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Enredos de oficina por RedGlassesGirl

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Notas del capitulo:

Aclaraciones:

—diálogos.

"pensamientos".

(N/A: nota del autor)

[1], [2], etc. Notas al pie.

*para estar al tanto de mis actualizaciones pueden visitar mi Livejournal, busquen la dirección en mi perfil*

 

Pareja: Wolfyuu/Yuuram.

P.O.V: point of view (punto de vista). El narrador es Yuuri.

Advertencias: AU, universo alternativo.

Esta es la primera vez que decido escribir un AU. Espero que el resultado sea más o menos interesante.

Enredos de oficina – Capítulo 1

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Escuché la alarma de mi despertador. Es el comienzo de un nuevo día y me siento cansado, aunque normalmente me levantaría rápido solo aprieto el botón para apagarla y me quedo boca abajo cinco minutos más.

Ayer me excedí en la caja de bateo. Mi semana no ha sido la mejor, o mejor dicho, el mes completo no ha sido el mejor. La única distracción que tengo como pasatiempo es el béisbol, mi deporte favorito desde que era un niño. No me gusta considerarme una persona que arrastra frustraciones de la infancia a su vida adulta, pero a veces me pongo a pensar si las decisiones que tomé y lo poco que reflexioné sobre el manejo de mi temperamento me llevaron en la dirección correcta. Si tan solo… No, no debo comenzar el día pensando así de nuevo.

Soy un joven entrado en los treintas cuya vida se pasa como pasa el agua por la orilla de la vereda. No es que sea particularmente infeliz, pero a veces me siento algo aburrido. Es una vida normal para un hombre japonés normal. O eso supongo, ya que mi madre suele cuestionarme que aún no me he casado y mi única compañía es la que asoma la cabeza en el borde de la cama y lame mi mano. Mi perro me mira con sus ojos cansados.

—Buenos días amigo, ¿cómo estás? —le digo mientras acaricio suavemente su cabeza.

Pochi lleva 11 años y medio conmigo, lo encontré un día que volvía de la universidad en una caja y desde entonces ha vivido aquí siendo mi única compañía. Solía ser tan pequeño que podía tomarlo por la barriga y que sus patitas quedaran colgando fuera de mi mano. Ahora su hocico se ha llenado de canas y se ha vuelto mucho más menudo de lo que era hace unos años, pero su mirada sigue siendo de lo más expresiva. Además, creo que la ha pasado muy bien conmigo. Tenemos una rutina diaria ya establecida.

A su ritmo se va hacia la cocina mientras yo me siento en el borde de la cama y me desperezo antes de ir al baño. Conoce este lugar de memoria y no le afecta en nada que su vista sea escasa, pero siempre tengo un cuidado especial de no colocar nada en el camino que el recorre siempre. Hecho un vistazo para cerciorarme que el recorrido esta libre y voy a lavarme los dientes.

La cara que me devuelve la mirada en el espejo no me alienta para nada. Tengo una expresión deprimente, intento sonreír y como no me convence me meto los dedos en las mejillas y hago una mueca. Soy un idiota, ¿tal vez es por esto que aún no consigo a la chica indicada? Aunque la mayoría dice que les gustan los hombres que las hagan reír. No le doy muchas más vueltas a mi falta de popularidad y mis problemas amorosos, en este momento no tengo ningún interés particular en nadie. Hasta hace poco tuve el ojo en una camarera de un café, pero resulto tener pareja y me salvé por los pelos de pasar una vergüenza increíble al esperarla a la salida. Ken aún sigue riéndose de mí por eso.

Murata Ken es mi mejor amigo. Tuvimos una relación un tanto extraña desde la secundaria alta, fuimos compañeros de secundaria baja pero no éramos amigos en ese momento. Una vez intenté defenderlo de unos matones en el parque, él me abandonó y termine pagándola caro con mi cabeza dentro de un inodoro. Es una anécdota muy anti higiénica. Ese día pensé que Muraken era un mal agradecido y me había abandonado con sus problemas, pero le perdoné cuando volvió más tarde al sentirse culpable por dejarme. Desde ese momento comenzamos a entablar una relación más cercana y lo que termino de unirnos fue pasar varias vacaciones de verano trabajando juntos en el mar.

Termino de lavarme los dientes y recuerdo que debería tomarme un rato hoy para escribir un mail, mis memorias de secundaria me hicieron recordar otra amistad importante. En realidad, se trata de mi ex novia, Hashimoto Asami. Al igual que con Murata coincidimos en un curso durante la secundaria baja, no nos volvimos a ver hasta que tuvimos un reencuentro durante un festival. Nada muy romántico. No recuerdo exactamente como, pero más o menos desde ese momento ella se convirtió en mi novia. Creo que soy un poco lento para esas cosas, nunca aprendo, pero ella fue bastante insistente y paciente conmigo. Pasamos los siguientes dos años juntos, pero todo termino tras la ceremonia de graduación cuando Asami me dijo que se iba a Francia.

Y esa tal vez fue una de las decisiones más importantes de mi vida. Hay momentos en los que pareciera que frente de uno hay un camino y la nada delante, pero ese camino se separa y tienes que decidir entre dos direcciones. No hay vuelta atrás, ni tampoco puedes ver lo que te espera. Odio sentir eso, pero me ha tocado vivirlo varias veces. Además, creo que uno de mis grandes problemas existenciales es que no aprendo a vivir con mis decisiones. Ella nunca me pidió que la acompañara, ni tampoco me reprocho nada, pero creo que se dio cuenta que el hombre a su lado no la amaba lo suficiente. De hecho, creo que nunca la comprendí del todo. Ella era hermosa, refinada e inteligente; en cambio yo solo era un chico común sin nada interesante que ofrecer más que mi fanatismo por el béisbol. No me considero una persona horrible, físicamente hablando. Odiaría algún día verme fuera de forma y abandonado, así que soy cuidadoso con mi imagen. Troto por las mañanas, hago mis flexiones y abdominales y siempre mantengo mi cara afeitada. Creo que estoy bastante bien.

Hace poco vi una foto de ella, es una mujer muy hermosa. Me hizo feliz verla bien. Nuestra relación es únicamente por mail y son muy esporádicos, pero me siento en paz al tener noticias de ella aunque ya no forme parte de mi vida. Durante un tiempo tuve algunos conflictos con eso, no sabía que sentir respecto a nuestra relación a distancia, pero el tiempo lavó las dudas. La realidad es que no creo haber experimentado el amor verdadero en mi vida y creo tener suficiente tiempo aún para tomarlo con calma. El momento indicado llegará algún día. Por ahora me basta con P —mi mote cariñoso para Pochi, que ya está viejo para ese nombre de cachorro alegre— que me trae su platito en la boca como todas las mañanas. Lo deja a mis pies, se recuesta con el hocico sobre sus garras y me observa desde abajo.

—Muy bien P, es hora del desayuno —le digo alegre mientras coloco su ración mas las vitaminas extras en el plato. Me remuerde tener que dejarlo solo cuando me voy al trabajo, esta viejo y a veces siento que merece una compañía constante.

La hora pasa rápido. Apenas con tiempo para limpiar los restos del desayuno tengo que terminar de colocarme la corbata a las apuradas. Tomo el saco colgado junto a la puerta y me meto en los zapatos casi de un salto. Recuerdo que deje las llaves sobre la, así que me quito los zapatos otra vez, las busco y vuelvo a saltar en ellos. Espero que hoy no sea un día tan duro como los anteriores.
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Estoy llegando sobre la hora, pero como últimamente tengo una ley anti stress no me apresuro en pedalear. Me gusta ir al trabajo en bicicleta, no solo porque me mantiene en forma si no porque considero que un auto no es un gasto necesario en mi vida. Estoy ahorrando dinero sin planes específicos. Además de eso, me gusta sentir el viento sobre el rostro y la sensación de velocidad.

