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Herencia por Cucuxumusu

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Notas del fanfic:

Halou de nuevo, bueno llevaba mucho tiempo queriendo escribir algo como esto desde que me lei "Orgullo y prejuicio" y me enamore del ambiente que describia. Tambien me he basado en Kuroshitsuji, un manga que me encanta y que os animo a leer por que es la hostia >^<

Bueno, la cosa es que me he cansado un poco de poner a Doffy de malo y por eso le dedico este fic al pobre hombre para redimirle jeje. 

Y en fin, lo de siempre, los personajes no son mios, le pertenecen a Oda-sama y espero que os guste.

Notas del capitulo:

 

 

 

 

 

 

 

Doflamingo volvió a recolocarse el cuello de la chaqueta totalmente  incomodo con aquella prenda. No estaba acostumbrado a llevar aquel tipo de ropa. Los pantalones tan pegados a sus piernas dejaban demasiado poco lugar a la imaginación para su gusto y las botas altas hasta la rodilla eran lo más incomodo que había llevado en su vida. Y todo aquello sin contar con la decorada camisa demasiado gorda para la época del año y el cinturón que portaba encima de ella.

 

 

 Echaba de menos su holgada y desgastada ropa en aquellos momentos. Pero no podía hacer nada para evitar llevarla. El conde había sido muy especifico, y semejante regalo, ropa tan cara, no podía tirarse a la basura así como así.

 

 

 Inconscientemente volvió a pasarse una mano por su cabello rubio que gracias a dios seguía igual de despeinado que siempre. Lo único que seguramente iba a poder conservar en aquel lugar. Miró por la ventanilla del carruaje donde seguían pasando paisajes cada vez más distintos,. Alejándole cada vez más del hogar que siempre había conocido. Llevaban ya medio día de viaje, y habían cambiado de caballos ya dos veces sin pararse más de veinte minutos.

 

 

 Pero aun así aquello seguía sin terminar.

 

 

 Realmente Doflamingo no se había imaginado aquello cuando hacía un año le habían dado la noticia, y según se acercaban más al lugar, Doflamingo iba perdiendo más los nervios.

 

 

 Él había vivido toda su vida en un orfanato junto con su hermano. Desde que apenas tenían memoria. La vida desde siempre se había remitido solamente a intentar llegar a la mañana siguiente. Nadie nunca había dado nada por ellos, los huérfanos en la Inglaterra de aquel siglo eran como los perros que paseaban por las calles muertos de hambre: les chillabas cuando ladraban desobedientes pidiendo comida, les pateabas cuando se ponían en medio y el resto del tiempo simplemente les ignorabas.

 

 

 El único sueño de Doflamingo y su hermano durante todos aquellos años había sido que, al cumplir los diez y ocho y la mayoría de edad, consiguiese salir del orfanato y encontrase algún tipo de trabajo como chico de los recados o marinero y pudiesen ganar lo suficiente como para salir de la porquería en la que habían estado.

 

 

Desgraciadamente aquello se había ido a la mierda de una manera retorcida.

 

 

 Hacia un año, cuando apenas había cumplido los diez y siete, un hombre se había presentado en la puerta del orfanato buscándole a él y a su hermano.

 

 

Y entonces su vida había dado un giro de ciento ochenta grados.

 

 

 El hombre, un barrigudo con los dedos repletos de anillos de oro, alegaba que tanto él como su hermano eran los actuales y únicos herederos del ducado de Devonshire, y que su majestad, el rey, se vería honrado si pudiesen heredar el titulo como herederos.

 

 

Tras la primera cara a cuadros que se les había quedado tanto a ellos como a sus cuidadores ante semejante disparate, habían llevado al hombre a la puerta y le habían pedido amablemente que se fuese de allí y dejase la bebida.

 

 

 Pero aquello no acabó allí. A las pocas semanas llegó otro séquito de gente, esta vez todavía más pomposa, y ante todos los del maldito orfanato leyeron el testamento del supuesto padre que habían tenido. El hombre, que había muerto hacia pocas semanas, dejaba ver que de joven había tenido un largo romance con una de sus criadas y que había tenido dos hijos ilegítimos con ella. En su testamento pedía que con su muerte, y falta de herederos, quería dejar a dichos niños todos sus títulos y fortuna en compensación por lo poco que había podido hacer en vida por ellos.

