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El aullido de la muerte. por Maira

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Notas del capitulo:

Bueno c: no voy a dejar fotito de todos los pj porque no se si entran tantos links. Si tienen dudas del rostro de alguno (??) lo googlean.

De todos modos luego iré subiendo fotitos individuales con el tiempo uwu de los nuevos pj que se agreguen y etc.

Disfruten c:

Era una tarde lluviosa. Permanecía sentado en el sofá tapizado en un brillante cuero negro frente a la televisión apagada observando el reflejo de su silueta a través la poca luz que el exterior por medio de la ventana de cortinas blancas era capaz de proporcionarle.
Hacía ya tres días la electricidad había ido y venido, especialmente durante las noches en las que podrían llegar a quedar a oscuras por un lapso de tiempo de más de una hora. Pero desde la madrugada anterior la misma parecía haberse ido para siempre. Ya nada funcionaba, solo el reloj blanco de bordes azules alimentado con una pequeña batería colgado a lo alto en una de las paredes de la cocina. Éste marcaba las cinco a pesar de que en el exterior pareciera mucho más tarde.

-Hikaru, deja de estar allí viendo la nada y ven a comer- le llamó su mejor amigo Ibuki con el cual compartían aquel pequeño departamento en un décimo piso. Había abierto una de las tantas latas de la alacena a la que por suerte siempre tenían atiborrada. Ya se habían bebido toda la leche, habían comido las sobras de pescado cocido que el castaño había hecho a modo de cena cuando aún el suministro de gas no había sido cortado. Aún si pensaba en ello era capaz de soltar una carcajada: la manera en la que había reaccionado casi violentamente al despertar esa mañana y notar que no solo la luz, sino el gas natural y el agua potable se habían ido.

Su amigo el cual era un poco más bajito que él, se acercó a la cocina para ver qué tenían hoy. Ibuki había servido un par de tomates cortados al medio que había encontrado al fondo de uno de los grandes cajones blancos de la nevera, dos rebanadas de pan de molde cuyo envase vacío fue a parar al cesto de la basura ya rebosante, un par de aceitunas que quedaban de un frasco en salmuera y atún enlatado del cual había dividido en dos porciones generosas. Todo lo demás que contenía la nevera ya no servía, comenzaba a descomponerse lentamente y más de una vez mientras masticaba su ración se preguntó cómo demonios se iban a deshacer de todo eso para que el departamento no echara pestes.

Es decir, ya suficiente tendría con el cuarto de baño dentro de unos días. Por suerte tenían un par de bidones de agua mineral enormes que si bien no podían desperdiciar, servirían. También había un envase de lejía sin abrir y sumado a la cantidad de comida que aún poblaba los estantes, podrían comer un par de días más sin preocuparse por nada en absoluto. El problema llegaría cuando por fin la comida y el agua se acabara…

-¿Crees que el número haya crecido hoy? Tú sabes, de esas… cosas- le preguntó el menor con una voz muy suave, como si de un secreto se tratara. Al terminar todo el contenido de su plato, lo dejó en el fregadero apilado con otros pocos que antes habían usado –hoy no he salido al balcón. Desde que el vecino de al lado intentó atacarme y terminó por caer no he vuelto a salir allí… ¿En verdad crees que estén muertos como decían en la televisión?

-Claro que están muertos. ¿Acaso no prestaste atención a las noticias? Se mueren cuando alguno de ellos los muerde y al cabo de un rato vuelven a caminar convertidos en una más de esas cosas. No es broma, Hikaru- negó con su cabeza mientras terminaba de comer. La verdad era que siempre había soñado con vivir en el corazón de Tokyo pero ahora pensaba que aquel había sido el peor error de su vida. ¿Cómo harían para salir de allí en busca de víveres? La última vez que se había asomado al balcón las calles eran un completo caos y desde entonces no había deseado mover un solo dedo fuera de aquellas cuatro paredes.

