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De paradojas, complejos y dilemas por Pookie

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Notas del fanfic:

MelloxNear. 

Notas del capitulo:

Death note no me pertenece, es obra de Tsugumi Ōba y Takeshi Obata. 

Esta será la primera parte de un two-shot. Lo iba a subir todo junto, pero me estaba alargando demasiiiado, así que lo corte a la mitad, así que...¡Tadá!: salió un two-shot. Será el primera de una serie de oneshots independientes acerca de esta pareja que AMO. Espero que les guste, nos leemos abajo. 

 

La paradoja del gato de Schrödinger.

 

El gato está encerrado en una caja, junto con él, un mecanismo que tiene un 50% de probabilidad de activarse.

Sí se activa, el dispositivo libera un gas venenoso, y el gato muere.

Sí, por el contrario, el mecanismo permanece inalterado, el gato vive.

Pero mientras no abramos la caja, el gato estará vivo y muerto. Puesto que como espectadores, no hemos entrado en la dinámica del experimento.

Y no sabemos el resultado del mismo.

¿El gato estará vivo o muerto una vez que abras la caja?

Más importante aún, ¿te atreverías a abrirla y resolver la duda?

¿Lo harías?

 

 

Pequeños bullicios llenaban la sala común de Wammy’s house, era la hora libre y casi la mayoría de los niños estaban allí. Algunos jugaban con los diversos muñecos y figuras de los que disponía el orfanato, otros estaban enfrascados en conversaciones pueriles y unos pocos niños, como Linda, dibujaban el majestuoso paisaje inglés que se lograba ver por el gran ventanal de la estancia. La nieve se había dejado caer la noche anterior, y el blanco predominaba en los árboles y en la amplia pradera que llegaba más allá del horizonte.

Pero a pesar de eso, el frío invierno quedaba al margen de la habitación, gracias a la gran chimenea de ladrillos que ocupaba gran parte de la pared apuesta a la entrada del salón.

Un imponente y pulcro edificio color marfil, ocupaba una de las esquinas más alejadas del gentío infantil. Uno tras otro los dados eran colocados con minuciosa exactitud y paciencia por un niño de cabellos blancos. El número uno de todo Wammy’s house y el primero en la línea de sucesión de L, el mejor detective del mundo.  Ese era Near.

En la otra esquina de la habitación, sentado en el alféizar del ventanal, se encontraba un chico de cabello rubio.  Su mirada azulina se encontraba perdida más allá de las colinas y en su boca moría el último pedazo del primer chocolate del día. Ayer había sido el último examen del año, y se sentía ansioso. Sentía que ésta vez superaría al chico del pijama blanco. Había estudiado con semanas de anticipación, leyendo toneladas de libros y quedándose hasta altas horas de la madrugada con sus apuntes en el regazo. Miró al chico albino de reojo y sonriendo ladinamente, pensó que ya lo había superado. La débil luz que entraba por la ventana golpeaba levemente el cabello nevado del pequeño genio, dándole un toque angelical. Mello dejó de sonreír  y chasqueó la lengua. Por muy angelical que el niñato se viese, él sabía que Near era retorcido hasta la médula. Él era la viva imagen del refrán “No juzgues al libro por su portada”.  Encogió una de sus rodillas hasta su pecho y apoyó su brazo izquierdo en ella. Le echó una última ojeada a su autoproclamado enemigo y dejó que su mirada se volviera a perder en las altas colinas nevadas.

— ¡Entregaron los resultados, están en la pizarra de anuncios! —gritó un niño, sacando a todos los demás de las actividades que realizaban. Mello no recordaba su nombre, aunque tampoco le importaba mucho en ese momento. De un salto salió de su cómodo asiento y se apresuró en conjunto con los demás niños de la sala al pasillo donde se encontraban los resultados.

Near, levantó su vista levemente para ver pasar a Mello en frente de él y luego volvió a concentrarse en su edificio, que a estas alturas ocupaba un gran espacio  de la habitación. Él sabía que después de los exámenes, Mello bajaba considerablemente cualquier acto en su contra. Near suponía que se trataba de la ansiedad por los resultados, estaba sesenta por ciento seguro de aquello. Así que aprovechaba esos días sin el torbellino destructivo que era el rubio y construía magníficas construcciones que duraban un poco más que las que eran hechas en tiempos de guerra.

