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Engendrando el Amanecer I por msan

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Notas del capitulo:

Este es un capítulo intelectualmente intenso... 

V
Inmersos en la Oscuridad



Aquellos días con Maurice en mi Villa fueron trascendentales. No porque estuvieran carentes de penas, al contrario, en aquel tiempo los dos teníamos en nuestros ojos el rastro de haber vislumbrado el abismo. Pero estábamos juntos y eso fue suficiente para que ambos empezáramos a levantarnos de nuestras cenizas y para que nuestras vidas terminaran enlazadas definitivamente.

Sí, Maurice también estaba destruido. No me percaté al principio por estar centrado en mi propia desgracia. Era evidente que si estaba ante mí aquel misionero jesuita, quien partió seis años atrás lleno de convicción y dicha rumbo a lo desconocido, se debía a que su sueño se había frustrado.

¡Ay, Maurice, perdóname por no haber reconocido tu corazón roto! …l único egoísta entre tú y yo era el hombre a quien pediste perdón aquel día... ¡Ah, hermoso corazón, viniste a mí a confesar una culpa que era más mía que tuya!...

Pero, estoy confundiendo todo. Para que alguien pueda entender lo que he dicho debo ser más claro y explicar el incidente del río.

Es gracioso, suelo ser muy ordenado y claro al hablar o escribir otro tipo de historias, esas que están hechas de mentiras para conquistar aliados y destruir enemigos; sin embargo, si se trata de mis memorias de Maurice, me embarga el deseo de decirlo todo de una vez. Incluso me veo tentado a dejar a un lado mi narrativa y comenzar a escribirle una carta interminable... una carta que él ya es libre de leer o no.

Además, poco a poco, mientras escribo, me visitan el dolor y la alegría al revivir momentos preciados y me indigno ante mi escaso talento para plasmar de forma verdaderamente bella lo que para mí es sagrado... ¡Yo, que muevo el mundo a tejiendo intrigas, no soy capaz de pintar con palabras el milagro de haber llenado mi corazón desamparado con tu nombre, Maurice!

Al final, esta ocurrencia se ha convertido en una especie de mortificación que me he impuesto para pagar por las lágrimas que hice brotar de tus ojos; crimen que tú perdonaste inútilmente ya que no puedo arrepentirme de haberte amado a mi manera y, aunque los años no dejan de acumularse en nuestra historia, no puedo ni quiero dejar de aferrarme a ti...

Sin embargo, debo confesar que cada vez con más frecuencia me domina la idea de que es mejor desistir, dejar este caprichoso intento de escribir y echarme en algún lugar a esperar la muerte. ¡Se me ha cansado el corazón de palpitar y tú, Maurice, ya no vienes a revivirlo!


Luego de tomarme unos días para pensar, creo haber recobrado el ánimo y la coherencia. Así que continuemos donde dejé esta historia, justo después de que Maurice me abrazó aquel día...

…l se aseguró de que yo despidiera a mi amante y se dedicó a distraerme para que no volviera a beber. Era el estricto capitán de un regimiento indisciplinado; me obligaba a ir a la cama temprano y a levantarme antes que el sol para caminar por los bosques hasta un lugar que había descubierto, un lugar en el que el amanecer podía verse con toda su majestuosidad.

El ocaso y el comienzo del día eran temas obsesivos para Maurice. Cada uno era para él como una exclusiva pintura de su Divino Artista. Siempre comparaba su vida con estos momentos del día, con ese instante en que el día y la noche se abrazan para que uno de ellos engendre al otro al morir.

_ Así es la vida muchas veces... – me dijo en uno de aquellos memorables días- estamos en la luz y nos sentimos a oscuras o al contrario, nos creemos iluminados pero en realidad caminamos a ciegas en medio de una noche terrible. A veces puedes confundir el amanecer con el ocaso y el fin del día con su comienzo. Es como confundir la ganancia con la pérdida y una desgracia con una oportunidad. El problema es nuestra incapacidad para discernir cuál es cuál.