Por su parte, totalmente decidido a ver cómo se encontraba la calle allí abajo, Hikaru fue hasta la gran ventana que también funcionaba a manera de puerta corrediza. La abrió con cautela por si acaso aún quedaba alguien que pudiera intentar abalanzarse encima entre medio de un gutural grito y se asomó ligeramente. No había nadie.
De hecho a esas alturas en las que se encontraban el silencio era tan denso que creyó que el mismo conformaba una especie de velo. Las aves seguramente habían migrado hacia algún lugar en el que todo aún no perdía los estribos, ni siquiera había pululando ninguno de esos molestos insectos que se le enredaban a uno en el cabello al chocar en pleno vuelo contra la cabeza. La tormenta se había convertido en una fina llovizna pero el aire no era limpio, apestaba a algo podrido.

Primero se tomó del borde del balcón asomándose a curiosear qué sucedía en el departamento del vecino pero no pudo ver nada más que una pared cubierta por una gran mancha de sangre. A la derecha nadie vivía así que seguramente el lugar aún estaba intacto. Por último se inclinó ligeramente para mirar hacia abajo y se encontró con una escena que nunca creyó iba a contemplar más allá de la pantalla: al menos tres filas de vehículos unos contra otros ocupaban la mayor parte de la calle, algunos habían sido abandonados por sus ocupantes o en medio de un desesperado intento de huida habían acabado con la mitad dentro del escaparate de alguna tienda. Un par de coches aislados habían sido consumidos por un nefasto fuego. Maletas abiertas con todo su contenido esparcido sobre el asfalto entre medio como si sus dueños las hubieran dejado caer repentinamente. El sonido que el viento traía desde abajo era preocupante. Pero lo que realmente le asustaba, era la cantidad de aquellos individuos que se paseaban lentamente entre los coches, salían y entraban sin rumbo de los diferentes locales cuyas puertas la mayoría se encontraban abiertas si no era que no habían sido invadidos por un automóvil repentinamente incrustado.

Desde esa altura sin embargo todo parecía mucho menos amenazante de lo que era. Le dio un escalofrío al pensar en qué harían esas cosas si llegara a bajar. Había visto la manera en la que atacaban, como repentinamente podrían enloquecer y perseguirlo a uno sin sentir cansancio alguno para terminar por devorarlo vivo.
Se volvió al interior del departamento en donde Ibuki intentaba ordenar en raciones para al menos quince días las latas y los frascos de conserva o las cajas de galletas, cereales, golosinas, snacks que tenían. Si era necesario comerían menos, pero debían aguantar hasta que la situación fuera solucionada por alguien más… ¿Vendrían policías o bomberos a recatarles? Quería pensar que sí, que todo al cabo de a lo sumo un mes terminaría y volvería a la normalidad.

-Allí afuera está horrible. Hay muchos de ellos- le informó a Ibuki bien llegó a su lado -¿Qué estabas haciendo?

-Planeando las comidas…- miró a su amigo tan solo unos instantes mientras intentaba imaginar qué aspecto tendría la calle a tantos metros bajo sus pies. De repente la garganta se le había secado y un ligero sudor frío le cubrió la frente.

Mientras tanto a unos pocos kilómetros, en una de las principales calles de Shinjuku, un grupo de cuatro chicos se refugiaba en el recodo de un oscuro callejón sin salida del cual habían “despejado” por completo todos los negocios lindantes, excepto un pequeño bar al que decidieron no entrar al considerarlo demasiado cerrado y oscuro. Ayame sostenía en sus manos una pesada barra de hierro de la cual pendía un hilo de algo viscoso. Se había quedado observando la sustancia rojo oscuro fijamente con un asco que iba más allá de lo que esperaba, después de tantos días ya hubiera tenido que acostumbrarse pero no era así.
Sono, quien se encargaba de mantener la calma entre todos cuando cundía el pánico, cambiaba las vendas de la mano que Anzi se había herido al romper con su puño un ventanal en medio de una situación desesperada. Habían logrado escapar por muy poco gracias a él y no encontraba otra manera de agradecérselo. Todos ellos junto con Yuu, habían quedado atrapados en una tienda de comestibles hacía unos días atrás cuando apenas el caos había comenzado pero las cosas habían ido mal ya que éste último al discutir con el estúpido encargado de la tienda, había llamado la atención de esas cosas que se habían abalanzado sobre los cristales con sus bocas abiertas preparadas para despedazarles.
El encargado junto a otros tantos hombres y mujeres entre los que se encontraba un chico llamado Yo, el cual a Ayame había “llamado su atención”, habían sido devorados una vez el cristal cedió haciéndose trizas.

