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La boda del Rey por hitomi_G

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Notas del fanfic:

¡Hola! No soy nueva en esto de escribir fics, pero ya tenía mucho que no publicaba uno... De hecho había borrado mi cuenta, pero esta mañana desperté inspirada jojo. Así que mucho gusto, pueden decirme Hitomi. o sensei. o Hitomi-sensei (?). Es broma, jeje, solo Hitomi está bien ^^u.

Esta historia no tendrá lemon (D:). Lo siento, es que quiero mantenerla romántica y divertida en lo posible, y agregar lemon siento que no sería adecuado para el flujo de la historia. Quizás una que otra sugestión por aquí y por allá, pero nada explícito xD.

Dicho esto espero que quienes no se hayan desanimado y decidan leer de todas formas disfruten esta historia, que se me vino a la mente mientras veía el ending de la primera temporada de "Free!". 

Y recuerden, hasta el final cuando se revele la pareja este fic será un HaruxAll ;)

¡Bienvenidos!

Notas del capitulo:

He aquí el primer capítulo. Es más como una introducción a la historia en general. pero espero les guste porque una Hitomi salvaje por aquí se esfuerza mucho por escribir algo decente y no siempre le sale ; A ;

No les entretengo más: ¡disfuten el capítulo!

LA BODA DEL REY

Capítulo 1: Tormenta de arena

El rey del País de la Arena se encontraba sentado a la orilla del estanque que había mandado a construir su padre para él cuando era pequeño. Observar los peces le relajaba, y sumergir sus pies en el agua y dejarlos mordisquear sus dedos era su pasatiempo favorito, le ayudaba a olvidarse de sus preocupaciones aunque fuese solo por unos momentos. Como todos en aquellas desoladas e inhóspitas tierras le tenía profundo respeto al agua y anhelaba el día en que llegaran las lluvias que hicieran a su reino despertar de la miseria en la que vivían. Con los brazos extendidos y apoyados detrás de él como soporte a su peso observaba el cielo en busca de nubes cercanas, pero no parecía haber rastro de ninguna.

Su reino se mantenía gracias a las cosechas de frutas y vegetales que sus antes vastas tierras le proporcionaban, pero ya llevaba varios años sin llover, y por lo tanto, sin haber producción. Lo que la gente cosechaba apenas y alcanzaba para mantener a las personas del reino, y el rey no estaba dispuesto a vender lo poco que tenía a otros países pues eso sumiría a la población en la miseria. El pueblo se lo agradecía y le pagaba los impuestos con lo poco que tenían sin quejarse, pero con la poca producción muchos optaron por irse a otros lugares, disminuyendo aún más la producción. Las lluvias eran más escasas con cada año, y la única forma en que el rey podía mantener a los súbditos que aún permanecían en el reino era haciendo préstamos a los reinos vecinos. Había dos reinos en especial que le habían ayudado a mantener una decente calidad de vida para sus súbditos.

El primero era el del pequeño País del Este, su vecino más cercano. Sus límites podían ser cruzados en cualquier momento, y como nunca habían tenido problemas un reino con el otro, no habían hecho nada por impedir la migración entre los súbditos. Su rey, un joven de la misma edad que el rey de nuestra historia, era un gobernante justo y amable. Querido por todos, había logrado unificar y mantener una buena calidad de vida para los pobladores de su país, si es que podía ser llamado así pues su área no rebasaba los 38 mil kilómetros cuadrados, y la mayor parte del territorio estaba deshabitado. Era en realidad muy pequeño en comparación con todos los otros países del continente. Ambos reyes se conocían desde que eran pequeños príncipes, y ambos asistieron a la coronación del otro. Por tanto el gobernante del pequeño País del Este no había dudado ni un segundo en apoyar a su amigo del reino vecino brindándole alimento barato para que él y sus súbditos tuvieran para comer. En realidad el País del Este se mantenía gracias a la industria textil, pero al haber pocos habitantes la comida no faltaba, especialmente la carne, y al rey no le afectaba venderle al reino amigo toda la comida que sobraba en su propio país.

El segundo reino que apoyaba al rey de nuestra historia era el Reino del Norte. Los reyes de aquél lugar tenían muchas riquezas y se enriquecían cada vez más debido a la presencia de minas de oro, plata y piedras preciosas por todo su amplio territorio, que superaba al País del Este al menos unas diez veces en tamaño. Tenían acceso a cualquier cosa que les faltara, y les sobraba dinero para dar prestado al rey del reino colindante.