_ Yo estoy completamente a oscuras... – le respondí mientras la luz del sol naciente hería mis ojos.

Maurice jugueteó un rato con su mano en el agua del río junto al que se había sentado. Yo estaba a unos pasos, recostado a un árbol; hacíamos juntos un cuadro apacible...

_ Un día amanecerá y la oscuridad terminará definitivamente – dijo gentilmente, como si me hiciera una promesa

_ Cada día amanece y al final la oscuridad regresa. – le repliqué, me sentía abrumado y molesto sin que existiera una razón específica, mi existencia entera me hastiaba – Yo soy como tú has dicho, estoy en la luz y, sin embargo, mi alma está sumida en la sombra.– abandoné la sombra del árbol exponiéndome al sol

_ Abra los ojos entonces, Monsieur, y deje que la luz entre- me dijo poniéndose de pie de un salto y mostrándome el hermoso paisaje en que estábamos sumergidos.

…l tenía esa expresión inteligente que le hacía irresistible, sabía que acababa de darle la oportunidad que esperaba para tocar ciertos temas. Me quedé mirándole por un momento sopesando la situación, era tan simple sonreírle y hacer girar la conversación hacia algún asunto más inofensivo, era tan fácil hacer de ese momento uno más de tantos en que hablábamos sin profundizar en nada… Pero, sabía que tarde o temprano él querría ahondar más y yo quedaría tal y como estaba ahora: Expuesto.

¿Para qué postergar el momento? ¿Acaso no me agobiaba la incógnita de saber si él huiría aterrado al ver mi verdadero rostro? Antes de que mi corazón le necesitara más, decidí arriesgarme a ser desterrado del suyo. Regresé a mi refugio bajo las ramas, me recosté al tronco cruzando mis brazos y le pregunté con malicia:

_ ¿De qué luz estamos hablando?

Maurice sonrió, al fin el esperado debate comenzaba.

_ De la luz sin ocaso…

_ Eso pensé…

_ Mi querido Monsieur, no sé si sus sombras y las mías son semejantes, pero sí estoy seguro de que el amanecer que espero las disipará para ambos – agregó esto con una intimidad que bastaba para hacerme llorar; tuve que sobreponerme a mí mismo para mantener mi actitud.
_ En realidad, Maurice, no creo que nuestras sombras tengan algo en común. Además, por lo que a mí respecta no hay amanecer para nadie.
_ ¿Por qué?- Ya había logrado desconcertarlo
_ Porque el sol que esperas no existe.
_ Ah, Monsieur, si cree que lo que ha hecho con esa mujer le ha alejado de Dios, - colocó sus manos sobre mis hombros y acercó su hermoso rostro mientras enfatizaba cada palabra: - ¡Se equivoca! Dios tiene tanta misericordia que ya debe haberle perdonado.
_ No me has entendido- murmuré alejándome de él.
_ Entonces, perdone mi torpeza y explíqueme todo como se hace con los niños pequeños.
Aspiré profundamente, como quien se prepara para una ardua batalla, y arremetí contra él con un tono casi autoritario.
_ No me importa si Dios me perdona o no porque no creo que Dios exista. Piense un poco mi querido amigo, si existe Dios en este mundo lleno de dolor y sufrimiento y ese Dios es quien lo ha creado así, ¿qué esperanza nos queda? La única esperanza del hombre para vivir con algo de cordura es que ese Ser Supremo, que goza en vernos sangrar, no exista. Esta maldita vida a la que hemos sido condenados será más llevadera si no hay un carcelero espiando nuestro drama y amenazando con enviarnos a una mazmorra más horrenda si no seguimos sus reglas. ¡Ah, y por supuesto que soportar esta miseria a cambio de una eternidad dichosa me resulta una cruel estafa! Así que para mí no hay Dios y esta vida es un absurdo al que me he visto obligado por la fatalidad.
Me quedé mirándole con firmeza, los puños crispados y la respiración agitada. Sentía el cuerpo caliente y mi mente embriagada. En el fondo estaba aterrado pero decidí no arrepentirme de mi confesión, deseaba ser aceptado por él tal y como era. Si iba a darme su amistad, quería lo hiciera a pesar de no merecerla; quería que viera todo lo sucio, feo y desagradable que yo era; que sintiera toda la oscuridad que tenía dentro y, si aún podía abrazarme como lo hizo antes, entonces me habría salvado...

