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Paper Heart (Mil) por JHS_LCFR

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Notas del fanfic:

Aire. Necesito aire.

Notas del capitulo:

(Sin corregir)

 

http://www.youtube.com/watch?v=rAvM--vj2aw

 

Una y otra...y otra y otra y otra y otra vez.

 

 

 

Mil.

Paper Heart (Mil)

 

Sesenta. Iba exactamente sesenta.

Hacía frío esa mañana y todavía no había salido el sol, pero Chanyeol necesitaba seguir doblando: a sus ojos, faltaba poco. Muy, muy poco. A pesar de las ojeras, del cansancio en su cuerpo y el tirón en sus dedos, en sus manos…tenía que seguir. Tenía que conseguirlo. De sesenta a mil, ¿Cuánto había? ¿Diez, veinte, treinta números? Ya no lo sabía, ya no podía pensar, pero lo que tenía definitivamente en claro era que tenía que seguir doblando. Sin importar qué, sin importar lo que le sucediese.

Eran las cinco de la mañana y Chanyeol seguía llorando.

Iba sesenta grullas: cada vez faltaba menos.

 

 

“Podrías parar”, le decía Sehun, pero no quería escucharlo.

“Esto no te hace bien”, acordaba Yixing acariciándole el hombro, pero Chanyeol simplemente continuaba, cerrando los ojos.

“Ya es tarde”, lamentaba Luhan en un susurro, agachándose para que pudiese oírlo, para que no intentara ignorarlo. “Chanyeol, no has dormido, tampoco estás comiendo”. Pero, ¿Quién necesitaba comida cuando no se tenía hambre? Su tarea era seguir doblando papel, miles de papeles de diferentes texturas y colores, papeles que había sacado de los cajones de los muebles, envoltorios viejos de regalos y hasta folletos de la calle: Chanyeol tenía que seguir, diez o doce pliegues por papel le tomaban alrededor de cuarenta segundos, si le quedaban novecientas treinta y ocho… ¿Por qué le tomó hasta el mediodía hacer solamente dos? No solía tardar tanto, tal vez por la vista, por el sueño…

No, no. Tengo que seguir, tengo que seguir doblando.

“Chanyeol”, anunció Junmyun con voz decidida y alarmante, la decisión en su voz era preocupante, su tono era seco y áspero, pero no lograba ocultar del todo todavía su dolor. “Alto”. Y puso las manos sobre las suyas, tapándole los dedos y el papel, aturdiéndolo y alarmándolo.

“Hyung”, protestó infantilmente, sacudiéndose despacio por el cansancio. “No me dejas ver, no juegues”, y siguió. Punta con punta, triángulo y de vuelta…

Pudo sentir la respiración de sus amigos hacer eco en la casa detrás de su espalda: para evitar distracciones, Chanyeol había desconectado la televisión, la computadora, la radio y hasta el teléfono de su casa. No debía permitirse bajo ningún modo la distracción, cometer el pecado de entregarse al ocio: su misión ahora era poder armar las alas y el cuello, tenía que lograr que el pájaro se armase a la perfección para sumarlo al pequeño grupito que estaba en el tablero de dibujo que había dejado de usar hacía años.

Con una más lista, sonrió ampliamente y con ojos apagados, se dio vuelta sin levantarse de la silla y apoyó suavemente la pieza con las otras en una esquina del tablero: esa tarde definitivamente lo llenaría de coloridos y delicados pájaros.

“¿Les gusta?” rió, retomando su posición inicial y encorvándose sobre un nuevo papel de regalo. “Yixing Hyung, ¿Podrías contarlas, por favor? Creo que voy noventa y cuatro…o quizás treinta y dos…Por favor”, pidió sacudiendo la cabeza ante un repentino cabeceo de sueño, “realiza el conteo”.

Un suspiro de agotamiento y resignación y muy bajitos, los números en chino y coreano: Chanyeol sonrió con los ojos, sabía que en el fondo, sus amigos estaban con él y pensaban apoyarlo. Dos grullas más en el rango de dos minutos y aplaudió, satisfecho y respirando hondo; en cuanto buscó papel de diario, otra mano más pálida y de uñas cuadradas se interpuso en su camino.

“Chanyeol, para, estás pálido”. Luhan Hyung nunca fue igual de romántico, Luhan nunca entendió ni entenderá la importancia y el sentimiento del proyecto, por eso no podía amar a nadie con libertad y por eso todavía no se le confesaba a Sehun, que alarmado se cruzaba de brazos, examinando con lástima y pena las manos bañadas en callos de Chanyeol, más de un corte por el papel bordeando las yemas y los nudillos así como las palmas y la cara interna del pulgar. Siempre.

