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La oscura Tierra de las Maravillas por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

ADVERTENCIA: Si no has leido el capítulo 17  no leas esto xd 

Continuación del capítulo anterior n_n Espero que les guste!

Leean con cuidado, es muy muy confuso (Recordemos que Ángelo estaba drogado cuando todo esto paso xDDD)

Cualquier error o falta ortográfica háganmela saber (Esta parte no la he revisado muy bien) 

Abraazos para todos :3 

Gracias por leer

Abrí los ojos nuevamente. Estaba sentado sobre la cama, las murallas parecían agigantarse y querer aplastarme, cambiando de color constantemente. El reloj dio las seis y el molesto pajarraco salió a cantar su particular cucú que entró en mis oídos como un molesto pitido ¿Por qué demonios estaba sobre la cama? Hace un segundo yo estaba junto a…

Un fuerte dolor de cabeza me azotó de pronto, llevé las manos a mi cabello e intenté contenerlo, sin dejar de mirar hacia la puerta ¿Qué había sido eso? ¿Una alucinación? Di una mirada al papel que sostenía el pastelillo “Cómeme” ¡Joder! No debí haberlo hecho.

Sentí un ruido en la puerta y vi una figura pasar hacia el pasillo ¡Agate! ¡Había visto a Agate anteriormente! Quizás mi visión no fue una mentira. Me puse de pie e intentando dominar el temblor de mis piernas me dirigí hasta la puerta que había cambiado nuevamente de tamaño, achicándose y agrandándose mientras su madera cambiaba de negro a rojo, a azul y a un amarillo que jamás había visto que brillaba con una intensidad que parecía de otro mundo. Avancé  hacia el pasillo que se veía más largo de lo normal  y doblé hacia la izquierda, sentía unos pasos delante de mí e intentaba seguirlos, a pesar de no ver a nadie. Comencé a correr mientras sentía que las murallas se iban encima, mis pasos retumbaban con fuerza en mis oídos y esto me molestaba. De pronto, sentí un empujón y como alguien me cubría los ojos con las manos y me arrastraba hacia una habitación. Alguien me lanzó al suelo y caí sobre la cerámica fría que hoy parecía más helada que nunca, escuché como una puerta se cerró y una lámpara iluminó la habitación oscura, una silueta pasó por delante de mis ojos y abrió las cortinas blancas. Reconocí la alfombra y el sillón de cuero rojos y la chimenea ardiendo metros más allá, no pude evitar sentir miedo ¡Estaba en la alcoba de mi tío! El fuego de la salamandra pareció intensificarse ante mis ojos y sentí como el humo me ahogaba, me arrastré, alejándome de ella, había comenzado a ver extrañas figuras en las llamas.

- Creo que comiste el pastel ¡Enserio, no creí que caerías en eso!- Rió el obispo mientras comenzaba a quitarse la túnica color negro y rojo, adornada con perlas y otras piedras preciosas.

- ¿Qué demonios estás haciendo?- Pregunté intentando ponerme de pie pero inmediatamente caí al suelo que pareció tragarme y succionarme con su gravedad ¡Demonios! ¡Mi cabeza estaba dando vueltas! Nuevamente comenzaba a sentir nauseas, la habitación entera parecía crecer ante mis ojos, haciéndome sentir disminuido e indefenso.

- El…El pastelillo- Musité entre dientes, dándome cuenta que apenas podía hablar -¡Maldito! ¿Qué le has puesto?-

El hombre esbozó una sonrisa, dejando relucir los dientes blancos, casi no se notaba que tiempo atras Agate le habia volado la mandibula. Los ojos color mieles resaltaban lujuriosos escondidos tras el pelo castaño oscuro, casi negro, que parecía haber crecido en este último tiempo ¿O era efecto de la droga también? El hombre terminó de desvestirse y se acercó a mí. Su cuerpo era atlético y fuerte, los hombros anchos y fibrosos resaltaban bajo su cuello y estaba cubierto de cicatrices.

 Mi tío entre las mujeres del pueblo tenía una reputación de un guapo rompecorazones. Pero a mis ojos e incluso en este estado, me parecía sencillamente repugnante.