 

 

Sin embargo, y como siempre había una condición. Doflamingo, el primogénito, tenía que haber cumplido veintiún años de edad para heredar y tendría que haber aprendido las normas de la corte y los deberes de un duque para entonces, siendo el propio rey, Gold D Roger, el que juzgase en su momento si valía para el puesto.

 

 

Después de todo, el viejo hombre no quería que un salvaje sin cerebro despilfarrase la fortuna.

 

 

 Y entonces, con aquellas simples palabras, se había montado la del Cristo en el maldito lugar.

 

 

 Habían sido meses de fatigas, de firmar papeles de traspaso de bienes, de intentar quitarse de encima chupasangres que intentaban estafarles y quedarse con algo del pastel.

 

 

 Y entonces había llegado otra carta.

 

 

 Esta vez, solo la carta, sin mensajeros ni tíos extraños llevándola. En dicha carta, un hombre que afirmaba ser el conde de  Shrewsbury y de Waterford, le decía que su padre y gran amigo suyo, antes de morir, le había pedido que educase y ayudase al chico que fuese a heredar su fortuna. El hombre le pedía por lo tanto a Doflamingo que fuese tan amable de aceptar dicha demanda y que accediese a ir con él a su casa en el norte de Inglaterra donde le daría la educación que su padre había querido que tuviese.

 

 

 El rubio no había tenido mucha opción con aquello.

 

 

 Con las condiciones que había puesto su supuesto padre, solo le quedaba aceptar aquello y punto, ya que no veía otra forma de aprender los modales que su padre tanto requería. Odiaba abandonar a su hermano de aquella forma y, aunque el menor había insistido en que lo hiciese, a él definitivamente no le acababa de convencer. Estaría bien de eso estaba seguro, ambos eran fuertes y sabían cuidarse las espaldas, pero aquella iba a ser la primera vez que se separasen en la vida.

 

 

 Pero lo había acabado aceptando.

 

 

 Y allí estaba.

 

 

Cansado observó el paisaje desde la ventanilla del carruaje que el conde había enviado a por él. El paisaje lentamente había cambiado de las altas hiervas y coloridos tonos del sur de Inglaterra a aquellos tonos más grises y verde esmeralda del norte. Los amplios campos de hierba esmeralda se extendían hasta bosques de viejos y retorcidos castaños de madera oscura y altos y frondosos nogales. De vez en cuando algún que otro rebaño de ovejas blancas y peludas se dejaba ver, pero lo que más entretenía a Doflamingo era el cielo. Aquellas nubes eternas sobre el cielo de Inglaterra que oscurecían el mundo como un mal presagio.

 

 

 Doflamingo no supo en qué momento del viaje se quedo dormido observando las formas cambiantes de la nubes, pero cuando despertó, el coche se había detenido y el cochero daba suaves golpes en la puerta intentando despertarle.

 

 

 —Ya hemos llegado señorito—anunció en cuanto le vio abrir aquellos extraños ojos violeta que tenía.

 

 

 Doflamingo bostezo despertándose y, mientras intentaba salir del carruaje torpemente, sintió su espalda crujir por la tensión que seguía dentro suyo al saberse ya en su destino.

 

 

 Sin embargo al bajar no se esperaba lo que vio.

 

 

La casa era enorme sí, pero no tan grande como el rubio se lo había imaginado. Era más bien un lugar bastante modesto para la fortuna que un conde debería tener. Tres pisos de piedra blanca decoraban el exterior siguiendo los patrones de alguno de los estilos arquitectónicos que a los nobles tanto les gustaban.

 

 

Era un lugar bastante oscuro a decir verdad, con enredaderas y rosales trepando por la casa plagados de flores de color rojo oscuro o blanco reluciente. La hierba de los campos crecía verde y frondosa en cada esquina, haciendo que todo alrededor de la  casa pareciese un suave manto verde.

