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Cruzando Universos por Reira Verzeihen Danke

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Notas del fanfic:

Este fanfic es original mío, soy la misma autora que lo publicó en Fanfiction.net y Wattpad, bajo el mismo nombre de usuario, para aclarar eso desde ahora mismo.

Disculpen si hay algún error de ortografía, por favor sientanse libres de decir algo sobre ello si así lo desean. 

Por favor disfruten la lectura.

Los derechos de autor van a sus respectivos dueños.

(Recomiendo que lean Another Note y el manga de Kuroshitsuji, para saber más de BB, A, Linda y Edward). Oh, y si conocen el apellido de A, o si su nombre es Alexander o si es Alex, por favor díganmelo.

Este fic no va a seguir las tramas originales al dedillo, obviamente, pero prometo que al ser mi primer fic, será interesante, y que más da, algo largo.

Si no les gusta la idea, como dijeron una vez en South Park: "Pues… Jódase".

¡Vaya resumen más largo! Sorry…

Advertencias: Romance Yaoi, Algo de Fluff, Lemmon, Lenguaje "vulgar" ocasionalmente, Comedia leve, Posibles parejas de Suke, Romance yuri (1 pareja), Algo de OoC, Violencia, AU (Creo que es AU, no estoy segura). (Actualizare las advertencias conforme avance la historia).

Creo que eso sería todo… ¡Así que al Fuck This! Digo, al Fanfic… :3…

Cualquier error de gramática, les ruego me comuniquen, aunque sea minúsculo.

Notas del capitulo:

Este fanfic es original mío, soy la misma autora que lo publicó en Fanfiction.net y Wattpad, bajo el mismo nombre de usuario, para aclarar eso desde ahora mismo.

Disculpen si hay algún error de ortografía, por favor sientanse libres de decir algo sobre ello si así lo desean.

Por favor disfruten la lectura.

Los derechos de autor van a sus respectivos dueños.

Probablemente hay una o dos diferencias entre los demás capítulos publicados en las páginas antes mencionadas.

Algún error o dato, por favor notificar.

Capítulo 1: Ese Conde, Aburrido.

Normal P.O.V. (Narrador Omnisciente).

Era un día como cualquier otro, Sebastián lo despertaba, lo vestía, le daba el desayuno, y le decía las tareas que tenía para el día. Toda esa rutina que se habían impuesto inconscientemente en las mañanas. Pero, la verdad era que el niño que aparentaba 13 años, con hermosos orbes color zafiro, nívea piel y cabellos azulinos casi grisáceos, estaba aburrido de esta rutina.

Desde temprano en la mañana, hasta la noche, trabajo, trabajo y aún más trabajo. Entre uno que otro caso especialmente asignado por la Reina, no tenía tiempo para sí mismo, tiempo para disfrutar de la vida un poco, y su mayordomo no lo ayudaba mucho en esos ámbitos. Después de todo, lo único que el antes mencionado quería era su alma, una vez concluida su venganza. Pero, ya habían pasado más de tres años y no parecía estar muy cerca de lograr su cometido.

Tener que soportar el escándalo de los sirvientes, las inesperadas y para nada deseadas visitas de su prima y prometida Elizabeth Essel Cordilia Middleford, el Príncipe Soma Asman Kadar y su mayordomo Agni, su tía Madame Red (Angelina Durless), Lau y Ran-Mao, entre otros individuos molestos.

Además de tener que actuar como un adulto, cosa en la que su estatura de 1.52, no ayudaba en nada.

De no ser por su contrato, por sus ansias de venganza, por el dolor sufrido, su orgullo y testarudez, no hubiese seguido con vida. Porque, vivir así, con todo ese estrés, ese peso sobre sus hombros, a tan “corta” edad, su cruda realidad, no era vivir lo que hacía, no, a estas alturas, no era vida, era rutina, una danza que se ha visto obligado a bailar por cobardía a intentar suicidarse, o escapar a otro lugar. Era una marioneta, y seguía las órdenes del titiritero.

Sólo gracias a su alto coeficiente intelectual, y la ayuda de su demonio, se mantenía a flote en el mundo adulto de la nobleza, y en su compañía productora de juguetes, la Compañía Phantomhive.

