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La oscura Tierra de las Maravillas por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

(Muerte en vida) 

Aquí les traigo un nuevo capítulo :D Siento haberme tardado tanto, con los malditos exámenes no he tenido tiempo ni para peinarme x.x xDDD 

Aun me quedan algunos exámenes pero menos y creo ahora tener más tiempo para escribir n.n

Espero que les guste (Bueno, en realidad no sé si les guste mucho este en especial xd) 

Recuerden que en la historia existen dos narradores n.n. Por un lado está Angelo que narra con letra normal y -los dialogos con negrita y cursiva- Y Agate que narra en negrita y -Dialogos en cursiva y nomal- Separados ambos por un (*   *   *) 

Por favor! háganme el favor de ponerle ojo a la ortografía y a cualquier error que puedan encontrar (cualquiera, a veces se me repiten las palabras o se me confunden los nombres xD) Me he desvelado escribiendo y no lo he revisado -w-

Muchas gracias por leer!

Un Abrazo!

El sonido de algo estrellándose contra el suelo me despertó. Unos soldados llegaban con Agate y lo lanzaban contra el piso, luego se retiraron cerrando las puertas tras de sí. El peliblanco, aun en el suelo, levantó la mirada hacia mí y sonrió. Estaba muy malherido aunque la perforación en su hombro había sido curada. Llevaba vendado el hombro izquierdo y algunas marcas de azotes cubrían su espalda. Esquivé su mirada y giré la cabeza hacia un lado, conteniendo las lágrimas ¿Cómo podía estar sonriendo?

El cerrojo se movió y la figura de Stayne atravesó la puerta. Llevaba el cabello negro tomado en una coleta que despejaba su rostro, resaltando los afilados ojos amarillos. Por un momento se detuvo y miró burlescamente la figura de Agate levantándose lentamente. Sonrió y lo tomó por el brazo, lanzándolo hacia donde estaba yo, cayendo sobre mí.

- ¿E…Estás bien?- Pregunté ayudándole a reincorporarse a mi lado. Estaba atado de manos mientras que a mí me sujetaban gruesas cadenas. Stayne se acercó lentamente hacia nosotros.

-Luego vendrás tú- Amenazó lanzando una fulminante mirada hacia mí, mirada que cambió cuando dirigió sus ojos a la persona que tenía al lado.

Dormía profundamente mientras una mueca de paz escapaba en una sonrisa tranquila en el rostro lastimado. Vestía un simple vestido color blanco que resaltaba el cabello negro cayendo por sus hombros. Stayne pareció sorprenderse al verla, seguramente también pensaba que ella estaba muerta. Esta era una reacción típica que tenían todos los soldados que entraban y veían a Emma que dormía hace unas horas ya.  Volvió a fijar su mirada en mí en el momento que la puerta se volvió a abrir. Agate tomó mi mano entre las suyas atadas.

El pisar de sus tacos retumbó con fuerza en la habitación. Stayne cambió inmediatamente y me dio la espalda para arrodillarse ante la Reina que venía entrando. La mujer se paró frente a él, dirigiéndole una lasciva mirada que me estremeció y de alguna forma me repugno. El pelinegro tomó la pálida mano entre sus dedos y la besó.

- Lleva a ese niño a la sala de torturas- Ordenó ella apuntando hacia mí con un tono tan frío que sentí el miedo llenarme por completo al escucharlo. Agate estrechó mi mano con más fuerza.

-No lo llevarás a ningún lado-  Su voz se escuchaba cansada y malgastada. Dirigí una mirada hacia él, inspeccionándolo. Estaba demasiado herido como para soportar una golpiza más, sobre todo por lo que supuse que estaba a punto de decir.

-Lo que le quieras hacer a él, puedes hacérmelo a mí- Dijo mirando fijamente en los ojos grises de su madre. La mujer pareció molestarse y abrió los labios carmines para hablar.

-No- Interrumpí yo soltando su mano con suavidad y poniéndome de pie frente a la reina. Evité los ojos sangre de Agate que me miraban con mezcla de asombro y enfado.

-Lo que quiera esta mujer hacerme, lo tomaré yo-  Advertí girando ahora hacia el peliblanco y dirigiéndola una mirada de reproche. No podía evitar molestarme ante su irresponsabilidad, querer aguantar más golpes ¿Acaso buscaba suicidarse?

