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Hot Line por rina_jaganshi

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Notas del fanfic:

Rina: Antes que nada debemos aclarar que la idea, aunque es muy usada en diversos fandoms, no es muy original.

 

Rini: Sin embargo, revisando nuestra música encontramos una grabación que hace años un chico hizo para el deleite de muchas de nosotras. 

 

Rina: Según yo, el canal del chico ya no está, así que no sé si aún se pueda encontrar en Youtube, si no la encuentran mándenme un mensaje privado y yo se las paso.

 

Rini: Búsquenla como “Yugioh es muy pervertido”, al menos así es como nosotras la tenemos.

 

Rina: Entonces, hay que aclarar que lo que vamos a hacer es adaptar lo que hizo a un fanfic, le vamos a poner historia de fondo y modificaremos algunas cosas.

 

Rini: Y si por obra y gracia del espíritu santo, el chico lee esto, le agradecemos por su contribución a nuestras mentes perversas y ojalá no le moleste que usemos su idea. Cualquier cosa que descubran de él, nos encantaría que nos la comunicaran.  

Notas del capitulo:

Disclaimer: La serie de Yugioh no nos pertenece. Lo que hacemos es sólo para el entretenimiento del mundo yaoista y  sin fines lucrativos. 

Irremediablemente un suspiro escapó de sus labios, el veinteavo, o treintavo, o qué importaba, lo cierto es que perdió la cuenta desde el décimo primero. Como queriéndolo hacer enojar, un nuevo suspiro resonó en el lujoso cuarto donde se encontraba. Aquel que se le proporcionó para su comodidad, aquel donde pasaba el tiempo cuando no había un duelo que disputar, aquel cuyos gastos iban a cargo de Seto Kaiba, el dueño de una de las empresas más importantes en el mundo. Sus ojos carmesí se entrecerraron al recordar las exactas palabras del castaño. Aún no entendía cómo llegó a tal situación, es decir, cuando decidió quedarse en el presente, en lugar de buscar el descanso eterno en el paraíso, jamás imaginó que se encontraría haciendo tal cosa.


Con una de sus manos revolvió un poco su cabello tricolor, mientras que, la mano libre continuaba sosteniendo el “guion” que debía aprenderse. Tras leer la primera página su mente ya buscaba la manera de vengarse del castaño. Maldijo el no poder negarse o enviarlo al reino de las sombras. Necesitaba el dinero, bueno, en realidad no era tanto una necesidad pero como en estos momentos no había torneo alguno, el antiguo faraón estaba lejos de poder conseguir la parte monetaria que él mismo se había comprometido a ganar. No podía dejar que el abuelo y su compañero corrieran con sus gastos, porque sí, hasta Yugi había conseguido un trabajo de medio tiempo.


Arrugó el entrecejo ante la idea de Yugi trabajando, lo peor es que desconocía el lugar en el que laboraba. Hasta  donde él sabía, en esta época, los chicos debían dedicarse a estudiar, no a trabajar. ¿Entonces en qué tipo de establecimiento pudo su aibou conseguir que lo contrataran? La pregunta la había formulado incontables veces y siempre obtenía negativas. No entendía por qué el pequeño se rehusaba a decirle. Gruñó por lo bajo. Por esa razón había aceptado la humillante tarea que el millonario le había encomendado, era consciente de que eso es lo que buscaba, destrozar su orgullo, pisotear su dignidad y burlarse en su cara.


Rodó los ojos con cansancio. A pesar de sus pensamientos, tenía que hacerlo bien. Sin importar lo denigrante que fuera, demostraría que era lo suficientemente competente para sobresalir. Leyó una última vez la guía de las diferentes preguntas y tomó el teléfono inalámbrico para marcar el número, sólo timbró dos veces antes de que comenzara el menú de opciones. Presionó la tecla dos, pues así le indicó el empresario, e inmediatamente escuchó la infantil pero melodiosa voz de un chico. 


—Hola, estás hablando a la línea del milenio, donde tus fantasías cruzan el tiempo. ¿Para qué soy bueno? —sabía de ante mano que esa era la primera frase, todos los empleados tenían que decirla. Buscó con la mirada las posibles respuestas que podía dar. Eligió una.


—No lo sé, vamos a descubrirlo —había decidido que manejaría la situación de la mejor manera que sabía, como un desafío.


—Me parece buena idea —respondió el otro, enseguida agregó con un tono seductor—: estoy a tus órdenes —el egipcio tragó en seco, sin embargo, pasó al siguiente bloque.


—Perfecto, ¿por qué no me cuentas de ti para hacerme una idea? —interrogó.


—Bueno —hizo una pausa— para empezar soy un niño de dieciséis años, mido un metro cincuenta y tres, peso cuarenta y dos kilos. Además, me encantan las hamburguesas  —el faraón no se dio cuenta del momento en que se recostó sobre la cama, le costó algunos segundos retomar el hilo de sus pensamientos, que habían comenzado a visualizar a cierto chico de ojos amatistas.


