especie de verdugo inmisericorde y empezaba a inclinarme por pensar que era más demonio que ángel por haberme privado de mi medicina.
Estando perdido en mis delirios, escuché que alguien entraba en mi habitación, no me importó. ¿Qué más daba? Luego percibí que subía a mi cama y quise protestar, ¡era el colmo! De inmediato sentí cómo se montaba sobre mí y empezaba a quitarme la ropa, a besarme y acariciarme excitándome. Se trataba de aquella mujer, no recuerdo su rostro pero sí su abultado, suave y cálido pecho y la humedad de su entrepierna. ¡Ah! Allí encontraba alivio.
Ella se sentó sobre mí y me ayudó a penetrarla. Se movía voluptuosamente mientras yo simplemente me abandonaba al placer. Recuerdo sus gemidos y el sonido agitado de mi respiración pero no recuerdo el más pequeño sentimiento hacia ella. Supongo que esta fue una escena que debió haberse representado muchas veces y que es la única que recuerdo por haber estado suficientemente sobrio.
Insisto en decir que esa mujer no me provocaba otra cosa que lujuria y que, en otras circunstancias, la hubiera mirado como a un ser insignificante. Mas, en aquel momento, fue para mí como una fruta exótica con la cual satisfacerme y acallar mis frustraciones. Quizá debería disculparme con ella por usarla pero bien me había cobrado todas sus atenciones al enseñorearse de mi Villa.
La memoria más vívida que me dejó aquel día fue la expresión de su rostro justo antes de derramarme dentro de ella. De repente cambió el ritmo de sus movimientos, se agitó violentamente transformó su rostro en una mueca de dolor mientras se llevaba las manos a la cabeza gritando atormentada. Entonces la vi elevarse y al deslizarse mi miembro fuera de ella sentí un latigazo de placer que me dejó agotado y satisfecho… hasta que el vacío volvió a invadirme unos segundos después.
Pero no era momento de pensar en eso, debía ver qué había pasado, por qué parecía ella estar flotando en el aire víctima de una fuerza implacable que la alejaba de mí. Cuando me incorporé vi que detrás de ella estaba Maurice sujetándola de los cabellos y arrastrándola hasta arrojarla fuera de la habitación y cerrar la puerta de golpe.
Me quedé mirando perplejo y tardé en entender qué estaba pasando. Me eché en la cama sin darle importancia y lo único que cruzó por mi cabeza fue que Maurice se había transformado en el ángel del apocalipsis mientras descargaba el juicio de Dios sobre aquella mujer. Me pareció fascinante. Mientras, la desdichada mujer gritaba y golpeaba desesperada la puerta.
Yo podía haberme impuesto, haber reprendido a Maurice y haberle hecho reconocer su lugar como huésped. No lo hice y él sabía que no lo haría. Me quedé tendido en la cama, sintiendo como el frío se apoderaba de todos mis miembros desnudos, mirando con incredulidad el techo, ¿acababa de despertar de un sueño?...
Maurice caminó por la habitación de un lado a otro, luego se quedó mirando por la ventana. Después de años de convivir con él aprendí a interpretar sus reacciones: él estaba calmándose a sí mismo; debió haberse enfurecido al verme con mi sirvienta hasta el punto de no pensar y actuar violentamente. Al fin, después de lo que me pareció un siglo, me dijo en un tono que dejaba notar su temor:
_ ¿Ama a Jeanne?
_ ¿A quién? – le respondí sin comprender mientras me incorporaba un poco para verle
_ ¡A Jeanne, la mujer con la que estaba ahora...! – Exclamó con una vitalidad que me hacía verlo en la cima de la virilidad- ¡Por el amor de Dios, no me diga que ni siquiera sabes su nombre!
_ Yo no sé… no sé quién es...
_ ¡Ella ha sido su amante por casi un año! – Gritó - ¡Todos sus sirvientes lo saben y hasta los chismosos de París lo comentan! ¡Y también saben que usted es sacerdote!
He ahí el punto, era eso lo que había enfurecido a Maurice.
_ Lo había olvidado... – dije más para mí mismo que para él.
_ ¿Olvidó el nombre de la mujer con la que ha dormido noche tras noche y que para colmo se ha adueñado de su casa?
_ No, olvide que yo era... – las lágrimas comenzaron a surgir de mis ojos como testimonios de la desesperación que me embargaba - ¡Olvide quién soy! – comencé a rasgarme los brazos y el pecho con mis uñas, incluso traté de arrancarme los cabellos.
…l corrió a detenerme, se echó en la cama tras de mí y me abrazó sujetando mis manos al mismo tiempo. Yo siempre fui a simple vista más alto y robusto que él, pero en aquel momento me convertí en un pequeño niño que él empujó dentro de su vientre amparándolo en medio del frío.
_ Calma, Monsieur, no le estoy reprochando nada. Sólo estoy preocupado porque veo que es muy infeliz. Si usted amara a esa mujer y ella le hiciera feliz yo mismo le apoyaría a seguir esta relación. Pero mírese, está matándose a sí mismo y ella sólo se aprovecha de su fortuna.
_ ¡Quiero morirme!- me sinceré, al fin pude decir lo que llevaba en el fondo de mi corazón- ¡No soy más que una cosa grotesca! ¡Tengo asco de mí mismo! ¡Quiero morir ahora mismo!
_ No diga es, por favor Vassili, no digas eso… Eres mi amigo y te quiero. Si llegas a morir no lo soportaré... Así que vive aunque sea para darme gusto, ¿lo harás, verdad? Siempre has sido muy amable conmigo, así que compláceme en eso.
No pude decir nada más, me sentí conmovido y hasta aliviado y me rendí a su abrazo. Allí estaba yo, sin dignidad, sin méritos, un hombre desnudo en todos los sentidos, llorando como un niño... y ahí estaba él, ahí estaba él, dándome a luz por segunda vez.
Notas finales:

Espero que te haya gustado, realmente quiero conocer tu opinión

http://latorredelermitao.blogspot.com/


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