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Solo me hace amarte más por devilasleep11

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Notas del fanfic:

Esta historia está inspirada en una canción que simplemente me encanta... "Traying not to love you" de Nickelback principalmente es por eso que la letra sale en el resumen... (Que esté inspirada no quiere decir que vaya a ser literalmente lo que la letra de esta diga... eso... :3)

Los personajes de este fanfic no son mi pertenencia, estos personajes solo pertenecen a EICHIRO ODA... 

 

Notas del capitulo:

¡¡¡¡¡Estoy de vuelta y con las pilas recargadas por las vacaciones de invierno!!!!!

Tengo tantas ideas escritas por aquí y por allá que no supe bien como decidirme... (Creanme tengo demasiadas y mi cabeza sigue sacando ideas de la nada) Pero lo he logrado y traigo mi segundo FanFic con todo el amor, la pasión y las ganas que puedo dar... Soy tan feliz de poder escribir de nuevo y crear en cierta forma un mundo para que mis dos amores de la vida (Kid y Law) se amen... *0*

Bueno esta vez contrario a lo que escribía quiero tirarme a la piscina con una nuevo genero, un tanto más oscuro y triste.

El amor es algo que se manifiesta de muchas formas... y como puede ser arrojado y valiente, apasionado, un buen cazador y bondadoso, puede también ser miserable, áspero, duro, rugoso, durmiendo en el suelo frío... No es ni bueno ni bueno... es pobre y rico al mismo tiempo... (Vaya como me gusta el banquete de platón UwU)

Bueno no las atosigo más con mis fantasías filosóficas...

ESPERO QUE DISFRUTEN!!!! 

Capítulo 1: "Se venden demonios al final del callejón"

 

 

Sacando el golpe desde la cintura, estiró el brazo con el puño cerrado. La persona frente a él no pudo hacer más que aceptar el hecho que aquel pálido mazo chocaría contra su cara.

 

Unos segundos más tarde, ya con el objetivo en el suelo, el pelirrojo se irguió arrogante y victorioso ante los demás muchachos que yacían en el suelo. Me quedé impactado.

 

Nuestras miradas se encontraron al fin. Sus ojos abrasadores y ambarinos me hicieron estremecer. Parecía una peligrosa bestia, a pesar de estar muy herido. Desde su frente caía suave e imparable un río rojizo oscuro. Su labio inferior estaba cortado y tenía ligeramente inflamada la mejilla derecha. Además su uniforme escolar estaba por completo desarreglado y ensuciado.

 

Por su boca pasó ligera una sonrisa triunfal. Por alguna extraña razón el corazón me dio un respingo. Su expresión demoniaca se relajó y pasó perezosamente la mano por las hebras rojizas que caían sobre su cara tirándola hacia atrás despejando su rostro dándome una visión de él mucho más nítida. Un instante después entrecerró los ojos y cayó de bruces al suelo.

 

Iba a dejarlo allí tirado y que se pudriera ¿Quién lo mandaba a meterse en una pelea callejera? Vaya crio.

 

No pude, simplemente no pude dejarle allí. Le tomé delicadamente y lo subí a mi espalda, era tremendamente pesado. Claro, si era unos dos centímetros más alto que yo, además de ser mucho más corpulento, era obviamente menor en edad ¿Qué les daban a comer a los muchachitos hoy en día? Comencé a avanzar lentamente con el pelirrojo a cuestas.

 

¿Quién era ese muchacho? Ni idea, un completo desconocido.

 

Yo como siempre, después de mis rutina diaria; que consistía en asistir a la universidad, estar en clase, luego en los recesos escuchando las excéntricas conversaciones de mis amigos, volver a las clases, así hasta la hora de salir, en donde me escabullía un ratito a la biblioteca a  leer una que otra cosa, a comenzar o terminar un trabajo; me dirigía perezosamente a mi departamento, no tan lejos, unos treinta minutos a pie.

 

Hace unos cuantos meses encontré un atajo bastante cómodo, el cual consistía en pasar por un largo y angosto callejón, nadie  lo usaba gracias a la ausencia de luz del lugar, puesto que los dos enormes edificios que lo formaban impedían el paso del sol. Sin embargo en todo el tiempo utilizándolo nunca me había ocurrido nada, hasta ahora.

