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Reflection. por Lucigarro

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Notas del fanfic:

Fanfic escrito para la gala de Sehun de 12eyes.

Notas del capitulo:

Cada párrafo está escrito desde el punto de vista de Sehun o de Tao, y se cambia de punto de vista tras las separaciones grandes.

Se tumbó en la cama sin importarle, por primera vez, si arrugaba la ropa que llevaba puesta. Tan sólo quería descansar durante horas, durante días tal vez. Su cuerpo había dicho basta, y no era para menos. Durante una interminable semana había trabajado un promedio de 14 horas diarias.

Justo antes de quedarse dormido se puso en pie, aún mareado, y se desvistió con pesar. Siempre tan correcto, tan pulcro. Colgó la chaqueta y el chaleco cuidadosamente, dobló los pantalones y dejó los zapatos bajo la cama. Se dirigió al baño para lavarse la cara, pero no salió agua alguna del grifo. De nuevo había restricciones de agua en el barrio. Suspiró y se miró de soslayo en el espejo para descubrir a un joven pálido y de ojeras profundas, labios desgarrados y ojos apagados. Iba a dirigirse de nuevo a la cama cuando pudo apreciar algo que le llamó especialmente la atención.  El espejo alcanzaba a reflejar el reloj que había en la pared contraria, pero las agujas iban en sentido contrario. Algo bastante obvio pero que nunca se había parado a observar. Parecía como si en el mundo que el espejo reflejaba el tiempo corriera al revés. Negó con la cabeza y se tumbó de nuevo en la cama, culpándose a sí mismo de pensamientos tan estúpidos como aquéllos. Segundos después estaba profundamente dormido.

 

 

 

 

Cayó estrepitosamente al suelo pero pareció no importarle. Soltó una carcajada y trató de ponerse en pie sin mucho éxito. Comenzó a desvestirse allí mismo, tumbado en el suelo, tirando la ropa a un lado y a otro. Volvió a soltar otra carcajada al ver que estaba erecto, a pesar de que no podía recordar por qué. Logró ponerse en pie y se dirigió al baño, apoyándose en la pared para no caer de nuevo. Metió la cabeza bajo el grifo para descubrir con desagrado que no había agua. Soltó una maldición y se miró al espejo por enésima vez, descubriendo que tenía un aspecto horrible. Se iba a dar la vuelta, cuando observó detenidamente el reloj en el reflejo. Las agujas iban en sentido contrario. Estaba demasiado borracho como para comprender que era algo completamente normal, y se dio la vuelta para mirar el reloj con más calma. Una vez comprobado que el reloj funcionaba perfectamente, se echó sobre la cama y se llevó instintivamente la mano hacia su miembro aún erecto, tratando de recordar quién le había causado esa erección y por qué no se había encargado de bajársela.

 

 

 

 

 Aquel día el calor era insoportable. Los trabajadores chorreaban sudor, pero no podían permitirse el lujo de parar para secárselo siquiera. Las máquinas expulsaban un humo que aumentaba aún más la temperatura, haciendo que la estancia en la fábrica fuera cada vez más costosa.

Sentado y rodeado de papeles, dejaba su firma en cada papel que encontraba, y así durante horas. En la pequeña oficina a unos metros de los trabajadores el calor también era un problema, y así lo reflejaba el sudor de su camisa, que hacía que se le pegara al cuerpo.

Cuando su padre le dejó aquella fábrica en legado pensó que sería un trabajo apasionante, pero nada más lejos de la realidad. Firmas, contratos, despidos, más firmas, viajes al banco para pedir préstamos o ingresas gananciales, aquel trabajo era de todo menos apasionante. Pero todos los trabajadores pensaban que era algo sencillo, que el señorito tan sólo se paseaba mientras ellos se esforzaban en sacar la fábrica adelante.

Tras más de cuatro horas sentado, no lo soportó más y se puso en pie. Con la excusa de que tenía que hacer una visita al banco, salió de la fábrica como si saliera del infierno, y encendió apurado su pipa. Habría preferido un cigarrillo normal, pero no estaba bien visto que el señorito fumara como los vulgares.

