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Hado por AkiraHilar

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Notas del fanfic:

Razón: Mi primera vez  
Dedicatoria: Para daga saar. Porque me encanta el Afrodita que ha roleado, porque me hizo pensar en esta pareja crack que jamás se me habría pasado y por decir tantas cosas lindas de mi Albiore. ¡Gracias! ¡Espero que te guste!
Comentarios adicionales: Tiene algunas referencias del canon totalmente justificables. Este escrito no toma a ND en cuenta.

Notas del capitulo:

Afrodita se muda tras una relación intensa, hasta una residencia de pequeñas casas donde tiene por vecino a un hombre que no puede dejar de ver.

Cortó la llamada con un movimiento frenético y el brazo temblando con evidente conmoción atrapada. Su mandíbula se había atascado, el rictus de su rostro endurecía su mirada y los rasgos más bien dulces perdían suavidad con el paso de los segundos. Dolía. Maldición que dolía. Afrodita contenía la tormenta tras sus ojos, tras haber dado por acabada una relación de dos años. Pero su orgullo era más, oh sí. Su orgullo era del tamaño del Everest. Y las mentiras de Saga ya sabían tan insípida que no eran capaces de retenerlo.

Masculló una maldición y soltó la bocina con clara intención de dejar con ello todo atrás. Atrapó de su chaqueta la caja de cigarros, y sin preámbulo alguno, encendió uno de ellos para pasarlo por sus labios y sorber la tan necesitada nicotina. Cerró los ojos sintiendo vibrar cada membrana  de su cuerpo, conteniendo una explosión interna. Los castillos de arena que se habían derrumbado estaban precisamente en su interior. Promesas banas que no tuvieron otro objetivo más que tenerlo allí, encantado, ciego a la verdad. Maldita fuera la hora en que lo conoció.

Cuando vio a Saga en aquel café, algo dentro de él había brincado de júbilo. Estaba seguro de haber reconocido correctamente esa sensación. Era como la describían los libros: el calor en el estómago, la adrenalina corriendo como una estampida de antílopes en sus venas, la sensación de que en el centro de ese hombre que sostenía ese libro estaba todo cuanto él quería. Una irremediable atracción a la que no quiso detener. Era como una utopía. La alegría de verlo no había sido igual ante nadie, en ninguna de sus parejas anterior. Parecía que lo hubiera esperado a él por años.

Ante el recuerdo, Afrodita soltó una carcajada amarga y renegó efusivamente. La sensación de «haberlo esperado» fue tan latente que tuvo que decírselo. Y claro, la cara de Saga no había podido ser mejor. Incluso le dijo que había sido la manera más descabellada de demostrar sus intenciones con él, cosa que no dejó de repetir hasta el final.

Entonces, una lágrima logró franquear sus defensas y salir para mostrar el estado en que él se encontraba. Las maletas preparadas, los rosales ya en sus mesetas listos para partir con él. Se iría. Tesalónica no tenía nada más que pudiera retenerle.

Apagó la colilla en su antiguo cenicero y dio un vistazo a su apartamento, o lo que quedaba de él. Muebles ya empacados, una atmosfera de sobrada soledad taladrando cada pared y arañándola al punto de hacerlo lucir tenebroso. Eso era todo lo que quedaba de él allí y estaba dispuesto a dejar atrás. Con decisión, tomó el asa de su maletín. El camión de mudanza había llegado y era hora de cerrar un ciclo.

La oportunidad de trasladar sus oficinas de editorial a la sede de Atenas se abrió con una facilidad casi hilarante. Sin ningún tipo de papeleo de más, debido a la falta de personal en Atenas y a la fuga de talentos, vieron con casi júbilo el traslado de su persona hacia la capital de Grecia, aunque su trabajo en teoría no era tan apreciado.

No había pisado a Atenas en 3 años, desde que terminó su carrera la cual pasó sin demasiada gloria. Mentiría si recordaba algo particularmente divertido en ella, o de sus compañeros, siquiera de sus amores pasajeros. Pero había sido su hogar por mucho tiempo y no le incomodaba en lo más mínimo volver, si eso lo separaba los suficientes kilómetros de Saga y su retórica y la manera tan fácil en que envolvía con sus palabras.