-Bien dicho, chico- Dijo el pelinegro quitando las cadenas de mis muñecas y tomándome bruscamente por el brazo para arrastrarme a la sala de castigo. La Reina se mantuvo junto a nosotros hasta llegar a la habitación del lado. Una sala vacía, de murallas blancas y algunas salpicadas en sangre. En el centro se alzaba una especie de altar y en las paredes a su izquierda y derecha colgaban las cadenas que me robarían la libertad nuevamente. En silencio y empujado por la espada de Stayne avancé hasta el altar y me dejé apresar. Las cadenas eran lo suficientemente largas como para poder moverme lo suficiente.

La Reina estaba parada bajo el umbral de la puerta, satisfecha, como observando una obra de arte mientras me tenía atado con esas cadenas.

-Dime, Liddell- Pronunció mi apellido con cierto desprecio y en un tono burlesco -¿Cómo llego al País de las maravillas?- Me sorprendí un poco al escuchar esta pregunta, definitivamente no la esperaba.

-Pensé que ya lo habiaís hecho, su majestad- Respondí burlescamente esbozando una sonrisa de medio lado. -¿Acaso vuestros hombres son tan idiotas que no han podido entrar de nuevo?- 

-Ajusta las cadenas, Stayne- Indicó y el pelinegro obedeció de inmediato. Sentí como las cadenas de mis muñecas me jalaban y me levantaban un poco del suelo, comenzando a doler.

-Volveré a preguntarte ¿Cómo llego al País de las maravillas?-

 Sentí la presión de mi antebrazo, como si de pronto quisiese desgarrarse. No me costó acostumbrarme a tan molesta sensación. Levanté la mirada y clavé mis ojos en las malignas pupilas de la pelirroja.

-No voy a decírtelo-

- Stayne…- Llamó la atención del pelinegro –Haz hablar a nuestro amigo- El hombre alzó sus pupilas doradas hacia mí e hizo tronar sus dedos y su cuello. La Reina dio media vuelta y me dejó a solas con el soldado.

No debía adivinar lo que estaba a punto de pasar. Soltó un poco las cadenas que me sujetaban y me dejó caer al suelo, arrodillado. Giré mi cabeza cuando le vi pasar a mi lado y dirigirse a mi espalda. De su chaqueta larga color negro, sustrajo un látigo,  ya conocido y temido por mí. No pensé que llegaría tan lejos en tan poco tiempo, definitivamente esperaba algo distinto, un poco más suave. Esperaba el típico látigo de tiras negras clavándose en mi espalda, pero la verdad es que sus doce brazos que parecían tener vida propia, adornados con los grandes pedazos de vidrios en su punta me atemorizaron. Contuve la respiración antes de que el primer azote chocara contra mi piel. El vidrio pareció incrustarse demasiado rápido y a Stayne le costó unos momentos retirarlos para dar el segundo golpe, sentí nuevamente y con más fuerza las puntas de vidrio clavarse en mi espalda como espinas. Un tercer azote me hizo tambalear y estremecer, no era como lo esperaba. El dolor sentido bajo el brazo del obispo definitivamente no podía compararse a este, el látigo de Stayne dolía y ardía tan profundamente que creí que iba a desmayar al sexto azote. Sentí como la sangre de mi espalda comenzó a correr desenfrenadamente y no pude evitar gritar, de alguna forma se sentía mejor así, era una forma de desahogar el punzar de las tiras desgarrando mis músculos.

- ¿Me dirás ahora?- Preguntó irónicamente deteniéndose y cargando las uñas en mis heridas. Tan solo atiné a negar con la cabeza.

No alcancé a reaccionar cuando el undécimo golpe cayó sobre mí. Solté un grito al comprobar que Stayne lo había dejado clavado y ahora lo empujaba con sus manos, destrozando con sus puntas toda la piel que había a su paso.


                                                                                        (*   *   *)


- Haz que se detenga…-Imploró la pelinegra intentando ocultar las lágrimas que caían sin control por los ojos azulados. No la culpaba, yo también podía escuchar los gritos desgarrados y llenos de dolor, y no podía evitar la angustia emergiendo desde lo más profundo de mí. Intenté no oír, pero la voz de Ángelo cruzando dolorosamente las murallas llegaba hasta mí y me atormentaba.

