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El lugar de mi madre. por Azhi Dahaka

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Notas del fanfic:

Advertencias: El relato contiene incesto padre/hijo, si no te agrada, fuera de acá. 

Notas del capitulo:

Iba a escribir un one-shot, pero no. Esto continúa.

Si te gustó, comentame algo, si no, también.

1

 

Lian estaba blanco como la cal. Lo único que parecía cerciorar que no era un cadáver o un fantasma eran sus orejas rojas. Siempre había parecido traslucido debido al tono de su piel, tan blanco que se asemejaba al papel de calca, pero las venas saltaron en su frente, y sus mejillas enrojecieron. Estaba perdido en un mar de confusión. Quería salir corriendo de allí pero sus piernas no le dejaron. Estaba en shock.

Solo pudo reaccionar cuando los desconocidos ojos le miraron, entonces todo el ajetreo se detuvo. Los siguientes ojos en mirarle fueron los de su padre. Salió corriendo antes de que ninguno de los dos pudiera siquiera abrir la boca.

Llegó a un parque sin darse cuenta, agotado y sucio. Se dejó caer de culo en el pasto café y lleno de lodo por la reciente lluvia. Se tendió tan familiarmente como si fuera su propia cama. No notó que había estado llorando hasta que sintió los mocos congestionarle la nariz.

¿Qué había pasado? ¿Quiénes eran ellos en su casa? ¿Por qué hacían eso en la cama que había sido el lecho de muerte de su madre? Quienes... quienes habían profanado tan sagrado lugar.

Ese muchacho que parecía apenas mayor que él... y el otro... el otro se asemejaba a su padre. Pero no podía ser. No podía ser su aquel quién amó a su madre más que a nada, no podía...

Tenía que regresar, probablemente era un error, probablemente solo eran alucinaciones suyas, por tanto cansancio y dolor, por no comer bien y por apenas pegar ojo en la noche. Sí. Seguro que era eso. Quería volver, hablar con su padre. Sentarse juntos a la mesa. Recordar viejas anécdotas. Reír como siempre. Recibir un gesto de cariño. Sentir la mano grande en su cabeza revolviéndole el cabello y escuchar su voz diciéndole que descansara. No existía mejor consuelo que ese tras los días largos de escuela y trabajo de medio tiempo. El consuelo que le permitía dormir esas pocas horas antes de despertarse por el recuerdo de su madre.

Estaba cansado. Tanto que no importó que comenzara a caer una lluvia ligera sobre él. El cielo estaba acompañándolo en su tristeza. Se quedó dormido.

Despertó en una cama de la impersonal área de emergencias.

Lo primero que pudo ver fue el preocupado rostro de su padre. Sí, ese tenía que ser su padre, y no el desconocido de la noche anterior.

Pudo sentir las manos grandes tomarle el rostro y la voz calmada en su pecho. La única voz que amaba escuchar fuera en el tono que fuera. Porque era lo único que le quedaba ahora.

"Estoy bien" dijo con voz ronca y apenas audible. Era normal que se enfermase, hasta el punto de quedarse casi afónico, después de pasar una noche tirado en el lodo con una lluvia torrencial cubriendo la zona. Debía estar en un estado de fatiga grave para que su cerebro no reaccionara y lo obligara a despertar y buscar refugio.

Cuando lo encontraron por la mañana pensaron que era un cadáver, pero respiraba. Eso había escuchado decir a los doctores. Su padre se quebró en mil pedazos, llorando aferrado a su brazo. Solo dos veces le había visto llorar así en su vida: cuando murió su madre y esa. Le pidió perdón por hacer que se preocupara. Su padre le miró como si fuera una broma cruel. El alivio vino a sus ojos cuando Lian le abrazó y le besó la mejilla.

"Lo siento papá".