 

Justo cuando estaba por terminar el largo camino por la oscuridad, peor aún que ese día se me había ido el tiempo volando mientras leía un larguísimo  libro de medicina que había querido hojear hace un tiempo, la luz era mucho más tenue de lo habitual.

 

No tan lejos escuché  unos cuantos gritos e insultos, seguidos de golpes. Para mi mala suerte al fin del camino se estaba desarrollando una batalla campal. El muchacho pelirrojo en mi espalda luchaba contra unos quince tipos, cada cual más robusto y fuerte que el otro.

 

Por unos instantes me compadecí del chiquillo, pero me sorprendió ver cómo se deshacía de todos y cada uno de ellos sin despeinarse siquiera. Si no fuera por truco sucio que utilizó uno chicos, no hubiera recibido daño alguno. El muy idiota estaba tan enfrascado tirando golpes certeros y secos a un pobre diablo, que no notó a uno detrás suyo, con un enorme fierro, con el cual le dio de lleno en la cabeza. Pensé que hasta allí había llegado la bella danza de golpes de muchacho. Sin embargo éste, en vez de caerse, se dio la vuelta, sin darle importancia a los que tenía en frente, que eran unos tres, le propinó una fuerte patada en el costado al imbécil que se había atrevido a verle como poca cosa y golpearlo por la espalda.

 

El movimiento brusco y fuerte hizo que el uniforme se le levantara, dejando expuesto un trocito de su torso perfectamente esculpido, pálido y codiciable. Debajo de su uniforme sus músculos se flexionaron grácilmente. Por alguna razón tuve unas ganas irrefrenable de ver lo que escondían esas telas escolares, tuve la impresión de derretirme. Un pensamiento tonto, puesto que nunca antes le había visto, además que era solo un chiquillo. Aún tenía olor a leche*.

 

El impacto mandó a volar al tipo del fierro. Dos de los que estaba atrás se le avanzaron y golpearon. Vieron su oportunidad y la aprovecharon. Así fue como el pelirrojo obtuvo la mayoría de los cardenales que adornaban su cara. Sin embargo majestuosamente se deshizo de los malnacidos que lo atacaron en manada.

 

Pero, no es que no fuera humano. El golpe en  la cabeza si le había afectado provocando que cayera inconsciente luego de ganar.

 

No sé qué fue lo que me movió, pero le llevé a mi departamento. No entendía bien pero no pude negarme a ayudar al vencedor de tan desigual contienda. Creo que era eso, se había enfrentado él solo a unos quince sujetos, en cierta forma me recordaba a los lunáticos que tenía por amigos. Seguramente Luffy hubiera reaccionado de la misma manera, o Ace, que también era un loco insensato, se veía a menudo en ese tipo de problemas.

 

Llegué a mi departamento no sin antes encontrarme con la mirada curiosa del conserje, o de alguno de mis vecinos. Me daba igual todo pues no había transado palabra, más que la necesaria, con ellos.

 

Mi departamento era más que espacioso, cortesía del lunático Doflamingo. Mi “padre”… o como se le llame al idiota que te adopta. Había insistido en comprarme inclusive el piso entero. Obviamente me negué, me negaba hasta aceptar este, pero después de escuchar sus ruidosos lamentos y una que otra objeción de su pareja accedí. Por más que quisiera no podía escapar de las garras de aquel rubio de lentes y sonrisa macabra.

 

Aun así no vivía solo, aunque siempre he preferido estar solo, no pude negarme a los hermanos D cuando proclamaron que vivirían conmigo sin siquiera preguntarme. Gracias a Dios no estaba ninguno de ellos esa noche.

 

Recosté al muchachito, con cuidado, en el sillón. Lo observé un tiempo. Tenía una linda aura dulce completamente distinta a la endemoniada bestia de hace unos instantes. Tenía esa clara pinta de matón, la forma en como llevaba despreocupadamente el uniforme, el cabello rojizo contrastando con la pálida piel. Parecía el prototipo de delincuente común.