Pero su rostro decepcionado y afligido me indicó que era el fin.

_ Si quieres marcharte lo entenderé- Logré decir con el poco aliento que me quedaba.

Di media vuelta y me encaminé a la casa. Cada paso me pareció doloroso, tuve que esforzarme por contener el impulso de echar a correr y a la vez no tuve el valor suficiente para mirar atrás o esperar hasta que Maurice reaccionara. Mi corazón comenzó a agonizar.

No volví a saber de él hasta la cena, durante la cual apenas pronunciamos algunas palabras de cortesía. Por supuesto que no me atreví a mirarle, temía verme juzgado por sus hermosos ojos, esos que se tornaban dorados cuando su humor no era bueno, pero logré percibir que Maurice estaba incómodo y profundamente triste.

En cuanto pude me despedí para encerrarme en mi habitación. …l me siguió en silencio y con un gesto firme no permitió que cerrara la puerta tras de mí. Entró con la mirada baja y los labios fruncidos, yo esperaba una lluvia de improperios mas él comenzó a llorar y entre sollozos pronunció las palabras que yo menos esperaba:

_ ¡Perdóneme, he sido un egoísta!

Abrí los ojos hasta más no poder y aunque también abrí la boca no pude pronunciar palabra. ¡Mi Maurice me pedía perdón a mí que necesitaba ser perdonado por él! Perdonado por el crimen de una existencia sin sentido. Perdonado por respirar sin saber para qué. Perdonado, en fin, por ser yo y no poder ser otra persona. Y ante semejante despojo humano venía aquel precioso joven a bajar su cabeza y suplicar misericordia... Mi mundo giró vertiginosamente y fui corriendo a abrazarlo para que dejara de deshacerse en llanto.

_ He sido un egoísta -continuó- Vine buscando su ayuda y no vi que le hacía sufrir.

_ Tú no has hecho tal cosa.

_ Quería tanto que volviera a ser el mismo de antes, que no me di cuenta del terrible momento que vive su alma. La verdad es que yo mismo estoy en tinieblas y quería su luz.

_ Calma Maurice, mis tinieblas son mis tinieblas. Tú no has hecho nada para aumentarlas. Todo lo que te dije -mi voz se volvió un susurro avergonzado- fue para que me conocieras tal cual soy.

_ ¡Lo sé!– gritó revolviéndose en mis brazos para encararme, pude ver su enormes ojos que parecían dos soles anegados en lágrimas- ¡Pero yo deseaba al antiguo Monsieur Vassili y por eso le he herido!

_ Fue una herida muy leve. Ver ahora qué no me rechazas es un alivio muy grande.

_ ¿Cómo podría rechazarte?- Puso sus manos en mis hombros y me sacudió con vehemencia- Yo sé bien lo que es estar en la completa oscuridad, porque yo lo he perdido todo y ya nunca podré ser el mismo de antes. Yo le entiendo... Yo te entiendo Vassili – y a partir de ese momento Maurice dejo las formalidades. Ya no fui más Monsieur sino simplemente Vassili. - Se abrazó a mí y lloró, lloró por horas y lloré con él.

Volvió a hablar cuando sus lágrimas se agotaron. Ante mis interrogantes, mi amigo fue haciendo un amargo y minucioso relato en el que me recordaba que, por las intrigas de sus enemigos y el capricho de un Rey, la Compañía de Jesús había sido erradicada de todo territorio perteneciente al Reino Español hacía casi dos años. Debido a esto los Jesuitas habían sido obligados a abandonar las Reducciones del Paraguay, donde Maurice había encontrado su paraíso.