Me bajo de un salto unos metros antes del sostén del estacionamiento y encajo la bicicleta casi deteniéndola al instante. La rutina de todos los días hace que pueda mantener esos movimientos calculados a la perfección, ¿no me veo genial? Creo que ya estoy viejo para que las colegialas se fijen en mí y soy demasiado infantil para las mujeres maduras aunque me gusten. Desengancho el maletín y me apresuro a dar el rodeo para entrar al edificio por la parte delantera, al salir a la calle principal retomo a paso lento y relajado. No es por aparentar, pero prefiero esconder mi lado enérgico, soy de esos que en la oficina mantiene un perfil bajo. Nunca se me dio bien hablar con la gente o ser extrovertido. En especial con las chicas, para mi mala suerte.

A pesar de esto, tengo aspiraciones que van totalmente en contra de mi naturaleza tímida. Me sudan las manos cuando me pongo nervioso y a veces tartamudeo, pero yo también sueño con la sala grande de este edificio. En año nuevo recé al templo para dar a mi vida un giro. Necesitaba nuevas metas y expectativas más firmes, así que he comenzado a trabajar cada vez más en mis habilidades profesionales. Pero voy de a poco, las metas a corto plazo me mantienen motivado para continuar hacia lo grande. Hace tres meses decidí que intentaría aspirar a un proyecto más importante y hace dos conseguí un avance. Durante todo el último mes puse mi empeño en una presentación y si todo sale bien será la primera vez que enfrente un cliente en una reunión cara a cara.

Trabajamos aislados de los clientes porque la compañía no puede confiar en representantes inexpertos. Es necesario poner mucho esfuerzo para conseguir sobresalir en este lugar. No soy una estrella brillante, no tengo talentos de nacimiento en lo que se refiere a ser un hombre de negocios, ni tampoco tengo la confianza suficiente para embarcarme en algo demasiado grande. Las últimas dos semanas fueron muy difíciles, pero creo que estoy llegando a buen puerto.

La sala principal del edificio tiene un techo alto como el de las casa antiguas o los castillos, pero su decoración hace que tenga un ambiente totalmente diferente. Es como la de un hospital, toda blanca y sosa, pero con aroma a limpia piso de limón y flores silvestres. En cierta forma me gusta este ambiente, pero también me recuerda cuanto extraño las caminatas por el parque los fines de semana.

El ascensor esta por cerrar, me apresuro a sacar la tarjeta y pasar por el molinete automático, soy algo torpe y casi tiro mi maletín, pero hago uso mis reflejos de deportista para tomarlo en el aire. ¡Espero que nadie me viera haciendo el ridículo! Llego en el último segundo pero una persona se me cruza por delante y ocupa el último lugar. Lo veo frente a frente solo a unos centímetros de distancia, es un extranjero y su apariencia me sorprende bastante. ¡Es sumamente apuesto! Como un modelo de GAP que sale en las revistas. Sus cejas perfectas tienen una expresión rígida y sus ojos son de un verde intenso cristalino. Me observa serio mientras yo sigo atónito por culpa de su apariencia. ¿Sera un cliente? Intento recomponerme para no quedar como un maleducado, pero esta persona tuerce una sonrisa maliciosa. ¡Que engreído!

La puerta se cierra. Me quedo enojado pensando en que no me toque tratar nunca con un cliente como él, los pedantes son los peores. ¡Y eso que hasta aparentaba ser más joven que yo! Además, me enoja que me robara el lugar en el último momento, eso fue muy descortés de su parte. Pero admito que era un hombre hermoso, imagino porque siente justificado sentirse mejor que alguien como yo.

El segundo ascensor tarda mucho, comienzo a sentir los nervios en mi estómago. Creo que van a regañarme de nuevo, como decimos aquí: el dragón siempre vigila la puerta. No sé hace cuanto trabaja en la compañía el jefe de piso, pero al parecer su apodo lo acompaña desde siempre. No hay persona que no le diga así a sus espaldas y aunque no permite que se lo digan a la cara, se nota que siempre lo escucha y hasta parece orgulloso de ello.

Me deslizo por el pasillo con cautela aferrado a mi maletín, pero apenas me asomo al área principal escucho:

—Quince minutos tarde —la voz de mi jefe me aplasta y me encojo automáticamente. El dragón tiene un reloj dorado con el que vive contando el tiempo justo de todo. Solo levanta su vista para mirarme con esos ojos perturbadores enmarcados de bolsas y arrugas y me hace un gesto con la mano para que me vaya rápido. La vergüenza pública fue más leve que de costumbre, normalmente lo diría con fuerza para que retumbe en toda la sala. Tiene una voz poco agraciada, chillona y vibrante, pero potente.

Mi vista se posa en la figura junto a él. ¡Es el rubio del ascensor! ¡Esta en mi piso! Me mira con seriedad y se me suben los colores, siento el rostro caliente y eso me avergüenza aún más. Esperaba la sonrisa burlona de nuevo, pero él mantiene su cara de póker. Me voy directo a mi cubículo y me siento, intento mantener mi dignidad, pero tanta rectitud fingida queda peor. Aun debo estar sonrojado.

—Ahora que estamos todos —dijo el jefe de piso tras un silencio incómodo, me mira a los ojos y sé que aún me reprueba—. En el día de hoy se incorpora a nuestro equipo el señor Bielefeld Wolfram. Se ha transferido a Japón exclusivamente para tomar parte en el proyecto de Süss y desde este momento se hará cargo de…

Así que no era un cliente. Pero… ¿Süss? ¿Eh? ¡Ese es mi proyecto! La noticia me toma completamente por sorpresa. Esta es la propuesta por la que he estado trabajando tan duro las últimas semanas, lo tenía casi completo. ¡E incluso me lo han aprobado ayer mismo!

Ryuunaga-san —el jefe de piso— continúa hablando con su voz monótona sobre el proyecto pero no lo escucho. Mi mente divaga y fijo la mirada en el tipo rubio, me mira directo a los ojos y noto que sospecha por mi cara que aquí hay algún conflicto de intereses. Alza la nariz y me voltea el rostro. Amigo, veo que nuestro sentimiento es mutuo, no nos caemos para nada bien.
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Acabo de tener una reunión cordial en el despacho del dragón donde por más triste que fuera tuve que aceptar todo lo que me decían. A regañadientes, voy a entregarle todos los documentos que he preparado al nuevo representante. Estaba a un paso de la meta y siento como el trofeo se me escurre como agua entre los dedos. Un café no me vendría mal. Aunque es algo que me gusta estoy harto de pensar en café, siendo que este proyecto se trata de una nueva sucursal de cafeterías que se ha sembrado por varias localidades de Japón. Era un cliente menor hablando en términos generales para la compañía, pero una de las mejores oportunidades de este piso.

Me tomo media taza en la cocina sin apuro, bien caliente, justo como a mí me gusta. Y la vuelo a llenar antes de llévamela. No puedo evitar deprimirme, pienso si llamar a Muraken pero sé que no suele tener tiempo libre durante sus horas laborales. Él tiene su propia oficina y reuniones diarias ¡Incluso carga su celular entregado por la compañía todo el tiempo! También me da un poco de vergüenza tener que contarle que acabo de perder el proyecto del que he estado hablando como disco rayado. Decido llamar a mi padre, no para hablar del tema si no para cruzar algunas palabras sobre deportes que me alivian, y escuchar la voz de mi madre también es refrescante. Lo admito, aunque me he independizado soy una persona que disfruta de la familia. Además, hay que cuidar a los padres y estar en contacto.

Vuelvo a mi cubículo más calmado solo para encontrarme con la figura del nuevo junto a mi silla. ¿Hace cuánto está ahí parado esperando? No hacía falta que viniera a buscar las cosas inmediatamente. Se nota que el ambiente es algo tenso y mis compañeros me compadecen. El hombre, cuyo nombre no recuerdo, parece bastante irritado. Asumo que lleva aquí un rato. No tengo ganas de ser amable, pero pienso en que podría tener problemas si comenzamos con el pie izquierdo. ¿Tiene un cargo superior al de todos aquí?