El hombre llegó y se paró frente a mí, dejando relucir las piernas fuertes y desnudas y se posó encima de mí.

- ¿Qué…Qué estás haciendo? – Pregunté inútilmente intentando alejarme de él, pero sus manos parecían inmensamente impetuosas y yo no podía zafarme. Mi cuerpo simplemente no respondía y todo me daba vueltas, apenas sí podía mantenerme consiente.

- ¡Suéltame! ¡Maldita sea…!- Fui interrumpido por sus labios ardientes invadiéndome súbitamente. La lengua entró con brusquedad  y sus manos me apresaron entre sus brazos. Intenté forcejear pero apenas podía mover la punta de mis dedos. El castaño apartó su boca un poco para morderme con fuerza el labio inferior, causándome un dolor más grande de lo que habría imaginado ¿Esa droga también intensificaba las sensaciones?

Descendió con su boca hasta mi cuello y me mordió ahí repetidas veces, como si estuviese marcando su territorio.

- Demonios…- Musité entre dientes cuando me percaté que sus dedos descendían por mi pecho y desabrochaban mi camisa para clavar las uñas en mi piel ahora desnuda. Su mano ágil descendió hasta mi pantalón y lo quitó de un tirón. Sentí un frío recorrerme el cuerpo y luego el calor de la chimenea que llegaba hasta mí, quemándome. Sentí ganas de vomitar y de gritar, pero no podía hacerlo, estaba atrapado.

Tomó una cuerda que había traído consigo sin que yo me diera cuenta y me ató las manos.

- ¿Qué…Qué vas a hacer?- Era una pregunta demasiado inocente como para  decírsela a él. El hombre sonrió ampliamente, su sonrisa era malévola y perversa.

- Voy a sacarte de la castidad- Susurró sarcástico en mi oído y lo mordió. Una sonrisa asomó por mis labios, seguida de una carcajada que le extrañó de sobremanera.
 
- ¿Te pone feliz eso?-  Preguntó clavando fulminantemente los ojos mieles en los míos.

- Alguien ya lo ha hecho antes que tú- Me burlé mientras el recuerdo del peliblanco de nuevo acudía a mí. Una mueca de enojo cubrió su rostro y vi como levantó su mano contra mí, en una bofetada que me obligó a girar la cara.

- ¿Ese chico…?-

- Sí –
Interrumpí. - ¿Es frustrante?- Pregunté sarcástico – Es la segunda vez que alguien más se lleva lo que deseas- Una segunda bofetada me cubrió y me hizo arder el rostro.

- No importa…- Dijo aun furioso. –Él ya no está. Le vi muerto entre los brazos de uno de tus hombres- Sentí como mis ojos se llenaban de lágrimas.

- Ya no tienes nadie que te proteja – Sonrió maliciosamente.

 Bajé la mirada y la sonrisa que había mantenido en el rostro se esfumó. De alguna forma tenía razón, esta fue como una tercera cachetada, la bofetada de la realidad sobre mí. Había estado tanto tiempo fuera de mí que no lo había asumido totalmente. Agate estaba muerto y mis ganas de vivir habían muerto con él ¿Qué importaba si el obispo abusaba de mí ahora? ¿Qué importaba si me mataba después? Guardé silencio y me dejé consumir bajo sus brazos y su boca que había vuelto a clavarse sobre mi cuello y mis hombros. Sus manos jugaban entre mis piernas, pero de alguna forma yo no podía sentir su tacto áspero y era indiferente a él.

Solo podía pensar en el recuerdo de mi amigo, le había visto morir frente a mis ojos y ahora Raphael me quitaba todas las esperanzas. Sentí  como la tristeza me invadía intensamente, había tantas cosas que me hubiese gustado decirle, había tanto que quería vivir junto a él. Esto era lo que más me dolía, no haber expresado mis sentimientos sino hasta un día antes de morir. Quería conocer más de él, sobre su pasado, su presente y quería construir un futuro junto a él. Pero ahora todos esos deseos quedaban en el olvido.