Caminó durante un largo rato, fumando sin descanso y agradeciendo las corrientes de aire que lo refrescaban de vez en cuando. Pensó en ir a tomar un largo trago, pero su consciencia mandaba en él y se dirigió al banco. Allí todos le tenían en buena estima, pensaban que era un hombre de provecho, y lo envidiaban por la fortuna que había heredado con tan sólo 19 años. Todo eran halagos y buenas palabras cuando entraba en aquel lugar cargado de hipocresía, pero a su salida los propios banqueros despotricaban sobre él.

Entreteniéndose lo menos posible, hizo los trámites rápidamente e hizo una parada en el baño antes de volver al infierno. Al fin había vuelto el agua. Se mojó la cara durante un largo minuto para limpiarse el sudor, y procuró no mirarse demasiado en el espejo para no asustarse sobre su aspecto. Pero en lugar de fijarse en eso, cuando levantó la cabeza se fijó en el reloj que, como era de esperar para todos menos para él, giraba en sentido contrario. Las agujas retrocedían en lugar de avanzar. Resopló y salió del baño sin atreverse a mirar al reloj por si de verdad las agujas estaban retrocediendo.

De camino a la fábrica no dejó de pensar en el reflejo, tal vez fruto del cansancio o tal vez fruto del calor, pero cuando se encontró con otro montón de papeles sobre su escritorio volvió a tierra firme y su cabeza se despejó de aquellas tonterías.

 

 

 

 

 

Caminó despreocupado como todas las mañanas sin ser consciente de que llegaba tarde. O tal vez sí lo era pero no le importaba. Al llegar a su puesto de trabajo todos lo miraban con odio y envidia, pero a él parecía no importarle: era el jefe. Saludó a un par de colegas y se sentó sin dirigir una sola mirada a su escritorio, que esperaba a ser ordenado desde hacía días. El trabajo nunca había sido su principal preocupación. Ni su secundaria, a decir verdad.

Sin prestar mucha atención, firmó unos cuantos  papeles y a la hora de haber entrado en su oficina decidió que era hora de hacer un descanso. Le pidió un cigarro a uno de sus trabajadores que, lógicamente, no se negó, y salió de allí con una amplia sonrisa. Se fumó el cigarro antes de haber llegado a la taberna, así que sacó un puro que tenía en el chaleco.

En la taberna  todos lo saludaron efusivamente. Todos los días se dejaba una importante cantidad de dinero, así que, aunque a veces era insoportable, siempre era bienvenido. Todos lo conocían, sabían de quién era hijo y los beneficios que podía reportarles hacerle algún favor.

El muchacho bebió durante algo más de una hora, y decidió que era hora de volver al trabajo, no sin antes ir al baño.  Se miró al espejo y sonrió ante lo que veía. A pesar de haber trasnochado, estaba impecable, o eso pensaba él. Su sonrisa se torció cuando se paró a mirar el reflejo de un reloj en el espejo. Otra vez iba en sentido contrario. Y entonces no estaba borracho… o no demasiado. Se giró bruscamente y le dio un puñetazo al reloj, haciendo que sus agujas se detuvieran. Sonrió ampliamente y se miró una  última vez en el espejo antes de salir de la taberna.

De camino a su trabajo fumó con más ansiedad de lo normal, sin dejar de pensar en las agujas de los relojes que giraban en sentido contrario. Tal vez era demasiado estúpido para darse cuenta de que era tan sólo un reflejo o tal vez estaba demasiado aburrido como para buscar algo de fascinante en un hecho tan normal.

Fue llegar a la fábrica y verse rodeado de tanto hombre musculoso empapado en sudor y olvidarse de los relojes, volviendo a su ensimismamiento habitual.

 

 

 

 

 

 

De nuevo llegó a casa sin fuerzas siquiera para pedirle a una de sus asistentas que le prepara algo de cenar. Se dirigió a su habitación directamente y se desvistió como todas las noches, dejando la ropa y los zapatos perfectamente colocados.

Se dio un baño relajante aprovechando que el agua había vuelto, y sin darse cuenta giró la cabeza para observar el espejo. Y no se movió durante un largo rato, mirando el reflejo del reloj casi sin pestañear. Había algo en el hecho de que las agujas giraran de manera contraria que lo fascinaba.