 

“Vaya pestañas más largas” Pensé mientras pasaba sutilmente mi mano por su cara. Su piel era suave, sin embargo no era delicada, extrañamente grata al tacto. Iba bajando mi ligera caricia hacia su cuello, largo y varonil, le roce con la yema de los dedos la manzana de adán, sentí como pequeñas descargas se mandaban desde mis manos hasta la punta de mis pies.

 

Aparté bruscamente la mano. Ni siquiera conocía el nombre del muchachito allí tumbado, no podía estar pensando tonterías con un mocosito, a pesar de su porte y semblante tenía aun cara de niño.

 

Debía ser unos siete u ocho años menor, no es como si fueran veinte años, pero nunca me había sentido atraído por alguien menor ni por un año, los menores siempre te daban problemas. Pero aun así no podía evitar sentirme atrapado por el crio, sus ojos paralizantes y diabólicos habían hecho clic en mi cabeza.

 

El sube y baja tranquilo de su pecho, su boca ligeramente abierta, su expresión serena. De nuevo esas ganas irremediables por el pelirrojo me asaltaron. Las mismas que tuve al ver cómo sus músculos grácilmente se contraían y dilataban al dar golpes, las ganas de saltar sobre él y desgarrarle la ropa no se hicieron esperar. Por Dios ¿Es que acaso soy un pervertido? ¿Qué pasaría si de repente entrara alguno de los chicos y me viera? Asqueado por mi propia visión de ser un muchacho inconsciente y que algún idiota me tocara descaradamente, quité las manos de su piel.

 

Tratando de apartar los estúpidos sentimientos me levanté y me fui a buscar el maletín de primeros auxilios, el que siempre estaba utilizando gracias a que era el médico personal de los dos pelinegros que convivían conmigo.

 

Comencé revisando la herida de la cabeza, no era tan grave como llegué a pensar en su momento. La desinfecté y curé con rapidez, pero con cuidado. No hizo ningún gesto de dolor por lo que supuse que estaba más que molido.

 

Tras terminar con las curaciones de la cabeza me dispuse a seguir con el cuerpo. Para sorpresa mía las manos me temblaban mientras le sacaba el saco y la corbata del uniforme. No es que no estuviera acostumbrado a tocar a otra gente, total, eso en lo estudiaba era pan de cada día. Sin embargo el extraño calor que desprendía me hizo estremecer violentamente.

 

La camisa se le ceñía deliciosamente al cuerpo, el solo hecho de tener que sacársela se me hacía tan tentadoramente indecente. Además de saberlo tan indefenso ante mis ojos, que no se me resistiría hiciera lo que hiciera, la idea que no haya hecho nada cuando le desinfecté la herida de la cabeza lo decía todo ¿Sigo pensando idioteces? ¿Es que acaso soy un violador? Para  alivio mío estas preguntas me bajaban de las nubes en un instante, pero no me sacaban de mi ensoñación.

 

Tenía que despertar de ese extraño trance en que había entrado al desabrochar uno por uno lentamente los botones de la camisa, dejando su torso blanco y  fornido, perfecto, cada musculo detallado majestuosamente, tuve que morderme el labio para no besar los botones rosados en su pecho. Ellos me incitaba con marcada impureza a tocarle, a saboréale, me llamaban sensualmente. Maldición debía concentrarme y dejar las imbecilidades.

 

Menos mal que un enorme moretón en su costilla derecha me devolvió a la tierra nuevamente.

 

Terminando con mis atenciones volví, a regañadientes, a ponerle la camisa. Me paré y fui a prepararme una taza de café, estaba un tanto harto, necesitaba de la deliciosa cafeína para relajarme un poco.

 

Me dirigí lentamente a la cocina y después de que el agua en el hervidor estuviera lista me serví en mi taza preferida. Luego me decidí por fin a volver a la sala, en donde tenía a mi inconsciente invitado. Desde el umbral de la puerta se le podía ver relajadamente en el sillón invitándome a besar sus labios, a acercarme y pasear mis manos por su cuerpo. No sé cuántas veces lo maldije, maldito muchachito. Entré sigilosamente en la sala, no es que me fuera a escuchar, pero no podía evitarlo. Acercándome a él, paseé mis dedos por la gasa en su cabeza, rozando a penas un mechón de pelo que se había colado travieso.

 

-          ¿Por qué no simplemente te dejé tirado en ese lugar? – Musité un tanto enfadado.