Por primera vez en mi vida sentí miedo, un terror paralizante que me congelaba los músculos. Estaba allí, patéticamente quieto con las manos atadas y los ojos cerrados intentando apartar las crudas imágenes que llegaban a mi mente cada vez que escuchaba un quejido de Ángelo. Podía sentir el látigo en mi espalda cada vez que le escuchaba chocar contra la suya y sentía por mi piel corriendo la misma sangre que debía resbalar por su cuerpo. Me sentía inútil, no podía hacer nada en esa habitación completamente gris y carente de cualquier cosa que me pudiese ayudar a salir. Los gritos se hicieron más fuertes y dolorosos, podía escuchar su garganta desgarrarse y como los sollozos comenzaban a quebrarla y a debilitar su voz. Desesperé, no podía soportar oírlo más. Frenéticamente intenté ponerme de pie y caí, olvidando que mis piernas también se hallaban atadas. Llevé las cuerdas de mis muñecas a mi boca y comencé a morderlas, sin distinguir la carne de las fibras de mis ataduras. Sentí un grito espantado de Emma al observarme pero no me detuve ni un segundo, seguí masticando con la fuerza de mis dientes todo lo que encontraban a su paso. La soga comenzó a ceder y las primeras gotas de sangre a resbalar por mis muñecas, comencé a sentir una leve punzada en la piel y el sabor a sangre entrando por mi boca. El rugir de los latigazos me motivaba a seguir hasta que no pude distinguir entre la sangre y las cuerdas que me apresaban, en ese momento, cedieron y sentí mis adoloridas muñecas libres otra vez.

Con las manos temblando de miedo y dolor me desaté los pies. Me dirigí hacia Emma e hice lo mismo con ella, pero no la dejé ponerse de pie.


-Quédate aquí-  Le ordené mientras dificultosamente me levantaba, todos mis músculos estaban atrofiados y un calambre llegó hasta mi pierna derecha. A medida que avanzaba podía escuchar con más fuerza los gritos ahogados escapando de la habitación del lado. Salí por el umbral de la puerta y me dirigí hasta donde estaba Ángelo.


                                                                                                             (*   *   *)


- No vas a decirlo ¿O me equivoco?- Negué con la cabeza esbozando una sonrisa, parecía que Stayne al fin había comprendido que de mi boca no saldría ni una sola palabra respecto al País de las Maravillas. En este poco tiempo había adquirido un fraternal cariño por ese lugar y definitivamente no permitiría que cayera bajo el poder de la Reina Roja.

-Tienes valor ¿Sabes?-  Detuvo los azotes y se dirigió hasta mí. Caí al suelo, cansado y fui levantado por sus manos ásperas y firmes. Me tomó por el cabello y me obligó a mirarle –Cuando era más joven, era como tú-  Clavó una fulminante mirada en mí con los ojos dorados que parecían arder sobre el rostro pálido. Un poco desorientado por el cansancio, atiné a fijarme en el parche que cubría su ojo izquierdo, de alguna forma, le venía bien a sus facciones duras y elegantes.

-No respetaba. Como tú-  Dijo jalándome por el cabello hacia atrás. Sentí como sus dedos se deslizaron por mi espalda y sus uñas se comenzaron a clavar con furia sobre mi piel.

- Era apasionado. Como tú- Las clavó con más fuerza y el dolor de los azotes revivió dentro de mí en un segundo. Sentí las heridas comenzar a sangrar nuevamente y no pude evitar el escalofrío que me dejó al borde de las lágrimas.

- Era idealista…- Dijo poniéndose de pie y tomando nuevamente el látigo. Con fuerza levantó el brazo y dio un azote contra mí.

- Como tú…-  Intenté sellar los labios para no gritar. Los vidrios que cargaban las tiras del látigo volvían a clavarse en mí, dejando nuevas heridas en mi espalda. Levantó nuevamente el arma contra mí y comenzó a azotarme sin piedad, con fuerza, con ira, con rabia y con odio que parecía ser dirigido hacia mí. Pero en el fondo pude verlo,  que ese rencor que me regalaba tras cada azote iba hacia él mismo.

- También amé a algo - Dijo sin cesar los golpes e incrementando su fiereza.

- Como tú…-

- ¿Y qué te paso, entonces?-
Interrumpí con la voz cansada y escupiendo algo de sangre que había comenzado a escapar de mi boca -¿Qué fue lo que pasaste para convertiste en esa bestia, Stayne?- El pelinegro pareció detenerse y por un momento pude sentir como su corazón se detuvo. No pude evitar aliviarme y respirar profundamente cuando lo hizo. Parecía que le había dado en el blanco. Los rumores decían que Stayne tenía una esposa y una hija a las que perdió antes de la guerra civil y que al verlas morir frente a sus ojos enloqueció y la única persona que pudo brindarle nuevamente la cordura fue la Reina Roja. Es por esto que Stayne es su mano derecha, le debe la vida.