Unos pocos lograron correr hacia el fondo del local en donde Anzi gritaba que por allí tendría que haber una salida. Solo aquellos tres con los que ahora se encontraban habían podido seguirlo por el oscuro pasillo mientras el tropel rabioso de los muertos les pisaba los talones. Lograron encerrarse en una pequeña oficina vacía tras la puerta que sabían, mucho tiempo no iba a resistir. No había nada que pudieran utilizar para defenderse, a lo que poseído por la desesperación, Anzi rompió el ventanal a su derecha para que pudieran escapar.  
Ahora se encontraban allí a medio camino de llegar a la siguiente parada: Meguro. Habían decidido que lo mejor era llegar lo más posible hasta el Sur para quizá refugiarse en la costa. Los bosques o el monte tampoco era mala opción pero mientras más pudieran evitar la aglomeración de podridos, mejor les iría.

Ayame volvió a asomarse tan solo unos instantes para comprobar que ninguno se acercara. En momentos de descanso como ese había logrado estudiar un poco su comportamiento y llegó a varias conclusiones que en el futuro le ayudarían mucho para continuar resistiendo. Siempre había sido observador, no era para nada tonto y su capacidad de reacción tanto como su condición física le había sido de ayuda en más de una situación en la vida mucho antes de que la misma se fuera por el retrete.
Simplemente una mañana despertó y bajó las escaleras ya vestido para ir al trabajo encontrándose con que no solo la cocina sino la casa por completo era un desastre. Caminó entre el desorden de la misma tropezando con un par de sartenes y por poco no terminó con el filo de una cuchilla incrustado en un ojo cuando se percató de que sus manos habían ido a parar contra algo viscoso. Hasta ese momento no había caído en la cuenta del intenso aroma a sangre que inundaba el lugar, frunció el entrecejo incorporándose al borde del colapso.
De esa manera casi corrió hasta la sala de estar en donde encontró la puerta que daba al exterior abierta de par en par. La televisión había caído al suelo, el cable que conectaba la misma había sido arrancado. Uno de los sillones tapizados en cuero sintético volteado con sus respectivos cojines dispersos por aquí o por allí y en la parte inferior de la puerta, una mancha de sangre aparecía prominente, oscura. Sabía que ese color era el de la sangre coagulada.
Afuera en la calle un par de vecinos caminaban con tal vez demasiada parsimonia. Pero no notó el horror que toda la situación llevaba consigo hasta que no vio detenidamente sus rostros. ¿Qué demonios les había sucedido? Su madre cruzó el pasillo que conectaba una de las habitaciones de la planta baja, el cabello le cubría el rostro ya que caminaba cabizbaja. Llevaba puesto aquel bonito camisón negro de satén que tanto le gustaba porque decía que resaltaba las formas que su cuerpo aún no había perdido a lo que siempre él le había respondido que debía vestirse de acuerdo con su edad, iba descalza y el barniz de sus uñas, brillaba con el tono perlado que tan acostumbrado estaba a ver.  

-¿Mamá? ¿Te sientes bien?- le preguntó mientras iba a cerrar la puerta con cuidado. Afuera, el vecino que tantas veces había visto entrar y salir con su ridículo traje anaranjado, se acercaba graznando distorsionadamente como un endemoniado pato degollado. Pero por alguna razón en su fuero interno, allí muy en el fondo de su alma sabía que algo estaba mal con el tipo, esa alarma de pánico que comienza a sonar dentro de la mente de uno ante una situación de peligro se había activado. Ante el ligero click que ésta produjo, escuchó un alarido que le erizó hasta el último de los cabellos de su nuca y lo colocó alerta al máximo, ¿Qué demonios había con esa voz? No obstante eso no era todo, su madre se irguió clavando en él unos ojos de iris tan oscuros como los de un cuervo, nunca la había visto así en su vida. Observó como en su rostro poco a poco se colocaba un rictus de ira. Para colmo en su garganta se abría una gran herida que casi le provocó un desmayo -…Mamá…- volvió a pronunciar casi en un hilo de voz antes de que su madre profiriera un alarido similar al que acababa de escuchar proveniente del exterior. La mujer extendió sus brazos echándose a la carrera como enloquecida con su boca abierta entre una respiración trabajosa, jadeante y él con un grito de terror, sin pensarlo dos veces comenzó correr nuevamente hacia la cocina en busca de volver a las escaleras, a la seguridad de su habitación en la planta superior.