 

Agotado de las luchas interiores me senté despreocupadamente en el suelo apoyando mi cabeza en la mesita de centro. Alargué mi mano y tomé mi mochila, de la cual saqué el libro que tanto me había entretenido y por el cual había salido tan tarde. Unos cuantos párrafos y ya estaba infiltrado dentro, me había olvidado del sensual pelirrojo en mi sillón, de lo alocado que había sido todo eso.

 

¿Quién podría mirarme y decir a ciencia cierta que esto era algo que hubiera hecho con cualquiera? Algo me dijo que no podía simplemente ignóralo. Quizás esa sonrisa seductora y victoriosa, quizá su cuerpo esbelto y ágil, quizá simplemente soy el imbécil más grande del mundo.

 

Cualquiera que fuera la razón no estaba bien, no estaba bien sentir este tipo de cosas por alguien que no conocía, aunque si fuera unos años mayor y me sonriera coquetamente desde la barra de algún bar oscuro, sin dudarlo me lo tiraría. Ni siquiera le hubiera pedido el nombre, un polvo y darme el gustito. Pero no, tenía que ser un muchachito el que me hacía pensar perversidades ¿No era acaso eso ilegal? Hasta de la lectura me sacaba…

 

-          Maldición… me siento realmente mal… - Deje mientras me imaginaba en la cárcel por secuestrar y violar a un muchachito que estaba más que incapacitado.

 

Seguí metido en mi libro. No sé cuánto tiempo estuve, esa noche los hermanos D. no volverían puesto que se habían ido de parranda como todos los viernes, siempre tenía un amigo con quien pasar ese día, siempre había quien tuviera una fiesta por lo que sea y lo que es peor, ellos siempre hacían todo en grande, donde tuvieran metidas sus narices se volvía animado y energético. Yo también en su momento me vi envuelto en ese extraño ambiente de despreocupación de los pelinegros y sus lunáticos amigos.

 

Cuando volví a ver la hora eran aproximadamente las tres de la noche y el pelirrojo en el sillón no había dado signos de querer si quiera despertar. Suspiré exhausto al ver las múltiples vendas que yo mismo había puesto. Decidí darme una ducha antes de acostarme, eso siempre me relajaba en sobre manera. El exquisito viaje del agua caliente por mi cuerpo, el constante chapoteo de las gotas al chocar contra la fría bañera, en esas pequeñas e insignificantes cosas encontraba un sosiego increíble.

 

Cerré el libro, me levanté y me dirigí al baño, no sin antes ir a buscar ropa que ponerme al salir.

 

Al abrir la llave y sentir esa típica agua fría antes que se regularice se me erizó cada poro del cuerpo, sin embargo no tardó en calentarse. Pensé que quizás esto era un castigo por mi continuas jugarretas los viernes por la noche, los múltiples corazones rotos, tanto de mujeres como de hombres, que había dejado tras mis insaciables pasos. Ahora, algún ser que en algún lugar miraba socarrón mi situación, de seguro ese mismo ser había enviado al pelirrojo salvaje en mi camino.

 

Pero Trafalgar Law, no te has divertido durante todo este tiempo, diviértete con ese muchachito, nadie lo sabrá, para eso lo he enviado hacia ti. No pude evitar imaginarme su enorme sonrisa, casi tan cruel e irónica como la de Doflamingo, casi tan victoriosa como la del pelirrojo.

 

-          Maldición… - El susurro sonó con un tímido eco, acompañado por los goterones sobre el piso de la bañera.

 

Resolví salir después de unos minutos. Cerré la llave y agarré despreocupadamente una toalla, sequé mi cuerpo con meticulosidad pero perezoso.

 

Tras vestirme con una polera y pantalones que siempre usaba como pijama tomé el pomo de la puerta, ni siquiera hice el ademán de verme en el espejo, era una lata tener que limpiar el vaho en este. Simplemente salí con la toalla húmeda en la cabeza. Me vendría bien un vaso de leche en estos momentos, pensé lanzando un suspiro.