“No estoy pálido”, respondió rápidamente el otro, “es la luz. Corre la cortina y deja que me llegue un poco a la mesa, así veo los papeles y los pliegues un poco mejor”. Pero al instante se arrepintió con un gruñido intenso, cerrando los ojos fuertemente y tapándoselos con un antebrazo. “Mejor no, mejor no” tartamudeó, sintiendo el sonar de todos sus huesos ante el movimiento brusco. “Oscurito es mejor, cuando sea de noche prenderé la lámpara, sólo entonces lo haré”.

“Chanyeol, son las dos de la tarde”. La voz de Junmyun era pastosa, se cansaba de decirle siempre lo mismo: inmutable, el alto siguió trabajando, sacando la lengua en pos de concentrarse y trabajar mejor; Junmyun únicamente pudo apretar los dientes y despeinarse, enfadado y siendo contenido por un rápido y tierno abrazo de Yixing por detrás, a la altura de la cintura.

“¿Creen que le gustará todo esto?”, preguntó Chanyeol desde su silla, parpadeando repetidas veces y sintiendo el picor en sus ojos. “Quiero decir, sé que nunca le llamaron la atención estas cosas…pero serán mil, serán tantas que no podrá decirme que no. Para nada”.

“Chanyeol, quizás ni siquiera esté aquí para verlo”, protestó Luhan golpeándose con fuerza los costados de las piernas y pisando con fervor, perdiendo la paciencia. “¿Cómo tengo que decírtelo para que me escuches? No va a venir, si se fue, por algo es”.

Chanyeol negó despacio, chasqueando juguetonamente su lengua contra el paladar y corriendo las grullas. “Te equivocas, Hyung”. Un tímido rayo de luz golpeó con la ala derecha de la última ave de papel, la textura del azul eléctrico le hizo rebotar y le dio de lleno en los ojos, siseó. “Él vendrá a mí, es justamente lo que les pediré cuando las termine”.

“¿Qué?”, preguntó Sehun, confundido. “¿A quiénes?”

“Pues…a las aves, Hunnie… ¿A quién más, eh?”, rió el alto, sin mirarles y besándose un dedo recientemente herido. “Esto no se lo puedo pedir a Dios…debe estar demasiado ocupado, y aparte él no cree en Dios ni en Buda ni en nada de eso…él es simplemente…él, cree en lo que sus ojos ven, ya se los dije, ya se los ha dicho”.

Yixing cerró los ojos y descansó el mentón en el hombro de Junmyun, buscando consuelo y esperanza al ver la figura maltrecha y apolillada de Chanyeol con la cara contra la mesa, doblando los papeles con cuidado. “¿Creen que le guste?”, insistió éste, siendo respondido con el silencio. “Vamos”, rió con dolor, “denme una mano”.

Silencio, eterno silencio.

En el fondo, los amigos de Chanyeol aún no sabían de quién se estaba hablando.

 

 

Va a gustarle, ya van a ver. Va quererme, no va a poder ignorarme o decirme… “Lo siento, Chanyeol, tengo otros planes” o “quiero que sólo seamos amigos”. No podrá negarse, me va a tener que querer…después de todo, ¿Quién es capaz de hacerle mil grullas, eh? Nadie, absolutamente nadie. Sólo yo soy capaz…sólo yo voy a hacer…mil…mil…

Sus manos frenaron en seco, no hubo calambres o tirón alguno en absoluto. Sólo aire...aire, quietud y dolor: dolor interno, proveniente del fondo de su ser y concentrado en su corazón, en su estómago. Ojos fijos en la mesa y el ave a medio crear, parpadeó, sorprendido, anonadado, entristecido.

-No llego—anunció para sí mismo. Las nueve de la noche habían llegado y la Luna junto con el poste de la calle iluminaba la habitación, por suerte nada de ello le lastimaba la visión—. No hay más papel… - sus ojos viajaron al tablero, faltaba llenar un tercio—…No llego.

No llego.

Automáticamente se levantó, cayendo al piso en seco, impacto neto: sus rodillas hacían ruido al moverse y salirse de lugar para volver a acomodarse, su nuca tiraba por estar mirando todo el tiempo hacia abajo y no sentía los glúteos o las pantorrillas. Su estómago rugía y tenía seca la garganta. Pero no había papel, había que salir a buscar.