Se mantuvo encerrado allí durante un día entero antes de que la luz se fuera por completo y volviera a entrar en pánico. Durante la tarde había observado por la ventana la manera en la que unas cuantas de esas personas las cuales desde pequeño había conocido, se habían comido viva a una pequeña niña. Una hora más tarde, la pequeña se había levantado con los mismos ojos que los demás, moviéndose de aquí hacia allí hasta que una nueva presa llegó. ¿Qué era lo que sucedía? No lo sabía pero tenía que salir de allí lo antes posible o iban a terminar por hacerle lo mismo en cuanto lo encontraran.

Terminó por colarse a la habitación de su hermano una vez se hubiera asegurado de que estaba vacía. La casa había vuelto a sumirse en un silencio que se esforzó por mantener. Y colándose a través de la ventana, se dejó caer la corta distancia que lo separaba del césped del jardín trasero. El impacto le resintió un hombro las siguientes horas, pero procuró armarse con una barra de hierro que recordaba haber visto a su padre utilizar para abrir la asquerosa tapa de concreto que cubría las boca de las cañerías centrales.
Con cuidado y un poco arrepentido de haber abandonado su hogar, se encaminó saltando las cercas o las pequeñas paredes que separaban una casa de otra, utilizando cualquier lugar u objeto a modo de escondite una vez hubiera estado seguro de que no lo habían visto.
Al caer la noche había encontrado una tienda de comestibles en donde le habían permitido entrar y todo había ido tranquilo hasta el momento en que aquellas bestias con forma humana habían invadido el lugar.

Sin embargo había tenido un par de dificultades en el camino. En determinado momento de la tarde cuando comenzaba a colocarse oscuro, uno de esos tipos le había descubierto y se había lanzado a la carrera para intentar tomarlo. De no ser porque le hubiera golpeado valiéndose de todas sus fuerzas directamente en la cabeza con la barra de hierro, se hubiera acercado aún más terminando por morderle. El desgraciado había alertado a otros cinco, dos mujeres y tres hombres que en primera instancia lo observaron como si fuera lo más extraño que habían visto en sus vidas, avanzando lento. Pero en cuanto volteó para comenzar a correr, éstos profirieron un rabioso grito comenzando a correr tan rápido que casi lo alcanzaron.
Logró encerrarse en un coche abandonado para salir rápidamente por la puerta del conductor y continuar la carrera hasta el siguiente. Así entre coche y coche, logró avanzar cruzando la calle, perdiéndose en una de las esquinas que para su alivio, aún se encontraba un poco vacía. Había presenciado horrores verdaderos en toda su pequeña aventura, los había visto avanzar de a cientos en una de las avenidas principales donde tuvo que volverse para que no le vieran ni le atraparan.

Sorteando aquellos últimos con marcada habilidad, golpeó las puertas del local de comestibles totalmente desesperado. Incluso mató a su segunda víctima, una anciana con los dientes llenos de sangre y la mitad del rostro desaparecida que amenazó con acercarse demasiado. Él no sería la cena de nadie, ni allí ni en ningún otro instante.
Cuando por fin pudo entrar para perderse de la vista de aquellos desquiciados, se dejó caer en el suelo totalmente rendido mientras un par de hombres revisaban que no tuviera heridas.