Por unos años la amabilidad de ambos reinos salvó al País de la Arena de verse en la ruina, pero si la situación continuaba como estaba, el rey ya no podría mantener a su pueblo, y tampoco iba a ser capaz de pagar las deudas que tenía con ambos países. Mientras pensaba en su situación con los pies aún sumergidos en el estanque se le acercó su consejero, que llevaba observándolo desde hacía un rato.

-          ¡Haru! ¡El consejo de ancianos ha llegado a una conclusión acerca del problema económico!

El rey volteó a ver al joven rubio que corría emocionado hacia él haciéndole señas con las manos. Dejó escapar un pequeño suspiro y sacó los pies del agua.

-          Te he dicho que no me llames así.

-          Disculpe… ¿su majestad? – agregó el chico en tono de disculpa. – Tendré más cuidado la próxima vez.

-          No es que me moleste, solo que sabes que a los demás no les parece apropiado, ¿entiendes Nagisa?

-          ¡Sí! ¿Aún puedo decirle así cuando solo estemos nosotros solos, su majestad?

-          Como tú quieras. ¿Qué has venido a decirme?

El consejero se llevó una mano a la cabeza, intentando recordar el asunto que había ido a tratar con él.

-          Mencionaste al consejo de ancianos…

-          ¡Ah! ¡Cierto! Han llegado a un acuerdo y quieren verlo en seguida.

El rey asintió, se puso de pie, dejó que Nagisa le acomodara su túnica y le siguió hasta el salón del consejo, que se encontraba en el extremo norte de su palacio. En el salón había una mesa rectangular grande con ocho sillas acojinada que estaban acomodadas de manera que hubiese tres por los lados largos de la mesa y una en cada extremo. El jefe del consejo de ancianos ocupaba la cabeza de la mesa, mientras que el rey tomó asiento en el otro extremo. Nagisa se sentó en la silla que quedaba a la derecha de él con el rostro más serio que pudo expresar. Los seis ancianos se miraron entre ellos y finalmente, luego de asentir con la cabeza, el jefe comenzó a hablar.

-          Muy buenas tardes rey Haruka, su majestad. Nos ha convocado hoy en relación a los asuntos económicos en su país y hemos discutido el asunto entre todos nosotros. Vemos su situación algo difícil y no podemos hacer mucho para ayudarle más que darle algunos consejos.

El rey dejó que continuaran hablando.

-          Primero que nada, hemos hecho la cuenta de la cantidad de dinero que le debe al Reino del Norte, y lamentablemente no encontramos manera posible de saldarla, aún con el dinero guardado en las arcas para casos de emergencia.

Otro anciano se puso de pie y continuó.

-          Es cierto también que si este año terminara la sequía, y unas cuantiosas lluvias llegaran hasta acá podría recuperarse lo suficiente como para saldar su deuda en cuestión de algunos años…

-          ¿Pero? – interrumpió el rey en voz monótona, pero educada.

-          Lamentablemente nos ha llegado al consejo una petición del Rey del Norte en la que nos solicitan informarle que debido al cumpleaños número veintiuno del príncipe necesitan que el oro les sea devuelto, pues lo que se le dio prestado era en realidad parte de su herencia, y al cumplir la mayoría de edad está en su derecho de hacer utilidad de ella.

-          Pero, si no la necesita ahora, aún puedo devolverle el oro después ¿no?

-          Sí, pero el rey exige la cantidad total del oro que le prestó para la boda de su hijo, su majestad – le contestó otro de los ancianos. – Le dan un plazo máximo hasta el día de su cumpleaños.

-          ¿Y cuándo es eso?

-          En exactamente treinta días, su majestad.

-          ¡Eh! Si el príncipe va a casarse, ¿por qué no avisó con más tiempo para que pudiéramos hacer algo respecto a la deuda? – interrumpió Nagisa. – ¡Me parece algo injusto! ¡No hay manera en que podamos devolverle la cantidad completa para esa fecha! ¡Tampoco nos enteramos de que estuviera comprometido!

-          Señor consejero, le ruego nos deje terminar de hablar. Le doy la razón en esto, por supuesto, me parece muy apresurada su decisión y muy corto el plazo. Sé que su majestad se ha encargado de devolver poco a poco el oro que debe, pero aún está muy lejos de saldar la deuda. Hemos hablado con los reyes y con el príncipe para tratar de llegar a un acuerdo. La respuesta que hemos obtenido no nos ha convencido del todo, y es por eso que venimos a informarles.