Sentí como giró mi cuerpo y me obligó a arrodillarme mientras besaba mi cuello lascivamente. Me jaló del cabello y con su otra mano me tomó del cuello para asfixiarme. Sentí como la respiración me faltaba nuevamente mientras el rozaba su hombría contra mis caderas e intentaba abrirse camino entre mis piernas.

- Voy a poseerte- Murmuró soltando mi cuello y jalándome más fuerte por el cabello mientras con la otra mano envolvía mis caderas y se preparaba para embestirme.

- ¡Ángelo!- La voz exasperada de Ellen llegaba rápidamente  y su figura entraba tras la puerta corriendo, empujando al obispo antes de que cualquiera de los dos pudiera verlo, lanzándolo por unos segundos lejos de mí.

- ¿Qué estás haciendo?- Preguntó desatándome las muñecas y palmeando mi mejilla para despertarme - ¡Dios! ¿Qué has tomado?-

El obispo se puso de pie y se dirigió a una de las murallas, tocando una pequeña campana que colgaba de ella pero que sonaba como cinco a la vez, resonando en todo el lugar.

- Vete, Ellen- Murmuré apenas. Sabía lo que significaba dicha campana.

- ¿Estás loco? ¿Y dejarte aquí con él?-

- ¿Qué importa?-
Pregunté soltando el brazo que había extendido hacia mí -¿Qué importa ahora? ¡Mejor si luego de esto decidiera matarme!- Grité con todas mis fuerzas.

- A…Ángelo-  Balbuceó tristemente. En ese momento cuatro hombres, todos vestidos con túnicas de sacerdotes entraron en escena. Todo eran jóvenes y fuertes. El obispo les hizo una seña para que atraparan a Ellen quien se resistía con todas sus fuerzas para no alejarse de mí.

- ¡Suéltenme! ¡Maldita sea! ¡Ángelo!- No hice ningún esfuerzo por alcanzar la mano que tendió hasta mí. Los cuatro hombres lo tomaron y lo alejaron.

- Haced lo que quieran con él- Ordenó el obispo acercándose nuevamente a mí. Sentí un golpe, Ellen había caído al suelo y ahora era asaltado por dos de los sacerdotes quienes lo despojaban de sus ropas. Iban a hacerle lo mismo que Raphael me estaba haciendo. El castaño seguía luchando aun cuando lo tenían completamente inmovilizado, podía ver la furia envolver sus ojos azules y como desesperadamente intentaba llegar hasta mí.

- ¡¿Crees que a él le gustaría ver esto!?- Gritó llamando mi atención - ¡Si Agate en realidad está muerto! ¡Estará revolcándose en su tumba al ver cómo perdiste la voluntad!- Clavé la mirada en su figura ahora completamente desnuda, seguía resistiéndose e intentando escapar, a pesar de los golpes, a pesar de las heridas, a pesar de todo seguía luchando ¿Qué pensaría Agate de mí ahora? El obispo volvió a tomarme y me aprisionó contra el suelo, posándose sobre mí espalda.

- ¡¿No te das cuenta, idiota!?- Gritó con más fuerza, incluso si los cuatro hombres que estaban sobre él se esmeraban en taparle la boca - ¡Él era mucho más que un simple chico! ¡Quería derrocar a la Reina Roja! ¡Tú eres lo único que nos queda para hacerlo, maldita se…!- Fue callado con un certero puñetazo en la mejilla que le obligó a escupir sangre.

En ese instante una pequeña luz se iluminó dentro de mí. Era verdad. En todo este tiempo me había dado cuenta que detrás de Agate existía todo un pueblo reprimido intentando derrocar al reinado y a la iglesia por su libertad, había olvidado todo lo que en un principio y muy en el fondo de mí representaba él.

Y si yo podía cumplir la voluntad que él tenía en vida…

Giré la cabeza hacia un lado, aún sin resistirme al obispo quien se encontraba encima de mí mordisqueando mi espalda y el lóbulo de mí oreja. Sentí los alaridos de Ellen y clavé mi mirada en su cuerpo que forcejeaba, lleno de vida. Las piernas fibrosas se sacudían con ímpetu y los brazos lanzaban golpes a diestra y siniestra. Me hubiese gustado tener tan solo un poco del valor que estaba teniendo el ahora.