Este era un golpe mortal para la Compañía de Jesús que ya había sido erradicada de Portugal y Francia y ahora tenía al poderoso Carlos III sumándose a la lista de sus enemigos sin que ellos realmente le hubieran dado motivos. A Maurice le volvía loco que todos sus compañeros Jesuitas y sus amadas Reducciones terminaran siendo víctimas de un juego de poder. ¿En qué habían faltado los padres a la Corona española para que esta los echara de sus tierras? El Rey no pensaba responder a tal pregunta, “reservaba las razones para semejante decisión en su real pecho”.

_ Buena manera de admitir que le faltan razones y le sobra mezquindad al expulsarnos - gruñó al referirse a la famosa expresión con la que el Rey de España había cerrado toda posible discusión sobre el asunto – Creer que habíamos causado el Motín de Esquilache no sólo muestra que es un ciego sino además un sordo incapaz de escuchar a su propio pueblo que lo único que pedía era pan. Si quería un culpable del motín sólo le hacía falta verse en un espejo junto a su corte de Ministros inútiles - Y comenzó a enumerar todos los servicios que la Compañía de Jesús había prestado a la Corona española y todos los desaciertos de cada ministro de Carlos III.

Me hizo recordar en ese momento lo que su hermano había comentado, años atrás, acerca de su ingenio: Maurice aún en medio de la selva no había perdido pista del los vaivenes políticos de las cortes europeas. Al escucharlo también pude ponerme en su lugar, él se encontraba a salvo gracias a su familia pero miles de sus Compañeros no corrían la misma suerte. ¿Qué les esperaba a todos aquellos hombres obligados a dejar todos los territorios españoles y que ya habían sido desterrados de otros Reinos bajo el dominio de los Borbones? Seguramente la miseria, casi les compadecí.

Era indignante para mi amigo imaginar a sus compañeros siendo llevados en pésimas condiciones rumbo a las tierras pontificias donde nadie los esperaba con los brazos abiertos por ser una gran cantidad de bocas que alimentar.

_ Pero sé que nos sobrepondremos porque sabemos vivir en la pobreza y en la abundancia, Vassili. Lo que realmente me atormenta es la suerte de aquellos que nos habían sido encomendados por el Señor. ¿Qué será de los Guaraníes en las Reducciones? Los malditos Paulistas siguen tras ellos para venderlos como esclavos y no les importará traspasar las fronteras para cazarlos. ¿Y si los que han tomado a su cargo las Reducciones los obligan a trabajar sin descanso? ¿Leíste alguna vez lo que Las Casas escribió? ¡Pues es nada comparado con lo que los Paulistas son capaces de hacerles a los Guaraníes! Al menos hay leyes Españolas protegen a los indígenas, aunque nadie tenga realmente intensiones de hacerlas cumplir en las Colonias, pero nada protege a un Guaraní bajo el Dominio Portugués...

Recuerdo haberle dicho que los escritos de de Fray Bartolomé de Las Casas no eran algo que pudiera encontrar en mi biblioteca y que simplemente nunca me había interesado por las colonias españolas o portuguesas.

Maurice puso entonces más empeño en ilustrarme la enorme diferencia que existía entre la vida en una Reducción regentada por Jesuitas y la vida en otro tipo de asentamiento como las Encomiendas, donde los españoles y portugueses obligaban a los indios a sometérseles y trabajar para ellos justificándose en que les estaban civilizando. Jornadas interminables de trabajo y ningún trato humano, eso era lo que les esperaba a los Guaraníes sin los hijos de Loyola ejerciendo una guía paternal y esto le preocupaba más que su propio futuro.