-          ¿Qué han dicho? – preguntó el rey.

-          Bueno, su majestad, al consejo le ha parecido algo ridícula la petición, especialmente porque después nos hemos enterado que el príncipe aún no está comprometido con nadie.

Nagisa, el consejero, interrumpió de nuevo, pero el rey le pidió que mantuviera la compostura.

-          Lo sé, lo sé. No sé qué boda están planeando si no tienen con quien casarlo. Sin embargo tiene que entender que los Reyes del Norte siempre han apoyado a este consejo económicamente, y nos ha parecido incorrecto negarles la petición. Claro que no le obligaremos a aceptar nada, pero le tienen una propuesta en caso de que le sea imposible saldar la deuda a tiempo.

-          ¿Y de qué se trata?

El jefe fue quien habló de nuevo.

-          Si cree que no será capaz de saldar la deuda para dentro de treinta días, los reyes han accedido a aceptar que tome la mano de su hijo el príncipe en matrimonio, uniendo así ambos reinos y saldando la deuda.

El salón se llenó de un silencio algo espeluznante. El rey había mostrado una pequeña expresión de asombro, pero luego se había sumido en sus pensamientos, meditando las posibilidades. Conocía al príncipe, era un muchacho un poco caprichoso pero no era una mala persona. Había tenido la oportunidad de convivir con él antes cuando su padre aún vivía y se reunía con los Reyes del Norte por asuntos oficiales, pero no lo suficiente como para llamarlo amigo, y mucho menos para dar un salto tan grande como ese que le pedían dar. Siendo casi desconocidos no tenía idea de si el matrimonio funcionaría, y además, tampoco estaba seguro de que el príncipe hubiese estado de acuerdo. Los Reyes del Norte eran ya muy viejos, y tuvieron a sus dos hijos uno después del otro cuando eran ya muy grandes para tenerlos. La reina había quedado casi imposibilitada físicamente debido a ello, y el rey se encargaba de ella, lo que provocó que rápidamente envejeciera y perdiera la salud. El rey Haruka supuso que, aún sin pretendiente, querían casar a su hijo mayor lo más pronto posible de modo que al morir ellos ya hubiese tomado el trono junto con su pareja.

-          Entiendo la posición de los reyes y el príncipe, así que lo consideraré por un tiempo, ¿les parece bien?

-          ¡Su majestad! ¡Solo tiene treinta días! ¡Si se detiene a pensarlo solo perderá el tiempo!

-          Lo sé Nagisa, solo necesito unas cuantas horas. ¿Vendrás conmigo?

El consejero abrió los ojos y sonrió. Él y el rey se disculparon y le pidieron al consejo esperar algunas horas en el palacio mientras tomaban la decisión, y se retiraron a la oficina del rey. Luego de pensarlo por mucho tiempo, y de haber rechazado miles de ideas que no funcionarían ninguno de los dos encontraba una solución diferente a la boda.

-          ¡Pero no pienso dejar que cualquiera tome tu mano Haru! ¡Lo juré desde aquél día!

-          Tranquilízate Nagisa, entiendo cómo te sientes, y no estoy pensando en aceptar para herir tus sentimientos. Tenemos que pensar en lo que es mejor para el reino. Tampoco es que como si no tuviera planeado casarme algún día…

-          ¡Eso es!

-          ¿Qué cosa?

-          ¡Ya verá! ¡Estoy seguro que el consejo accederá! ¡Vamos!

El rey Haruka se dejó llevar del brazo por el consejero. Una vez reunidos todos los ancianos de nuevo el rey dejó a Nagisa hablar con ellos sobre lo que se le había ocurrido. No tenía un muy buen presentimiento de ello, pero confiaba en que lo que había ideado ayudaría al reino. No lo había escogido como consejero sin fundamento alguno después de todo.

-          Señores miembros del consejo, su majestad, el rey Haruka, y yo hemos estado dándole vueltas a las posibilidades y ciertamente no nos vemos muy favorecidos, es por eso que estamos de acuerdo en que un matrimonio sería la opción más eficaz para resolver la situación.