Estaba por hablarle, pero ya que jamás lo escuche articular palabra, dudo sobre qué idioma debería usar. Me decido rápidamente por el inglés, aunque mi acento aun es gracioso mi nivel es fluido.

—Un placer, mi nombre es Shibuya Yuuri —me presento.

—Wolfram Bielefeld —es su única respuesta, tiene una voz profunda diferente a la que había imaginado y no me ayuda a confirmar qué idioma habla solo diciendo su nombre. Supongo que inglés está bien después de todo. Ha sonado cortante, pero yo solo he hecho una reverencia leve, mi presentación fue muy informal, así que le concederé esta.

—Has venido por los documentos —afirmé, no era necesario preguntarlo. Le extiendo el primer pilón de papeles que tengo sobre el escritorio. Apenas los mira mientras busco el resto en los cajones, me doy cuenta que subestima mi trabajo.

Puede que no hay estado bien haberme ido tanto tiempo de mi puesto, además de no tener nada preparado para entregarle, ¡pero me han avisado hoy! Lo estoy haciendo esperar mucho al no encontrar algunas partes de las primeras redacciones que he hecho. Pero tengo plena confianza en la propuesta que preparé, así que su desprecio me molesta y no puedo esconderlo. Le entrego el resto de documentos obviando el detalle de que aún hay una copia impresa que no encuentro. Estaba esperando que se vaya como llego, en silencio, pero en ese momento dijo algo más que su nombre.

—Gracias —fue su única palabra. Fue en un inglés claro pero parecía tener un acento que no distingo. Se alejó con su cabello dorado ondeando y la barbilla en alto. Tiene una gracia que es envidiable pese comportarse como un engreído.

Me siento descolocado, me han tirado abajo todo el plan de mi día. Decido que es hora de prender la computadora de escritorio y buscar ese documento restante para imprimirlo antes de que note que falta. Tras un rato lo encuentro y voy para la impresora. Mantengo una charla que no quería tener con algunos compañeros sobre el tema del proyecto. Siempre trato de estar al tanto de las novedades y ganar contactos de ser posible, pero la socialización no es mi fuerte. Si, lo sé, tengo bastantes problemas con estos cruces de identidades entre el Sr. empresario y el Sr. tímido. Estoy trabajando en ello.

Aunque no lo parezca el tiempo vuela, ya paso más de una hora desde que entregué todas las copias. Me han tenido que recordar otra vez el nombre del nuevo empleado, era Bielefeld, va a ser un poco más difícil de mantener en mente siendo extranjero. Aun no me queda claro de donde es suena Europeo. Bielefeld-san es aún un misterio. Descubrí que no tiene oficina, sino un cubículo como cualquiera, pero le ha tocado por pura suerte el de la planta junto al pasillo. Ya sé que no es la gran cosa, pero en un lugar donde los espacios de trabajo son todos iguales la planta es el ítem raro. Es algo triste sinceramente.

Al menos así será fácil de encontrar de ahora en más, si es que por alguna razón necesita seguir en contacto conmigo luego de despojarme de todo. Bielefeld-san no está sentado donde debería, la silla está vacía, pero mis papeles están ordenados en dos pilas, una de ellas contiene documentos garabateados encima. Me palpitan las venas de mis sienes. ¡Ese nariz parada ha escrachado mi trabajo! No me doy cuenta de que ha vuelto, no debo tener buena cara al girarme a verlo porque alza las cejas sorprendido pero al instante deja caer sus parpados como si no le importara mi enojo.

—Te he traído unos documentos que faltaban —le digo cortante. Cada vez que nos cruzamos hay algo de él que me molesta, creo que esto es el llamado rechazo de piel.

—Gracias, tendré que revisarlos luego. Primero necesito hablar contigo sobre algunos otros puntos. —Entiendo su inglés con claridad, es una mezcla de acento Británico y algo más tosco. Es imposible que no vengan a mi mente imágenes de Lores Ingleses estirados.

Este tipo de cabellos como el sol se ve tan atractivo como peligroso. Es fácil leer sus expresiones cuando las manifiesta, pero por momentos realmente dudo sobre que está pensando ya que su ceño fruncido solo enmarca sus hermosos ojos herméticos. Las preguntas que me hace son puntuales, parece estar esforzándose en ser cortés, pero se sobreentiende que no está conforme con lo que se le ha entregado para trabajar. Continúa subestimándome y yo continuo enojándome por ello.

Piensa en béisbol Yuuri. Cuando salga de aquí me internaré en la jaula de bateo. Logro responder todo con certeza, discutimos algunos detalles y la conversación resulta más fluida de lo que esperaba. Sus nuevas ideas no son malas, hasta me he enojado por no haberlas pensado antes, pero termina por aceptar las cosas como están planteadas en papel. Un mes de trabajo no podían presentar tantos agujeros como sospechaba. Por primera vez lo observo con una expresión más relajada desde que llego, ¿podría ser que todo este tiempo solo ha estado nervioso? Damos por finalizada la charla y me voy a sabiendas que seguirá subrayando notas sobre mis preciados papeles recién impresos.
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Suspiro y miro la hora, ¡quince minutos para el almuerzo! Acabo de notar que el piso estaba medio vacío, todos se han ido a comer. Reviso que la billetera y la tarjeta de acceso estén en mis bolsillos antes de caminar para la salida. Mi restaurante favorito es el que paso todas las mañanas con la bicicleta tras una bajada a una cuadra y media del edificio. Es tranquilo, un poco más lejos de los otros locales que a estas horas se encuentran abarrotados de oficinistas.

Me tomo mi tiempo para llegar y me detengo unos minutos para estirar los brazos. Una persona deportiva como yo en un trabajo como este suele sufrir mucho, aunque lo compenso bien con mi ritmo de vida fuera del trabajo. Hoy estoy más entumecido que de costumbre, no he estado durmiendo bien últimamente. Además, mi mente sigue en la luna intentando procesar los acontecimientos del día de hoy. No es bueno llorar sobre la leche derramada, así que para continuar con el día con más ánimos me daré el lujo de una comida completa estilo japonés. Soy un hombre moderado en gastos, prefiero comprar ingredientes y preparar las buenas comidas en casa y evitar la comida chatarra durante el almuerzo cuando como fuera.

Una de las cosas que hace este mi lugar favorito es que sirven menús tradicionales. Y pese a que hace años que vivo solo, mis habilidades culinarias no se comparan ni por asomo con una buena comida casera como las de mi madre. Aquí tampoco es igual, pero son mejores que las mías. Abro la puerta y suena la campana, las camareras me reconocen, soy un habitual. La decoración es simple y con paredes tapizadas en madera, eso lo vuele acogedor. Tiene un aspecto más antiguo que la edad que debe tener este local.

Noto que está más lleno que de costumbre, ya no me queda lugar en la barra, así que hoy no se dará mi charla casual con el cocinero. Las mesas cuádruples han sido separadas unos pocos centímetros para recibir a la mayoría de los clientes que han venido solos o de a dos personas; los grupos grandes son más comunes pero hoy no parece ser el caso. Me siento un poco mareado, al entrar el cambio de ambiente creo que no me ha sentado bien, ¿me estaré enfermando? Una de las chicas me hace una seña y me dirijo a la mesa libre, me ha tocado una de las que están casi pegadas a otra persona sola, pero no me fijo mucho en ella porque me distrae una mesa ruidosa detrás de mí. Me duele la cabeza para soportar barullo cuando preferiría tranquilidad, esto solo lo empeora.

A unos metros de mi lugar veo que la persona en la mesa contigua es conocida. Mi humor termina de arruinarse gracias a este hombre de ojos verdes tan apuesto pero igualmente desagradable. Bielefeld me reconoce y parece igual de feliz que yo, coincidimos en este lugar por pura suerte, apenas nos dedicamos una mirada para reconocernos. Ninguno de los dos parece sentir la obligación de saludarse. La pequeña separación con la mesa de al lado tendrá que ser suficiente para levantar una pared invisible entre ambos, no almorzaremos juntos. Por mi está bien, me afecta más el dolor de cabeza y el bullicio de la sala que su presencia. Y este mareo que aún no se me quita. No me cae bien, pero no tengo razones para odiarlo. No puedo culparlo sobre lo del proyecto ya que fue decisión de la empresa. Y por lo demás, me molesta que se comporte como un arrogante pero nunca me ha hecho algo malo.