 

 

 

 

Armando jaleo como todas las noches, entró en casa con ayuda de las asistentas, que procuraron desvestirlo antes de que se metiera a la bañera con ropa. Ya tenía el agua preparada, caliente y con una hilera de cigarros esperándolo. Se metió en la bañera y comenzó a fumar tranquilamente, esperando a que se le pasara un poco la embriaguez. Se miró en el espejo, sonriendo ante su físico, del que se sentía más que orgulloso. Durante un largo rato se miró mientras fumaba. Procuró no prestarle atención al reflejo del reloj, pero inevitablemente acabó dirigiéndole una mirada. Iba a ponerse en pie para apartar el reloj de la pared, cuando notó un temblor. Otro terremoto. Esperó pacientemente a que pasara, más que acostumbrado a esos temblores.

 

 

 

 

Su contacto visual con el espejo se rompió cuando notó el suelo temblar. Se mordió el labio y cerró los ojos, deseando que cesara. A pesar de haber vivido innumerables terremotos, seguía aterrorizándose cada vez que el suelo temblaba. Segundos después el temblor se detuvo, y respiró aliviado,  hundiéndose bajo el agua para relajarse.  Cuando sacó la cabeza, se giró para mirar el espejo de nuevo. El reloj del espejo seguía funcionando al revés. Se puso en pie, dejando que el agua cayera por todo su cuerpo, y salió de la bañera, secándose con una toalla la cabeza. No fue hasta unos minutos después cuando se dio cuenta de que algo en el reflejo no funcionaba bien. Y no era el reloj.

Se acercó despacio, pensando que estaba alucinando. Su reflejo también se acercaba, pero… no era él. Hacía los mismos gestos, pero esa no era su cara, ese no era su cuerpo. No sabía si aterrorizarse, sorprenderse o simplemente ignorarlo. El baño que se reflejaba era el suyo, todo era exactamente igual, menos él. Al otro lado, un muchacho que no era él imitaba todos sus gestos. De hecho, ambos sujetaban las toallas de la misma manera. Se acercó cada vez más hasta que casi pudo tocar el espejo con la nariz, mirando fijamente los ojos del que debía ser su reflejo. Comenzó a alargar el brazo y a la vez lo hizo el reflejo, y dirigió la mano hacia la cara del otro muchacho.

Soltó un grito cuando notó que una mano le tocaba la cara y que su mano tocaba algo que no era el frío espejo. De la misma manera el reflejo abrió la boca con gesto de espanto, soltando un grito similar. Retrocedió instintivamente y así lo hizo el reflejo. Durante unos minutos que parecieron eternos ambos se dedicaron a observarse detenidamente, casi sin parpadear por si de repente ese reflejo desaparecía y volvían a verse a sí mismos como siempre. Ambos pensaban que debía ser una alucinación, efecto del cansancio, cualquier cosa menos aceptar que un espejo mostraba una imagen que no debía.  El muchacho estaba temblando aunque era difícil saber si era por el miedo del terremoto o por la grotesca situación que estaba observando. De repente, un nuevo terremoto los sacó de su ensimismamiento. Un terremoto mucho más fuerte que el anterior que hizo que ambos apartaran la vista del espejo y buscaran refugio bajo algún mueble.

Durante los segundos que duró el terremoto, el muchacho cerró los ojos con fuerza, siendo presa de un ataque de pánico al ver que los frascos que tenía sobre el mueble se caían uno a uno por el temblor. Mientras tanto, el otro muchacho que se reflejaba en el espejo siguió con la mirada apartada y, cuando notó que había cesado, desapareció del reflejo, dejando al otro muchacho con el corazón en un puño y la boca abierta.

 

 

 

 

 

 

Aquel día fue un real desastre para él. Se había despertado tarde, no había podido peinarse por miedo a mirarse frente al espejo y al llegar a la fábrica se encontró con una huelga de prácticamente todos sus trabajadores. Durante los últimos días había estado más pendiente de los relojes reflejados en el espejo que de las necesidades de sus trabajadores.

-¿Dónde cojones están todos los obreros?

No obtuvo respuesta. Los obreros habían decidido hacer huelga, y ante la ausencia de su jefe, los contables y los cargos más altos habían decidido tomarse el día libre. La ira recorrió las venas del muchacho, que gritando con todas sus fuerzas golpeó la mesa más cercana.