Ahora allí se encontraba, recargado contra la pared con el arma que ya le había salvado el pellejo tantas veces entre las manos. El único recuerdo de lo que era su hogar. Acompañado de extraños que si bien no eran malas personas, no le inspiraban especial confianza. Se limitó a limpiar la barra de hierro en silencio utilizando una hoja de periódico húmedo que encontró en el suelo mientras Sono volvía a guardar en su mochila todo lo que había utilizado para curar a Anzi. Repentinamente había vuelto a llover.

-Deberíamos husmear por allí. ¿No creen?- señaló Sono con su cabeza hacia el bar frente a ellos, terminaba de cerrar su mochila con cierta dificultad ya que la cremallera había dejado de funcionar correctamente –no va a parar de llover y es peligroso con todos esos monstruos andando por ahí. Además pronto anochecerá, no podemos arriesgarnos si no tenemos linternas. De todos modos podríamos encontrar algo de utilidad… ya tenemos comida por demás, un par de medicamentos de aquella farmacia, ropa limpia. Nos faltan un par de herramientas, más armas- procuraba utilizar un tono de voz bajo para que solamente ellos fueran capaces de escucharle. Tomó su bate de béisbol que había dejado descansar contra la pared y avanzó unos pasos hacia la puerta pero Yuu lo detuvo con una expresión sumamente nerviosa en el rostro.

-¿Y si aún queda alguna de esas cosas dentro?- luego llevó sus ojos hacia los tres que habían derribado destrozándoles la cabeza a golpes.

-Las matamos- respondió con simpleza encogiéndose de hombros.

Al Sur, en Shinagawa, el distrito Osaki se encontraba casi en la misma situación que las demás ubicaciones. Había rumores de que en el centro de Tokio se había desencadenado “algo raro” pero a los verdaderos horrores fuera de la pantalla de la televisión o los altavoces del radio, no los contemplaron y vivieron en carne propia hasta pasados casi tres días.

En un asilo mental frente a la costa, Byo despertó totalmente alarmado bajo los gritos que llegaban a sus oídos a través de la delgada puerta de acero. En su agitada mente una alarma se activó gritando “Peligro”, de alguna manera sabía que aquello no era normal. Suerte que esa tarde nadie le había colocado la molesta camisa de fuerza.
El último enfermero que había venido a inyectarle directo en las venas un espeso calmante color ambarino le dijo que si hoy era un buen chico, nadie iba a amarrarlo. Sin embargo su percepción visual había sido alterada. Eran los únicos efectos que las sustancias lograban surtirle durante las primeras dosis del día ya que llegaban a inyectarle hasta cinco veces para evitar esos repentinos ataques de ira que solía tener cuando algo salía mal, pensaba en hechos del pasado o simplemente llegaba al límite luego de haberlo mantenido durante largas horas encerrado en su celda. Y maldición, sí que dolían aquellos moratones en sus antebrazos. Si se quedaba mirándolos un largo tiempo, llegaba a pensar que se parecían a los de un adicto a la heroína.

Ante el caos que parecía crecer, poco a poco caminó estirando los brazos hasta alcanzar la fría superficie de la puerta, para asomarse al pequeño cristal que la misma contenía. Odiaba que los médicos le observaran desde allí mientras hablaban entre ellos o hacían anotaciones. Podría jurar que los había visto reírse de él… sí, se reían de él porque sabían que eso le enfurecía. Un día les haría pagar por reírse. Les haría lo mismo que le había hecho a aquel obeso dependiente de la tienda de revistas que esa vez se había reído en su cara cuando colocó las revistas pornográficas masculinas sobre el mostrador mientras sacaba el dinero de su bolsillo con intenciones de pagar. Adoraba esas fotos que contenían, todos los chicos se veían muy guapos en ropa interior o desnudos y no podía evitar terminar tocándose intensamente entre páginas.
No sabía como pero repentinamente había sufrido tal acceso de furia que se encontró caminando detrás del mostrador en su busca. No recordaba el episodio completo, pues en la película de su cabeza un par de escenas se habían perdido. Pero sabía que con algo en su mano… su cinturón…sí, era su cinturón, lo había asfixiado hasta que su rechoncha y asquerosa cara de cerdo se había colocado azul, luego morada. Luego el grito de una mujer que le traspasaba de oído a oído. ¿Qué era lo que le había hecho a ella? Creía recordarlo vagamente… sí, ahora lo sabía: le había sacado los ojos de las cuencas con sus propios dedos pero… ¿Y luego? Sintió náuseas al recordar una repentina textura gelatinosa en su boca. ¡Se los había comido!