No pude terminar de pensar sobre la situación cuando al sentarme perdí el equilibrio por el mareo y golpee mis rodillas contra la mesa. Al apoyarme con fuerza sobre ella la moví golpeando la de al lado también. Bielefeld exclama algo, pero no logro captar en que idioma, está claro que han sido maldiciones. Me fulmina con la mirada, creo que algo líquido se ha derramado sobre él porque se aleja de la mesa y abre las piernas para que deje de caerle encima.

—¿¡Qué acaso no puedes dejar de ser tan torpe, idiota?! —me dice enojado. ¡Vaya elección de palabras! Tengo ganas de responder pero no sé qué decirle, fue mi culpa pero como me enoja que sea descortés no le pido perdón. La camarera intenta ayudarlo pero se va irritado hacia el baño. Tardo unos segundos en decidir qué hacer, a veces maldigo el ser una persona con principios tan marcados.

—Disculpa —le digo a la camarera¬—, ¿podría reservar la mesa?

No necesito explicar más para que ella entienda que iré tras el otro cliente. Bielefeld está en el baño luchando con una mancha en su camisa blanca, no da mucha importancia a sus pantalones mojados aunque puedo ver la marca del agua sobre su color negro. No sé qué decirle exactamente y él tampoco me habla cuando nota mi presencia. Ofrecerle ayuda no me parece adecuado, no va a quedar bien que me ponga a limpiarle los pantalones a un tipo en el baño, pero siento la obligación de compensar mi error de alguna manera.

—Lo siento, no fue mi intención —le digo mientras busco en mi bolsillo la billetera—. Esto es para cubrir el gasto de la lavandería —le extiendo un par de billetes y él me mira.

Se queda pensando un momento, por primera vez me mira a los ojos. —Tendré que pagar más caro el no tener ropa para la reunión de mañana.

Me corre la cara y me deja con el dinero en la mano. Me indigno tanto que apretujo los billetes y los meto en el bolsillo junto con mi orgullo destrozado. ¡Nariz parada! El idiota temperamental me ignora el tiempo que me quedo. No estoy seguro de que realmente necesite mi dinero, ¡pero rechazar así mis disculpas no está bien! También dudo si él iba a pedirme o no que cubra la factura de la tintorería, pero eso ya no importa. Nunca se cómo comportarme con él, su apariencia me desconcierta, no me siento cómodo tratando con extranjeros.

¡Esto podría haber terminado en sonrisas, un apretón de manos y tal vez presentarnos de nuevo amigablemente! Seriamos amigos, podríamos ir a ver el futbol juntos… Estoy divagando, ni siquiera entiendo de futbol, yo soy 100% fan del béisbol. No hay oportunidades de amistad aquí, me quedare con la duda de como seria entablar relación con alguien que no es japonés. Vuelvo a mi mesa, ordeno el menú completo que más me ha gustado de la carta y nunca volvemos a hablar cuando Bielefeld vuelve a su lugar. Tienen una capacidad extraordinaria para ignorar a la gente.
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El resto de mi día ha pasado con tranquilidad. Estoy en el ínterin del pase entre proyectos, no creo que siga demasiado tiempo sin nada que hacer porque aquí no se aprecia a la gente que no justifica su sueldo. Pero mientras tengo tiempo libre puedo dedicarme a revisar algunas cosas personales, aunque no debería estar usando la internet de la empresa para esto no me siento culpable. Termino de completar un trámite bancario y decido revisar las últimas noticias de deportes cuando aparece el dragón a mis espaldas. ¡Qué mala suerte! Utilizo el atajo del teclado para desvanecer la ventana al instante, pero sé que la ha visto. Disimulo mientras él lo ignora aunque me mira severo como siempre. Ya hemos perdido la cuenta de las veces que me encuentra haciendo algo que no debería. ¿Qué opinión tendrá de mí a estas alturas?

—Shibuya-san, cambiará de oficina a partir de hoy. Necesito que comience a guardar sus cosas personales para la mudanza, la gente de service desk vendrá por su máquina en cualquier momento. Volveré para mostrarle su nuevo lugar en quince minutos.

Me deja solo y sorprendido. No es poco común cambiar de lugares de vez en cuando, pero hacia bastante tiempo que no tenía que hacerlo, solo he tenido mudanzas cuando hice cambios de área. Me siento un poquito nervioso guardando mis cosas mientras los demás me miran, es esa incomodidad al comparar esto con cuando eres despedido y metes todo a una caja antes de dejar el lugar. Me alivio un poco cuando desarman la computadora de escritorio y se la llevan. Me quedo un rato solo hasta que el dragón vuelve.

—Se avecinan algunos cambios grandes, espero que ponga todo su esfuerzo para estar a la altura de las expectativas. Tengo cuatro asignaciones nuevas para darle, no están relacionadas entre sí.

Se lo que eso significa, soy el comodín. Me he quedado sin puesto fijo así que cubriré los lugares donde falta alguien pero no podré involucrarme demasiado en ningún proyecto. No es lo que estoy buscando, lo que yo quiero es todo lo contrario, para poder avanzar necesito conseguir mi propio proyecto a largo plazo y mantenerlo. Pero no puedo decir nada, tengo que tomarlos hasta que se consiga otra cosa, ya he tenido charlas con Ryuunaga-san —el dragón— sobre esto. Él está al tanto de cuáles son mis planes respecto a mi carrera, seria descortés repetirlo, no subestimaré que está buscando algo para mí.

Estamos yendo hacia un apartado de los grandes, ¿podría ser que por fin dejare los cubículos? Me siento más emocionado al entrar al lugar. ¡Es enorme comparado con donde estaba! Parece una oficina propia, es demasiado. Me siento tan agradecido que podría abrazar al dragón, ¡y eso sería demasiado extraño! No veo mi computadora de escritorio vieja en ningún lado, solo hay dos computadoras portátiles sobre la mesa y junto a una de ellas están las cosas personales de alguien.

—Su nuevo lugar es ese —apunta donde esta la portátil sola, mi felicidad aumenta otro 50%—. Desde hoy esa será su nueva máquina, está encriptada, las contraseñas están en un papel dentro. Es necesario que las aprenda de memoria y no comparta la información con nadie. La llevará a todos lados. Al dejar la oficina sale con usted, tiene un número de serie que tiene que fichar al salir con seguridad.

Esto es una muy buena noticia. Cuantas más responsabilidades me den significa que más confianza en mí tienen. Agradezco con todo el entusiasmo que puedo.

—Le enviaré por email un itinerario. Hoy solo se encargará de configurar lo que necesite, mañana empieza su asignación oficial. A las 17hs tendremos una reunión en mi oficina para un vistazo general sobre todo.

Ryuunaga-san se despide y hago otra reverencia más profunda de lo normal porque realmente estoy muy agradecido. Él sale y entra Bielefeld. Nos miramos y nos quedamos helados por un momento.

—Olvide mencionarlo —interrumpe el dragón que ha vuelto, ya me imagino la noticia—, el otro puesto de esta oficina está ocupado por Bielefeld-san. Cuento con ustedes, trabajen duro.

Mi felicidad ha mermado. Bielefeld no dice nada, sostiene su taza de café y no se sienta, le da unos sorbos mientras me mira. Este tipo se comporta como si estuviera en su casa. Deja la taza y se me acerca, me extiende la mano y me lo quedo mirando.

Wolfram von Bielefeld —aunque me está dando la mano su actitud atacante no cambia, además parece algo aburrido de tener que entablar una relación cercana conmigo. ¡Deja de tratarme como si fuera una molestia! Estrecho su mano, tiene un apretón fuerte y firme, lo imito pensando en los buenos consejos de la vida empresarial. Los apretones deben darse con confianza; a mí me falta, a él parece que le sobra.