Los ancianos comenzaron a alzar las voces animados y aliviados de que su petición fuera aceptada. Empezaron a hablar acerca de viajar al Reino del Norte y anunciarles las buenas nuevas a los reyes tan pronto como saliera el sol al día siguiente. El rey Haruka no tenía idea de lo que pensaba su consejero, tan solo minutos antes se había negado a aceptar que desposara al príncipe del Reino del Norte, y ahora había anunciado que lo haría.

-          ¡No tan rápido! – anunció el joven consejero – el rey sí va a casarse antes de la fecha fijada, sin embargo; será él quien decida con quién casarse. – Los ancianos comenzaron a debatir confundidos. – No se preocupen. Está en nuestras leyes que si dos soberanos de distintas naciones contraen matrimonio los bienes de ambos se reparten y pueden formar una nueva nación con la unión de las de ambos y disponer del oro de ambos, o pueden gobernar entre los dos ambos países como si fuera una alianza, ¿no es así? – todos asintieron. – Bien, el plan es este. Mandaremos invitaciones a todo soberano soltero del continente para que vengan al palacio por estos treinta días. Los interesados se quedarán aquí conviviendo con el rey Haruka para que al final él se decida por uno de ellos. Claro que le permitiremos al príncipe del Reino del Norte estar entre los invitados, tiene todo el derecho. Una vez el rey haya decidido con quién contraer matrimonio los reinos compartirán bienes y será posible entonces saldar la deuda. ¿Os parece bien?

-          Hemos decidido aceptar vuestra propuesta, siempre y cuando nos digan qué es lo que el rey Haruka tiene para ofrecerle a sus pretendientes. Su reino está casi en la miseria, y no sabemos cuándo podrá recuperarse.

-          No hay problema – interrumpió Nagisa. – El rey no tiene mucho que dar, pero su corazón es tan grande que cualquiera de los pretendientes quedará hechizado por él. ¡Ninguno podría rechazarlo!

-          Y en caso de no haber podido elegir a alguien para la fecha fijada, o de que quien elija decida no aceptar, me casaré con el príncipe del Reino del Norte – agregó el rey seriamente, dando el asunto por terminado, y dejando al consejo más que satisfecho.

Al día siguiente por todos los países del continente llegaron cartas anunciando la búsqueda de pretendientes para el rey Haruka, y sin hacerle esperar, recibió varias respuestas positivas de distintos lugares. Nagisa se encargó de entrevistar a los interesados, y al final hubo cuatro pretendientes posibles.

El primero era nada más y nada menos que el príncipe Rin del Reino del Norte, a quien sus padres habían enviado con la certeza de que regresaría con un anillo de bodas. Su segunda opción, la princesa Kou, hermana del príncipe Rin, también estaba entre los elegidos, pues los reyes insistían en que la unión de ambos reinos, de una u otra forma sería beneficiosa.

El tercer pretendiente era un joven duque de buen parecer y modales cuyo nombre era Yamazaki, y que Nagisa había aceptado debido a sus buenos modales y educación. Quedó claro, sin embargo, que él no era de ningún país del continente. El duque había informado que había cruzado el mundo en busca de alguien digno con quien casarse y se había enterado del rey Haruka y su situación por casualidad. Al principio el rey dudaba un poco acerca de él, pero cuando le fue presentado le llamó la atención por motivos que ni Nagisa supo adivinar, quedando así entre los elegidos.

Finalmente, el último de los pretendientes resultó ser el rey Makoto, su vecino y amigo del Reino del Este, quien fue incitado por el consejo de ancianos a aceptar la invitación, dejando mientras tanto a sus hermanos menores a cargo del país. Eran jóvenes, pero sabían lo que hacían, y siempre podían enviar a alguien en su búsqueda si ocurría algo.

El rey Haruka inició así su búsqueda, y los pretendientes iniciaron, sin saberlo, una competencia contra reloj para ganar el corazón del rey del País de la Arena.

Notas finales:

¿Y? ¿Qué les ha parecido? ¿A quién creen que elegirá el rey Haruka? Las cosas que se le ocurren a una en sus delirios de media noche xD Pueden dejar sus comentarios (eso me haría muy feliz) y preguntas, que responderé con mucho gusto, ¿sale? Ahora me iré a escribir el segundo capítulo, que no sé si tedré listo pronto porque pienso hacerlo más largo que este. ¡Ah! Y si vieron alguna falta de ortografía o de gramática, o algo que no haya tenido mucha coherencia ¡no duden en avisarme! Lo corregiré en seguida.

¡Nos leemos después!~ :D


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