Mirando las paredes del pasillo externo manchadas en algo que parecía ser sangre, repentinamente volvió a la realidad. Gimió un par de veces antes de golpearse violentamente la cabeza contra la puerta una y otra vez, queriendo evitar volver a tener esos recuerdos pero ante un grito gutural que le erizó la piel, no pudo evitar volver a asomarse para ver qué había pasado.
 
¿Qué era lo que sucedía? Abrió bastante sus ojos al notar que varios pacientes estaban atacando al personal del asilo. Pero lo más extraño fue cuando un miembro uniformado de seguridad se acercó hasta uno de los médicos y le dio un mordisco tan fuerte en el cuello que Byo pudo escuchar como la piel, la carne crujía cediendo a la fuerza de las mandíbulas ajenas.
Era demasiado por hoy, decidió apartarse del macabro panorama para luego revisar si se encontraba encerrado bajo llaves. Mucho más tarde cuando todos los ánimos se hubieran calmado, escaparía de la habitación como siempre lo hacía para deambular por los pasillos utilizando un par de clips retorcidos para forzar la cerradura. Husmearía por todos los rincones enterándose qué era lo que había sucedido y si tenía la oportunidad, ante la repentina falta de tanto personal escaparía de allí para siempre.
Después de tantos años ya era hora de que algo afortunado le sucediera. Escaparía por alguna puerta trasera si era necesario, incluso sería capaz de meterse en el asqueroso agujero de una cañería rebosante de mierda hasta las rodillas para avanzar e irse a pasar el resto de sus días a un lugar muy lejano de ese loquero. No lo necesitaba, no necesitaba de nada de lo que allí sufría. Si nadie le molestaba, sabía que todo iría bien. No se descontrolaría y no haría nada malo. ¡¿Por qué el mundo no podría dejarlo en paz?! Volvió a tomarse la cabeza a la vez que apretaba sus mandíbulas, temblando violentamente de pies a cabeza mientras se balanceaba hacia adelante o hacia atrás.

Yokohama, la capital de la prefectura de Kanagawa. A una distancia de treinta kilómetros del corazón de Tokio. Satoshi conducía el pequeño coche que entre los dos habían comprado mientras Manabu descansaba en el asiento del copiloto. El pelinegro al volante miraba distraídamente hacia todos lados, sorteando los atascos de coches, atropellando de vez en cuando a alguno de esos muertos, esos zombies que tan bien ambos conocían.

Desde que tenía memoria había sido un aficionado a las películas de zombies. En realidad, a todo lo relacionado con ellos. Con el correr de los años durante su adolescencia, había coleccionado cientos de cómics, películas, figuritas en diferentes tamaños y hasta juegos de computadora. En un sitio de internet dedicado a uno de éstos últimos, había conocido a Manabu hacía ya dos años. Comenzaron a hablar a través de mensajes que se respondían casi al instante de haber recibido el propio. Le gustaba, le resultaba interesante. Pero el día en que concretaron una salida por las calles de Tokio, Satoshi se enamoró a primera vista luego de que Manabu se le hubiera acercado para preguntarle si él era Satoshi, con quien había quedado encontrarse en esa pequeña parada de buses.
Manabu fue un poco más discreto en cuanto al asunto y al finalizar aquel memorable verano en el que pasaron las horas libres luego del trabajo en el que ambos habían conseguido un puesto, paseando por allí en sus respectivos skateboards para luego ir a casa de alguno de los dos a jugar videojuegos o ver películas, una noche le preguntó sin más si le gustaría ser su novio.