Mi querido amigo había pasado pocos años entre aquellas gentes, años hartos conflictivos pues cuando se embarcó al Paraguay apenas había transcurrido una década desde la “Guerra del Guaraní” y los Jesuitas concentraban todo su esfuerzo en reforzar y mantener las Reducciones que habían sobrevivido a esta tragedia. Tragedia que nunca hubiera ocurrido sin el pacto territorial entre Portugal y España en 1750.

_ La Corte Española no conocía la belleza de los pueblos que sacrificó para obtener La Colonia del Sacramento -Maurice siempre mostraba una furia contenida y una imparable elocuencia cada vez que tocaba este tema- Los guaraníes llevaban casi un siglo enfrentándose a los Portugueses para defender sus territorios y lo hacían en nombre del Rey de España, sabían que la Corona Española los consideraba súbditos mientras que bajo Portugal sólo serían objetos para ser vendidos al mejor postor, ¿cómo podían de la noche a la mañana adaptarse a quedar bajo el dominio portugués sólo porque un papel firmado a miles de kilómetros lo determinaba así? ¡Fue inevitable que se levantaran en armas!...

Yo tenía otras ideas respecto a la “Guerra del Guaraní” pero eran todas basadas en rumores que se cultivaron como malas hiervas en los círculos Jansenistas a los que pertenecí. La verdad es que Maurice tenía razón y la corona española había hecho un mal negocio con el Tratado de Madrid, tanto así que terminó anulándolo una década después. Se podría decir que sólo había servido para provocar el derramamiento de sangre.

Al llegar al Paraguay Maurice vio desde lejos las cenizas de las batallas, estas se habían desarrollado en los territorios traspasados al Reino de Portugal y él fue enviado a una de las Reducciones que permanecieron bajo el dominio español. Pero le bastó escuchar a los guaraníes y jesuitas sobrevivientes contar los horrores vividos para que en su corazón se sembrara un inconmensurable anhelo de justicia y una profunda desconfianza hacia los monarcas.

Me resultaba irónico el hecho de que mi joven amigo no llegó a conocer el esplendor de las Reducciones del Paraguay, sino la incertidumbre ante el futuro de esta empresa y el empeño por seguir adelante de aquellos que creían firmemente que la Gloria de Dios se conseguía dando una vida digna a los guaraníes. A ese empeño Maurice consagró todas sus fuerzas y todo su talento.

Para los Jansenistas y demás enemigos de la Compañía de Jesús, las reducciones eran el intento de los malignos hijos de San Ignacio de Loyola de construir su propio reino en la tierra. Para mí las Reducciones de los jesuitas en el Paraguay eran simplemente un argumento que podía usarse en su contra lo mismo que a su favor gracias a todos los rumores que se tejían a su alrededor. Entre los Ilustrados había quien admiraba esta empresa y la exponía como un signo de lo más elevado del espíritu humano.

Para los Jesuitas era la alternativa a las Encomiendas, que ya habían probado ser poco eficaces porque lo sembrado por los misioneros quedaba desecho por los maltratos que los encomenderos propiciaban a los salvajes. Mientras que con las Reducciones los hijos de San Ignacio consiguieron un sistema de evangelizar a los indios que no necesitaba la asociación con soldados y, al depender directamente del Rey de España, podían ser independientes de cualquier autoridad local. Y para Maurice las Reducciones constituían un acto de Justicia, un paraíso fraterno donde los guaraníes podían vivir como hijos de Dios.

Con el tiempo descubrí que también significaban algo más: mi querido e inocente amigo se había enamorado de la obra en sí misma, de su dinámica y su estructura. Halagaba la idea y la forma, considerándola como la puesta en marcha de una Teocracia organizada hasta los más mínimos detalles, una nueva sociedad en dónde los vicios que campaban en las ciudades del Nuevo y Viejo Mundo no tenían entrada.