-No puedo despistarme ni un solo minuto, esta panda de perros aprovechan la mínima flaqueza para tomarse un descanso.

-¿Tao? ¿Es usted?

-Sí, ¿quién es?

Otro muchacho de edad parecida pero de una visible clase social inferior entró en los despachos mientras se peinaba apresuradamente con la mano.

-Disculpe el retraso, pero no me ha sido fácil atravesar...

-Da igual. Eres el único que ha venido hoy a trabajar. ¿Se puede saber dónde están los demás?

-Eso le estaba diciendo, señor. Todos los obreros han convocado huelga y no dejan acceder a la fábrica a ningún trabajador.

-¿Pero qué cojones? ¿Y eso por qué? Últimamente no he recibido ninguna queja.

El otro muchacho carraspeó mientras una gota de sudor resbalaba por su frente.

-Habla.

-Verá... Los obreros han estado últimamente muy descontentos pero no se han atrevido a comunicárselo porque... bueno, no es asunto mío, pero tal vez haya tenido problemas personales y eso le ha cambiado el humor... señor.

-¿Eso creen? -Tao rió mientras se encendía un cigarro. -¿Quieres uno?

-No, gracias, señor. Y sí, los obreros piensan que es... peligroso hablar con usted. Se ha llegado a decir incluso que una sola queja y acabarían despedidos.

-Bueno, es cierto que no estoy del mejor humor últimamente, pero que yo recuerde nunca he despedido a ningún obrero por haberme planteado sus quejas. Otra cosa es que yo alguna vez haya hecho caso de sus lloros. -Volvió a reír mientras se servía una copa de Brandy.

-Creo que lo más sensato sería ir a hablar con ellos y que le expongan sus peticiones, y ya usted decida qué hacer.

-Sí, tienes razón, por desgracia. Iré más tarde a buscar a esos muertos de hambre.

 

 

 

 

 

 

Por primera vez desde que fuera nombrado jefe, llegó tarde a su puesto de trabajo. Porque, a pesar de ser el jefe, se había impuesto unos horarios que cumplía religiosamente cada día. Se había aseado casi con miedo y sin mirarse al espejo una sola vez.

Corrió tan rápido como sus piernas le permitieron, y tardó en llegar a la fábrica lo mismo que tardaba cada mañana en ir en coche. Al llegar no lo recibió una buena situación. Todos los obreros se habían atrincherado en la puerta, y frente a ellos se encontraba una serie de hombres trajeados con cara de pocos amigos.

-¡Mirad, es el señorito! -Los gritos de los obreros se multiplicaron con la llegada del muchacho, que no podía cerrar la boca por el asombro.

-¿Qué ha pasado?

-Los obreros no quieren volver a sus puestos de trabajo hasta que no se ponga solución a una serie de problemas, señor. -Uno de los hombres trajeados se había acercado al muchacho en cuanto lo vio llegar, más por interés propio que por ayudarlo.

-Bueno, pues habrá que escucharlos, no hay problema.

Sin pensar en la que se le venía encima enfrentándose directamente a los obreros, se puso frente a ellos e hizo una reverencia que no hizo sino acrecentar el enfado.

-¡Déjate de falsa educación, opresor!

-¡Tendrías que arrodillarte para agradecer el dinero que te estamos haciendo ganar con nuestro sudor!

-¡O para que te cortemos la cabeza!

Los gritos se sucedieron durante largos minutos, pero el muchacho no se movió de su sitio ni replicó a ninguno de los insultos.

-Señores, he venido para escuchar sus quejas, y, como jefe de la fábrica, tratar de ponerles solución.

A pesar de esas palabras los gritos no cesaron, pero un obrero corpulento se separó de la masa y se puso frente al muchacho.

-¿Va usted a ejercer como representante de sus compañeros?

-Así es.

-Bien. Me presento, soy Oh Sehun.

-Te conozco muy bien. Yo soy Yoo Daewoo. Pero seguro que no me conoces porque soy un simple obrero, como todos mis compañeros. Porque eso es lo que somos para ti, simples obreros que hacen el trabajo sucio mientras tú te enriqueces a nuestra costa.