En dos años de relación habían tenido pocas peleas. Se llevaban realmente bien y se querían mucho. Habían comprado un pequeño automóvil, pronto hubieran rentado una casa si no hubiera sido porque la invasión se había desatado repentinamente sorprendiendo al mundo.
El día en el que Satoshi despertó y vió en las noticias de la televisión durante el desayuno lo que comenzaba a ocurrir, dejó su taza de café a medio beber para volver a su habitación en busca del teléfono móvil. En un principio se había preocupado ya que Manabu no respondía, según había oído en la noticia, todo había comenzado en el hospital que se encontraba a tan solo unas calles de la casa de su novio. No podía creer que al final la ficción había superado a la realidad y comenzaban a pasar por eso, sabía muy bien la clase de tormenta que se les venía encima. 

-¡¿Estás bien?!- preguntó sumamente sobresaltado bien éste aceptó la llamada. Caminaba como un loco de aquí hacia allí, en determinado momento volviéndose a tomar las llaves del coche que guardaban en el garaje de casa de sus padres ya que aquel era más amplio que el de la casa de los padres de Manabu.

-Claro. Aunque afuera es un desastre… hay personas de la policía movilizándose y he escuchado que en breve si la situación se desborda vendrá el ejército. ¿Tú estás bien?- a pesar de parecer muy sereno, tenía hasta el último de sus nervios de punta. Pues Manabu siempre intentaba controlarse en determinadas situaciones de riesgo, como aquella vez en la que una pandilla intentó robarles el coche. Él muy serenamente los había distraído bajando su ventanilla del copiloto que los tipos le habían obligado a abrir mientras Satoshi se preparaba para acelerar. Habían escapado por poco. Sin embargo, esto era totalmente diferente.

-Iré por ti. Quédate allí- murmuró caminando decidido hacia la puerta de la habitación.

-No seas tonto, estoy con mis padres aquí. ¿También los llevarás a ellos? Es decir… no creo que ni en ésta situación mi padre quiera verte un solo pelo.

-Da igual. Iré por ti y por ellos, ya sabes que hacer así que…- pero enmudeció repentinamente. Su labio inferior tembló mientras se detenía ya a medio camino por el pasillo. Había escuchado el grito de una mujer, una serie de fuertes golpes –oye… ¿Está todo en orden?- inquirió totalmente aterrorizado.

-Luego te llamo- respondió rápidamente el más bajo antes de cortar la llamada haciendo que Satoshi perdiera la cabeza.   

El pelinegro se encaramó hacia las escaleras bajando de tres en tres escalones, luego corriendo hacia la puerta de salida al garaje, que se encontraba en la cocina. Su madre que planchaba la ropa en una tabla color rosado, lo miró asustada. ¿En dónde estaba su padre? Negó con su cabeza estirando su brazo con la palma de la mano extendida para evitar que su madre se acercara, sabía que no le permitiría salir viendo lo que estaba sucediendo en la pantalla de la televisión.

-Hijo, quédate aquí. Es peligroso. No sé muy bien qué es lo que sucede pero hay militares disparando a la gente. Quédate…

-Lo siento mamá, tengo que salir a hacer algo importante. Quédate aquí y no le abras la puerta a nadie. ¿Entendiste? Enciérrate bien, colócale el seguro a todas las ventanas y no te acerques a ellas. Volveré pronto, lo prometo- dio un par de pasos hacia atrás en busca de la perilla de la puerta –haz lo que te digo- finalmente, se escabulló con rapidez hacia el garaje bajo una nueva protesta desesperada de su madre, abriendo la puerta doble con el mando a distancia. En esos momentos también agradecía que la luz aún no se hubiera ido, pero sabía que pronto cualquier tipo de comodidades se vendría abajo.
Metiéndose al coche para encender el motor, esperó hasta que la puerta estuviera por completo arriba para dar marcha hacia atrás. Al mirar a los lados una vez en la acera todo parecía normal, así que cerró nuevamente la puerta utilizando el mando a distancia comenzando a emprender el viaje a casa de Manabu.

El camino no era muy largo, por si acaso evitó las avenidas, autopistas, cualquier calle en la que pudiera quedar atrapado. No quería pensar más en el asunto hasta aparcar frente a la casa de su novio al cual luego de llamarle al móvil, no pudo comunicarse ya que las líneas estaban saturadas.
Grande fue su sorpresa al bien llegar verle asomado por la ventana. No había reparado en su ropa ensangrentada hasta que éste salió rápidamente dejando la puerta abierta. Cargaba a sus espaldas una mochila y en su mano sostenía uno de los cuchillos de caza que tanto le gustaba coleccionar.

