El regresar a casa en el bus siempre me ha relajado y con un poco de música tranquila mucho mejor. No sé, por ahí escuché que, cada quién hace de un vídeo musical cada vez que va mirando por la ventana, porque por la mente recorren demasiadas imágenes y, es verdad. Se recuerdan tanto buenos como malos momentos. Lo divertido es que recuerdo los buenos y comienzo a reírme aunque la gente se me quede mirando como si de un bicho raro se tratara. Me pregunto si son amargados o algo.
Siguiente parada la mía. Me pongo de pie y con cuidado, camino hacia la bajada. Toco el timbre y, con cuidado pero rápido, bajo esos tres escalones de metal o acero o qué sé yo de que sean. Al bajar, logro ver que hay unas personas fuera de mi casa. Si, el bus me deja frente a mi dulce hogar. Pero lo que ahora me preocupa son esas personas. Realmente dan miedo con solo verlas.
Me acerco para ver qué pasa y veo a mi hermano llorar ¿por qué lloras? Quise preguntar o algo y, aquellas personas se fueron directo contra mí. Dos me tomaron por los brazos y quise zafarme pero, el tercero, me golpeo tan fuerte en el estómago que ya no pude hacer nada.
Con tanta facilidad me metieron a un coche negro. Hermano ¿por qué no te mueves siquiera? No entiendo absolutamente nada. ¿Estoy siendo abandonado por mi hermano?
En estos momentos, no es para nada agradable mirar por esa ventana.
Después de aproximadamente veinte minutos (al menos eso creí) llegamos a una casa realmente grande. Era una verdadera mansión y qué decir del jardín delantero. Juraría que era un bosque y no un jardín de esta preciosa casa. Era de un color blanco con algunos bordes dorados y una fuente al frente de un niño escupiendo agua. Algo extraño.
Me bajaron abruptamente y quise correr pero fui golpeado, esta vez en mi rostro. Terminé en el piso y sentí el gimoteo. Quería llorar, honestamente y en lo único que pensaba era en llorar y suplicar por ayuda. Pero creo que nadie lo hará. Estos hombres vestidos de negro, fuertes y con pistolas al costado no eran mi ayuda.
Me levantaron y se abrió la puerta. Escuché un rechinido y unos pasos firmes. Entonces vi a un hombre gordo. Era realmente asqueroso, con anillos de oro que le apretaban los dedos y unas cadenas. Su pecho peludo totalmente descubierto casi llegando al ombligo. Su vestimenta era peor que él. Su traje era blanco con bordes dorados al igual que la casa. Y qué decir de su calva cabeza con tan solo tres cabellos que trataban de cubrirle en vano esa calvicie.
Me sonrió y noté sus podridos dientes. Quería vomitar.
Cuando habló su voz se me hizo familiar y les dijo a aquellos hombres que me metieran a su casa. Igualmente, con brusquedad, me obligaron a entrar y me dejaron en la enorme sala. Tenía sofás bastante cómodos, a pesar de la situación lo noté, una mesita de centro de vidrio con unas rosas rojas de adorno. Había un lindo piano detrás de mío.
En otras circunstancias habría disfrutado mi estadía en aquella casa, pero como no era el caso, era notorio mi nerviosismo y miedo. Y, aquel hombre obeso, parecía olerlo. Sonrió nuevamente y se sentó junto a mí. Me olfateó y realmente me sentí asqueado. Rió en voz alta y pidió le trajeran una copa de vino tinto. Mientras lo servían él clavó sus asquerosos ojos cafés en mí. Parecía que me comía con la mirada. Me observaba de pies a cabeza y esta situación me incomoda más.
Hermano, quisiera que vinieras a ayudarme en momentos como este, pero, siento que estoy en este lugar a causa tuya.
Llegó una mujer con un vestido muy pequeño, logro ver sus bragas, y además es rubia, alta, con tacones de aguja demasiado altos. Camina moviendo muchísimo las caderas. Pero sus ojos, no demuestran querer seducir, sino, huir, al igual que los míos.
Antes de irse se gira para verme y muestra tristeza ¿acaso sabe lo que me depara? Es probable. Digo, nadie te mira con esa tristeza a menos que sepa lo que pasará. Miro por donde se fue ella y siento cómo una mano rasposa pasa por mi mejilla. Aquel hombre está acariciando mi mejilla. Quisiera quitarla y mi mano lo hizo antes de que se lo ordenara consciente. A respuesta, recibí una bofetada demasiado fuerte que me tumbó en aquel sofá.
Me senté de nuevo y me recorro lo más que puedo hacia la orilla. Aquel obeso me tomó del cabello y me regresó. Duele demasiado pero lo que más me duele es que no puedo hacer nada por irme de ahí y, ni siquiera sé el porqué de tener que estarlo.
Forcejeo lo más que puedo pero vuelve a golpearme muy fuerte y esta vez fue cerca del ojo. Siento como se va inflamando y va haciendo que pierda la visión de mi ojo izquierdo. Cierro los ojos por miedo, y, al abrirlos veo que tengo su horroroso rostro frente a mí.
--Creo que no has entendido pequeño—su boca huele demasiado asqueroso—ahora me perteneces. Puedo hacer contigo lo que mejor me plazca—hablaba molesto—y si quisiera podría matarte—mi ojo se abrió como plato, estoy muriendo de miedo—si no quieres que eso pase, harás lo que yo desee de aquí a mañana.
--P-por qué d-de aquí a mañana—me atreví a preguntar.
--Porque mañana recuperaré mi dinero invertido en ti—. No sé qué quiso decir pero, de verdad esto no me da nada de buena pinta.