Reminiscencia (del latín: reminiscentia)
-Acción de representarse u ofrecerse a la memoria el recuerdo de algo que pasó.
-Recuerdo vago e impreciso.
PRÓLOGO
La mañana de la explosión, Baekhyun había estado yendo a clase.
Hasta aquel día, toda su vida había sido normal; veintiún años de madrugones, noches en vela por los exámenes, regalos de cumpleaños, crisis de adolescencia, escapadas con sus amigos y broncas y reconciliaciones con sus padres. Jamás se había salido de la línea. Jamás había sido diferente, ni especial, ni muy bueno, ni malo, pero había sido relativamente feliz.
Él siempre había pensado que las bendiciones y las desgracias siempre les pasaban a quienes las merecían. Que los accidentes y las tragedias les ocurrían a otras personas, en otro momento, en otro lugar; nunca a un universitario común, que había salido de casa corriendo con un termo de café en la mano, nervioso porque llegaba mal de tiempo a la primera hora de clase y porque aquella tarde, por fin, se declararía al chico que le gustaba tal y como había querido hacer durante los últimos cinco meses.
Tal vez, si su alarma hubiese sonado a tiempo, todo habría sido distinto. Quizás, si no se hubiese desviado para atajar, habría llegado diez minutos tarde al aula y habría gruñido por lo bajo al ver que su profesor de marketing no le dejaba entrar a clase. Y eso habría sido todo, y pronto se habría olvidado de aquel día, convirtiéndolo en una mañana más de un calendario constante, sin sorpresas.
Pero nada sucedió así. Y la alarma no sonó cuando debía, y Baekhyun cogió su termo de café de la cocina y salió corriendo, atajando por una sucesión de calles que lo llevó a una amplia avenida, llena de tráfico, de gente, normal como cualquier otra.
No se fijó en el camión de gas cuando pasó corriendo a su lado. No miró atrás, no lo vio; era sólo una pieza más del puzle que era la ciudad, algo ordinario, sin importancia.
Cuando oyó la explosión, tan cerca que el sonido brutal fue como un martillazo en los oídos, no supo de dónde había venido. Lo siguiente de lo que fue consciente fue del calor, de la fuerza ardiente que lo empujaba como un juguete roto hacia delante; del dolor lacerante, inhumano, que se le clavaba en la piel, le quemaba la carne; que le deshacía la garganta, sin dejarle gritar para pedir auxilio.
Ni siquiera notó el golpe al estrellarse contra el suelo. No oyó las voces, los chillidos, el aullido de las sirenas. No podía moverse, no podía tomar aire, y no entendía qué había pasado, porque sólo sentía vacío, un vacío que se lo tragaba, y sólo veía luz, luz blanca, a su alrededor.
Lo último que pensó fue que aquello era todo. Y que parecía irreal, que tenía que ser mentira, porque hacía cinco segundos todo había estado bien, y ahora su mundo había saltado por los aires.
Trató de aferrarse a algo, de vivir, de rogar a quien fuera, de respirar.
Para cuando los médicos llegaron al lugar del accidente, todo lo que pudieron hacer fue certificar que había muerto en el acto.