Necesito papel. No llego si no tengo papel…no voy a poder…

Gateó y se arrastró hasta el perchero de la entrada, sintiendo el chasquear de su cadera y sus muñecas: no se había bañado en días, todavía llevaba el pijama y las pantuflas; tirando del saco y sacándolo al quinto tirón (desgarrándole la costura del cuello alto), logró que también cayeran los guantes y el gorro, se puso todo en el suelo e inspiró hondo, juntó fuerzas y se levantó. Carecía de equilibrio y las piernas no le aguantaban el peso; tambaleante como estaba, manoteó torpemente las llaves y las introdujo en la cerradura. La giró y la puerta se abrió sola, nunca había puesto la traba: por eso los chicos venían tan seguido y tan temprano.

Caía aguanieve, la neblina hacía de la noche un asco. Arrastrando los pies con las pantuflas, sintió el frío taladrarle los talones descubiertos, pero no importó: buscó alguna librería o tienda abierta; todo lo que encontró fue un bar maloliente y completamente lleno de hombres y mujeres que buscaban el abrigo del alcohol, un mimo potente del aguardiente.

-P…permiso—corriendo la pesada puerta de madera y haciendo sonar el llamador de ángeles, llamó la atención del joven de la barra, un chico alto y de mirada atemorizante, con ojeras tan profundas como las que Chanyeol cargaba sin saber, sin darse cuenta nunca de nada—Q…quería saber…si de casualidad no les sobran revistas, papeles o diarios… - el bartender arqueó una ceja, despreciándolo—. Es como para doblar papel, le pago si quiere.

Por supuesto que se aprovechó de él, por supuesto que le cobró mil wones por cada papel, veinte por la hoja doble de diario: por supuesto, Tao tenía esa capacidad para hacer de todo un intercambio que rayase en el negocio. Incluso le ofreció licor fino de café al coñac (“hace frió afuera”, le dijo con la botella extendida hacia él), pero el desconocido no quiso: O el chico no tomaba, o en realidad no llegaba a ser tan tonto. Lo importante es que había logrado hacerse con algo de dinero, mientras desaparecía rápidamente con las cosas en brazos y patinándose con la escarcha del suelo.

Chanyeol se veía como un loco, daba más vergüenza que cualquier borracho de allí adentro. Pero él no se daba cuenta, él quería seguir doblando, quería seguir haciendo.

Tenía cien grullas, le quedaba muy pero muy poquito.

 

 

“Chanyeol, tu madre viene en camino”. Buenas noticias, tal vez malas: Chanyeol no tenía tiempo para atenderla. “Dice que viene a hablarte, a verte porque le hemos dicho que no estás bien”. Junmyun siempre lo arruina todo, pretende ayudar cuando en realidad no lo necesito.

“Dile que pida reembolso por el pasaje”, respondió seco el menor, frunciendo el ceño y recortando el papel de diario en cuatro: se había agarrado los diarios de toda una semana, había sido un buen negocio. “Dile que estoy bien, ocupado y que como mucho, mucho muchísimo”.

“Mentirle a la madre no es cosa de buen hijo”, dejó salir Yixing acercándose y dejando sutilmente una taza de té al lado de Chanyeol, que la miró de ojo y se inclinó a un costado para dar un sorbo. Yixing sonrió entonces con suficiencia, la noche anterior habían discutido con Junmyun para ver qué lo hacía reaccionar: si la alarmante noticia del posible reto de su madre o un pequeño y despreocupado acercamiento.

Aunque, a fin de cuentas, en el grupo se había llegado a la conclusión de que nadie tenía la obligación de alimentarlo, bañarlo y cuidarlo: Chanyeol no era un niño.

“Hyung”, llamó el alto al chino, que asintió con un murmullo. “¿Me preparas algo? Tengo un poco de hambre”. Junmyun entonces levantó las cejas y buscó con sorpresa a su novio, que ya estaba prendiendo las hornallas y buscando ingredientes: Sehun, que también había ido, corrió a prender las estufar y a enchufar los electrodomésticos. Quizás todavía había una esperanza, una solución.

“Chanyeol hyung”, llamó entonces el más chico, volviendo de la sala de estar con todo prendido y andando. “¿Podré ayudarte a hacer eso?”. La idea que cruzó se cabeza fue “si lo hacemos entre todos, será más rápido”. Pero Chanyeol paró en seco, molesto, furioso.

