Prólogo
Aquellos días
5 años atrás…
Otra vez, la triste niña corrió desesperadamente hacia su lugar secreto, el único lugar en el que se sentía a salvo y sus problemas se desvanecían. Un prado rodeado de arbustos llenos de rosas, el olor de ellas le hacían sentirse segura, inundó sus pulmones en tan placentero perfume y calló arrodillada sin poder contenerse por más tiempo.
-¡Ojalá todos estuviesen muertos! – Exclamó con lágrimas en los ojos - ¡Si papi… siguiese… vivo! – dijo entre sollozos.
Su padre era el único que la protegía de esos monstruos llamados “familia”, pero desafortunadamente había muerto hacía 3 años cuando ella tenía sólo 10. Desde ese preciso momento en el que su padre estrelló el coche contra ese camión, su vida se derrumbó, sin él no había nadie que los detuviese de hacerle cual cosa se les venía en mente. Su cuerpo confinado ya no aguantaba más tanta tortura su mente se corrompía con cada día que pasaba y lo peor de todo era que no podría salir nunca de aquella situación.
Empezó a llorar más fuertemente al recordar los días felices con su progenitor. Los paseos por que daban por la playa, los días que iban al parque de diversiones y ella lo arrastraba por todos los juegos en los cuales se podía subir, las salidas todos los domingos a la plaza a comprar helado, las visitas al zoológico donde veían a los tigres esos majestuosos animales que ella tanto adoraba y a los lobos, los animales preferidos de su padre. Aquellos días que ahora parecían tan lejanos, se aferraba a ellos con todo su ser, eran la única razón que la mantenían con vida, la esperanza de que esos días volviesen, de que, milagrosamente, todo hubiese sido un error que él no hubiese muerto aquel día y que pueda regresar a casa para salvarla de aquel sufrimiento.
Pero eso era imposible, a sus 13 años de edad debería dejar de soñar y afrontar la verdad, la realidad que destruyó su inocencia cuando apenas era una niña, que acabó con su dulce y precoz vida. Entonces decidió dejar de llorar, se puso de pie con dificultad, aún le dolían las marcas del látigo en su espalda y sus piernas, y empezó a caminar de vuelta, pero antes de emprender el viaje inspiró con fuerza, dejó que sus pulmones se embriaguen del olor a rosas. Eso le dio todavía más fuerzas y empezó a correr. Estaba anocheciendo y si no llegaba a tiempo para la cena su madre se enojaría y sacaría de vuelta ese látigo que tanto odiaba y su hermano… no quería pensar lo que le haría su hermano de “castigo”.
Pensando en ellos su corazón se lleno de un odio amargo hacia aquellos con quienes compartía lazos de sangre, volvió a desear que se murieran y la dejaran en paz de una vez por todas
Pero cuando terminase de correr y entre a su casa se llevaría una sorpresa, su deseo se habría cumplido, todos habrían muerto.