 Sehun iba a replicar cuando uno de los hombres con traje, de una edad considerable, se acercó y miró al obrero amenazadoramente.

-Oye muchacho, háblale con más respeto a tu jefe o no habrá negociación posible.

-No, no se preocupe señor Kang, no me importa que me tutee. Déjelo que siga hablando.

 Así la conversación duró algo más de dos horas en las que Sehun demostró su entereza, paciencia y buen corazón. A pesar de todo, no se ganó siquiera el respeto de sus obreros, que no habían cambiado la opinión que del muchacho tenían.

 

 

 

 

Las cervezas se habían continuado casi sin darse cuenta y al muchacho ya le costaba articular una frase con sentido. En la taberna todos le habían seguido el juego por miedo a uno de sus ataques de ira, y la mayoría de hombres se había embriagado al igual que él.

-Joder, si yo tenía que ir a hablar con mis... con mis obreros. -Tao se puso en pie no sin esfuerzo mientras apuraba el último vaso de cerveza. -Pero creo que primero iré al aseo.

Tambaleándose, se dirigió al aseo y sin poder evitarlo se miró en el espejo. Mejor dicho, miró a otro muchacho reflejarse. Y, cómo no, el reloj giraba en sentido contrario.

-Eh, tú... apártate de mi espejo. Quiero verme... no quiero verte. -Le habló al espejo mientras se agarraba al lavabo para no caer.

 

 

 

 

 

 Para celebrar el éxito de la negociación, todos los altos cargos de la fábrica se habían reunido en casa del jefe. También los acompañaba la estantería repleta de botellas que hasta entonces habían servido únicamente de adorno.  Durante horas habían bebido, reído, gritado, incluso algunos habían tratado de cortejar a las asistentas más jóvenes. Por supuesto, no se había negado ante todos sus compañeros y había bebido casi tanto como ellos. No es que disfrutara embriagándose, pero haberse negado habría causado una muy mala impresión entre sus colegas, y no le convenía ponerse en su contra a la junta directiva tan pronto.

-Disculpen pero necesito ir al excusado un momento.

-Pero lleva cuidado no te caigas por el camino, anda mona, acompáñalo. -Uno de sus compañeros, más borracho que él, empujó a la asistenta hacia Sehun, desconocedor de los 'peculiares' gustos del joven.

 Sehun no rechazó la ayuda de la muchacha para llegar al aseo, pero le cerró la puerta en las narices por si se le ocurría entrar.

 Se mojó la cara con agua fría mientras el cuarto le daba vueltas, hasta que fijó la mirada en el espejo. Entonces lo que comenzó a dar vueltas fue su estómago al comprobar que de nuevo no aparecía él en el espejo, sino otro muchacho que no conocía de nada.

-Eh, tú... apártate de mi espejo. Quiero verme... no quiero verte.

-Pero... este es mi baño, tú te has metido en mi espejo... -Sehun habló despacio, aturdido por el alcohol y lo grotesco de la situación.

-Que no, yo estoy en el baño de una taberna... Tú te apareces siempre... Desaparece.

-No, desaparece tú... Yo sólo quiero verme a mí en mi espejo...

Ambos estaban demasiado borrachos como para mantener una conversación con un mínimo de sentido, y durante unos segundos se quedaron mirando el uno al otro sin decir nada.

-Yo... soy Tao.

-Yo soy Sehun.

 Se oyeron golpes tras la puerta y un '¿qué haces tanto tiempo en el baño si te has dejado a tu asistenta fuera?' que devolvió a Sehun a la vida real. Al menos un poco.

-Yo... me voy.

 

 

 

Los días se sucedieron de forma extraña. Los trabajadores habían vuelto a su puesto casi obligados porque Tao no había dado su brazo a torcer, y las hostilidades eran cada vez mayores. Pero la fábrica era lo que menos le preocupaba al muchacho. Desde su último encuentro con el tal Sehun no se había atrevido a mirar un espejo aunque fuera de refilón, y había empezado a comportarse de manera extraña. Todos lo habían notado, pero nadie se atrevía o quería decirle nada por miedo a enfadarlo.