-Voy a contarte un secreto…- Advirtió avanzando nuevamente hacia mí. Se arrodilló frente a mí para quedar a mi altura y de su bolsillo sacó un pequeño cuchillo. Intenté alejarme pero mi cuerpo estaba demasiado cansado como para moverlo, sin poder evitarlo estaba acercando su hoja a mi rostro. Me tomó por el mentón y me atrajo hasta él. Bastaba tan solo la fuerza de su mano para mantenerme en mi lugar. Estaba temblando, el filo estaba cada vez más cerca de mí.

- ¡Ni siquiera recuerdo sus rostros!- Gritó en una carcajada burlesca bajando su brazo con brusquedad y dirigiendo el cuchillo a mi ojo derecho, abriendo la piel de su alrededor con destreza a medida que bajaba verticalmente por él. No pude evitar el grito desgarrador que escapó cuando sentí el frío de la cuchilla entrar en mi ojo. Me aparté bruscamente mientras sentía el ardor alrededor de él y veía como un riachuelo de sangre había comenzado a descender por mi mejilla.



                                                                                             (*   *   *)


Un nuevo grito me alertó y entré rápidamente a la habitación del lado. Stayne sujetaba el rostro de Ángelo y le estaba clavando ¿Un cuchillo?

Sin pensarlo demasiado corrí hacia ellos y me abalancé sobre Stayne que parecía distraído, cayendo sobre él y con las pocas fuerzas que tenía
comencé a golpearle. Vi como Ángelo cayo tendido en el piso mientras se llevaba ambas manos a su rostro e intentaba calmar el dolor.

El pelinegro de ojos dorados intentó frenar mis golpes tomándome con fuerza por las muñecas heridas, pero lo único que consiguió  fue incrementar la furia que estaba desbordándose dentro de mí. Las aparté de él sin poder evitar que comenzaran nuevamente a sangrar y seguí golpeándole en el rostro ¿¡Por qué demonios le había hecho eso!? Dentro de mi ira no podía entender qué culpa tenía Ángelo en todo esto.

- ¡Agate!- Sentí la voz desesperada de Ángelo dirigiéndose hacia mí. – ¡Agate cuidado…!- Sonaba muy nervioso y su voz temblaba incluso a pesar de que yo parecía dominar la situación. Un forcejeó comenzó a darse entre ambos. Le golpeé en el estómago con todas mis fuerzas y él devolvió el golpe inmediatamente, lo que le permitió invertir la posición y estar sobre mí. En ese momento dirigí una mirada a mi abdomen, no fue precisamente un golpe de él lo que me había atravesado, había sido el cuchillo, que había clavado certeramente en mi estomago y que aún seguía ahí. Lo apartó con brusquedad y volvió a clavarlo nuevamente, esta vez un poco más arriba, cerca del pecho. Solo entonces pude sentir el dolor y el cansancio, solo entonces me di cuenta de lo que acababa de pasar. Dirigí una mirada al rostro asustado de Ángelo y lo vi empalidecer en una mueca horrorizada, sus ojos comenzaron a cubrirse de lágrimas que empezaron a caer desenfrenadamente por sus mejillas y descendían hasta su cuello con un tono rojizo, mezclándose con la sangre que caía en su pómulo derecho. Stayne apartó el cuchillo y se alejó de mí indiferentemente. Intenté estirar mi mano hasta Ángelo. Quería calmarlo, decirle que todo estaba bien, que  todo iba a pasar, pero incluso yo no creía esto.


                                                                                                               (*   *   *)


Su mano cayó antes de que yo pudiera tomarla. Dificultosamente me dirigí hasta él, aun sin creer todo lo que acababa de ver. Di una mirada hacia Stayne, quién me observaba con una sonrisa esbozada en su rostro, luego miré el cuerpo de Agate y observé los ojos carmines, perdiendo su color. Su rostro empalideció hasta volverse fantasmal. Llegué a su lado y tomé su mano.

- Agate… ¡Agate!- Palmeé su mejilla intentando hacerlo reaccionar, pero no respondió. Su rostro pareció paralizarse en una perfecta mueca de serenidad, estaba sonriendo - ¡Agate! ¡Mírame!- Las lágrimas me ahogaban y apenas me dejaban respirar. Miré su pecho, allí muy cerca del corazón había comenzado a sangrar.