- ¡Ángelo!-  Su voz me despertó, pero yo no quería oírla.

Sentí las manos del obispo resbalando por mis caderas y levantándolas para obtener un mejor ángulo. Sentí como su virilidad comenzaba a abrirse paso entre mis muslos y desvié la mirada hacia un rincón de la habitación, tratando de distraerme. No podía moverme y solo esperaba que la droga no intensificara más el dolor.

En ese momento, en aquel rincón le vi aparecer de nuevo. Parecía más triste y preocupado que antes y estiraba sus brazos para intentar llegar hasta mí. Los ojos rojos se clavaron severamente en los míos, como si estuviese regañándome.  -No me mires así- pensé avergonzado. Si Agate me estaba viendo de esta forma ¿Qué estaría pensando? Había caído tan bajo en tan poco tiempo, era miserable.

- ¿¡Cómo puedes ser tan débil!?- La voz desgarrada de Ellen seguía escuchándose a pesar de estar completamente inmovilizado - ¡Si te está viendo, le estás haciendo sufrir!- Sentí como el miembro de Raphael intentaba desesperadamente entrar en mí.

- ¡Detente!- Grité exasperado de pronto, volviendo a la realidad. Me sacudí para zafarme de él y me arrastré para alejarme.

- ¡No vuelvas a tocarme, cerdo!- Comencé a sentir como la fuerza volvía a mí y a mí cuerpo. La visión de Agate se esfumó, pero pude sentir su presencia cerca de mí. Si estaba muerto, si estaba vivo, seguía a mi lado y tan solo esto me daba motivos para recuperar la voluntad. Me puse de pie a pesar de sentirme como si estuviese parado sobre suelo líquido y me escabullí para abalanzarme sobre los hombres que tenían sujeto a Ellen y embestí a dos de ellos.

En ese momento entre los seis comenzó a darse una injusta batalla. Éramos tan solo dos contra los cuatro sacerdotes que luchando parecían verdaderos soldados entrenados. Alguien me golpeó en el estómago y recibí un golpe en la mejilla, estaba tan mareado y los colores de la habitación cambiaban tan rápido que apenas pude verlo. Ellen luchaba con destreza y fuerza, pero no la suficiente para detenerlos a todos. Sentí como alguien me tomó y me lanzó lejos, embistiéndome contra una muralla que pareció tragarme.

- ¡Manos arriba!- En ese momento la puerta se abrió de par en par. Escuché un paso rápido y como una figura conocida saltó frente a mí  y se abalanzó salvajemente sobre dos de los hombres. Reconocí los ojos verdes que parecían brillar intensamente y el cabello cobre cayendo desordenado por su frente. Con las garras afiladas le desgarró la garganta a ambos. Dirigió una mirada hacia mí y me sonrió mostrando los dientes blancos y en punta.

- ¿Necesitas ayuda?- Preguntó en su peculiar acento gatuno con un rastro de ironía mientras cálidamente extendía la mano hacia mí. Iba a tomarla pero cuando estaba a punto de rozar sus dedos, un tercer hombre apareció y lo tomó con fuerza desprevenidamente por la espalda, lanzándolo lejos y haciendo que Cheshire se estrellara contra el suelo, golpeándose en la cabeza. Con una rapidez abrumante, el hombre, un pelinegro robusto de ojos  castaños, se acercó a él y se dispuso a atravesarle con su espada.

- ¡Cheshire! - El sombrerero se había interpuesto entre Cheshire y el sacerdote justo antes de que la espada llegara al estómago del pelirrojo. Ahora, Hatter tenía el filo de la hoja atrapado entre sus manos.

- ¿Estás bien?- Preguntó el rubio notablemente preocupado,  mirando hacia atrás sin soltar la espada que el hombre intentaba desesperadamente de sacar.