 Unos días antes había mandado a un par de detectives que buscaran a un tal Sehun, de entre unos 20-25 años y con su correspondiente descripción física, y esa misma mañana le habían comunicado que no habían encontrado a ningún Sehun que se correspondiera con esos datos. Estaba comenzando a sentirse enloquecer, llegando a pensar que tal vez esas apariciones habían sido fruto de su imaginación o del alcohol.

 

 

 

 

 

 

Hacía días que no se miraba al espejo, incluso intentaba no pasar por delante de uno. Le había resultado imposible pensar en otra cosa que no fuera en aquel encuentro con ese chico. Tampoco había podido dejar de pensar en su voz, en sus gestos y en su semblante enfadado. Había descuidado la fábrica hasta límites insospechados, tanto es así que hacía días que una de sus manos derecha había ejercido como jefe sin que siquiera lo notara. Su aspecto también dejaba ver que no estaba pasando por una buena racha. Él, que siempre había procurado cuidarse y no llamar la atención, llevaba días apareciéndose sin peinar, con ojeras, con la ropa arrugada y sucia...

Ese mismo día se vio obligado a mantener una charla con el señor Kang, que estaba más preocupado por el porvenir de la fábrica que por la salud del muchacho. Sehun no le contó lo que realmente le sucedía, un señor tan recto como el señor Kang jamás creería esas tonterías, pero la charla le sirvió para convencerse de que tenía que solucionar ese problema cuanto antes y volver a su aburrida rutina. Tal vez sólo fuera fruto del estrés acumulado por los negocios y ya no volvería a ver a nadie más en el espejo que a él mismo.

 

Aquel día salió el primero de la fábrica, sin importarle los susurros maliciosos de los trabajadores, que seguían teniéndolo por un explotador corrupto.

Al llegar a casa, ordenó que no lo molestaran ni siquiera para la cena, y así se encerró en su habitación dispuesto a poner fin a aquel cúmulo de alucinaciones. Tomó varias bocanadas de aire mientras sentía cómo su corazón poco a poco se iba acelerando, y finalmente se plantó frente al espejo. Pero no había nadie al otro lado, ni siquiera él mismo. Soltó una risa de desesperación y siguió mirando el cristal, esperando a que, o bien apareciera su reflejo, o bien apareciera el otro muchacho que dijo que se llamaba Tao.

 

 

 

 

 

 

 

 

Lo había intentado por todos los medios, pero le había resultado imposible concentrarse. Pero lo más extraño de todo es que tampoco le apetecía beber, y comenzó a sospechar que tal vez estaba enfermo y de ahí las alucinaciones. Así, sin dar demasiadas explicaciones, salió de la fábrica cuando aún faltaba más de una hora para que terminara el turno.

El dueño de la taberna lo llamó a gritos cuando lo vio pasar, y se quedó más que sorprendido cuando Tao le negó con la cabeza y pasó de largo. Era el primer día que no se pasaba por la taberna desde que cogiera esa mala costumbre hacía ya un par de años.

Al llegar a casa ordenó que le prepararan una bañera con agua caliente y llamaran al médico para que lo visitara al día siguiente.

Pasó prácticamente corriendo por delante del espejo sin girar la cabeza pero oyó algo que le heló la sangre. Un clarísimo <<¡Espere!>> proveniente del espejo. Sin poder evitarlo giró la cabeza y volvió a ver al muchacho delgado al otro lado del cristal. Durante unos segundos se observaron sin saber muy bien qué decir, y fue Tao el que se atrevió a hablar.

-¿Por qué me has dicho que espere? -Estaba ciertamente molesto porque lo último que quería hacer ese día era hablar con el espejo.

-Esto no puede seguir así... supongo que usted estará tan aturdido como yo por esta extraña situación.

-Así es, y por favor, tutéame. Yo simplemente quiero mirarme al espejo y verme a mí mismo, no ver a un desconocido.

Los dos asintieron, y durante unos minutos reinó un silencio incómodo.

-Bueno, ya me presenté el otro día pero no estaba en mis mejores condiciones. Me llamo Oh Sehun.

-Sí, lo recuerdo, yo soy Tao, Huang Zitao, supongo que te sonará mi apellido.

El otro muchacho negó con la cabeza porque era la primera vez que escuchaba semejante apellido.