—Shibuya Yuuri —le digo ¡y espero que lo recuerde! Tomo una de mis tarjetas del bolsillo y se la extiendo con una leve reverencia como acostumbramos hacer aquí. Logro desconcertarlo, hasta ahora he estado siendo descortés para la forma que tenemos de manejarnos los japoneses. La toma y no me entrega ninguna, no parece tener tarjetas de presentación. No tarda mucho en leerla porque solo llevan mi nombre y un número de contacto además de los datos de la compañía.

Aquí finaliza nuestro tercer encuentro. Me alegra ver que tan solo me ignora, mientras se mantenga así no será un compañero de espacio molesto. De esa forma podré dedicarme a revisar mi nuevo equipo y atender mis reuniones. De hoy en adelante tengo que afrontar muchos cambios y me pregunto si estaré a la altura de las expectativas. Lo último que quiero hacer es preocuparme por este tipo.
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Ayer casi rompo la jaula de bateo. Bueno, no tanto como romperla, pero creo que se entiende a lo que me refiero. Necesitaba un buen desahogo, ahora puedo dejar ir el resentimiento por el tema de la presentación y comenzar un nuevo plan de batalla.

Mi día está pasando acelerado entre reuniones por teléfono y cadenas de emails a las cuales aún no me acostumbro. La mitad de ellos no requieren particularmente mi atención, pero me aseguro de leerlos y entender de qué están hablando. Resulta difícil concentrarse en algo puntual cuando tengo que mantener la atención dispersa entre tantas cosas totalmente distintas.

Las primeras tres reuniones en el día fueron para escuchar comentarios sobre dos de los proyectos más simples, presentarme con el resto del equipo y ponerme al servicio de ellos. Pero la última que estoy atendiendo se ha alargado y es bastante ruidosa; me refiero a que estoy exhausto de hablar. Hace casi una hora y meda que tengo que escuchar sobre puros problemas y he terminado mediando en algunos de ellos ya que por alguna razón no hay nadie que quiera hacerse cargo. No tengo ni un día en esto y ya recae sobre mí la responsabilidad de aclarar cosas que leo sobre la marcha en un comunicado.

Mi extrema actividad molesta a mi compañero de piso. Este ángel temperamental se ha hartado de mí a la media hora y me envía miradas fulminantes sobre la pantalla de su portátil. Nuestra mesa parece lista para una partida de batalla naval, nos enfrentamos con unos cuantos metros de separaciones entre nuestras computadoras a cada lado de la mesa. La distancia no es suficiente como para evitar que mi charla constante haya terminado por hartarlo. ¡No puedo evitarlo amigo, yo también voto a favor por callarme! Espero que esto no dure mucho más.

Creo que él no ha tenido un buen día tampoco, por su actitud y lo poco que sé sobre lo que está trabajando —pese a que antes era mi propio proyecto— no debe de haber ido del todo bien la presentación que ha tenido por la mañana. No pude notar la mancha de comida de la otra noche en su camisa, pero recuerdo lo enojado que estaba ayer por eso. Si planeaba usar esa camisa para hoy, entonces comprendo porque se puso tan nervioso.
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Mi semana pasa a un ritmo inusualmente acelerado y me desenvuelvo lo mejor que puedo, pero no me gusta el rumbo que están tomando las cosas. Si no tengo un breve descanso pronto voy a colapsar por carga de trabajo, no puedo concentrarme en tantas cosas a la vez. Hoy estoy especialmente irritable y para sumar la gota que rebalsa el vaso observo como Bielefeld toma mi tasa y sale de la oficina. Trato de no darle demasiada importanca, pero me molesta que usen mis cosas.

Mi problema con su actitud va sumando casos, en los días subsiguientes nunca encuentro a mano los objetos de uso cotidiano que son compartidos. Lapiceras, anotadores, clips. Si yo lo pongo en un lugar, espero encontrarlo en ese lugar luego, pero en cambio tengo que dar vueltas para encontrarlo en otro lugar que nunca hubiera imaginado. ¡No es lo mismo que cuando tenía mi cajonera propia! Esta mesa no tiene espacios para guardar cosas debajo y me he encontrado varias veces manoteando el aire por costumbre.

Está usando mi taza blanca de nuevo. Esta debe ser la décima vez esta semana. Estaba pensando en hacer café y tomarme cinco minutos para descansar la vista. Me levanto y voy del otro lado de la mesa.

—Disculpa —le interrumpo y levanta la vista, no sé bien que es lo que voy a decirle—. Esa es mi taza, no es que quiera que termines ya mismo, ¿pero cuando lo hagas podrías por favor lavarla y devolvérmela?

Soy un poco más tímido de lo que me gustaría, pero no puedo evitarlo. Nunca he sido de los que buscan pelea, si no de los que explotan en situaciones especiales.

—No lo es —dice y me ignora.

Me sorprendo y dudo un momento. —¿Cómo? —pregunto sin entender.

Sus ojos son verdes y profundos como el fondo de un lago, pero me pongo firme. Él arquea una ceja y me observa receloso. —No lo es, esta taza es la mía —dice únicamente y da el asunto por terminado.

Parece que está convencido de ello, pero estoy completamente seguro de que esa es la mía. Deja de mirarme de nuevo para volver la vista a la computadora, no me gusta que me ignore. —La reconozco, es mi taza.

—No. No lo es. —¡Pero qué tipo caprichoso!

—Pues estás equivocado, estoy seguro que esa es la taza que siempre he tenido, incluso antes de venir a este lugar.

La atmosfera se ha puesto tan tensa que se podría cortar con un cuchillo.

—Mira, estoy ocupado, no puedo ponerme a discutir contigo. ¡Te digo que esta es mi taza!

No pienso dar el brazo a torcer. —No, es mía y quiero que me la devuelvas —intento no levantar la voz.

Me mira y veo en sus ojos que se ha enfurecido pero está conteniéndose. Su hermoso rostro tiene un par de arrugas en el entre cejo. —¡Bien! —alza la voz—, si tanto la quieres ¡pues tómala!

La taza se estampa con ruido sordo sobre la mesa y la arrastra hacia donde me encuentro. No sé si me siento contento de haber ganado, en realidad no ha dado el brazo a torcer nunca. ¡Esta insinuando que no tengo razón y me la da solo porque me considera molesto! Me quedo con mis pensamientos ya que tengo miedo de perder el control si respondo.

Vuelvo a mi lado con mi taza, pero ya no tengo ganas de tomar el café. La dejo a un lado y vuelvo al trabajo sin poder descargar la bronca con nada. No puedo dejar de darle vueltas a la discusión por largo rato aunque me esfuerzo.
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La planta que compartimos en este despacho está del lado de él esta mañana. ¿Está tratando de enviarme algún tipo de mensaje?

Al día siguiente me encuentro solo por la mañana, así que la corro hasta el medio, no me vence y la coloco de mi lado. Cuando llega puedo notar que se da cuenta y no le ha gustado. Me siento satisfecho.
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Bielefeld ha aparecido con una taza nueva, es de color rojo furioso. Me siento profundamente avergonzado porque hoy he puesto la planta de mi lado de nuevo, pero también me he dado cuenta de que la taza blanca… no era la mía. Tenía pegada una etiqueta con el precio y la marca de un local de variedades en la parte de abajo. Era una taza blanca lisa recién comprada. Creo que la mía pudo terminar en la cocina y en estos momentos podría tenerla cualquier otra persona del piso siendo tan genérica.

Me siento fatal y no sé qué hacer, no me da la cara para ir a disculparme. Sí, soy así de orgulloso. No vuelvo a usarla. Eventualmente desaparece por obra de las chicas de limpieza entre un día y otro.

Me di cuenta que él lo ha notado, pero no ha dicho nada. Odio que pueda sentirse superior a mí con razón sabiendo que ha ganado.
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El ambiente laboral es malo. Si sumamos eso a que por alguna razón he terminado tomando control de los problemas del proyecto más complicado y tengo que ser yo quien da la cara con el cliente, me siento desdichado. Solo uno de mis trabajos está saliendo como lo esperado. El resto ha sido rechazado puntillosamente cada una de las veces que se ha enviado y la comunicación empeora con cada mensaje. Puedo leer entre líneas que no están conformes, las respuestas son tardías, incompletas y poco amables.