- S…Si- Murmuró el ojiverde conteniendo el rubor que había comenzado a llenar sus mejillas.

- Gracias a Dios…- Suspiró aliviado y por unos segundos una mirada cómplice y dulce se sostuvo entre los dos. Hasta que el rubio reaccionó y  le arrebató la espada de las manos al otro hombre para luego dirigirla contra uno de sus compañeros que se encontraban atrás y apuñalarle directamente en el corazón.

Quitó el filo de la hoja con una frialdad que incluso me causó escalofríos, dio media vuelta y con los ojos bicolores brillando con tétrica furia se acercó al sacerdote pelinegro.

-Te atreviste a tocar a mi Cheshire…-  Murmuró con voz rasposa y malhumorada mientras rápidamente con una mano tomaba su garganta y comenzaba a estrangularlo.

- ¿Huh?- Musitó apenas, perdiendo la respiración el hombre, pero con notable tono de burla en su debilitada voz -¿Te preocupas por ese bicho raro? Chicos como él deberían ser quemados en la hoguera ¿Cuál habrá sido su pecado para tener esa for…?- El hombre calló repentinamente cuando el sombrerero, ardiendo en ira sostuvo con más fuerza su garganta y la apretó impulsivamente con más ímpetu que antes. Pude escuchar el sonido de sus cuerdas vocales quebrándose y su tráquea a punto de colapsar. Intentó quejarse pero no pudo hacerlo, su garganta estaba siendo destrozada por los dedos hábiles y delgados de Hatter, quien con rabia y enojo clavaba las uñas en su piel mientras observaba, con cierto placer como la vida de aquel hombre que tenía entre sus manos se consumía. Hasta que dejó de respirar.

Le soltó rápidamente y lanzó su cuerpo sin vida hacia un lado, con una fuerza que me pareció impresionante. Se dirigió hacia Cheshire que estaba arrodillado en el suelo, cabeza agacha con la mirada vacía y una expresión triste en el rostro. No pude negar que verlo de esta forma, me pareció sumamente tierno.

- H…Hey- Murmuró apenas el rubio acercándose y arrodillándose frente a él. Tomó el mentón del pelirrojo con sus manos ensangrentadas y subió su rostro, clavando sus ojos directamente en los suyos.

- Está bien…- Acercó un poco su rostro al de Cheshire hasta topar su frente con la de suya y juguetonamente con la otra mano hizo tintinear el cascabel que colgaba de su cuello. Noté como la cola del pelirrojo se sacudió levemente, como si estuviese feliz.

- No le hagas caso a ese sacerdote- Le susurró con tono infantil. –Es un simple humano ¿Qué sabe de ti? ¡No eres un bicho raro!- La cola de Cheshire se sacudió aún más al notar como el sombrerero estaba a punto de estrechar sus labios con los suyos.

- ¡No se muevan! ¡Cerdos!- La voz del obispo interrumpió el momento. Sostenía un puñal que apuntaba directamente al cuello de Ellen, que estaba bajo su brazo, casi asfixiándose. Cheshire y Hatter intentaron acercarse.

- ¡Un paso más y le corto el cuello!- Exclamó enfadado.

- Escucha…- Comenzó el rubio intentando calmarlo. –No tienes por qué hacer est… ¡Cheshire!- El pelirrojo se había escabullido había saltado sobre mi tío quien de una forma desesperada intentaba quitárselo de encima.

- ¡Suéltame! ¡Maldita sea!- Gritaba moviendo la espada de un lugar a otro. Le arrebaté a Hatter su espada y corrí hacia ellos.

- ¡Maldito gato! ¡Voy a…!- Calló y su respiración se congeló, pude sentir como su corazón se detuvo un segundo y luego comenzó a latir arrebatadamente.

- A… ¿Ángelo? ¿Q…Qué estás haciendo?- Dejó de forcejear y dejó que Cheshire y Ellen se alejaran de él. Ahora solo quedábamos nosotros dos.

