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Su voz por AoISuwabeStark

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Prólogo

Parecía como si el tiempo se hubiera detenido de repente a su alrededor.

El sonido de su madre trasteando en la cocina había sido reducido a un simple murmullo que no llegaba apenas a sus tímpanos. Lo mismo había pasado con los sonidos de los coches que, a gran velocidad, atravesaban el centro de la ciudad para evitar los típicos atascos de las ocho de la tarde. A esa hora, todo el mundo regresaba a casa después de una larga jornada de trabajo, y la mayoría de los habitantes de Barcelona odiaban malgastar su tiempo libre rodeados de gente tan estresada como ellos mismos.

A la vez, apenas distinguía los olores. Se suponía que tenía que llegar hasta él el delicioso aroma de la carne tostándose suavemente a la plancha, chisporroteando alegremente, y de las patatas que su madre iba a transformar en cuanto acabaran de cocerse en un puré de aquellos que tanto él como su hermana disfrutaban.

Pero no había nada en su cabeza, no sentía nada. No notaba la dureza del parqué en el que llevaba ya sentado un par de horas. Apenas le dolía. ¿Cómo podía hacerlo? En ese momento se encontraba en uno de los momentos más maravillosos de su vida.

Cada recoveco de su cerebro y de sus oídos se dedicaba a escuchar aquella suave cadencia. La voz, en algunos momentos trémula, suave, casi seductora; y en otros decidida y fuerte, risueña y triste a la vez, recorrió todo su ser, provocándole un dulce estremecimiento. Observó cada cambio en el tono, cada momento en que la respiración se entrecortaba cuando se quedaba ligeramente sin aire. Aprendió de todo y de nada, pues era una voz que, aunque le envolvía y enervaba, era sólo eso, una voz. Inalcanzable como el viento. Y aun así no podía evitar sentirse atraído por ella.

Las imágenes que llegaban a sus retinas desde la pantalla del televisor, se deslizaban por ellas sin apenas quedar registradas en su cerebro. En aquel momento podía morirse feliz al ser arropado por el tono de su voz.

Y así, ante la profundidad de los sentimientos que le provocaba oírle, se dio cuenta de que su vida, por fin, tenía un sentido. La dedicaría a buscarle, perseguiría su voz y haría que esos labios que imaginaba tan adorables como el sonido que desprendían, algún día pronunciaran su nombre.

 

Capítulo 1: Un nuevo comienzo

—Joder, Eric, levanta el culo que vas a llegar tarde.

—Ya, ya —rezongó al oír la misma frase por tercera vez aquella mañana. Adoraba a su hermana, pero a veces le ponía de los nervios, sobre todo cuando quería dormir.

—Cada día comiéndome la olla con el “es mi sueño”, el “seré feliz si me cogen”, blablablá. Y ahora llegarás tarde el primer día, eres un capullo. —Con un portazo, desapareció de la habitación, sin parar de criticarle en voz alta mientras se alejaba.

Suspiró. No era que quisiera llegar tarde. De hecho, había estado tan nervioso por la noche, que apenas había podido dormir hasta las cinco o las seis de la mañana. Por eso le costaba tanto levantarse ahora.

Se sentó en la cama y estiró los brazos para desperezarse lentamente, abriendo los ojos a la pálida luz que entraba por los resquicios de la persiana. Sentía como si alguien le estuviera golpeando la cabeza con un martillo, y como si a la vez, le perforaran las sienes.  Era peor que una resaca, y eso que no había bebido nunca, salvo alguna cerveza que le había robado a su madre cuando era un crío.

Tenía que luchar contra la pereza, así que se levantó, se duchó en cinco minutos, y se puso lo primero que encontró en el armario. A medida que se iba activando, el sueño daba paso, de nuevo, a los nervios. Sintió un retortijón mientras se pasaba la camiseta por la cabeza, y una arcada ascendió por su garganta.

«Cálmate, no le verás hoy, así que no te pongas tan nervioso», se dijo a sí mismo.

Cuando estuvo listo, salió de su pequeña habitación hacia el pasillo a oscuras que llevaba a la cocina, de la que llegaba el sonido amortiguado de la televisión, el leve olor a mermelada y mantequilla, y el sonido de alguien trasteando por allí.

—Buenos días —dijo nada más abrir la puerta.