“No”, espetó, mirándolo con odio. “Definitivamente no, todo esto es y debe ser algo mío, una producción…algo…tan solo…No, lo siento”. Y siguió trabajando: ninguno de los chicos se dio por vencido, por lo menos ahora sabían que Chanyeol comería lo que fuese que Yixing le estuviese cocinando.

 

 

Trescientos. Trescientos malditos pajaritos doblados. Lo estaba logrando. Lo estaba logrando y Luhan no podía creerlo. “¿Todo esto lo hiciste tú?” y Chanyeol asintió, pozos por debajo de los ojos y marcas azules cerca de sus lagrimales, así como falta de carne en sus mejillas y en su cuello. “Chanyeol, ¿Dónde vas a meter el resto?”. Chanyeol se había trasladado a su cuarto, tapando estratégicamente la cama con sus pajarillos para no caer en la tentación: había desconectado e vuelta la computadora y el teléfono, la impresora molestaba innecesariamente en el escritorio así que simplemente la corrió, estrellándola contra el suelo.

“Ya veré cómo hago”, le dijo, cortándose de nuevo un lado del meñique: esos cortes quemaban, quemaban y los odiaba porque eran rápidos y relativamente profundos, dejando que los hilillos rojizos mancharan el papel y ensuciaran sus aves, arruinando su regalo. “Ve dejando sobre la almohada las que voy terminando. Si no me equivoco, en dos horas llegaré a la número quinientos”.

“¿Y hasta qué número tienes que llegar?”

“Mil”, soltó, como si se tratase de algo obvio.

“¿Y para quién es todo esto al final? ¿Es para…quien yo pienso?”

De vuelta paró, incómodo y mirando el suelo. No se giró para hablarle.

“Yo…no puedo decirte”.

 

 

Quedan quince días.

Quince días. Y vos setecientas.

Se había tomado su tiempo, sí. Había descansado entre ave y ave, sí. Incluso cometió el error de correr los papeles a medio doblar y lisos para descansar la cabeza entre los brazos y durmió treinta y ocho horas seguidas, despertando completamente agarrotado y adolorido. Sólo entonces tomó consciencia de su mugre, sólo entonces pudo horrorizarse por su propio hedor: se tocó el pelo, despeinado y grasoso. Se tocó la cara, brillosa y áspera al contacto de la piel debido al polvillo de los papeles del bar, viejos. Decidiendo cambiar su aspecto, se cortó las uñas y se afeitó un poco, incluso se abrigó como era debido y caminó hasta la cocina para buscar y llevarse la radio: la ducha de agua caliente acompañada de música fue definitivamente lo mejor, lo mejor que pudo haber hecho y que no sucedió en semanas, para él años.

Conectando la computadora y armando listas de reproducciones en el ordenador, asintió al ritmo de la melodía y siguió doblando, una fuerza vigorizante recorriendo sus músculos y una sonrisa muda surcándole el rostro.

Le faltaba poco, pero ya se sentía distinto. Como mejorado, como un Chanyeol nuevo y capaz de hacerlo todo: estaba orgulloso de sí mismo, siempre le había sorprendido lo movilizadora que podía serla fuerza del amor.

 

 

Treinta y cuatro.

Le faltaban treinta y cuatro.

Yixing no pudo evitar llorar cuando se dispuso a contarlo todo con los otros chicos, separándose uno las de papel de colores, otro las de diario y otro el de revistar y folletos: Chanyeol estaba en la recta final, pronto volvería a ser el mismo de antes y todo quedaría en el olvido. Dos torpes meses de los cuales no se hablaría nunca jamás en la vida, lo habían decidido todos: nombrar a las grullas o al origami estaría terminantemente prohibido por un buen tiempo.

Junmyun se tapaba la boca y se apretaba con los dedos la mandíbula para no soltar nada brusco o raro; Luhan seguía contando en silencio, cerciorándose por enésima vez del número con un torpe Sehun tomándole de la mano y acompañándolo: Chanyeol no había leído el mail con la noticia del noviazgo de los chicos, tampoco había visto los anillos de compromiso en las manos de Yixing y Junmyun.

“¿A dónde vas a llevarlas cuando termines con todo?” quiso inquirir el anteúltimo, masajeándole el cuello y los hombros despacio, bien despacio.