Aunque, ese día había algo curioso en el aire, más que nada, era el presentimiento de una sensación, una muy relajante, no era la primera vez que la sentía, sabía que era esa danza particular que aprendió a querer, su escape de la vida, el único escape que es capaz de conseguir. Y, al igual que todas las veces anteriores, seguiría los pasos de baile de esa llamada, él ya no era un niño, tenía el cuerpo, la apariencia de uno, pero su alma era demasiado vieja gracias a esa danza, y ocultaba ese hecho de su demonio con maestría. Aún conservaba sus instintos infantiles, solo para no levantar muchas sospechas. Pero si veías de cerca, en su ojo visible, se veía la experiencia de un hombre de casi 3.000 años. Pero esa es una historia aburrida, en la cual no es necesario entrar en detalles. Aún.

Era una tarde espléndida para cualquiera que viera el cielo, de un azul profundo, manchado con nubes dispersas. Una tarde muy rara de ver en esa parte de Inglaterra. En la cual, milagrosamente había terminado su papeleo temprano. Y ahora se dedicaba a ver el cielo desde la ventana de su estudio, con su mejilla apoyada en su puño derecho, pensando en todo y en nada. Solo ver el cielo en ese extraño silencio, resultaba reconfortante en cierta manera. No quería que terminara. Tan sumido en sus pensamientos como estaba ahora, siguió con la mirada el vuelo de un pajarillo que se elevaba por encima de las copas de los verdes árboles, y, hasta cierto punto, envidió a ese pájaro, libre, ignorante del mundo, feliz, sin cicatrices, ni malos recuerdos encadenados en una sucia y pequeña jaula, solo volar por el cielo, buscar alimento, hacer las cosas típicas y despreocupadas de un ave, debía ser una vida pacífica.

Mientras seguía esa línea de pensamiento, notó algo inusual en el bosque. En una especie de colina, relativamente lejos, se distinguía un hilillo de humo morado, bastante visible, el cual desconcertó al azulino momentáneamente. Por primera vez en mucho tiempo, su curiosidad infantil salió a la superficie, quería saber el origen de ese humo, no porque fuese morado, sino porque sabía perfectamente, que esa era la señal de inicio para bailar. Sin pensárselo dos veces, abrió la ventana, y salió por esta. La tarea en sí, no representó un reto, solo necesitó tener cuidado en donde ponía sus pies. Una vez abajo, se aseguró de que no había nadie alrededor que lo viese, y se apresuró a adentrarse en el denso bosque, lo único que debía hacer, era seguir en línea recta, y podría llegar.

Debía durar unas cuantas horas de caminata, si se apresuraba, y tenía suerte, encontraría la fuente a ese humo, y si se perdía, le bastaría con subirse a un árbol para ubicarse. Sencillo. O al menos así parecía. Si la fuente del humo llegaba a desaparecer, estaría verdaderamente perdido. Caminó, disfrutando del paisaje y el viento fresco golpeando en su níveo rostro, sin darse cuenta, desacelero su marcha, no se había sentido así desde, bueno, tal vez mil años, libre, sin saber lo que le depararía el camino, y era ese hecho, el que le gustaba más, ya que siempre era una danza similar, pero nunca igual.

Después de lo que le parecieron ser dos horas, sus zapatos le empezaron a incomodar, así que se detuvo para quitárselos, al principio pareció difícil, pero rápidamente resolvió como retirar sus zapatos, y sus calcetines, colocando estos dentro de ellos, y los sujetó con su mano izquierda, reanudó la marcha. Se había distanciado considerablemente de la mansión, puesto que si veía hacia atrás, no veía nada más que árboles y pasto verde, pero estaba bien, a cualquier eventualidad inesperada, llamaría a Sebastián. Ahora el cielo comenzaba a mostrar trazos de un naranja claro. Pero, lo que vio a continuación, no se lo esperaba.

Llegando desde su derecha, algo más adelante de él, se encontraba un joven alto, distinguido, vestido de traje, de cabellos rubios y ojos de un hermoso color esmeralda. Se cruzaron miradas, sorprendidos.

—¿Edward?—preguntó vacilante.

—¿Ciel?—preguntó a su vez el aludido inmediatamente después—¿Qué haces aquí?

—Eso iba a preguntarte a ti—dijo suavemente, algo raro en él, mientras se acercaba al mayor.