También había sido seducido por la exuberante selva, los soberbios saltos de agua y, sobre todo, por aquellos salvajes que poseían una deslumbrante capacidad para lo hermoso y noble. Maurice encontró entre los guaraníes y los jesuitas del Paraguay los hijos, los amigos, los maestros, los hermanos que había añorado toda su vida. De ahí que ser desterrado de aquel lugar significó una tragedia: Sus ilusiones aplastadas, su alegría cortada de cuajo, sus compañeros desterrados, sus amados guaraníes humillados y esclavizados. Toda una utopía convertida en cenizas…

Aunque yo odiara a los jesuitas y despreciara la polémica empresa que fueron las Reducciones, no podía menos que conmoverme ante Maurice. Había sido arrestado y obligado a abordar un barco rumbo a España. El exilio, la pérdida de la libertad y el terrible viaje en condiciones inhumanas no le habían rozado el alma. Vivió todo aquello aferrado a su fe, confiado en que estaba compartiendo la cruz de su maestro y que, como todo jesuita, tenía de pasar por eso para distinguirse en el servicio de su Señor.

Yo no salía de mi asombro, aunque Maurice era discreto al exhibir su fe ante mí, un ateo neófito a quien él obviamente pensaba hacer volver al redil, no podía disimular el fuego de su pasión por aquello en lo que creía.

_ Esos eran tiempos de luz. Incluso el desconcierto ante la pérdida de las Reducciones estaba sosegado por la esperanza de recuperarlas. Me consideraba feliz incluso si moría en prisión ofreciendo mi vida por los guaraníes y la Compañía. Pero me fue arrebatado el cáliz y a cambio me dieron a beber hiel.

…sa hiel fue su salvación: Su padre y su tío movieron todas sus influencias para rescatarlo. Poseían un aliado poderoso en la corte de Carlos III, el cuñado de su madre: el Duque de Meriño.

Lograron sacar en secreto a Maurice de prisión y borraron su nombre de cualquier registro o acta del proceso en su contra. Fue una fortuna que las malas condiciones en que mantuvieron a los Jesuitas durante el viaje habían mellado la salud de Maurice y no opuso resistencia cuando su tío personalmente lo sacó de la celda.

Cuando recuperó la conciencia ya estaba en Francia y comenzó su agonía y el calvario de quienes le amaban. No sólo aborreció haberse librado de la prisión sino que se negó a comer y rechazó las visitas de los doctores. Su familia creyó que había perdido la razón pues pasaba los días intercalando una ira salvaje con el más pasivo abatimiento.

_ Les dije palabras terribles, era incapaz de agradecerles que me salvaron la vida pues al mismo tiempo me habían arrebatado todo.

_ ¿Preferías morir en prisión?

_ Al menos ahí todo tenía sentido. Estaba con mis compañeros y no había sufrimiento que no pudiera soportar. Nada de lo que pasé en prisión o en el barco era comparable a lo que sufrían mis hermanos Guaraníes así que todo lo ofrecía por ellos con la firme voluntad de morir en cautiverio o salir a restaurar las reducciones. No estaba preparado para terminar en casa de mi padre, libre y alejado de la Compañía porque ya estaba desterrada de Francia.

Efectivamente, un año después de la partida de Maurice a las Reducciones la Compañía de Jesús había sido desterrada por el parlamento francés.

_ Toda mi vida ha quedado a la deriva. He perdido mi camino y aún no entiendo por qué.

_ Por los poderosos enemigos de una no tan poderosa Compañía de Jesús. Debiste escoger mejor donde consagrar tu vida.

_ Todavía no me arrepiento de ser Jesuita y de haber sido misionero en el Paraguay. Si tuviera oportunidad volvería a hacer todo en la misma forma en que lo hice.

_ ¿Y morirías en prisión?

_ O en la misma selva.

_ Todo lo que dices carece de sentido y me angustia verte sufrir de esta forma. Me gustaría arrancar ese corazón jesuita que tienes para hacerte agradecer que ahora eres libre.