 

 

 Un hombre le esperaba en la entrada de la casa mirándole con cara aburrida. Su pelo era blanco y las arrugas cubrían su rostro duro y demacrado. Doflamingo se acercó a él ascendiendo por las pulidas escaleras poniéndose a cada paso más incomodo.

 

 

—Le estábamos esperando señorito—comentó con una voz neutral sin revelar ninguna clase de sentimiento— por favor seguidme, el señor le atenderá en seguida—

 

 Doflamingo asintió con la cabeza fingiendo una fugaz sonrisa. El hombre en cambio le ignoró olímpicamente y le condujo dentro de la casa sin demorarse.

 

 

Dentro, la casa era igual que en el exterior, opulenta pero sin llegar a ser excesivo. Suelos de madera pulida de siglos de antigüedad, alfombras protegiéndolos y muebles elegantes y caros en cada rincón. Doflamingo se vio observando el lugar con una mezcla de incredulidad y escepticismo.

 

 

 Nunca le habían gustado los ricos, y ahora que se había convertido en uno no sabía muy bien cómo reaccionar.

 

 

El hombre le condujo escaleras arriba por una enorme escalinata desde el salón principal, y luego le hizo recorrer sala tras sala hasta llegar a una habitación ligeramente más grande que el resto.

 

 

El hombre se paró en medio de ella y Doflamingo se tuvo que contener y prácticamente esquivarle para no chocar contra su espalda.

 

 

—Le pido que espere aquí durante un momento señorito mientras voy a anunciar al señor de su llegada—comentó el hombre estirado volviéndose a mirarle por encima de sus gafas redondas—por favor, no dude en ponerse cómodo, un criado le traerá el té en unos instantes—le pidió indicándole uno de los sofás estampados del lugar.

 

 

El rubio no tuvo más remedio que obedecer y fue a sentarse en unos de aquellos sofás mientras el mayordomo salía de la habitación. Se fijó entonces en las estanterías llenas de libros, el enorme escritorio de roble o en los mapas del mundo colgados por la habitación. Aquello sin lugar a dudas debería ser el estudio de la casa. Estaba observando la impresionante sala con los extraños cachivaches que tenía cuando un criado entró en la sala y dedicándole una tímida sonrisa plantó delante suyo una taza de porcelana blanca decorado con rosas. Dejó a su lado una tetera humeante y un plato de pequeñas galletas de mantequilla y, sin más, se retiró con una reverencia.

 

 

Doflamingo observó aquello extrañado. Nunca le habían tratado así, nunca le habían servido el té y no sabía muy bien como debía hacer aquello. ¿Debía esperar a su anfitrión?¿ Debía empezar él primero? ¿Había alguna clase de norma estúpida sobre el orden en que debía tomar aquello o en como coger la taza?

 

Su tripa gruñó hambrienta y cansada después de los nervios y el día de viaje, y sin mucho esfuerzo, tomó la decisión.

 

 

Estaba bebiendo el aromático té, deleitándose en el dulce sabor que tenía y en lo bien que sentaba algo caliente a su maltratado estomago, cuando los pasos se oyeron por fin en la habitación y de nuevo el mayordomo entró seguido de otro hombre.

 

 

El rubio se levantó al instante. Dispuesto a encarar a aquel hombre con el que estaría durante los próximos tres años de su vida. El hombre que había prometido cuidarle pero que aun no conocía en persona.

 

 

—Señor, aquí está el chico—anunció el mayordomo ceremoniosamente.

 

 

Y por fin, ambos hombres se vieron cara a cara.

 

Doflamingo tuvo que contener un salto de pura sorpresa.

 

Se había esperado al conde como alguien viejo y erudito que le enseñaría a comportarse y a hablar como un abuelo enseñaría a su querido nieto. Sin embargo lo que se encontró en cambio fue a un hombre con la mirada más fría que el hielo. 

 

 

Debía rondar la treintena como mucho, tenía el pelo negro como la noche y unos impresionantes ojos gris metálico que le cautivaron desde el primer momento como un imán. Era un hombre alto, delgado y con el porte de quien sabe cómo dirigir un condado desde que tiene cinco años.