El rubio guardó silencio en lo que el menor se acercaba.

—Bueno, te parecerá estúpido si te lo digo—murmuró mientras fruncía el ceño, reparando rápidamente en que el de ojos color zafiro llevaba sus zapatos en su mano y no en sus pies—. ¿Por qué andas descalzo?

El niño volvió la vista hasta sus pies.

—Llevo caminando bastante rato, y me empezaron a incomodar, así que me los quité—contestó tranquilamente viéndole a los ojos—. Contesté tu pregunta, lo justo sería que contestes la mía, ¿qué haces aquí?

Edward pareció vacilar un momento antes de responder.

—Pues, estoy, siguiendo algo—contestó mostrándose un tanto cohibido.

—Je, no será de casualidad ese hilillo de humo morado, ¿o sí, Edward?—dijo con una burlesca y corta carcajada.

El mayor le vio asombrado ante este comentario.

—¿Cómo supiste?

Ahora fue el turno de Ciel de verle asombrado.

—Espera, ¿sí lo estás siguiendo?—preguntó todavía con el asombro tejido en sus delicadas facciones y sus palabras.

—En realidad, sí, me causó curiosidad cuando lo vi, desde la mansión de un conocido mío, y, me dirigí hacia acá—contestó tímidamente rascándose la nuca—. ¿Y tú, también lo estás siguiendo? Puesto que sabes de él.

—Sí, terminé mi papeleo bastante rápido hoy y lo noté desde la ventana de mi estudio—respondió serenamente de nuevo.

Guardaron silencio unos segundos hasta que el de ojos color esmeralda reparó en algo.

—Ciel, ¿tu mayordomo no está contigo?

Ciel se puso algo nervioso ante la pregunta.

—La verdad, pues, escapé por la ventana de mi estudio, si le decía a Sebastián hubiese sido muy difícil salir—contestó pausadamente y viendo hacia otro lado.

Edward le miró fijamente largo rato con una ceja alzada.

—Espera, me estás diciendo, que, ¿te escapaste de tu propio mayordomo, y de tu propia mansión?—dijo esto suprimiendo una carcajada.

El azulino se molestó un poco por esto, pero se le pasó en un segundo. Dando paso a que una triste y solitaria sonrisa se posara en sus labios.

—Bueno, no importa cuánto me esfuerce por demostrar que puedo ser un adulto, sigo siendo un niño a ojos de los demás — constató quedamente.

En esos minutos que llevaban de haberse encontrado, ambos se habían sorprendido bastante mutuamente.

—Hey, si tú también estas siguiendo ese humo, ¿por qué no lo seguimos juntos?—propuso Edward.

—Claro, qué más da.

Así, ambos siguieron el rumbo que habían seguido. Cada uno sumergido en sus propios pensamientos. Y, en el horizonte, el sol comenzaba a ocultarse más rápidamente, tiñendo con matices rojos y naranjas el cielo.

Habían andado bastante rato juntos cuando el mayor se detuvo y procedió a quitarse los zapatos y los calcetines, haciendo que el menor se detuviera y le mirara interrogante. Al darse cuenta de esos ojos zafiros mirándolo, subió su mirada esmeralda para conectarla con la de Ciel.

—¿Qué? No es tan mala idea, ya me estaban comenzando a molestar a mí también—se excusó con un leve puchero en los labios.

—Oh, ya veo. Je, y tú burlándote de mí cuando lo notaste—dijo mientras sonreía socarronamente.

—¡Oye! Yo no me burlé de ti—dijo estando a la defensiva.

—Si, si lo hiciste.

—Que no.

—Que sí.

—Que no.

—Que sí.

—Que no.

—Que sí.

—Que no.

—Que sí.

—Que no.

—Que no.

—Que sí.

Ciel paró al escuchar la respuesta que quería, y sonrió satisfecho. Edward se extrañó, hasta que cayó en la cuenta de sus palabras.

—¡Hey! No es justo, hiciste trampa—reclamó enojado.

—No, no lo hice, simplemente admití lo que estabas diciendo, y tú admitiste mis palabras poco después—respondió tranquilamente, como había sido durante prácticamente todo el trayecto, enredando lo que el rubio había escuchado.