Le faltaba una sola columna para terminar, pero los dados se le habían acabado. Miró el estante que estaba al fondo de la gran sala común y en uno de cajones más altos, pudo divisar una caja con más dados blancos. Se levantó con pereza del lugar donde había estado sentado al menos las últimas 3 horas y sintió un pinchazo en los músculos de sus piernas y en la parte baja de la espalda pero ignoró el dolor y se dirigió lentamente al mueble color caoba. Se puso de puntillas y alzó los brazos, en un vano intento de alcanzar la dichosa caja, en un último intento rozo con sus dedos la caja, haciendo que ésta se sumergiera más en el estante,  bajó sus adoloridos brazos y se arregló la parte superior de su pijama que se había corrido por uno de sus hombros.  Se llevó uno de sus dedos a su cabello blanco y rizó su mechón preferido, necesitaría un banquillo. Uno alto. Uno muy alto.

Se dio la vuelta, dispuesto a ir a buscar el banquillo que había visto en la sala continua, cuando sintió una mirada penetrante. Dirigió sus ojos grises a las cuchillas azules que lo miraban con odio, el tiempo de tregua había terminado.

.

Mello había llegado de los primeros a la pequeña pizarra de anuncios, y no le costó mucho tiempo darse cuenta del resultado. No lo había conseguido. Otra vez había perdido ante Near. Por unas pequeñas centésimas de diferencia, pero había sido relegado al segundo lugar, de nuevo. Sintió un peso bastante conocido en su pecho, la decepción se hacía presente en su interior, dando paso después a la ira; maldito mocoso, lo odiaba. Apretó con fuerza sus puños y emprendió raudo camino a la sala común. Los demás niños ya sabían lo que vendría ahora,  así que no interrumpieron el recorrido de un iracundo Mello, el cual pronto llegó a la sala, ahora vacía. Exceptuando por el niño frente al mueble en el cual se encontraban los juguetes. El rubio dio un paso, dispuesto a despotricar en contra del albino, cuando lo vio empinarse para alcanzar la caja que se encontraba en lo más alto, fuera del alcance de alguien con la estatura de su enemigo.

Sonrió con sorna, el más listillo de un orfanato para niños superdotados, no podía alcanzar una mísera caja de juguetes. Tendría que recordarlo para después molestarle con ello. Oh, esperaba que alcanzara la caja y se diera vuelta en su estúpida cabeza blanca. No arreglaría la mierda que había sido su día, pero lo mejoraría, muchísimo.

Avanzó, preparado para mofarse de su situación, cuando el albino bajó sus brazos y parte del gran pijama blanco que usaba se corrió por su hombro, dejando la piel nívea al descubierto. Mello sintió un cosquilleo en el estómago, esa maldita sensación que siempre aparecía en la boca de su estómago, cada vez que veía más piel de su enemigo. Ya fuese cuando lo sujetaba por el cuello y el aparatoso mameluco estúpido que usaba, se le subía dejando ver parte de su estómago o cuando después de haber jugado en el piso como un idiota, se levantaba y una parte de su pecho quedaba al descubierto y las delicadas líneas de la clavícula eran visibles. Maldito niñato. Lo odiaba porque en esos momentos, se sentía incluso más inferior que de costumbre. Porque Near tenía un efecto sobre él. Sea cual fuese, no le gustaba en lo más mínimo. Sintió la ira de nuevo recorrer su torrente sanguíneo y disparó todo el odio que pudo a través de sus irises en un intento de encubrir el sentimiento cálido en su pecho.

 

—Debo suponer que la ira de Mello se debe a su desempeño en el examen. ¿No es así? — indagó Near mientras continuaba retorciendo su rizo preferido y desviaba su mirada al castillo de dados, aún intacto.

—Cállate, enano. —escupió con furia el rubio, mientras acortaba la distancia entre ambos.  La sensación en la boca de su estómago había cesado, lo cual tranquilizaba a Mello. Mas, la cólera por el anodino resultado, aún no se iba.

—Deberías estudiar más, Mello—sugirió Near, en un tono levemente burlesco. —Tal vez así no…

Y la frase fue interrumpida por la violenta manera en que Mello levantó a Near por el cuello de su pijama, mientras lo empujaba contra el mueble, botando algunos juguetes en el camino. El albino podía atisbar la furia en los irises de Mello, y le parecía fascinante el como con una pequeña provocación, estos adquirían un brillo poco común otorgándole así un color más profundo. Near jamás había visto el mar, pero sentía que su color sería muy parecido a los ojos del rubio que ahora lo sostenía por sobre el suelo, de repente el dolor de su espalda no parecía la gran cosa.

—Te dije que te callaras, maldito enano—susurró Mello, aproximándose más a la persona en sus manos. Quería intimidarlo, quería sentir, aunque fuese por ese momento, que él era superior al albino. Afianzó el agarré en la tela blanca y entornó sus ojos, comenzando una batalla de miradas con su rival.