-¿No? ¿No te suena la fábrica de pieles Huang? Exportamos por todo el país.

Sehun arqueó una ceja mientras negaba de nuevo.

-El monopolio de las pieles lo tenemos la familia Oh desde hace varias generaciones, ni siquiera había oído hablar de otra fábrica que exportara a todo el país.

Se observaron durante un largo rato, desconfiando el uno del otro.

-¿Y si somos de dos mundos paralelos?

-¿Qué tontería es esa? -Sehun lo miró casi con desprecio porque la sola idea de un universo que no fuera el suyo lo escandalizaba.

-Tontería es mirarse en el espejo y no ver tu reflejo, y mira, ni tú te ves a ti mismo ni yo me veo a mí mismo. Además, ahora mismo estás hablando con un espejo, así que creo que la idea de universos paralelos no es tan extraña.

Casi sin darse cuenta comenzaron a hablar de sus vidas, de sus formas de ser, tal vez para eludir el tema principal que era cómo demonios iban a volver a la normalidad en una situación tan anormal.

-Me pregunto si podré entrar en tu baño... -Tao alargó la mano hacia el espejo hasta tocar el pecho de Sehun, pero no podía ir más allá. Tan sólo estaban unidos por el grosor de sus espejos, no podían pasar más allá.

-Esto es tan extraño... ¿Seguro que no me estás tomando el pelo? ¿Esto es una broma de alguno de mis trabajadores?

Tao negó con la cabeza con aire ofendido.

-¿Acaso tengo pinta de ser un trabajador de fábrica?

Sehun se encogió de hombros. Tenía una forma de ver la vida demasiado racional como para admitir lo que estaba sucediendo.

-Bueno, yo voy a ducharme, al final se me enfriará el agua.

-¿Que te vas a duchar? Córtate un poco, ¿no crees?

Tao rió mientras se quitaba el chaleco.

-Te recuerdo que estoy en mi baño. El que debería respetar mi intimidad eres tú.

Sehun se dio la vuelta molesto mientras Tao se desnudaba por completo y se metía en la bañera, y cuando se disponía a salir de su baño oyó:

-Ya puedes mirar, ya estoy dentro del agua.

-¿Te parece decente que un hombre mire a otro mientras se ducha? Eso no es masculino, no es... de hombres.

Tao soltó una carcajada.

-¿Tengo pinta de haberme comportado alguna vez de manera masculina o conforme al resto de hombres?

-Eres... ¿Te gustan los hombres?

-Es un secreto a voces, y te sorprendería la cantidad de hombres que lo son aunque aparenten la más absoluta decencia, como creo que es tu caso por cómo me miras.

La cara de Sehun se tiñó del rojo más intenso mientras apretaba los labios con fuerza.

-Yo cuido mi imagen y mis apetencias, no se puede ir por la vida gritando cosas de tu vida privada. ¿Crees que mi empresa lograría exportar siquiera a la ciudad vecina si supieran de mis gustos?

-¿Por qué te preocupas tanto de lo que piensan los demás? Vives toda tu vida oprimido sin poder ser feliz con tal de no desentonar con el resto.

Sehun se quedó un rato callado y salió del baño sin mediar palabra mientras Tao seguía disfrutando de su baño sin darse cuenta de que sus palabras habían hecho mella en el otro muchacho.

 

 

 

 

 

 

 

Se avecinaban los peores días de su vida. Cada día se le hacía más cuesta arriba hasta que, unos días después de la conversación con el extraño del espejo, no pudo levantarse de su cama. Sintió que el mundo se le venía encima y las fuerzas lo abandonaron. En una sola mañana había recibido la visita de tres médicos distintos y los tres llegaron a la conclusión de que el joven sufría de agotamiento. Cuando le ordenaron que se quedara en casa los próximos días para recuperarse, el muchacho replicó como un autómata que no podía ausentarse de su puesto de trabajo. Sólo logró que sus asistentas echaran la llave a su habitación para que no pudiera salir hasta la hora de comer.

Sehun sabía perfectamente que no era agotamiento. Le había dado tantas vueltas a lo que le había dicho Tao que le era imposible no pensar que toda su vida había vivido para los demás y no para él. En esos instantes sentía que había desperdiciado su vida, que había vivido de manera equivocada. Sus esquemas se habían roto casi sin darse cuenta.