-Nos vamos, acelera- anunció una vez se hubiera deslizado dentro del coche por la puerta trasera.

-¿Qué es lo que ha suced…?

-¡Acelera! Nos tenemos que ir… luego te explico.

Los padres de Manabu habían muerto bajo las implacables mandíbulas de los zombies. Él mismo se había tenido que encargar de destrozar tantos cerebros como pudo antes de volver a cerrar la puerta. Se había vuelto rápidamente a su habitación en busca de una vieja mochila que solía utilizar en la escuela secundaria para llenarla de todas las cosas necesarias que eran capaces de caber dentro. También se había asegurado de regalarles un buen descanso eterno a sus padres antes de asomarse por la ventana con planes de huir hacia casa de Satoshi pero milagrosamente notando que éste no había podido quedarse quieto en su propio hogar.
Aquel mediodía sortearon demasiados peligros. Incluso tuvieron que subirse a una acera para andar por allí y evitar el tráfico entre queja y queja de los pocos que iban a pie haciéndose a un lado precipitadamente.

Lo que Satoshi no supo hasta llegar a destino, era que su madre había desatendido por completo a sus instrucciones. En medio del pánico un par de personas armadas habían entrado y le habían acribillado. Su cuerpo muerto podía verse contra el fondo del pasillo justo en línea recta hacia la calle. El automóvil de su padre que trabaja en un complejo de oficias en Shinjuku no estaba. Era hora de no tomar más riesgos y continuar con el camino.

Había vuelto a caer en el mundo real bajo una protesta de Manabu que medio se había subido a sus piernas mientras mantenía el freno presionado con su pie. El haber detenido el coche tan repentinamente hizo que se golpeara la frente contra el volante sin hacerse daño.

-¿Qué diablos estás haciendo?- le reprochó cuando éste lo miró atónito –suelta el acelerador, idiota. Nos vas a matar por andar flotando en la Luna.

-A-Ah… lo siento. Solo estaba pensando en algunas cosas- se disculpó totalmente apenado mientras sentía como el cuerpo de su novio se deslizaba para volver a su lugar. Luego el mismo le dio un beso en los labios mientras le sostenía el rostro para acercarlo.

-No te distraigas. ¿Quieres que conversemos? Es peligroso que estés al volante si vas a hacer cualquier cosa. Mira- luego de un nuevo beso, le hizo girar la cabeza hacia el frente para que viera cuan a punto habían estado de colisionar contra una pared de ladrillos.

-Lo siento…- se disculpó nuevamente mientras se separaba, haciendo que el coche diera marcha hacia atrás. Volvería a emprender el camino en busca de rodear Shinjuku. A pesar de ya pasados un par de días, quería asegurarse de que su padre aún no estuviera allí y hubiera huido hacia otra parte. 

Notas finales:

Hola, hola, hola~  ¿Cómo están todos?
Bienvenidos a un nuevo fic c: la temática es materia en la que me encanta sumergirme tal cual los vampiros. Solo que nunca había escrito una historia de zombies. Así que lo voy a intentar lo mejor que pueda.

Estos van a ser los primeros personajes que a lo largo de la historia se van a ir mezclando con otros más y pasarán las mil y unas c:
No se encariñen con ninguno porque al final todos mueren –wtf- (??????)

Espero que les haya gustado el capi y no se les haya hecho pesado. Y si hay algún error lo siento :c lo revisé tres veces en las que me comí la cabeza releyendo ya que es demasiado texto luego de haberlo estado escribiendo xDD –le explota el cerebro-

Les voy a contar que me abrí un blog c: para quienes quieran visitarlo, afiliarlo, etc. Va a estar plagado de cosillas que conforman mi pequeño y humilde universo.

Este es el link: http://gradosdesombra.blogspot.com.ar/

Nos estamos viendo ~ -reparte besitos- se la cuidan.
 


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