 

 

Y la persona más atractiva que jamás había visto.

 

 

Doflamingo sintió su cara calentarse, y todavía más nervioso desvió su mirada violeta de la gélida del hombre. ¿Qué cojones estaba pensando? Aquello estaba mal en muchos sentidos.

 

 

—Así que este es "su" hijo—comentó el hombre mirándole de pies a cabeza. Doflamingo aguantó el escrutinio sin mover ni un músculo, sintiéndose su cara calentarse por momentos— si realmente tenemos mucho que hacer—

 

 

Y Doflamingo frunció entonces el ceño ante semejante comentario. ¿Que había insinuado el otro?. El conde caminó sin embargo por la habitación hasta sentarse en el sofá enfrente de donde la taza del rubio humeaba todavía a medio beber, sin darle ni la más mínima importancia a lo dicho.

 

 

—Siéntate—ordenó despectivamente, como si hablase con un criado.

 

 

Doflamingo se sentó obediente apretando los puños. Algo no cuadraba allí. Estudió a su anfitrión mientras este tomaba la tetera que el mismo había tomado antes con una ligera muestra de asco.

 

 

El hombre había tenido desde que habían cruzado miradas una ligera mirada de desprecio en aquellos fríos ojos. Algo tan leve que era como si lo estuviese ocultando detrás de aquella mascara fría y sería, pero que al rubio no se le escapó en lo más mínimo. Porque conocía esa mirada. La había visto mil veces en las calles cuando era un huérfano.

 

 

Y eso sin contar el tono de asco con que el otro le hablaba, el moreno tenía una voz grave, dominante y calmada, pero al rubio había algo que seguía echándole para atrás.

 

 

—¿Como os llamáis?—pregunto rápidamente el otro.

 

 

—Doflamingo— respondió sin más.

 

 

El otro le miró intensamente frunciendo ligeramente el ceño durante un segundo como si hubiese hecho algo mal. Y otra vez el rubio sintió aquel nerviosismo y confusión en su cara.

 

 

—Sí, y tenéis una falta absoluta de modales y educación—comentó por lo bajo el otro mientras bebía de su taza con un gesto fluido y elegante.

 

 

—¿Perdón?—preguntó Doflamingo harto de aquella falsa actitud.

 

 

¿No había sido el otro el que había querido que fuese allí en primer lugar?¿Por qué ahora le trataba tan despectivamente?

 

 

—No es nada—respondió el otro de nuevo con aquel tono arrogante. Luego suspiró y sin dignarse todavía a mirarle siguió hablando—bueno, como le prometí a tu padre,  intentare educaros como mejor pueda para quitaros las costumbres salvajes que tenéis ahora—explicó—pero no puedo prometer que consiga hacerlo en el poco tiempo del que dispongo y viendo con lo que tengo que trabajar—

 

 

Y de nuevo aquella mirada fría y helada mirándole por encima de la taza de porcelana. Como si no fuese más que una mancha en la impecable alfombra que era su vida. Esta vez Doflamingo fruncido el ceño y volvió a clavarse las uñas en las palmas de las manos de lo fuerte que apretaba sus puños.

 

 

Pero se contuvo. Por su hermano y por la vida que le podría dar si conseguía hacer aquello. Porque no podía arruinar aquello el primer día que llegase. Así que en lugar de partirle la cara, asintió inocentemente y sonrió falsamente para joder al otro y demostrarle que por mucho que lo insultase no iba a poder con él.

 

 

Para su regocijo el otro volvió a fruncir el ceño esta vez durante dos míseros segundos.

 

 

—Mañana empezaremos con las clases—anunció el hombre dejando la taza en la mesa con un golpe fuerte y levantándose de repente—Bepo os acompañará a vuestra nueva habitación, será mejor que durmáis bien ya que seguramente os costara acostumbrarnos a vuestra nueva rutina— comentó sonriéndole esta vez de verdad antes de alejarse andando.

 

 

Y haciendo que el rubio temblara sabiendo que aquel "entrenamiento" iba a suponerle una tortura a manos del otro desde el primer momento.