Desintoxicarse, pensar en sí mismo, darse su valor… Afrodita repetía una a una las recomendaciones que la gente suele decir para salir de la decepción y el despecho. Leer libro, dormir bien, hacer ejercicio, ¿cortarse el cabello? Cuándo estuvo frente a la peluquería, tres días después de su ruptura, rodó los ojos y dijo que ni loco le haría ver a Saga su situación cortándose el cabello. No se rebajaría… además amaba a su cabello. ¿Quién en su sano juicio lo cortaría?

Si bien, había muchas cosas que hacer ahora que había vuelto a ser un hombre libre de compromisos, lo único que realmente quería era paz interior. Un tiempo para sí mismo, lejos de ligues, de parejas, de sexo foráneo. Necesitaba recuperar el equilibrio y volver a convertirse en su propio centro, y eso solo lo lograría estando lejos y solo.

En Atenas, un par de compañeros de estudio le encontraron una residencia en alquiler en una zona no muy concurrida, camino al Pireo. Era una urbanización pequeña, de construcciones nuevas y a buen precio debido a la poca accesibilidad del transporte. Pero al verlas, pensó que estaba justo hecha para él y lo que pretendía hacer con su vida: una habitación, un baño, su sala y comedor juntos, con apertura a una cocina empotrada. Decorada con ladillos pequeños, daba la impresión de ser una casa campestre de los cuadros. Tenía un patio y un pequeño estacionamiento para un solo auto. Un pequeño parque también, para pasear a los niños y las mascotas. La urbanización era un rectángulo con un círculo en el centro y unas 20 casas.

Volver a instalarse no fue difícil. Tardó todo un fin de semana en acomodar los muebles y dejarlo todo a tono a sus necesidades. Tomó una semana más en abrir las cajas y acomodar las cosas más pequeñas, y durante esa semana, también había estado sacando las cosas según su necesidad. Lo que sí hizo inmediatamente fue darle lugar a sus rosales, preparando la tierra y colocándolos con expreso cuidado. Debió admitir que había sido la mejor de las terapias. ¡Debería recomendarla en los libros! ¿Rompiste con tu pareja? No importa, siembra una flor. La alegría es indescriptible y la sensación de libertad insuperable.

Afrodita recuperaba el equilibrio de su vida: retornaba a su trabajo, tenía un nuevo hogar y unas bellas rosas que cuidar. 

Que Saga llamara casi todos las semanas era irrelevante. Al menos eso quería convencerse.

—Estoy bien. —Soltó secamente tras haber cerrado la puerta de su hogar y dejado las llaves en el plato de cerámica cerca del mesón. 

Se notaba en su voz el hastío a cada llamada, lo cansado que estaba de escucharlo y tener que comprobar que Saga no lo llamaba para volver, ni para suplicar (oh dios, hubiera deseado eso, solo por el mero placer de rechazarlo), sino para asegurarse que estuviera bien, se hubiera instalado y si necesitaba algo no dudara en llamarlo.

—¿Por un momento te has detenido a pensar que soy capaz de hacer las cosas por mí mismo? —replicó mientras jalaba la chamarra por la manga. Escuchaba la voz de Saga, sus argumentos, que no dejaban de hacerlo sentir soberanamente un imbécil—. Por favor, Saga, fui yo quien se metió en tu vida, no tú. ¿Deja de robarte mi crédito, quieres?

Una de las razones por las que la relación fue en picada se debía a ello. Saga parecía no confiar suficiente en sus habilidades, o pretender que se quedara en su espalda mientras hacía todo. Por un momento, claro, le había gustado. En los fugaces primeros instantes del enamoramiento. Pero luego se sintió como si estuviera hecho de porcelana y las cosas comenzaron a tambalear en su perfecto mundo.

—Puedes ahorrarte las preocupaciones. ¡No me voy a cortar las venas por ti!

Ojala y hallara la fórmula mágica para poder cortar una llamada y dejar a Saga hablando por el teléfono. Pero aún no la encontraba. Había algo que lo detenía a quedarse a escuchar hasta la última palabra del hombre, aún si no estuviera de acuerdo. Parecía un condicionamiento ancestral. Uno que Saga sabía usar a la perfección. Con un mohín en los labios se asomó a la ventana para al menos alegrar la vista con sus bellas rosas rojas abiertas a los rayos del atardecer.