Las reuniones por teléfono son aún peores, me cuesta cada vez más coordinar respuestas corteses al instante, es distinto a cuando puedo escribirlas y revisarlas varias veces antes de enviarlas.

La planta está de su lado de nuevo pero ya no tengo el valor de pelearla después de mi gran estupidez. Esta es otra batalla perdida para la lista, pero no tengo tiempo de continuar preocupando por eso, después de todo yo no soy el tipo de persona que suele buscar pelea de nada. Este tipo saca lo peor de mí y eso no me gusta, he decido cambiar mi actitud por completo y concentrarme en lo que realmente importa. Llevo días estresado, los dolores de cabeza son constantes y no dejo de apretarme las sienes todo el tiempo. La presión se está volviendo demasiada y solo me sirve para acumular más errores.

Necesito un café con urgencia, estoy cansado y mi batería interna no me durara mucho más tiempo. Ha pasado la hora del almuerzo y no he dejado nunca esta silla. Ya no puedo inventar justificaciones ni redibujar los resultados, me hundo como el titanic y ninguno de los otros está aportando nada al teléfono. Hasta preferiría que no interrumpan, porque a veces cuando alguno habla es como si marcara un tanto en contra en el partido. ¿No hay ni remotas posibilidades de un home run sorpresa, verdad?

Mi boca seca reclama una taza de café de nuevo. Miro la planta y deseo que esta oficina fuera solo mía, pero se que es demasiado pedir. Que cosas tan simples me harían feliz justo ahora. También añoro una ventana, el cielo, aire fresco y media hora para mí.

Me siento observado, Bielefeld sabe que sea lo que sea que estoy haciendo dicho proyecto se prende fuego. Recuerdo esa forma burlona de sonreír que tenía la primera vez que lo vi. Pero aunque yo esperaba que se me sintiera feliz con mi desgracia él no se burla, siempre está serio y condescendiente, no puedo leer el significado de sus miradas.

Creo que aún debe molestarle que no pare de hablar día tras día durante horas, aunque parece haberse acostumbrado a ignorarme y la mayoría del tiempo lleva puestos los auriculares. Debo agradecer que nunca ha coincidido una de sus reuniones al teléfono con las mías. Ahora que lo noto, ha tenido pocas y presiento que no le va tan bien como imaginaba, ¿me pregunto si su cliente será uno de los difíciles también? Mi mirada se encuentra con la suya cuando se levanta y va hacia la puerta, mueve los labios y logro leer las palabras con un poco de esfuerzo:

¿Quieres un café?

¡No puedo creerlo! Le digo que si con la cabeza mientras continuo hablando. No puedo sacar de mi imaginación la bebida caliente revitalizadora, a los cinco minutos vuelve con ella y no puedo poner una expresión más agradecida que esta. No le da importancia al asunto y solo la deja en mi escritorio, no es tan simpático como hubiera esperado pero sigue siendo un gesto amable. Vuelve a su asiento en silencio.

Sinceramente no sé qué decir, o que penar. Me tomo los primeros sorbos del café con ganas colocando el micrófono en silencio. Lo estoy mirando pero tardamos un rato en coincidir la mirada.

—Gracias —es lo único que se me ocurre decirle, ¡pero es un gracias muy grande!

—No hay por qué —responde con voz tranquila.

La sorpresa de hoy no ha sido un home run con el cliente, si no la actitud del hermoso y mortífero compañero de piso que tengo.
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La planta está en el medio de la habitación.

Ni Bielefeld ni su portátil están en la sala y no aparece en casi todo el día. Cuando vuelve es entrada la tarde luego del almuerzo, se ve decaído y muy pálido. Creo que es de los que tienen la presión baja. Su apariencia es más etérea de este modo, su piel me impresiona, es tan blanca como la nieve y acentúa más el dorado de su cabello. Seguramente de niño solo le faltaban un par de alas para ser un querubín regordete.

Dejo de fantasear y me apiado de su apariencia. Está intentando comer solo un sándwich mientras no para de revisar papeles y se desespera. Parece una persona muy temperamental. Comienzo a pensar si hay alguna manera de devolver el favor del otro día, pero no se me ocurre como. Tengo en la mesa un pastelillo dulce con crema. ¿Sera de comer dulces? Lo primero que asumo es que no, si fuese una chica apostaría todo a que sí, ¿pero lo que vale es la intención, verdad?

Voy a su lado, él ya está al teléfono y levanta un dedo para pedirme que espere. Apenas puede, pone el micrófono en silencio. —¿Qué sucede?

—No voy a comerlo y parece que te has saltado el almuerzo, puedes quedártelo si quieres.

Observa el pastelillo y me emociona un poco ver una expresión de él que no conozco. Se sorprende y no parece saber cómo reaccionar.

—Sí, gracias —dice en un tono de voz bajo. Me siento tentado de sonreír pero no lo hago porque aun parece desconcertado, no parece saber cómo actuar ante el gesto amable de un desconocido. Me doy cuenta de que no conozco para nada a este hombre y me genera algo de curiosidad como se comportaría en confianza.
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Hoy es un día lluvioso, con lo que he ahorrado al no salir a comer debería haberme pagado un taxi esta mañana en vez de venir con el piloto en bicicleta. Me siento pegajoso por la humedad y mis pies están helados. Soy de tener una buena resistencia, pero no me extrañaría encontrare estornudando mañana por la mañana.

Me arrepiento de haberme sentado junto al ventanal en la cafetería, el vidrio empañado despide un aura fría. Lo único que compensa esto es el ambiente cargado de calor humano ya que todos estamos aquí dentro para no enfrentar el torrencial que cae afuera. Ha estado lloviendo con fuerza desde hace una hora y la cantidad de agua no merma. Hay pequeños grupos tomando café de pie y charlando en varios lugares de la sala.

Aunque es una compañía que suele acoger varios extranjeros somos casi todos japoneses, así que el farol amarillo en medio de la marea de cabellos negros es inconfundible. Últimamente me siento más intrigado por mi compañero, tenemos diferencias culturales abismales y diferencias aún más abismales entre nuestras personalidades. Me considero un tipo normal, aficionado al deporte y algo tímido. En tanto él no solo me resulta inentendible por ser de un país a un vuelo de avión con escala, si no por lo hermético e inaccesible que resulta ser. A pesar de que me sigue pareciendo un ángel con un temperamento de mierda, siento que nuestra relación ha mejorado bastante.

Lo observo discretamente mientras da vueltas por la sala y saca un café de la máquina. Una vez consigue su almuerzo se dirige hacia la zona donde estoy yo, pero no esperaba que realmente se acercara a mi mesa cuando hay otras libres. No parece del todo seguro, pero entiendo que le incomoda menos compartir lugar con alguien que conoce que con el resto de los grupos ya formados. ¿Me pregunto qué clase de impresión estoy dando aquí sentado solo?

—¿Está ocupado? —me pregunta.

—No, no estoy esperando a nadie.

Asiente aunque no parece feliz, ¿es eso acaso timidez? No lo creo, ya que no puedo esperar algo así de quien insulta y anda con la nariz parada por la vida como si nada. Ya no lo odio, no exactamente, pero no quita que aún no confió en él.

Aun así, cuando el ambiente se pone tenso y nos miramos sin saber que hacer decido empezar una pequeña conversación.

—¿Qué tal está la comida de la cafetería de hoy?

—Normal, supongo —me responde sin dejarme pie para continuar. Pero veo que observa mi caja de almuerzo. Aún no he podido juntarme con Muraken —mi mejor amigo— a charlar en estos días, así que estoy un tanto hablador.

—¿Has probado alguna vez un bentou? —niega con la cabeza y me deja continuar hablando mientras come—. Deberías al menos probar los de algún konbini, o las casas especializadas. Aunque los caseros son muchísimo mejores.