 

2

No tardó mucho en volver. Los últimos resquicios de la hipotermia habían desaparecido y por fin estaba en casa. No volvió a trabajar de medio tiempo y pudo recuperarse de las clases perdidas sin mucha dificultad.  No estaba en una parte crítica del curso. Ni exámenes ni trabajos finales. Lo cual era un alivio. Su padre consiguió un trabajo decente que podía sustentarlos a ambos. No más alcohol ni días sin bañarse. Ya no tenía que pasar su día preocupado, esperando llegar a casa solo para  cerciorarse que su padre seguía vivo.

Estaban volviendo a la normalidad.

Quería casi brincar y bailar de alegría. Quería que todo el mundo supiera que su padre ya era él mismo de nuevo, y que las pesadillas se estaban yendo.

"Por favor, que todo siga igual para siempre. Quiero estar con mi padre hasta que nos muramos."

 

3

La primera vez que sucedió fue cuando él dormía. Las pesadillas estaban ya casi en el olvido pero había ocasiones en que conciliar el sueño se volvía realmente imposible.

Se metió a hurtadillas en la cama de su padre, y se recostó en la orilla, apenas y podía moverse y tenía miedo de caerse, pero no le importaba, porque se sentía protegido y seguro. Se quedó dormido casi de inmediato.

Estaba aún oscuro cuando abrió los ojos, había logrado dormir media hora o una completa, con suerte. Le despertó el calor. Se sentía acalorado, pero también había algo extraño. La orilla de la cama ya no se veía cerca, estaba más bien en medio de esta y un brazo le rodeaba el torso con gesto laxo. Escuchó la respiración de su padre, se oía serena y pausada.

La suya en cambio, se disparó. Se sentía nervioso por alguna razón. Intentando no tomarle importancia al asunto, se acurrucó contra él. Fue cuando sintió la dureza encajársele en la cadera. Él era un varón, no era tan tonto como para no saber que su padre tenía una erección. Se preguntó si ya era de mañana, justificando esos “despertares” con los que amanecía todo hombre, o si simplemente estaba teniendo un sueño erótico.

A su mente vino la idea de regresar a su cuarto, avergonzado por irrumpir en la privacidad de su papá. Pero no pudo, porque no quería despertarle con el movimiento, siendo honesto, tampoco quería irse, se sentía bien allí, abrazado por su padre, como cuando dormían los tres en su tierna infancia, toda la familia…  

Pero este no era el caso, qué rayos pensaba, mierda. Decidió que era mejor irse a pesar de todo. Intentó moverse un poco, pero el brazo que estaba relajado se tensó, escuchó un quejido gutural y se estremeció. Ambos cuerpos entraron en ajetreo. Sí antes podía haber escapado, ahora era imposible, su padre le tenía bien agarrado, y él como si fuera un simple muñeco, no pudo moverse. Se relajó, posiblemente su padre ni se enteraba de lo que hacía. La respiración chocaba frecuentemente en su nuca desnuda, sus orejas se pusieron rojas. No sabía por qué estaba llenándose de escalofríos agradables. ¡Estaba demente! ¡Era su padre! Qué demonios estaba haciendo allí, tenía que irse.

Volvió a la tarea de escabullirse, se detuvo cuando su padre se quejó, y sus piernas delgadas quedaron bajo la de su progenitor. Ahora sí que estaba en problemas. Si antes la erección se enterraba un poco llegando al resorte de su pantalón pijama, ahora entraba de lleno entre sus nalgas. Se sintió tenso, pero su cuerpo estaba volviéndose loco. Trató de no pensar en ello, trató de restarle importancia y dormirse aunque fuera de esa manera, pero todo estaba en su contra, era como si la respiración de su padre en su nuca, sus brazos, su cuerpo, todo, fuera una nube torrencial de lujuria.

No tardó mucho en conseguir una erección.

Casi soltó una exclamación que hubiese despertado a media humanidad, tuvo que morderse la lengua, cuando el miembro intruso comenzó a moverse contra él. Apretó los ojos con fuerza y quedó quieto, casi se olvidó de respirar. La presión era demasiado intensa, aun con las telas en medio podía sentir lo caliente que estaba, ya había visto la virilidad de su padre muchas veces, cuando era pequeño se bañaban juntos, pero jamás le había entrado en la cabeza que llegaría a sentirlo de esa manera. Obviamente estaba crecido y duro, pero había algo más, algo que se arremolinaba en su pecho, quería llorar, pero no se sentía triste.