 

Justo en ese momento se escuchó un gran ruido y un quejido venido de la sala. Abrí los ojos de par en par y mi estómago pegó un vuelco. Una de dos, o uno de los chicos, si no los dos, habían llegado, o el pelirrojo había milagrosamente despertado. Deseé que fuera la primera a pesar de no escuchar la puerta principal abrirse, ni mucho menos una de sus escandalosas voces. Ese mismo ser, que por mera diversión me había metido en esa situación, fue testigo de cuanto deseé que fuera la primera.

 

Mis pasos eran rápidos, pero veía todo en cámara lenta. Todo pasaba pesadamente a mi lado, y sentí como en los oídos se implantaba un ligero pitido molesto, como cuando se va la señal en el televisor. Mi ansiedad iba en aumento, hasta que alcanzó a su cúspide cuando por fin llegué a la sala.

 

El pelirrojo estaba tirado patéticamente en la alfombra peluda y roja que el mismo Luffy había elegido poner en el centro de la habitación. Desde allí me dirigía una mirada confundida y enfadada. Rara combinación de sentimientos, pero extrañamente adorable.

 

-          Veo que por fin despertaste – Dije monótonamente haciendo gala de todo mi autocontrol y de mi perfecta actuación de muchacho indiferente, aunque mi corazón estaba desbocado.

 

-          ¿Dónde estoy? – su voz era grave, exquisito majar para mis oídos. Me estremecí al imaginármela en mi oreja pidiendo, rogando, gimiendo, pronunciando en un susurro mi nombre.

 

-          Obviamente en mi departamento. Quedaste muy malherido cuando peleaste con esos tipos. Da gracias que fui yo quien te recogió y no uno de sus amigos– Él lanzó un gruñido tierno e inmaduro. Se trató de levantar sin demostrar mucho dolor, pero la mueca en su cara echó al suelo toda su actuación.

 

Iba a burlarme de él, iba a decirle que no era necesario, que le ayudaría a acostarse en el sillón y luego nos aproximaríamos lo suficiente como para que nuestras bocas quedaran a un par de centímetros. De seguro él trataría de evadirme, pero inevitablemente nuestros labios se encontrarían, y ese agridulce néctar que de seguro brotaba a chorros de su boca dadivosa me deleitaría.

 

Pero el muchacho se levantó e irguió. Me miró de arriba abajo, me estremecí con su intensa mirada ¿Qué clase de muchachito era este? ¿Qué case de mirada era esa? ¿Qué clase de pensamientos absurdos estaba maquinando mi podrida mente? Maldición si solo era un chico, me trataba de convencer, me trataba de controlar con excusas ridículas.

 

-          No soy un mal educado… Así que gracias por lo que has hecho por mí – Dijo el pelirrojo sentándose en el sofá dificultosamente. A pesar de que me estaba dando las gracias sus ojos brillaban arrogantemente, ladeó su cabeza con un toque de soberbio y había enarcado una inexistente ceja.

 

-          No tienes por qué dármelas… - Dije sin más estirando mi mano, esto no había sido gratis. Si no podía tocarlo, puesto que era un crimen, aunque nunca me importó mucho, no iba a exponerme, simplemente le cobraría por lo que había hecho por él.

 

-          ¿Qué quieres? – Dijo luego de unos segundos, mi mano ya se empezaba a acalambrar.

 

-          Mis honoríficos por supuesto – Él abrió los ojos desmesuradamente. Que linda expresión, había quebrantado esa altivez y había implantado una cara de desconcierto.

 

-          ¿Piensas cobrarle a un estudiante? – Dijo casi en un gruñido, se le veía enfadado. Claro, una venita había saltado a su frente.

 

-          Yo no te obligué a andar metido en una riña callejera… - Dije restándole importancia, elevado mis hombro. Él por su parte me dirigió una mirada asesina, furiosa.

 

-          ¡No te pagaré ni una mierda! Ni siquiera sé quién eres… - Su ojos afilados me volvieron a estremecer. De seguro que estando bien me hubiera dado una buena pelea. Pero estaba allí sentado en el sillón moteado, que tanto me había costado mantenerlo limpio con Ace y Luffy por allí y por acá. Estaba indefenso, no podía moverse con facilidad, eso era un gran punto para mí.