—¿Lo ha hecho tu esposa? —me pregunta mirando mi bentou. Creo que me he puesto un poco rojo.

—No, no estoy casado — ¡Ni siquiera tengo una linda novia que los prepare! Si tan solo el supiera, los bentou hechos por las manos de una mujer son otra cosa, el mío esta gritando soltero por todos lados. Me deprimo un poco.

Dejamos de hablar y el momento incomodo de silencio pasa rápido. Me entretengo con mi comida y ya que lo tengo justo en frente me dedico a observar cómo se comporta. Ya ha quedado claro que soy algo reservado, así que está en mi naturaleza ser más callado y observador que amistoso. Eso no parece molestarle para nada, se ve cómodo y en su propio mundo a pesar de que tiene compañía. Maneja los palillos con destreza, pero se nota que a veces esta inseguro e imita lo que observa que hacemos el resto. Tiene ojos curiosos y parece evaluar lo que hacen todos. Me pongo un momento en su lugar y comprendo que yo también me sentiría así al no saber las costumbres de la gente de un lugar que no conozco. Si fuera yo el que estuviera en otro país me sentiría como el sapo de otro pozo.

Está comiendo un postre lleno de crema como si nada. Hace mucho que no como algo como eso, no es de mi agrado y puedo recordar el sabor empalagoso solo de verlo.
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El tiempo ha pasado volando, estamos entrando en la segunda semana del final del cuatrimestre, eso es más de mes y medio desde mi rotación. Me desperezo exageradamente y bostezo mientras espero que el café termine de caer en la cafetera. Tengo dos tazas listas, una blanca casi sin azúcar y una roja con demasiada para mi gusto.

La rutina básica estipula que nos turnamos para llevar el café a la sala, es un acuerdo mutuo que simplemente sucedió. Es lo mismo que con los almuerzos, recuerdo que en algún momento uno de nosotros pregunto: ¿has traído comida? y desde entonces se ha vuelto la frase de cabecera para marcar el receso para la comida.

La planta sigue en el medio de la sala y las tazas se sirven en el medio de la mesa. El resto de nuestras cosas esta prolijamente dividido de un lado o del otro. El ambiente de la habitación ha cambiado completamente, esto ya no es un campo de batalla. No al menos entre los habitantes del lugar, las batallas son diarias y a todas horas con nuestros clientes. No hablamos mucho sobre que hacemos en el trabajo, pero por lo poco que nos hemos enterado de algún detalle llegamos al mutuo entendimiento.

He tenido algunos pequeños desahogos, y estas rutinas amigables me han ayudado a mejorar mi humor en general. Bielefeld ha dejado de comportarse demasiado arrogante y yo he dejado de ser demasiado temperamental.

Muraken apenas ha respondido a mis llamadas, así que continúo mi vida sin él sin preocuparme demasiado. Por su último mensaje dudo que siquiera este en el país, cosa que es habitual para una de las brillantes mentes de Japón. A diferencia mía, mi mejor amigo es hijo único de una familia de profesionales, un prodigio que sabe desenvolverse solo mucho mejor que yo. Él es fan del futbol y yo del béisbol. Con tantas diferencias no sé cómo ha progresado nuestra amistad, pero aquí estamos. ¡Cuando vuelva tendrá que invitarme una comida completa como pago por su desaparición!

Cuando otro con las dos tazas Bielefeld me está esperando.

—He conseguido el email que me has pedido —me dice orgulloso. ¡Ahí está su arrogancia buena! Es fácil adivinar cuando algo le sale bien ya que se refleja al instante en sus actitudes.

Tomamos el café mientras me anota en una pegatina el contacto y me habla sobre esta persona, parece que él podría darme una mano con unos inconvenientes que tengo en uno de los proyectos. Sigo en el rol de líder inevitablemente, aunque aún no cobro un sueldo acorde a mis nuevas obligaciones. Es algo que apunto en mi lista mental para discutir antes de fin de mes.

Nuestro tema de conversación cambia radicalmente cando mi compañero me pregunta de la nada: — ¿Cuál konbini crees que es mejor?

—Family Mart definitivamente —respondo.

—Es donde he estado comprando.

—Bueno, es de los más comunes de encontrar y el más popular sin duda. Sus precios son buenos, y como su nombre lo indica, konbini: conveniente.

Su boca forma una pequeña O. Creo que recién ha hecho la relación de palabras y comprendido su significado.

Tiene la costumbre de hacer preguntas que me resultan tontas y tengo que ponerme en sus zapatos para comprender que este país es como un mundo nuevo para él. Nunca he tenido el valor de preguntarle exactamente de donde viene, o hace cuanto tiempo que está aquí. Me cuesta concentrarme en mi trabajo cuando cada cual vuelve a lo suyo. Pese a que nos estamos llevando bastante bien laboralmente y como compañeros de sala, hay algo que aún me molesta mucho. Es el hecho de que me observa.

A toda hora puedo notar que analiza mis movimientos, que hago y que no. Parece ser una costumbre, tiene esta actitud con todo el mundo. He escuchado los comentarios de otros del piso y ellos también lo notan, sus opiniones no están lejos de las que yo siempre tuve desde que nos conocimos. Nariz parada y su actitud observadora empeora los aires de superioridad que suele darse. Creo que tal vez les vendría bien conocerlo un poco mejor, pero con una apariencia igual de bella que intimidante las únicas que se han atrevido a hablarle son algunas mujeres valientes de otros pisos. Tengo que admitir que me caía mal también por eso, no puedo dejar de envidiar su popularidad. ¡Que nos queda al resto de los hombres promedio con él aquí!

No lo soporto más y tengo que decir algo. —Disculpa, ¿puedes dejar de observarme? Es sumamente incómodo y además muy descortés.

Oh, no, he calculado muy mal mi tono. No esperaba ser tan desagradable. Esperaba su clásico exabrupto y una respuesta explosiva, pero está sorprendido y ¿algo avergonzado?

—Lo siento —se disculpa y parece querer explicar algo, pero no vuelve a abrir la boca.

¿Está tratando de acercarse a mí pero no sabe cómo? ¿Es por eso que me mira? Ahora me siento un poco culpable por haberle recriminado.
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Es un día fresco, estamos entrando en invierno y he salido a correr con poca ropa. Mi campera sin mangas tendrá que ser reemplazada por una de mangas largas hoy mismo.

Troto por el parque como es normal en mi rutina. Para llegar aquí tengo que correr tres kilómetros desde casa, parece mucho pero en realidad es una rutina que me resulta ligera y relajante. La canción en mi MP3 cambia a uno de mis temas favoritos del momento y me detengo un momento a hacer mis estiramientos en una zona con más gente.

No me doy cuenta hasta terminar que a unos diez metros de mí esta Bielefeld sentado en una banca. Es inconfundible porque lleva el mismo traje de todos los días, me extraña que le guste usarlo fuera de la oficina pero no hay duda de que ese estilo le sienta bien. Esta solo y no me ha notado, supongo que mi ropa normal no llama para nada la atención. Pero igualmente decido evitar un posible contacto visual y dejo de mirarlo. Doy vuelta y me encamino para casa.

Siempre hago la misma rutina y jamás nos hemos cruzado, me pregunto si vive cerca. Parecía solitario. Creo que estoy tratando de asumir cosas de las cuales no sé nada así que dejo de especular, no conozco ningún detalle de su vida para suponer que está solo. Dejo de pensar si volver y hablarle seria lo correcto, aquí nadie necesita de mi lastima.
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El día siguiente trae consigo una noticia sorprendente. Estoy teniendo una charla con las primeras indicaciones sobre el proyecto de la cafetería. Si, ese proyecto que me han quitado. ¡Ha vuelto a mis manos! Bueno, casi. El gerente de proyectos está explicando nuestras nuevas obligaciones mientras el dragón vuelve a entrar a la oficina con una serie de copias.

—Esperamos mucho de ambos, este es un contrato importante para la empresa que necesitamos mantener y volver un oficial a futuro.