El movimiento paso a ser rápido en algún momento, no notó cuando pero sí pudo experimentar un apabullante deseo de girarse y encarar a su padre, de restregarse contra él y correrse.

La intensidad del ritmo apenas le permitía respirar, aparte de que estaba casi aplastándole, casi encima de él, rodeándole con su cuerpo imposible. Estaba también la respiración en su oreja, la humedad por el sudor, los jadeos casi insonoros, el olor extraño en el ambiente.

Se corrió sin siquiera tocarse, solo reaccionó en medio del éxtasis ante el nombre de su madre. “Cat”, así la llamaba su padre siempre. Eso fue lo que emitió en voz ronca después de quitarse de encima. Estaba estático, inmóvil como una roca, perdido en la nada.

Pronto escuchó los ronquidos de su padre, suaves y no muy estridentes, solo entonces se giró y se abrazó a él, a pesar del calor, de lo pegajoso en sus pantalones, de la confusión.

Lloró en silencio hasta quedarse dormido.

 

4

Las pesadillas se repitieron algunas veces más, todas las ocasiones terminó con los bóxer manchados.

 

5

Cada noche terminaba haciendo lo mismo. Ya no tenía pesadillas, más bien no podía dormir por la necesidad de ir y acurrucarse en la cama de su padre. Siempre terminaba masturbándose, para calmar a su cuerpo, para suavizar la intensidad de sus deseos. Ya era el colmo, necesitaba sacarse esas ideas de su cabeza.

El día que se le ocurrió dejar de pensar en eso, robarse una pastilla para dormir de las que tomaba su madre y acostarse sin deseos, ni papel de baño en la mesita de noche, tuvo pesadillas. Pesadillas que no pudo cortar porque estaba sumergido en el sopor de la droga.

No fue a la escuela el día siguiente, y su papá se obligó a quedarse con él, preocupado por su aspecto y la fiebre que le había entrado. Lian prometió en su puta vida tomarse esa porquería de nuevo. Pero entonces qué iba a hacer con aquellas ideas perturbadoras que inundaban su mente por las noches, y que lo orillaban incluso algunas veces, a asomarse al cuarto de su padre y sentarse afuera, recargado en la pared, tocándose apenas por encima del pantalón pijama. Era una locura, necesitaba ayuda o algo.

Pero también estaba el asunto de que su padre no se enteró de nada. Cada vez que fue a su cuarto por las noches y se repitió lo de la primera, por las mañanas era como si nunca hubiese ocurrido. Todo iba bien entre ellos. Eran una familia feliz. Probablemente su padre pensaba que eran sueños, sueños en los que podía tocar de nuevo a su amada Catrina.

Y todo eso le hacía desear más el hecho de dormir con su padre, porque no había consecuencias inmediatas.

 

6

Lian tuvo un par de novias, chicas de la escuela que lo perseguían por su aire tranquilo y confiable. Fueron buenas relaciones, que duraron lo necesario. Nunca se acostó con ninguna, los besos eran castos, por supuesto que fantaseaba con tener una noche con ellas u otras chicas, amores platónicos, se había corrido pensando imaginándolas desnudas varias veces.

Nunca le había pasado con un hombre, tampoco es que le hubiese importado, no tenía prejuicios y un par de veces había notado la belleza masculina o andrógina de algún que otro chico, pero jamás en su vida había pensado que podría excitarse junto a uno…

Y la verdad era que era una cosa liviana, aceptable, comparado a los sentimientos que tenía hacia su propio progenitor.

Se sentía casi asqueado, sentía como si fuera la decepción más grande para su él, y para su madre en el cielo. Quería morirse, quería que su padre nunca se enterara, porque no soportaría los ojos de desprecio, no de él.

 

7

Una noche las pesadillas volvieron.

Pero no era la misma pesadilla de siempre, en la que su madre se convertía en carne putrefacta.