“Al hospital”, dijo Chanyeol, tranquilo. No notó el abrumador y letal silencio, los chicos se miraron unos a otros. “Novecientos setenta y siete, sigo. Como te decía, la guardia está aquí a la vuelta: fue a hacerse unos chequeos y estudios hace quince días, la semana que viene le darán los resultados, tendré tiempo para comprarme unas lindas cajas y poner las grullas allí dentro, con cuidado. Y ninguno intente ayudarme, por favor…esto es algo que tengo que hacer yo solo”.

“Ch…Chanyeol”, Luhan se acercó despacio, entrelazando firmemente sus dedos para que de una maldita vez pudiera mirarlo a los ojos. “¿Hay algo que no nos hayas contado? No sabemos de nadie que conozcas que tenga que ir al médico”. Chanyeol parpadeó despacio, respiró intranquilo.

“No lo conocen, no se los presenté…me lo crucé saliendo de un bar que está aquí cerca hace tiempo. Estaba exhausto y caminaba dando tumbos, tenía que ayudarlo”, titubeó, la grulla número novecientos setenta y seis temblando entre sus manos. “Lo cargué y lo llevé a casa despacio, ofreciéndole el sofá del living…y durmió todo un día, hasta la mañana del día siguiente…estaba agradecido, le dolía la cabeza y el estómago por la resaca, terrible resacón”, rió, áspero y con lágrimas en los ojos. “Desde entonces no lo volví a ver, pero me dejó su número y hablamos cada tanto. Lo aprecio mucho, es un buen sujeto”.

“¿Pero qué tiene que ver con...?”

“¿Las grullas? Pues, está pasando por un mal momento. Y quiero estar ahí para ayudarlo y acompañarlo. Él es tan bueno, aparte es alto, apuesto y buen mozo…ya no se ven chicos así, en ese sentido es único, es perfecto”.

Sehun frunció el ceño, preocupado y se unió al círculo.

“¿Por lo menos sabes su nombre?”

Y Chanyeol volvió a tragar con amargura, en silencio.

“Se hace llamar Kris…no tengo idea de cuántos años tiene, qué hace en Corea o dónde vive”.

 

 

Los jóvenes de la guardia lo habían fichado de loco en el instante en que cruzó la puerta, cargando con una caja apoyada por una mano contra su cadera y dos valijas de viaje cuyas rueditas golpeaban contra la unión de las baldosas, aturdiendo el silencio y la paz del hospital entero.

“Señor, no puedo entrar con eso”, le dijo Jongdae; el paciente rubio que había llegado hacía media hora le había advertido de esto, pero se lo había tomado a broma, no sabía que iba en serio. “Señor”, repitió el enfermero, saliendo del cubículo donde atendía a los recién llegados, “le tengo que pedir que retire eso, el ruido aturde y es de mala educación, si trae alguna receta o medicamento allí dentro o algo…”

“Oh, no, no. En absoluto”, sonrió Chanyeol, bajando las manijas de las valijas y desenganchando las correas de mochila ocultas: dejando la caja, colocó una correa de cada bolso en sus brazos, ignorando el peso de las ruedas, del tamaño de todo. “Vengo a ver al paciente Wu, que tenía que buscar los resultados de unas tomografías y resonancias para hoy, dentro de quince minutos”. Jongdae suspiró, en sus años de residencia, jamás le había pasado aquello: rascándose la nuca, guió al desconocido de rizos color caramelo y castaño claro, ofreciéndose sutilmente para cargar con algo y recibiendo un cortés rechazo. Al doblar por quinta vez en el pasillo, se vio el cartel de “RESONANCIAS” a lo lejos: en efecto, un joven alto y esbelto se apoyaba contra la ventana que daba a la calle, fumando un cigarrillo lentamente, se le notaba bastante aburrido.

“Por favor, dígame que no lleva nada luminoso ni que haga ruido”, pidió el enfermero, incómodo.

“Son piezas de papel”, le tranquilizó Chanyeol, levantando la tapa de la caja suavemente, dejándole al chico bajito de pelo oscuro husmear un poco. “¿No son lindas? Son para él, pensaba regalárselas luego de pedir un deseo”.

“¿Y qué piensa pedir?”, inquirió el muchacho de uniforme: casi se le escapaba el tono formal, las ganas de saber ahora le carcomían: en el hospital no pasaba absolutamente nada de nada, eso era lo más raro que había vivido allí dentro en años.

“No te lo voy a decir”, sonrió el más alto. “Si lo digo, no se cumplirá”.

“Oh, por favor, no diré nada”.

“Lo siento, sólo él puede saberlo”.