—Por supuesto, cuenten con mi trabajo —respondo a la manera japonesa con una reverencia y efusividad. Es importante enmarcar el esfuerzo que uno pone a su trabajo. Bielefeld me mira intrigado y no está seguro que hacer.

—Shibuya-san también contamos con usted para guiar a su compañero con los puntos que hemos hablado antes.

Somos una empresa que ofrece servicios tercerizados, así que las renovaciones delos contratos son importantes y para lograrlas hay que mantener a la gente contenta con nuestro trabajo. Hoy me he enterado que, quien de hoy en adelante será mi socio en esto, ha fallado en las relaciones de negocios debido a algunas diferencias culturales. No necesito atar muchos cabos para comprender que hago aquí, ¡lo que importa es que estoy de nuevo en el ruedo!

Nos quedamos solos y como ya no me siento tan inferior a Bielefeld, al menos laboralmente hablando, decido comportarme un poco más japonés con él para entrar en el tema que más tendremos que trabajar internamente.

—Bielefeld-san —le llamo—, ¡cuento con tu trabajo! —digo fuerte y claro y hago mi reverencia. Él se queda mirándome y luego agacha la cabeza un poco. —Como esperaba. No tienes una respuesta rápida, tu reverencia es bastante mala y no genera confianza.

—¡¿Ya me estas analizando?! —me reprocha abochornado.

Ha pasado suficiente vergüenza durante esta reunión cuando me han explicado todo, pero no puedo evitar reírme de él.

—Además, puedes llamarme Wolfram. Después de todo ahora comenzaremos a trabajar juntos.

¡Eso es algo que deberías decir con una sonrisa y no con cara de estar esforzando! ¿De verdad puedo usar su nombre de pila? Al ser un nombre extranjero se siente diferente, pero no hay duda de que es un paso a volvernos más cercanos. Mi curiosidad va en aumento.

—Puedes llamarme Yuuri —contesto cordial.

—Yuuri —repite. Sin honoríficos. Con él ya son cuatro personas que me llaman de esa manera: Muraken, mi hermano, mi padre y Wolfram.

Tengo 33 años pero mi madre aún me llama Yuu-chan a veces o Yuu a secas. Le ha pegado la costumbre de Yuu a mi padre también con los años. Shouri es más estricto, al menos en las apariencias, y ha dejado de llamarme así hasta en la intimidad y pasado a usar mi nombre completo. Igualmente su tono informal cuando no está en modo político puede llegar a ser igual de molesto que sus antiguos Yuu-chan.
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He tenido un solo problema con recuperar mi proyecto anterior. No me malentiendan, estoy que salto de alegría, pero aún queda una semana completa donde no puedo dejar mis otras obligaciones. Por el momento esto solo suma una cosa más a mi lista de responsabilidades por las cuales preocuparme.

Wolfram está al tanto de todo lo que hay que hacer. He confirmado que su único problema es que no entiende lo que es ser un japonés. Mi única obligación por el momento es encargarme de liderar al teléfono con la parte del cliente que trabaja en este país. No he tenido problemas con él aceptando mi liderazgo, pero no hemos llegado a un punto donde marquemos exactamente quién es el superior de quien aquí. A nuestro modo estamos manteniendo una postura neutral, aunque suele ser terco en aceptar los cambios que propongo sobre sus planes. Eso aún no resulta un problema pero podría serlo.

Mi confianza ha aumentado. Puedo sentirme mejor respecto a este hombre que siempre considere como un superior en algunos aspectos. Las apariencias no reflejaban tanto la realidad como esperaba, me he dejado llevar por sus apariencias. Pero no estoy dejando mi ego volar, Wolfram me cae más simpático así que intento tratar con delicadeza el tema de que lo han regañado. Tampoco quiero herir su orgullo recalcando sus fallos, eso no crearía una buena relación de equipo. ¡Con lo que nos hemos esforzado en llevarnos bien! Me alegra ver que él también pone su granito de arena.

Respetarnos es bueno, me ayuda a salir de apuros hasta que finaliza mi asignación en los otros de proyectos. Wolfram me ha salvado un par de veces cuando me he olvidado detalles importantes o me he perdido en las conversaciones. Y por el momento he notado que su relación con los clientes no es tan mala como lo esperaba. Es más, su relación con los clientes internacionales es mejor que la que cualquiera de aquí podría tener.

Me siento un poco acosador, ahora soy yo quien lo observa. He llegado a comprender porque él lo hacía conmigo, es increíble lo que se puede llegar a aprender solo con mirar cómo se comporta otra persona. Durante las llamadas estamos solos en la sala y no usamos webcam, así que al único al que puedo ver cara a cara es a Wolfram.

He conocido muchas nuevas expresiones de él y puedo decir que es una persona tranquila y sabe lo que hace. Tiene la seguridad necesaria para liderar, pero la predisposición para aceptar trabajo delegado. Aunque esto último va un poco en contra de su personalidad caprichosa por naturaleza. Es versátil y más considerado de lo que esperaba. Siempre y cuando se trate del trabajo y el café, por lo demás no es una persona servicial para nada. Tampoco suele tener paciencia o ser excesivamente amable si no encuentra beneficio en ello, lo he visto ser crudo con otra gente del piso si se han puesto molestos. Además, no es para nada un adulador. Su sonrisa los atrae, pero su fuego interior los quema si se enfada. Creo que comprendo mucho mejor la forma en que piensa, se parece bastante a mí en lo temperamental y explosivo.

Nuestro trabajo trata de una cafetería Alemana que abre sucursales en Japón. ¡Esta es la alianza Alemania-Japón! Pero no, no vamos a ninguna guerra, solo apuntamos para el éxito.
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Es el último día del cuatrimestre. Es increíble todas las cosas que han pasado, hace cuatro meses que la tormenta dorada —Wolfram— arraso en la oficina y me dejo patas arriba. Ahora todo está bien, estoy tranquilo porque no solo recuperé mi proyecto, sino que he participado en cuatro otros con muy buenos comentarios por parte de clientes y compañeros. Se avecinan tiempos tranquilos.

O eso es lo que creía.

Wolfram entra y me hace un gesto de alerta. El dragón llega detrás de él y me levanto para recibirlo de un golpe. ¡Me ha visto holgazaneando en la silla mientras jugaba con las pegatinas! ¿Por qué siempre me toca que me vea haciendo estupideces? Por suerte me reprocha con la mirada pero lo deja pasar como todas las veces.

Se aclara la garganta e ignora mi cara sonrojada. —Tengo buenas noticias —dice, pero no me pone demasiado contento—. El lunes tendrán una reunión con los administradores de la primera sucursal de Süus. Es una inauguración, así que preparen ropa acorde a la ocasión. La estadía incluye todos los gastos y la estadía. También habrá una reunión nocturna de coctel.

Nuestra sorpresa es mutua. Sonreímos pero algo no está bien.

—¡Es una noticia excelente! —Exclamo— Pero el lunes, ¿qué lunes?

El viejo me mira como si hubiera estado esperado que alguno de los dos cuestionara los detalles. —El lunes es este lunes.

—¡¿Este lunes?! —se sorprende Wolfram.

Saco cuentas mentales, sabemos que la primera sucursal está en Hokkaido y nosotros estamos en Tokyo…

—Tienen que retirar los pasajes hoy, el domingo por la noche abordan el avión para llegar en el día. Pasarán la noche de ese día, y la del lunes allá. Regresan el martes a primera hora.

Estamos procesando la idea mientras escuchamos los detalles. Necesito pensar en la ropa, algo de dinero aunque no me gustaría gastar nada, pero si voy de viaje y no vuelvo con regalos mi madre me matará. ¡El perro! No tengo con quien dejar a P más que mis padres, que es lo primero que me viene a la mente. Pero no les he avisado, y como voy a llevarlo hasta allá.

El fin de semana tendrá que ser suficiente para arreglar todo lo necesario. Mi primer viaje de negocios lejos será dentro del país. ¡Estoy tan nervioso como excitado!
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Continuará…

 


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