- No voy a perdonarte…- Dije clavando mis ojos fijos en los suyos mientras presionaba la espada contra su cuello. Un odio hacia mí mismo había comenzado a brotar drásticamente de mí, odio que de alguna forma buscaba en descargar contra él.

- No eres más que una basura…- Comenzó al notar que mi mano temblaba - ¡Igual que ese chico al que lloras tanto! ¿Cómo es que se llamaba?- Exclamó con notable sarcasmo en su voz. Un sentimiento algo agobiante comenzó a formarse en las profundidades de mi ser, sentí ira y rabia, pero no cualquiera. Sentí tristeza y lástima por el ser que tenía ahora bajo mi espada. Quería asesinarle y a la vez quería perdonarlo, quería acabar con él y verle sufrir…Quería.

- ¡Agate! ¡El bastardo de la Rei…!- Mi mano se movió impulsivamente y antes de que yo si quiera lo pensara, había clavado la espada. Su voz cesó y se transformó tan solo en gárgaras hechas con la sangre que había comenzado a brotar de su garganta, su cuello crujió y sentí los ligamentos romperse uno por uno. Cerré los ojos y empujé con más fuerza, atravesando por completo su cuello.

- No volverás a pronunciar su nombre con esa sucia boca- Musité con una voz grave muy distinta a la mía y me asusté de mí mismo. Solté la espada y la dejé caer aun clavada junto al ahora cuerpo sin vida de mi tío. Miré las palmas de mis manos, desconcertado, la sangre se veía aún más roja bajo el efecto de la droga que poco a poco había comenzado a descender su intensidad.

Caí arrodillado al suelo.

- Está bien…Está bien- Ellen llegaba a mi lado e intentaba calmarme ¡Le había matado!

- No tienes que sentirte mal, hiciste lo que deb…- Se alejó un poco de mí y sus ojos azulados se abrieron como platos sorprendidos cuando vio la expresión que tenía en el rostro – A… ¿Ángelo?-  Sin darme cuenta, una notable sonrisa se había cruzado por mi rostro manchado con sangre. La mano que había puesto sobre mis hombros comenzó a temblar, me vi reflejado en sus ojos azules, la curvatura en mis labios cubría ambos extremos de mi rostro.  

- ¡Debemos irnos!- La voz del sombrerero nos despertaba a ambos y ahora me estaba arrastrando hacia la puerta. Me tomó por el brazo y en ese momento sentí como todo comenzaba nuevamente a darme vueltas.

- ¡Ángelo no te desmayes ahora! ¡Ángelo!- Intenté mantenerme consiente pero mi cuerpo estaba dejando de responder a mis órdenes. Todo lo que había pasado ahora volvía a mí como un recuerdo extraño y lejano, como si no hubiese sido yo el que lo vivió. Mi tío, su muerte, que estuvo a punto de poseerme, Ellen, el pequeño pastelillo en el que se leía la tan ahora odiada frase ‘‘Cómeme’’, el despertar en este orfanato e incluso…

- Agate…-  Susurré pensando en voz alta cuando estaba a punto de caer. La vista se nubló y se tornó completamente blanca.

- ¿Agate? ¡Ya podrás verle!- Comenzó nervioso - Es complicado pero… ¡Hey!- Los inténtenos de Hatter por mantenerme despierto parecían inútiles.

¿Qué fue lo que dijo? ¿Podría verle?


- ¡Ángelo!- Escuché su voz apagarse ante mis oídos que dejaban de oír su voz. Un blanco resplandeciente me cubrió las pupilas y dejé de sentir el latido de mi corazón, mi respiración e incluso la sangre que fluía por mis venas.

Hasta caer completamente inconsciente.

Notas finales:

Por fin mató al obispo feo ese e.e lo odiaba e___e 

Espero que les haya gustado ! n_n 

Por cierto... Comenzaré a trabajar en una extensión de este fic, que creo que incluiré aquí mismo (depende de cuantos capítulos tenga) Que hablará sobre El sombrerero y Cheshire y su bella historia de amor
PD: Lo que tenía el condenado pastelillo eran hongos alucinógenos, que tienen un efecto semejante a los del LSD xD

Un abrazo! 


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