La sonrisa afable de su madre y la mirada de odio de su hermana le dieron la bienvenida.

—¿Qué horas son estas? ¿Tan nervioso estabas por la noche?

—Un poco. —Sonrió conciliador a su familia, provocando que su hermana le girara la cara mientras mascaba un trozo de pan.

—No te preocupes, que todo irá bien.

Mientras le hablaba, le sirvió dos trozos de pan en un plato, ya untados con una ligera capa de mantequilla. Además, le dio una taza de leche en la que flotaban leves grumos marrones que, cuando los mezclara, se convertirían en su bebida de chocolate favorita. Sabía que su madre lo decía con buena intención, pero igualmente no le calmaba.

—¿Tú estás lista para empezar el bachillerato?

—Sabes que me va a ir bien, como siempre. Así que no hay nada de lo que preocuparse —contestó Blanca, encogiéndose de hombros con indiferencia.

Así era su hermana. Un pequeño genio en todo lo que hacía condensado en su casi metro sesenta de estatura. La miró, esbozando una sonrisa conciliadora. Era normal que entre hermanos existiera de vez en cuando cierta tensión, pero ellos dos tendían a llevarse siempre bien.

—Ayer te dejé mis libros en el comedor, por si puedes aprovechar alguno. —No estaban como para gastar el poco dinero que tenían en libros nuevos cada año.

—Vale.

Suspiró de nuevo, pues era tan cabezota como él. Y no sólo se parecían en eso: en cuanto a su físico, casi eran gemelos, por mucho que les separaran dos años de edad. El mismo pelo pelirrojo, liso y suave, radiante como el cobre a la luz del sol. También compartían los ojos color marrón oscuro aunque brillantes, de forma algo almendrada. Su piel era igual de pálida y llena por aquí y por allá de pecas; algunas diminutas, algunas grandes como lunares. Si se diferenciaban en algo, era en los veintitrés centímetros de altura que le sacaba a su hermana y en que él era delgado, y ella tendía a las curvas y las redondeces.

Se inclinó para darle un beso suave en la mejilla, implorándole perdón en silencio. Era un día importante, y ya estaba suficientemente nervioso como para arrastrar la tensión de una pelea en casa a sus clases.

Blanca asintió con brevedad, confirmándole que le había perdonado. Más tranquilo, pudo dedicarse a engullir sus tostadas y su leche con cacao, pues, a pesar de que tenía el estómago cerrado, sabía que debía comer algo o luego lo pasaría mal. Aquello le hizo pasar el dolor de cabeza. Cuando acabó, llevó los platos al fregadero que se encontraba en el mármol de la encimera, en el lado opuesto de la cocina, y los lavó en un momento.

—Me voy a ir ya. Tengo turno en el curro, así que iré allí directamente y llegaré tarde.

—¿No coges nada para comer?

—No, ya me dará algo el jefe.

Los ojos de su madre, que él y su hermana habían heredado, pasaron de reflejar preocupación a sonreírle con dulzura, intentando calmarle. Les dio un beso en la mejilla a cada una de ellas, y tras dedicarle una sonrisa a María, se centró en su hermana.

—Renacuaja, no llegues tarde tú tampoco. Y ya sabes, si no eres la alumna excelente que esta familia espera, te echaremos de casa —bromeó para destensarlos a ambos.

—Calla, que ya he hecho una apuesta sobre cuántas horas duras tú en tu querida Escuela, hermanito.

Siempre le llamaba así, por mucho que ella fuera menor en todos los sentidos posibles. Fue a coger su bolsa a la habitación. No estaba muy seguro de qué debía llevarse para sus clases, pero la noche anterior había metido en ella hojas de papel, un estuche, y su cartera, pues era lo que le parecía más lógico. Tras despedirse desde el pasillo en voz alta, cogió la puerta y se fue.

Tuvo que pasar por dos líneas de metro y un tren para ir desde su casa en uno de los mayores barrios de clase obrera de la ciudad hasta la zona apartada y pija en la que se encontraba la Escuela. El ambiente que vio en la calle cuando salió de nuevo a la luz del sol era radicalmente distinto a su último vistazo a la superficie antes de introducirse en las entrañas de Barcelona.