Eran ruidos, jadeos, y un intenso olor que no lograba identificar. Sonaban increíblemente altos en su cabeza, como si vinieran de dentro. Él iba regresando de la escuela. Y entonces hallaba el origen de aquellos sonidos. Era su padre, con un chico encima, estaban teniendo sexo.

Sintió que la cólera se iba a su estómago, toda la sangre a los puños, y la adrenalina. Se sintió fuerte, poderoso, como los súper héroes de las películas. Se abalanzó y tiró al chico de encima de su padre, después lo golpeó, una y otra y otra vez hasta que lo dejó inconsciente, luego le sacó los ojos, le arrancó los dientes, le abrió tantas heridas como pudo, dejando carne viva y sangre por todos lados. Quería hacer pedazos al chico hasta que fuera nada, quería comerse su carne y desaparecerlo de la faz de la tierra.

“Lian, Lian, Lian…”

 Sonaba en su cabeza, la voz de su padre, primero dura, luego con tristeza, después con amabilidad, una y otra vez, aquel tono suave que le había salvado tantas veces de los malos sueños, le despertó, aunque seguía siendo un sueño. Él quería pensar, porque estaba encima de su padre, estaba jadeando y el placer sofocó cada célula de su cuerpo, de repente estaba atrapado en una maraña de sonidos y olores, iguales a antes, que retumbaban en su cabeza, pero ya no le parecían asquerosos, ya no… ahora eran tan espeluznantemente agradables, que sintió miedo, después lujuria, y desapareció, todo, absolutamente todo, cuando pudo notar la cara de placer de su padre, y después esa voz, la que decía “Cat” siempre, solamente para pronunciar eso, ahora estaba diciendo su nombre, ahora estaba saliendo “Lian” de su boca con ese tono… Dios, quería morirse, porque ni siquiera supo cuando se corrió, solo se retorció en el pecado, y después despertó.

Una pesadilla que se volvió un sueño húmedo, aunque no distaba tanto si era con su padre. Lo deseaba, estaba amándolo como se ama a una mujer. ¿Por qué? ¿Qué sucedía dentro de su cabeza que le arrastraba al dolor, a la alegría, al enojo, al perdón, a toda su existencia, solamente por él, por su procreador?

 

8

Las visitas nocturnas volvieron.

La primera noche no sucedió nada, ni la segunda, ni la tercera. Fue la siguiente, cuando apenas en un susurro pudo escuchar a su padre llamarle. Era la primera vez que no decía el nombre de su madre. Y se sintió tan extraño, porque se asemejaba a su sueño.

Sus entrañas se removieron, no sabía si la sensación era agradable o no, era una mezcla de nervios y nauseas. Pero se atrevió a tocarle. Se giró para encararlo, subió su pierna a la rodilla del mayor, y respiró fuerte cerca de su cuello, podía percibir el ligero aroma a la colonia que se ponía después de afeitarse, y un poco el sudor. El sudor, ese aroma le recordaba a sus sueños, eran muy reales, tanto como ese instante, del que no quería despertar.

Su pierna fue acariciada, desde la rodilla hasta el nacimiento de los glúteos. Se mordió el labio inferior con fuerza, la erección ya estaba muy presente en él, no podía evitarlo, el contacto mínimo era suficiente para sofocar su tortura. Y eso que apenas y habían pasado unos minutos escasos.

“Andrew.”

Llamó a su padre por su nombre por primera vez en su vida, su mano estaba sobre el miembro viril del mayor, sintiendo como palpitaba a cada momento. Quiso meterse en su piel, en su cabeza, y descubrir qué pensaba, que sucedía dentro de sus sueños, ver sus ojos abiertos, llenos de placer. Pero tenía que conformarse con los cerrados, con las pestañas negras y lacias revoloteando ante cada toque, como si los parpados fueran a abrirse y mostrar las irises llenas de tristeza, de alegría o de enfado, pero no sucedía.