_ ¿Libre para qué? ¿Para desfilar por las pasillos de Versalles gastando mi vida comiendo y bebiendo hasta hartarme? Ese tipo vida me parece despreciable. ¡Yo quiero ser Jesuita! ¡Quiero volver a las Reducciones del Paraguay! ¿Por qué ahora parece que el mismo Señor cierra las puertas que él mismo abrió ante mí?

Y está no era la única pregunta que se hacía al respecto. Dentro de su cabeza pululaban las peores dudas: ¿Cómo podía un rey ser más poderoso que Dios? pues si algo le quedaba claro a Maurice es que Dios no podía querer el fin de las Reducciones y a los Guaraníes perjudicados.

Y era imposible que toda la intriga que llevó a la caída de la Compañía en Portugal, Francia y España fuera voluntad de Dios. Entonces sólo quedaban opciones amargas: Dios no existía; Dios era impotente ante el mal humano; Dios era impasible y no se conmovía ante el sufrimiento de sus siervos; Dios había impuesto el dolor como escalera para llegar al cielo y este mundo no era más que un lugar para ponernos a prueba.

_ El Dios que se reveló en Jesucristo no es así... - aseguró Maurice al final

No tuve que decirle a Maurice que Jesucristo terminó en una cruz pues la expresión de su rostro me hizo ver que lo tenía bien presente. Estaba ante un dilema y no le gustaban las respuestas que encontraba.

_ Debe haber algo más... está lo del libre albedrío pero igual me deja insatisfecho pues, si Dios deja libre al hombre para que destroce a sus semejantes y sólo lo juzga al final de su existencia, ¿qué esperanza le queda a las víctimas que no pueden defenderse del tirano mientras están en este mundo? ¿Cómo se puede vivir sin aspirar a que exista la justicia entre los hombres?

Mientras le escuchaba constaté el tamaño de su sufrimiento; Maurice también flotaba en un mar oscuro sin saber cuánto tiempo tenía antes de hundirse en la más absoluta desesperación. Entonces fui yo el que silenciosamente tuve que pedir perdón por no haberme dado cuenta de su situación y me propuse, con todas mis fuerzas, ayudarlo, escucharlo, sacarlo de sus tinieblas y, cosa increíble, mi dolor y mi oscuridad perdieron toda importancia.

Por eso hice a un lado mi recién proclamado ateísmo y dije lo que pensé que podría consolarle:

_ Dios es un misterio, Maurice, y ante un misterio lo único que podemos hacer es esperar a que él mismo se desvele. Pero, por lo que sabemos de Dios hasta ahora, creo que tienes razón en que …l no puede querer el sufrimiento de tus Guaraníes ni el de tus Jesuitas, así que toda esta desgracia es obra de las intrigas de los que vieron en la Compañía un peñasco que les hacía sombra y de Reyes estúpidos que no son capaces de escuchar consejos que no vengan envueltos en lisonjas… Por otro lado, aunque suene egoísta decirlo, el que regresaras de las Reducciones ha resultado en un bien para mí. Me has salvado sacándome de un horrible pozo lleno de deshonra y miseria.

Maurice abrió los ojos desmesuradamente, su rostro se iluminó, su cuerpo se fue enderezando como el de alguien que despierta poco a poco y la más encantadora de las sonrisas vino a adornar su rostro.

_ ¡Vassili, acabas de hacer que amanezca!

Sentí una gran alegría al verle animado otra vez. Más adelante me daría cuenta que acababa de perder la única oportunidad que tuve de vencer a mi mayor rival en el corazón de Maurice. Incluso he llegado a cuestionarme de dónde surgieron aquellas palabras, si fueron puestas en mi boca por un odioso titiritero o si se debían a la suerte. De lo que sí estuve seguro desde ese día es que podía ser feliz haciendo feliz a otra persona y que la persona que más deseaba hacer feliz era Maurice.
Notas finales:

Espero que te haya gustado, espero tus comentarios

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Pronto continuaré con el siguiente capítulo

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