Apenas había pasado por aquella zona, salvo un par de años atrás, cuando, nada más cumplir los dieciséis, había ido allí a visitar varias empresas de selección de personal para encontrar un trabajo con el que ayudar a sustentar a su familia.

Si algo le gustaba de aquel lugar, era la tranquilidad que inspiraba. Los árboles verdes que adornaban la acera; las tiendas de muebles y ropa de diseño que exhibían precios prohibitivos; la suave charla de los que, seguros en su poder adquisitivo, podían permitirse pasar un día de compras por una de las zonas más caras de la ciudad. Por mucho que desde el gobierno de la ciudad se entestaran en decir que toda la ciudad era bonita y estaba igualada, no tenía nada que ver con el lugar del que provenía.

Aunque al principio se desorientó un poco, gracias a un mapa que había tenido la clarividencia de imprimir la noche anterior, encontró la Escuela de Doblaje a la que empezaría a asistir. El corazón se le aceleró mientras, con otros alumnos, atravesaba las puertas del sueño que perseguía desde los quince años.

No sabía dónde tenía que ir, pero un cartel en el vestíbulo informaba a todos los nuevos alumnos debían acudir a una de las aulas para la breve presentación, asignación de grupos, entrega de horarios y demás que se llevaba a cabo a principio del curso. Tras consultar también un diagrama del edificio, corrió hasta el aula, pues llegaba por los pelos.

Casi todo el mundo ya se había sentado en las sillas de plástico negro y rígido que se encontraban allí. Tuvo suerte de encontrar un lugar en segunda fila, y allí se sentó, al lado de dos chicas castañas que parecían ser amigas, pues cuchicheaban sin parar, emocionadas.

Apenas unos segundos después de que se acomodara, entró un hombre algo bajo y calvo que se presentó como director de la escuela, y les dio la bienvenida. Después, siguieron cuarenta y cinco minutos de explicación sobre las clases, temarios, horarios, aulas, conferencias, prácticas, objetivos y todo lo que era referente al curso en el que iban a participar. Se repartieron varias hojas, se hicieron preguntas, y, por extraño que pueda parecer, la presentación acabó antes de lo previsto.

Con unos diez minutos para poder curiosear, volvió al lugar en el que había encontrado el diagrama para poder saber llegar a sus aulas del día. Viendo que aún tenía tiempo de sobra, se fijó en los demás carteles colgados en el tablón, hasta que uno llamó su atención. Era un listado de los dobladores que habían confirmado su asistencia para dar clases maestras durante el curso.

Con el estómago revuelto y notando el latido de su corazón en los oídos, se acercó, pasando por el pequeño grupo de estudiantes que se había formado ante él. Miró aquella hoja de papel una, dos, tres e incluso hasta cuatro veces, y la desilusión se tiñó en su rostro. Ni rastro de su nombre.

Mientras seguía embelesado con la lista, intentando animarse al pensar con aquel optimismo que a veces hacía una aparición repentina que quizás le vería por algún motivo o acudiría a hacer una clase sorpresa o acompañar a otro doblador, una hermosa voz algo aguda, pero dulce y a la vez masculina llegó hasta sus oídos.

—Joder, ni un puto doblador de anime.

Aquel quejido provenía del chico que se encontraba a su lado. Era algo más bajo que y lleno que él, con la piel de un hermoso tono oliváceo y el pelo castaño claro. Vestía unos tejanos ajustados de color negro, y una camiseta de manga corta con algún dibujo en ella del estilo que él solía mirar cuando era pequeño y no hacían nada más por la tele. Lo que le sorprendió, aun así, fueron los ojos de un verde intenso pero claro, enmarcados en pestañas cortas e igual de castañas que su cabello, que se fijaron en él con resignación al ver que le observaba. Era bastante guapo, al menos para su gusto.

—Será un coñazo, pero en fin, los otros que vienen también son interesantes.

Aquella vez le habló directamente, sin tapujos. Le dedicó una sonrisa afable y hermosa al ver que se había asustado y puesto nervioso por haber sido pillado in fraganti observando al poseedor de semejantes ojos.

—Me llamo Carles, ¿y tú? —siguió, extendiendo la mano en un ademán amigable, sin apartar la vista de él.

—Soy Eric —replicó al devolverle el gesto y darse ambos la mano durante unos segundos.


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