 

 

Sin embargo, el otro se iba a dar contra una pared. No iba a poder con él por mucho que hiciera lo que le viniese en gana. Se había propuesto hacer aquello y por su hermano y si mismo que lo iba a conseguir.

 

 

—Por cierto señor ¿Podríais decirme vuestro nombre por favor? Creo que se os ha olvidado mencionarlo—respondió el rubio aun sentado dándole la espalda al otro. Con la clara diversión en su voz.

 

 

Escucho encantado al otro detenerse y girarse a mirarle. Prácticamente sintió los ojos del otro perforándole la nunca con odio y tuvo que contener la sonrisa satisfecha tras la taza de té.

 

 

—Me llamo Trafalgar Law, conde Shrewsbury y de Waterford—su voz sonaba calmada, pero el tono asqueado seguía oculto tras la empalagosidad de las palabras—y ahora si me disculpas, tengo cosas importantes qué hacer—

 

 

Y Doflamingo aceptó con rabia y elegancia aquella ultima bofetada.

 

 

 

 

 

Horas más tarde el rubio se tiró en la enorme cama de la enorme habitación que le habían asignado. Era una habitación grande, con una cama con dosel y todo lo que pudiese necesitar. Desde la ventana se veía el rosal de flores rojas, en la estantería había miles de libros y la enorme bañera que había en la habitación podría albergar al menos tres personas. Sin embargo el rubio no disfrutó de nada de esto. En cambio se había quitado la ropa incomoda que había tenido que llevar todo el día hasta quedarse totalmente desnudo y se había metido en la cama haciéndose un ovillo bajo las pesadas mantas.

 

 

Tenía unas terribles ganas de ponerse a llorar, cosa que llevaba años sin pasarle pero que aun así no podía evitar. La situación le superaba. Estaba solo por primera vez en su vida, en una casa extraña en la otra punta del país y con un hombre que debía ayudarle pero que en vez de ello le odiaba por algún extraño motivo. Echaba de menos a su hermano, echaba de menos su ropa, echaba de menos los campos del sur en los que corría entre las espigas de trigo persiguiendo a su hermano cuando era pequeño.

 

 

Se abrazó a si mismo entre las sabanas.

 

 

No lo entendía. ¿Por qué el conde le odiaba? Él no le había hecho nada, aquello no tenía sentido, además había sido él el que le había ofrecido su ayuda en primer lugar, no tenía derecho a tratarle así.

 

 

Aquel  hombre le confundía. Sabía que no se iban a llevar bien, ya odiaba al hombre y solo habían intercambiado algunas palabras, pero aun así no podía dejar de pensar en él. Aquella cara morena, aquellos labios finos, ese pelo negro que parecía tan suave al tacto. Por un momento a Doflamingo le pareció como una de aquellas rosas que decoraban la casa. Hermosa por fuera, pero que definitivamente te destrozaría la mano como si siquiera intentases tocarla.

 

 

Gimió frustrado por sus propios pensamientos. No le podía gustar un hombre. Aquello era el mayor pecado que se podía cometer en la sociedad, tenía que dejar aquello, concentrarse en el odio y punto. Porque nada bueno podría salir de aquello, ni para él ni para nadie.

 

 

Sin darse cuenta lentamente volvió a quedarse dormido presa del agotamiento que aquello le había supuesto y del debate interno que seguía manteniendo. El rubio soñó con unos ojos grises aquella noche. Unos ojos hipnóticos y preciosos pero que le miraban con un desprecio que le helaba el alma.

 

 

 

 

 

Notas finales:

No se si se habra entendido muy bien lo de por que tiene que ir con Law y aprender, porque es bastante lioso y enrevesado, pero bueno U_U  

En cuanto al mayordomo...es Bepo, siempre le pongo como un animal o un chico alvino pero ahora le toca ser el viejo, habia pensado en Pinguin en un principio pero me gusta mas Bepo XD

En fin, ¿Que tal os parece el fic? ¿Demasiado raro? Por favor no seais malos con migo y dejad algun review constructivo a la autora plis.

Un beso mu fuerte y gracias por leer guapos


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