—No, tu hicis…—se interrumpió para terminar de procesar lo que el menor había dicho—Espera, ¿estás diciendo que admitiste tu derrota?

—No, tú admitiste tu derrota.

—Pero dijiste que admitiste lo que yo dije.

—No, dije que tú admitiste mis palabras. Además, no tienes un testigo para corroborar si dije o no dije algo así.

—Espera, a ver, argh, me rindo, no sé qué dijiste—exclamó exasperado.

La sonrisa del ojos zafiro no hizo más que ensancharse. Había ganado la discusión muy sencillamente. Y rió cantarinamente. Una risa como campanitas de cristal y hielo, delicada y hermosa, una risa que no había articulado desde que sus padres murieron y fue vendido como esclavo para luego ser usado como sacrificio ritual. Y el joven rubio notó eso. El joven conde solo reía sarcásticamente, y su sonrisa era falsa, así que distinguió la diferencia. Y le miró asombrado por la que sería la cuarta o quinta vez esa tarde, pero no la última.

—¿Qué?—preguntó tímidamente ante el de ojos esmeraldas.

—Es la primera vez que te escucho reír así—contestó sereno el mayor.

—¿Así cómo?

—Honestamente.

El menor abrió los ojos levemente. Un leve sonrojo tiñó sus mejillas en un rosa pálido apenas visible.

—¿De veras?

—Sí.

 Luego de un rato mirándose reanudaron la marcha en el pacífico silencio de antes. Solo que esta vez notaron el continuo descenso del sol, el cual ya estaba tocando las colinas.

—Ya está anocheciendo—comentó silenciosamente el menor.

—Mmm, oh, es cierto—miró a los lados como si buscara algo—. Estamos muy adentrados en el bosque.

—Sí, y mi mansión queda detrás de esas otras colinas.

—¿Entonces estamos perdidos?

—Yo diría más bien que estamos estancados, porque sabemos dónde estamos y hacia dónde queremos llegar, y también sabemos dónde está mi mansión. Lo mejor que podemos hacer es seguir caminando, y parar poco después del anochecer, cuando ya no haya luz, y podemos decidir qué hacer mañana cuando ya el sol haya salido de nuevo.

—Sí, eso sería lo mejor.

Siguieron caminando por el bosque sin mediar palabra por un rato más. El viento soplaba las hojas de los árboles con sincronía, y el clima fresco se tornó más frío. Por fortuna, ambos usaban traje, así que no deberían de tener frío en sus brazos. Y si les entraba frío en sus pies, solo debían ponerse los calcetines y los zapatos. Todo el trayecto había sido pacífico. Casi sin palabras. Solo ellos dos, caminando en dirección a un destino desconocido, siguiendo un humo de extraño color y procedencia. Y después de casi otra hora más de caminata, el sol ya se había ido, dejando un cielo oscurecido y violáceo, en el que se distinguían las nubes en una tonalidad grisácea, haciéndose ver como espectros surcando las alturas. Pero aún había luz suficiente para ver el camino y el paisaje sin problemas, los pájaros habían dejado de oírse hacía mucho, y era el turno de los grillos de tocar su melodía nocturna, arrullando a los que habitaban el bosque esa noche.

Poco a poco, la luz empezó a desaparecer completamente, apareciendo más visibles las primeras estrellas de la noche. Ya había anochecido completamente, y les faltaba poco para llegar a su destino.

—Edward, ¿es idea mía, o todavía se puede ver el humo?—preguntó el conde con cuidado, como si fuese un sacrilegio hablar en ese silencio sepulcral.

—¿Mmm? Tienes razón. Además de que ya se ve mucho más cerca—contestó el otro noble de la misma forma.

—Entonces, ¿seguimos hasta el final?

—Bueno, ya llegamos hasta aquí.

Continuaron por al menos otra hora más. La luna ya se había elevado, elegante y llena refulgiendo como plata. Hasta que un ruido los sobresaltó. Y Ciel pudo reconocer a los causantes de ese estruendo. Los shinigamis, Ronald Knox y Grell Sutcliff. Con un muy molesto William T. Spears detrás de ellos. Este baile pinta de que será más interesante de lo que parecía en un principio.

 

Notas finales:

Gracias por el tiempo que tomaron para leer esto.


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