Se pasó toda la mañana delante del espejo, esperando ver a Tao en algún momento, pero nadie apareció. Tal vez el otro muchacho había decidido no volver a mirarse en un espejo para cortar todo aquello de raíz, y por primera vez Sehun sintió... miedo. Miedo a perder a alguien que ni siquiera parecía ser de su mundo. Miedo a que la única persona que le había abierto los ojos se hubiera esfumado antes de poder agradecérselo. Se iba a dar la vuelta pero entonces apareció. De repente. Sehun lo vio llegar corriendo y cerrar la puerta del baño tras él.

-¿Llegas corriendo?

-Sí, verás, me persiguen algunos de mis trabajadores y no creo que sea para irnos a beber por los insultos que me dirigían.

-¿Y te encierras en el baño?

-Hombre, ya que me encierro por lo menos no estoy solo.

Sehun calló durante un rato, pensando cómo decir lo que desde hacía tiempo rondaba su mente.

-Tao, yo quería agradecerte... bueno, lo que me dijiste el otro día, lo de que vivo oprimido... Tienes razón. No he sido capaz de ser feliz nunca porque lo que a mí me hace feliz al resto le parece escandaloso o desentona con lo que es normal.

-¿Entonces vas a dejar de ser un oprimido y vivir la vida como lo hago yo? Te aviso de que tampoco es una buena forma de vida. Te formas muchos enemigos y se suele llegar a situaciones como en la que me he visto envuelto yo.

Sehun se quedó pensativo durante un momento, y cogió una bocanada de aire mientras se acercaba al espejo.

-Por ejemplo, ahora mismo me apetece hacer esto y aunque sé que al resto le horrorizaría, voy a hacerlo.

Antes de que el otro pudiera preguntar, sintió cómo los labios de Sehun se juntaban con los suyos.

Sehun sentía que el corazón se le iba a salir del pecho mientras saboreaba por primera vez los labios de un hombre.

Al separarse, Tao sonreía ampliamente mientras afirmaba con la cabeza.

-¿Ves? ¿Qué habría pensado el resto si te hubieran visto besar a un hombre a través del espejo? Nada bueno seguro, pero sin embargo mírate, ya no tienes cara de reprimido.

Sehun se quedó sin qué decir mientras sus orejas se ponían coloradas, pensando que tal vez había sido un atrevido, un sin vergüenza... Pero todos esos pensamientos se esfumaron cuando sintió que Tao lo cogía de la pechera para acercarlo y besarlo. Y así durante un buen rato, los besos se sucedieron uno tras otro mientras Sehun se deshacía por vez primera de sus represiones y remordimientos.

Sehun pegó su frente a la de Tao sin poder ocultar una amplia sonrisa.

-Gracias, gracias y otras mil gracias más.

Tao no dijo nada mientras disfrutaba del momento. Era la primera vez que sentía algo más que atracción física hacia alguien y no sabía cómo sentirse. Tan sólo quería disfrutar del momento.

Siguieron besándose otras tantas veces mientras ambos encontraban sentimientos que nunca antes habían sentido. Cuando separaron sus labios, siguieron con las frentes juntas, y Sehun se detuvo a contemplar los ojos de Tao con el suficiente detenimiento como para percatarse de un pequeño detalle casi imperceptible.

-Tao... cuando te miro a los ojos me veo a mí mismo. Veo mi reflejo, me veo tal y como soy. Sin embargo cuando me miro al espejo te veo a ti, todo lo opuesto a mí... Todo lo que me falta. Siento que sólo puedo ser yo mismo contigo porque sólo contigo me veo tal y como soy, mientras que cuando tú no estás sólo puedo pensar en todo lo que no soy, en todo lo que me gustaría ser... No creo que hayas sido precisamente tú el que se apareciera en mi espejo por una casualidad, no, en absoluto. Creo... creo que eres mi mitad complementaria, tienes todo lo que yo no tengo y yo tengo todo lo que tú no tienes. Eres el reflejo de mi alma, Tao, el reflejo de lo que yo más ansío... que eres tú.


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