- ¡Agate!- Grité con más fuerza, pero no me escuchó. Sus ojos ahora se hallaban completamente vacíos y la luz que acostumbraba a ver en ellos pareció desaparecer.

- ¿¡Por qué, Stayne!?- Grité inútilmente, el pelinegro no respondió.

Sentí como mi mundo se derrumbo en ese preciso instante. Me tendí a su lado y posé mi cabeza sobre su pecho, aún podía escuchar el eco de los leves latidos apagándose lentamente. Aun estaba vivo, sentí como levemente presionó mi mano ¿Me estaba escuchando?

- Agate…- Murmuré aun aferrado a su pecho, sin querer apartarme del lánguido sonido que me aprisionaba a él.

- Agate…Yo- Sentí como las lágrimas comenzaron nuevamente a resbalar. Había sentido como los latidos se volvían más lentos aún.

- Está bien…- Dijo dificultosamente con la voz entre cortada antes de que su corazón se detuviese. Hubo un silencio que pareció cubrirlo todo en una terrible afonía.

- No está bien…- Murmuré luego de un rato, ahogándome en lágrimas contra su pecho frío. Había sentido la última brisa esperanzadora soplar dentro de su pecho mientras se apagaba. Quise morir en ese momento, quise desaparecer, quise que esto fuera un sueño y quise despertar de la horrible pesadilla. Pero no, ahí estaba, sobre  el cuerpo frío de lo único que había amado en la vida. Sentí como todo mi interior se desgarró y se fragmento en pedazos, sentí la oscuridad caer sobre mí y como poco a poco comenzaba a perderme en ella, fue como si de pronto hubiese caído a un abismo. Un abismo eterno sin fin, era la agonía que comenzaba a darse dentro de mí y que no me dejaba pensar. La respiración dolía y cada lágrima parecía clavarse dentro de mi piel para dañarme.

Stayne me observaba impasible. Me puse de pie y me paré frente a él. Para su asombro, tomé sus manos que sostenían aun el cuchillo y las dirigí hacia mi cuello. Los ojos dorados del hombre se abrieron como platos, sorprendidos.

- Yo no soy como tú-
 Afirmé dificultosamente, apenas podía hablar.

- No sé cómo lo hiciste tú, Stayne- Comencé clavando fijamente mis ojos en los suyos –Pero yo no puedo seguir si lo que amo no está a mi lado- Presioné la punta de la hoja contra mi cuello.

- Podrás verle incluso después de muerto…- Advirtió, refiriéndose a mi don de hablar con los muertos.

- Si hablaras con ellos entenderías que no es lo mismo…- Presioné más fuerte.

- Por favor…- Rogué mientras sentía cómo mis piernas comenzaban a flaquear. Por un momento pude sentir compasión dentro del frío corazón del pelinegro y pareció entenderme.

- Está bien…- Dijo levantando el cuchillo contra mí. Cerré los ojos.

- Si así lo quie…-

- ¡No te atrevas a tocarlo!-
Una voz familiar entró hasta mí y me apartó de mis pensamientos. Ellen sostenía un mosquete y apuntaba directamente a la cabeza de Stayne. El sombrerero y Cheshire estaba con él y llevaban armas consigo también. El hombre de ojos dorados tiró el cuchillo y levantó las manos, sonriéndome perversamente antes de dejarse atrapar por los gemelos que habían entrado en escena para apresarlo.

Caí de rodillas al suelo mientras sentía como las murallas crecían y me aplastaban. No había muerto, seguía vivo.

- ¿¡Ángelo!? ¿Ángelo que pasó?- Sentí la voz de Ellen a lo lejos pero no pude responder. Mi vista y mis pensamientos estaban sobre Agate, su cuerpo seguía en el suelo y yo seguía aquí, para mi desgraciada, salvado.

El resto de mi cuerpo cayó al suelo. Las lágrimas comenzaron a caer nuevamente sin siquiera tomar conciencia de ello. Sentí la voz del castaño intentando despertarme pero simplemente no podía oír su voz ahora, estaba sumido en la más profunda oscuridad. Dejé de escuchar, ver y sentir. Esto era peor que estar muerto, era peor que estar vivo, era peor que cualquier cosa.

 Acababa de morir en vida. 

Notas finales:

No me odien (?) :3 


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