“Creo que ni siquiera él puede saber…si le cuentas a alguien, no se te cumple”, murmuró Jongdae, entretenido. “Nadie debe saber…tiene que ser un secreto tuyo, guardado bien dentro de tu corazón”.

“Pero en mi corazón no entra lo que quiero…no hay espacio para mil grullas ni para tanto amor”. Jongdae entonces levantó las cejas: había logrado sacarle algo de información, poco pero algo. Chanyeol automáticamente cayó en cuenta, dando un respingo mientras el enfermero se alejaba dándole la espalda…ya no podía desear lo que quería, ya no podía pedir aquello que anhelaba.

Ya había dado una pista, lo delatado no se podía desear.

Tiene que ser un secreto….tuve que haber…

-¿Chanyeol?—oyó de pronto; Kris le había visto, se acercaba despacio y sonriendo, divertido. La curvatura de su boca le resultó tan preciosa que dejó caer la caja, ocasionando una lluvia, una cascada de aves, pequeñas y delicadas avecillas—¿Qué es esto?—rió, agachándose para tomar una entre sus manos—¿Lo hiciste tú? Qué lindo…pero…hay muchas, ¿Cuántos cisnes hiciste?

Dolió. Le dolió el pecho.

No son gansos…tampoco son cisnes…

Son grullas…las hice por y para ti.

La voz del joven Jongdae resonó de pronto en su cabeza: “creo que ni él puede saber…tiene que ser un secreto tuyo, guardado bien dentro de tu corazón”.

Pero mi corazón desborda de todo esto que siento.

Por eso hice las grullas…necesitaba…aligerar un poco la carga…

Necesitaba regalar algo de mi amor, necesitaba entregárselo a alguien, a alguien que fuese…

-¿Chanyeol, estás bien?

…como él.

Chanyeol rápidamente volvió a la Tierra y se secó las lágrimas con vergüenza, riéndose con un tinte amargo y los brazos muertos, un fuerte retorcijón en la garganta y en la boca del estómago.

-K…Kris Hyung…Sabes… ¿Sabes que esto es…?

-Me dieron los resultados de los análisis—interrumpió el rubio, aún medio sonriente—. ¿Me creerías si tengo que quedarme? Me internarán dentro de dos días y listo, de aquí no podré moverme—canturreó con su voz grave, áspera…insensible.

¿Por qué me cortas? ¿Qué no escuchabas que te estaba hablando?

-Resulta que esos dolores en el pecho son algo mucho más profundo—continuó, dando una última calada al cigarrillo para pisarlo en el suelo, a centímetros de las grullas e intoxicándolas con el humo, con su olor—. No debería estar fumando aquí adentro, pero el nivel de frustración…no podía no hacerlo. Lo odio.

¿Qué odias? ¿Me odias a mí? ¿Odias todo esto?

-Puedo morir si no me cuido apropiadamente, Chanyeol—escuchó en un siseo de amargura  y desesperación—. Todo por una estúpida infección…todo por una puta bacteria, ¿Lo entiendes, lo entiendes?—el tono de voz iba en aumento y se iba intensificando con molestia, con hervor—. La miocarditis de mierda causa la muerte súbita, Chanyeol. Tengo que quedarme aquí para que me empastillen, es un asco. Es…es increíble.

Dándose vuelta para no quebrarse, “Kris” se pasó la mano por la cara y por el pelo, exhausto.

No notó que pisó un pequeño pajarillo, el cual Chanyeol rápidamente curó y rearmó una vez levantó el pie, la bota llena de barro.

Chanyeol siguió llorando en silencio, respirando agitado y mirando la caja, las valijas. Sus sentimientos.

No puedo… ¿Qué hago?

Su interior se fue descascarando de a poco, no podía declararse, no podía decirlo: no era el momento, no era el día y mucho menos la oportunidad de lograr un “sí” rotundo y perfecto.

Con manos temblorosas y llenas de callos, cerró los ojos y suspiró, dejando escapar su alma y todo lo que quedaba de él. Vivo.

Quiero que sane.

Te tienes que curar.

Es mi deseo, ahora mismo no tengo otro.

Las enfermeras salieron al pasillo y llamaron al paciente Wu de nuevo, que entró sin decir palabra y sin despedirse de su amigo, que siguió esperando.

Por favor…Yo y mi amor podemos esperar…

Pero, por favor, sana.

Grullas…les suplico.

Por favor.

Que Kris hyung se recupere.

 

 

 

 


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