“Andrew.” Repitió. Y esta vez pudo sonreír, porque el pene del aludido se movió sutilmente bajo su tacto, poco más evidente que las veces anteriores. Le excitaba seguramente ser llamado así, aunque claro, sin saber que era su mismo hijo quién lo hacía.

No quería pensar en su madre porque le dolía el corazón, y sentía miedo al preguntarse si estaría viendo a su hijo pecador desde el cielo, y llorando por su traición. Prefería en esos momentos entregarse al hombre que amaba, aunque fuera de su sangre.

Perdió la cuenta del número de veces que pronunció el nombre con la suavidad y la lujuria requerida para una noche de amantes. Él no era su amante claro, era su hijo, pero mientras mantuviera los ojos cerrados y la mente entre sueños, no pasaba nada.

 

9

Tiempo después…

 

Andrew llevaba días así, estaba sumergido en la miseria, estaba sobrio desde hace años, pero era peor, porque cada minuto costaba, cada minuto lloraba en su interior una nueva pérdida.

Lian iba a irse, estaba casi todo listo para su partida a la universidad. Habían trabajado tan duro ambos, él para solventar los gastos, su pequeño para entrar, y ahora tenían que separarse.

Le sonreía siempre, pero en su mente solo quería decirle que no se fuera, que se quedara. Cosa que no era posible, jamás podría hacer más daño a su hijo aparte del que ya le hacía.

Lo había arrastrado a una práctica carnal, que pensó que jamás se repetiría pero que ahora sucedía cada noche. Él siempre fingía dormir, pero estaba consiente de cada roce, de cada suspiro de su pequeño y hermoso Lian, de cada dolor y cada placer. Quería decirle que no pensaba en Catrina, sino en él, quería demostrarle su amor, quería decirle la verdad, pero le odiaría toda su vida, y jamás volvería a verlo, no soportaría eso. Prefería olvidar poco a poco esos sentimientos incorrectos una vez que se fuera a la universidad, que encontrara una chica y se la presentara, que le dijera que iba a casarse, o alguna cosa así. Con tal de poder recibir una sonrisa, un abrazo, y una visita esporádica, con eso tendría que conformarse.

No más deseos impuros, no más pecados nocturnos, no más amar a su hijo de manera inadecuada.

Sería un buen padre, como cualquier otro.

 

10

Esa noche sería la última. Lo sabía, por eso quería que fuera especial, no podía evitar llorar al pensar que su padre no estaría más frente suyo, sonriéndole y dándole los buenos días, ni tampoco estaría en el cuarto contiguo, esperando a ser arrastrado al pecado.

La última vez antes de marcharse.

Entró a sin hacer ruido, esta vez no tenía puesto el pantalón pijama, ni nada en el torso, solamente bóxer, ajustados y pequeños bóxer que le ponían caliente solo de imaginar que su padre se los quitaba. Los había comprado especialmente para la ocasión, esta vez quería que los roces se sintieran un poco más en su piel, que fueran más íntimos. No iba a negar que deseaba un contacto directo, hacer el amor, tener sexo a toda regla, pero había límites, y lo más que esperaba era un poco más de cercanía.

Andrew se había bañado antes de acostarse, y olía jodidamente bien, no tenía loción encima, nada, pero su aroma natural era perfecto para Lian, era varonil, pero gentil, muy acorde con su personalidad.

Él también se había duchado, estaba fresco, limpio, se sentía como en una cita secreta, se preparaba cada noche para eso, anhelaba cada momento del día ese simple momento, se había vuelto un hábito, pero no dejaba de ser especialmente excitante.

Los roces ocurrieron, los jadeos y las anhelantes silabas de Lian, que repetían el nombre de su padre siempre, todo iba como de costumbre, estaba tan duro y se sentía tan eufórico que llegó un momento en que tuvo que parar, porque entró en razón de que estaba restregándose demasiado fuerte contra el muslo del mayor.

Cerró los ojos y respiró profundo, “¿Qué estoy haciendo?” gimoteó en voz sumamente baja, solo para sí mismo, pero deseó continuar, aunque ya no pudiera de la misma forma.