 

Me le acerqué quedando casi encima de él, estaba tan desafiante con esos ojazos amarillos, con ese aroma. “Maldición, por lo menos pregúntale el nombre”, gritó una vocecilla dentro de su cabeza. Me sorprendió aquella voz no se escuchaba desde que era un muchachito, aquella que no me negaba las cosas mal como la conciencia, pero si me advertía.

 

-          Mira muchachito, me importa una mierda que hayas vencido tu solito a todos esos tipos, ahora mismo estás más que indefenso podría hacerte de todo, así que no te hagas el gallito – Estaba a tan solo unos veinte centímetros de él pero sentía una gran necesidad por saltarle encima y callar cualquier queja que podría tener, acortar esa ínfima distancia.

 

-          No tengo dinero… -Dijo seriamente, me sorprendió la voz seductora que usó – Pero de seguro hay otras formas de pagarte.

 

Se acercó tan peligrosamente a mi boca, sentí como el aire se escapaba cobarde. De seguro me sonrojé un poco, mi cara ardía ligeramente. Nuestras miradas estaban tan cerca, tan afiladas que podía sentir como cortaba la piel de mi rostro. Fue entonces cuando aunque sea un poco de cordura volvió a mí. Si me lo iba a tirar allí mismo, por lo menos me merecía saber su nombre, sentí la necesidad de conocer el nombre de ese niñito que me tenía la cabeza dando vueltas.

 

-          Si quieres pagarme de esa forma por lo menos me deberías decir tu nombre ¿No? – Dije ronroneando tan cerca de sus labios que sentí como se estremeció un poco. Sin embargo dibujó una sonrisa en su pálido rostro, tan engreído, tan altanero, tan exquisitamente apetecible. Me separó un poco, comiéndome, deleitándose, mirándome de arriba abajo. Luego se volvió a acercar y rozó mi cuello con sus labios, una onda eléctrica recorrió mi espalda. Era irónico puesto que sabía que de un par de besos esto no iba a pasar, el pelirrojo estaba tan mal que de seguro no podría ni quitarme la ropa. Aun así no podía evitar sentirme excitado.

 

-          ¿Qué tal un trato? – Su voz ronca cerca de mi oído hizo que la piel se m erizara y pegara un jadeo.

 

-          ¿Un trato?

 

 

 

-          Si esto vale la pena te diré mi nombre… - Otra sonrisa seductora. Y por mi parte lo mire escéptico ¿Decía eso cuando no podía levantarse sin poner una mueca en su rostro?

 

Él notó mi incredulidad y de improviso, no sé cómo, no sé en qué momento, no sé qué pasó pero me encontraba bajo suyo siendo besado, desvestido, mordido, succionado, me había quemado con caricias insoportablemente buenas, insoportablemente delirantes e insoportablemente adictivas. Cada beso, cada lamida, cada penetración era un delirio, que solo el demonio que había recogido me podía dar. Era una bestia, era el maldito señor del más horrible inframundo.

 

Simplemente, desde qué lo vi lo subestimé demasiado. Me había pagado con creces los cuidados que le proporcioné.

 

Simplemente no debí subestimarlo.

 

No, simplemente no debí recogerlo, debí dejar que se pudriera en ese callejón.

Notas finales:

* A mi y a mis amigas nos gustaba molestar a la prima de una de ellas por andar con un chico unos aos menos que ella... No es que tenga nada contra eso pero molestarla era divertido... Esta forma de hablar lo emplea generalmente la prima y singnifica que es un bebito, un cabro chico, un niñito... eso :T (Me sorprende saber tantas palabras flaites pero es que con mis amigas es imposible hahaha xD)

En fin... Hoy ha sido un día un tanto agitado...-.-' (hubiera subido antes de no ser así ¬3¬)

Ay Law, Law, Law... Tan baboso para tus cosas... yo que tu me lo hubiera violado a la primera que tuviera la oportunidad hahahaha :D

Es que Kid me mata con su sensualidad... y más cuando me lo imagino en uniforme es como si estubiera en un traje o como si estuviera en uniforme militar *¬* (Río de baba) Como me quisiera una oportunidad así...

Bueno espero que les haya gustado la idea... Quiero ponerle todo en esta segunda apuesta como en la primera!!!!

ESPERO SUS REVIEWS!!!!

(~*^*)~

 


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