¡Horror! Afrodita olvidó todas las letras del abecedario y dejó de escuchar a Saga cuando aquel enorme perro estaba entre sus rosas jugando a ocultar el hueso. Su rostro pasó de blanco pálido a rojo de ira en menos de un segundo.

Y dejó a Saga hablando. Cortó la llamada y corrió como si su vida dependiera de ello para salvar a las rosas del visitante canino. Casi ni sintió sus piernas al correr, pero en cuanto salió al patio y cruzó la esquina el grito que dio soltando una maldición fue suficiente para que el enorme Golden Retriever saliera corriendo para meterse en un agujero bajo la cerca que había cavado.

—Förbanna! Demon Dog! —Maldijo mientras buscaba una piedra para poder asustar al perro que había atacado a sus rosas. Los ladridos del animal al haberse atascado bajo la cerca lo detuvo de su empresa.

El perro no hallaba como salir del enredo en que se había metido, y en el momento que Afrodita se acercó, escuchó el llanto lastimero del animal quien tenía la cola y las orejas gachas, con evidente arrepentimiento.

—¡No me mires así! ¡Mira lo que le hiciste a mis rosas! —El perro lo miró y movió de nuevo su cuerpo, aún atascado—. No creas que tendré piedad de ti, ¡Estoy enojado!

—¡Cefeo!

Afrodita levantó la mirada y se cruzó de brazos cuando llegó el dueño del animal. El muchacho había dejado caer la bolsa de basura que pensaba desechar, para correr hasta donde su perro lo estaba llamando, a juzgar por los ladridos. Tenía el cabello recogido en una coleta, a la altura de sus hombros y parecía estar desde hace mucho en casa.

—¿Qué hiciste ahora, amigo?

—¡¿Qué hizo?! —Reclamó Afrodita en viva voz, y señaló indolente la tierra de sus rosas—. ¡Casi destruye mis rosales! ¿¡Sabes cuánto tiempo invierto yo en mis rosales!? 

—Sé que los riegas todas las mañanas y cortas sus hojas y esas cosas. —Afrodita tuvo que callar cuando el muchacho alzó el rostro y lo miró con sus ojos azules, serio pero preocupado—. Lo lamento mucho, no volverá a ocurrir.

Estuvo seguro que escuchó el mar y la fuerza de ese oleaje arrastró los pensamientos de Afrodita a un punto inhóspito de su conciencia. Se escuchaba tan claro, pero tan claro, que estaba seguro que podría jurar tener el oleaje justo a su espalda, y el olor de la sal marina navegando entre la brisa que azotaba las aguas de aquel mar.

Afrodita bajó la mirada, y observó al perro ser liberado de la trampa que él mismo había provocado por su dueño, con las manos atentas y un cuidado especial para que no sufriera herida en el proceso. Había una sensación sobrecogedora en su pecho que lograba igualar a la que había sentido con Saga pero en todo el sentido contrario.

—Si quiere puedo ocuparme para arreglar…

—Solo arregle lo de la cerca —dijo en tono seco, abrumado aún por la indecible sensibilidad que aún tenía  a su alrededor. Tuvo la necesidad de carraspear y desviar la mirada para tratar de sobreponerse a ella.

—Me encargaré de ello. Y lamento lo de las rosas.

El muchacho se puso de pie, y por un momento Afrodita levantó la mirada para comprobar que era más alto de lo que había pensado. No había tenido tiempo de siquiera hacer relaciones sociales en su nuevo hogar ni mucho menos verificar quienes eran sus vecinos. 

Asaltado por diferentes emociones, se limitó a cruzar sus brazos y mantenerle la mirada. Había un vacío en el estómago, parecido a los nervios o la ansiedad.

—Me llamo Albiore.¬ —Inició el intercambio y extendió su mano esperando un apretón que nunca llegó.

—Afrodita. Y debo ocuparme de mis rosas así que, si me permites…

—Un gusto, y disculpas de nuevo.

Pese al evidente plantón, no pareció ofendido. Sin embargo, Afrodita no dejó de pensar, aún si él ya no estaba en el patio y había entrado con su perro a la casa, que había sido un grosero y que mínimo había merecido ese apretón. Afortunadamente el daño a sus rosas no fue demasiado preocupante.

Aunque le quedó un repentino deseo de ir al mar.

Notas finales:

Aquí nueva propuesta de fic con una pareja extraña. Espero que les guste y disfruten de ella.


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