Volvió a acercarse, en medio de la oscuridad, a su postura habitual.

Lian no pudo advertir ni siquiera que los ojos de su padre estaban puestos en él, estaba demasiado concentrado en acariciar el miembro del mayor que no notó nada.

Andrew estaba en su límite, no podía soportar más las acciones de su niño y quedarse sin entrar en acción, como siempre. Por eso esta vez decidió arriesgarse. Pretendió moverse en sueños, y claro, le pegó un susto de muerte a Lian, pero gimió, y mantuvo los ojos cerrados para no provocar que saliera huyendo. Siguió haciéndose el dormido, solo que esta vez se giró sobre él, le acorraló como la primera vez, y quedaron de frente, sus miembros se rozaron y ambos gimieron disimuladamente. Estaba desesperado por un beso, por mirar a los ojos a su niño, por llegar más lejos.

Después de un rato así, volvió a moverse, estaba restregándose contra él, ya ni siquiera le importaba contener los jadeos, lo inmovilizó debajo de él y quedó a horcajadas sobre él. Lian estaba un poco en shock, pero tampoco podía hacer nada. No sabía si su padre era sonámbulo o si definitivamente estaba despierto, lo único que le preocupaba era su corazón que no paraba de latir con fuerza. Andrew levantó las piernas del chico y se colocó entre ellas. Se pegó a su trasero y comenzó el vaivén que simulaba el coito. Podía correrse tan solo con eso, pero no quería, no iba a conformarse con los roces esta vez. Un rato después de escuchar a su hijo jadear como nunca lo había hecho, retorcerse de placer, contenerse para no eyacular, le arrancó los bóxer y le levantó las caderas a la altura de su cara. El muchacho ni siquiera pudo replicar, ni tiempo tuvo de sorprenderse, porque estaba recibiendo un beso negro, y el placer y la conmoción le tenían en un estado de inmovilidad. Andrew le escuchó gemir, y sonrió para sus adentros, ese era su niño, perfecto y hermoso.

Por el contrario, Lian se preguntó qué carajo estaba pasando, quería ver la cara de su padre, quería ver sus ojos abiertos y confirmar que no era un sueño, o una pesadilla, en la que él estaría furioso y lo echaría de su vida para siempre.

No supo en qué momento entró el primer dedo, o el segundo, solo que la incomodidad era horrible y que quería morirse de vergüenza. Pero lo más inesperado fue cuando su trasero azotó de nuevo contra la cama, y la sensación más extraña de su vida apareció de repente. Se sentía como si estuviera cagándose, realmente pensaba que iba a cagarse ahí mismo, era demasiado para él, no entendió por un momento qué pasaba, pero después supo que lo que invadía su interior no provenía de él mismo, era el miembro de su padre que había entrado en él. Se mordió con fuerza el labio hasta que lo hizo sangrar, puso su mayor esfuerzo en no correrse ni llorar de alegría, su padre estaba moviéndose contra él, estaba dentro suyo, eran uno solo. Quería verlo, quería contemplar su rostro, ya no le importaba si era real o no.

Prendió la lámpara de noche, y la luz tenue apenas iluminó sus cuerpos embalados y sudorosos. Los ojos de su padre le miraban con fijeza, y su corazón se detuvo. Le miraba con tanto deseo, con tanto amor, era una mirada que mezclaba el habitual cariño con la lujuria, la mirada que quería recibir desde siempre.

Las gotas de sudor de Andrew cayeron sobre el rostro de su niño, y sus labios se juntaron, ni siquiera lo pensó, ni siquiera le importó si lo rechazaba. Aunque no pasó, el beso fue tan hambriento, tan caliente que nunca se hubiera imaginado a si mismo sintiendo tanto por un simple beso. Nunca había experimentado su ser tal euforia, tantas sensaciones a través del cuerpo, de los sentidos, era mejor que cualquier cosa que hubiese probado, supremamente mejor…

Fue suficiente para hacer que ambos se corrieran.

 

 

 

Notas finales:

Etcétera. 


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