Sin darse cuenta, se acercaba más a él. En un intento de amenazarlo, o al menos eso pensaba. Pero cuando sintió el cálido aliento de Near cerca de su rostro, supo que amedrentarlo no era precisamente lo que estaba haciendo. En realidad, no sabía qué demonios estaba haciendo. Pero tampoco podía soltarlo, al parecer su cerebro se había ido de viaje, dejando a su traicionero cuerpo como amo y señor de sus acciones. De una manera inesperada se encontró disfrutando del  inusitado calor que desprendía el cuerpo del albino.  Y ahí estaba de nuevo; esa sensación vertiginosa se hizo presente en la boca de su estómago, y aunque no lo reconocería jamás: le resultada agradable, demasiado agradable. Maldito Near.

Miró con mayor detenimiento el rostro de Near, haciendo un minucioso escrutinio del gesto indiferente que parecía como si alguien lo hubiese tallado ahí desde su nacimiento. Se concentró en el degradé de tonos grises que conformaban los ojos de su enemigo, y se sorprendió al ver una pequeña luz en el fondo de ambos pozos oscuros, que antes no estaba ahí. No sabía lo que era, pero era una evidencia en contra de todo lo que decían los niños del orfanato: Near no era un robot. Algo sentía, no sabía qué, pero el brillo en sus ojos lo delataba. Y Mello se sorprendió pensando que no le molestaría ser él quien lo descubriese.

 

—Mello, Near—interrumpió un niño, mientras se asomaba por la puerta con gesto temeroso— Roger los llama, dice que los espera en su oficina.

El rubio salió de sus cavilaciones y chasqueó su lengua con molestia,  soltó al albino sin importarle que cayera con fuerza al piso. Se dio media vuelta y comenzó a caminar mientras colocaba sus manos temblorosas en los bolsillos de su pantalón, disimulando el efecto que había tenido sobre él, el reciente y extraño encuentro con Near. Cruzó el umbral de la puerta y miró de reojo al chico que aún yacía en el piso, rodó los ojos con exagerado gesto burlesco y siguió su camino, ahuyentando no sólo al niño que los había llamado, sino también a todos los pensamientos que habían acudido a su cabeza momentos atrás.

Near se levantó con pesadumbre y miró con gesto inalterable la puerta. Le dolía la parte baja de la espalda, pero de nuevo ignoró el dolor y siguió a Mello, no sin antes tomar un distracción para, lo que él suponía, sería el largo regaño que le daría Roger al rubio por intentar golpearlo. Miró todos sus juguetes y tomó un pequeño puzzle blanco, el que había armado mil veces. El que tenía una pequeña L encima. Lo acercó a su cuerpo y se encaminó a la oficina de Roger, pasando de largo por el gran castillo que había construido y que Mello no había derrumbado.

 

—L ha muerto.

Mello no daba crédito a lo que escuchaba porque L no podía estar muerto. Kira no podía haber ganado, no podía haber vencido a su ídolo.

— ¿Cómo has dicho? —Mello sabía muchas cosas, era un genio después de todo. Y dentro de su vasto conocimiento, se encontraban las cinco fases del duelo. Primero: negación. — ¡Repítelo!

El anciano no despegaba la vista de su escritorio, su mirada era de profunda tristeza no sólo por L, sino también por su amigo, por Watari. Si L estaba muerto, significaba que el inventor también. —L ha muerto—repitió con pesadumbre.

El rubio abrió los ojos, sin poder creerlo. Había muerto, de verdad lo estaba. No era una jodida broma; era real, un hecho. L estaba muerto, el desgraciado de Kira lo había matado, estaba seguro. Maldito mal nacido.

— ¡¿Muerto?! —dijo mientras acortaba la distancia y se apoyaba en el escritorio caoba del anciano frente a él. — ¿Ha sido Kira quién lo ha matado, verdad? —inquirió tomando a Roger de las solapas de su traje. Sus nudillos estaban blancos, por la gran fuerza que desquitaba en la mullida tela bajo sus dedos. Segunda fase: ira.

Mello era una persona emocional, pasional y bastante impulsiva, cualquiera que pasase media hora con él, sabría eso. Por eso para Roger no fue una sorpresa la reacción del segundo en la línea de sucesión. Podía sentir el ligero temblor de las manos del menor a través del agarre a su chaqueta. Debía calmarlo, nada bueno surgiría si perdía el control y se dejaba llevar por sus emociones. — ¡Mello…!—intentó decir, pero fue cortado por el gran estruendo de las piezas blancas al caer.

—Si no puedes ganar el juego, si no puedes resolver el puzzle, eres sólo un perdedor— Para Near  la muerte de L significaba que había perdido en el juego contra Kira. Las cartas en su mazo se habían acabado, la torre de dados se había derrumbado y el castillo de cartas se lo había llevado el viento. Pero el asesino ganó una partida, mas, no el juego. Y al albino le encantaban los juegos, sobre todo sí él resultaba ganador. Ellos eran la última carta de L, la única pieza de dominó que impedía que Kira hubiese derrumbado toda la torre, la única que seguía en pie. Vio por el rabillo del ojo a Mello, sabiendo lo que sus palabras habían provocado en él, después de todo había tratado a su ídolo como un fracasado.

Las claras cejas de Mello se juntaron, frunció su ceño y una mueca de ira se dejó ver en su boca. Maldito Near, él no merecía ser sucesor de L.  Su cerebro trabaja a mil por hora, intentado encontrar una explicación. Pensando en mil escenarios distintos, donde tal vez el desenlace hubiese sido distinto.

Si tan sólo ellos lo hubiesen ayudado, tal vez lo tres juntos pudiesen haber ayudado en la captura de ese infeliz. Tercera fase: Negociación.

Pero ya era tarde, no había explicación que bastara. El detective más grande había sido asesinado. Recordó los escasos tiempos que compartió con su mentor y él lo sabía, no importase lo que ese estúpido dijese; L es el mejor detective. Era. Sintió su pecho pesado, la tristeza se empeñaba en nublar su juicio. Apretó sus manos, hiriéndose las palmas con sus propias uñas, en un intento de amainar el dolor emocional. Cuarta fase: Dolor.

El dolor en sus palmas, lo trajo a la realidad y calmó un poco la turbación en su interior;  inhaló y exhaló lentamente. No debía dejar de respirar, dejas de pensar cuando respiras. Y pesar ahora le estaba costando como el diablo, pero no podía ser un niñato impulsivo ahora.

¿Qué haría L es su lugar?

Sopesar todos los escenarios posibles, los posibles actos y consecuencias. Y no rechazar ninguno, por más improbable que fuese.

 Y lo supo, debía encontrar al culpable. Enarboló su mirada azulina del piso y respiró profundo. No hay espacio para lamentarse,  porque él pronto haría justicia. El rubio no sólo encontraría a Kira, sino que vengaría al detective. Atraparía a Kira y cobraría vendetta, haría que pasara cada jodido día de su mísera existencia con su culo tras las rejas. Posiblemente lo ejecutasen, y Mello estaría en primera fila disfrutando de su chocolate, mientras al malnacido le inyectaban barbitúrico en sus malditas venas. 

Se miró la palma derecha, la cual tenía una pequeña incisión, provocada por él mismo. Y  juró, bajo la gota de sangre que escapaba de su cuerpo, que haría lo que fuese por atrapar a Kira. Por L lo haría.  Quinta fase: Aceptación.

Se giró y encaró a Roger, con la ansiedad comiéndole la boca del estómago, volvió a empuñar sus manos con determinación, pero sin llegar a herirse.

— ¿A quién eligió? ¿A Near o a mí?

Un silencio se hizo presente en la habitación, roto únicamente cuando el albino colocaba las piezas en el puzzle blanco que armaba por segunda vez a una velocidad impresionante.

—Aún no lo había decidido—respondió el mayor, mientras dejaba escapar el aire contenido en sus pulmones, en un gesto cansado. — Y ahora que está muerto es demasiado tarde. —finalizó intercambiando su mirada entre Mello y Near.

Todo lo que hacía L tenía un motivo, un trasfondo…una razón. Para Near existían dos opciones; o L de verdad aún no se había decidido por alguno de los dos. O simplemente jamás tuvo la intención de hacerlo. Tomo una pieza blanca entre sus pueriles dedos, un rompecabezas. Eso había sido L, cada pequeña pieza de sus acciones eran parte de una gran imagen que sólo se veía cuando estaba completa. El albino aún no tenía todas las razones del porqué de la encrucijada en la cual se encontraban, años después entendería el verdadero motivo que tuvo el occiso para hacer lo que hizo. Cuando ya fuera tarde, cuando el puzzle estaba claro ante sus ojos, pero estaría solo para verlo. 

Notas finales:

 Y eso fue la primera parte, espero que les haya gustado.

Como dice el título del capítulo, este se tratara de la paradoja de Schrödinger, la paradoja más conocida de la mecánica cuántica. Haré una metáfora de ella en la segunda parte, por eso el título. 

Nos estamos leyendo, cualquier consulta, reclamo, insulto; un review es siempre bienvenido.


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