—Eres perfecto para mí, me gustan los chicos pequeños —se regañó mentalmente, no se suponía que tenía que decir eso. No pudo continuar con sus cavilaciones pues a sus oídos llegó una hermosa risa que le hizo estremecer.


—Pero qué cosas dices pervertido —una media sonrisa se formó en sus labios, encantado con el ligero titubeo que percibió a través del aparato, por lo que aventurándose agregó.


—Claro que soy un pervertido —una vez más, su comentario recibió como recompensa una ligera carcajada.


—¿Entonces lo admites? —El tono del chico dejó de ser el premeditado que tenían cada uno de los trabajadores, pasando a uno más ameno— eres extraño —susurró.


—¿Extraño en el buen sentido? —cuestionó jovial. El guion que debía seguir estaba olvidado en algún lugar de la cama, donde él descansaba cómodamente.


—Hasta ahora sí —otro segundo de silencio, casi como si el menor estuviera indeciso de hablar. ¿No sé suponía que ellos también tenían que seguir un formato de diálogo? ¿Acaso el chico estaba involucrándose de más?— aunque… —regresó a la realidad para prestar atención a las palabras vacilantes del pequeño—. Eso puede cambiar, después de todo, no sé qué es lo quieras hacer conmigo —en su cabeza pasó una tira de imágenes con distintos toques sexuales, producto de la investigación que Kaiba le obligó a realizar y que, se supone, la gente “normal” busca satisfacer en este tipo de llamadas.


—Se me ocurren algunas cosas —nuevamente habló sin ser consciente de ello. ¿Qué tenía esa voz que le provocaba tal comportamiento?


—Oh, supongo que puedo hacerme una idea —el mayor distinguió un poco de desilusión, logrando que en su interior crecieran las ganas de animar al pequeño.


—Empezaría por llevarte a comer esas hamburguesas que tanto te gustan —podía jurar que escuchó un chillido de sorpresa, así que, ganando confianza continuó—: luego podríamos ir al cine, al parque o a donde tú prefieras —el menor le interrumpió emocionado.


—¡A la arcade del centro comercial! —Exclamó, luego, dándose cuenta de su sobresalto, terminó por murmurar—: me gustan mucho los juegos —el antiguo regidor de Egipto sonrió.


—Muy bien, entonces pasaríamos la tarde ahí, después, te compraría un helado —recibió una efusiva respuesta afirmativa— y, muy a mi pesar, al final te llevaría de regreso a tu casa —se encontraba completamente inmerso en la conversación, al punto de olvidar que tenía que evaluar ciertos aspectos. Recientemente Kaiba había adquirido esa empresa, sin embargo, no estaba familiarizado con el público al que iba dirigido tal servicio, por ello designó al faraón la  vergonzosa tarea de llamar a la línea caliente y fingir ser un cliente más. No obstante, debido al rumbo por el que iban las cosas… ¡el faraón era un cliente más! ¿O no lo era?


—Eso suena divertido, tal vez podríamos tener una segunda cita —ambos estaban rompiendo las reglas que se les habían asignado pero no les importaba. Por alguna extraña razón querían continuar con el coqueteo.


—Me sentiría sumamente halagado de ser así —estiró su atlético cuerpo al tiempo en que ubicó su brazo libre detrás de su cabeza, en busca de una posición más cómoda.


—Y si te portas bien conmigo —una vez más pudo notar algo de duda en la angelical voz— te permitiría darme un beso…


—Hn, ¿Sólo uno? —preguntó fingiéndose indignado, lo que ocasionó una armoniosa carcajada del otro lado de la línea.


—Está bien… —al pequeño le tomó varios segundos recuperarse de su ataque de risa. Cuando por fin lo logró, volvió a hablar—: dos, tres, cuatro, ¿cuántos besos quieres? —su tono estaba lejos de ser profesional. La situación se les estaba escapando de las manos.


—Que amable, ¿puedo elegir dónde besar? —hubo un largo silencio hasta que recibió una respuesta afirmativa, entonces, retomó su flirteo— comenzaría depositando uno en tu mejilla, sólo un tierno roce, no quiero asustarte —sonrió de medio lado al, nuevamente, provocar júbilo en su interlocutor—. Luego, si veo que tu reacción es positiva, me pasaría a tus labios, tu mandíbula, bajaría a tu cuello, donde, probablemente, me entretendría un largo rato —un hermoso gemido escapó de la boca ajena despertando en el egipcio sentimientos que no creyó tener.


—Con tantos cariños terminaría por sucumbir a tus encantos —se estaba volviendo muy difícil ignorar el tono lascivo de su voz—. Probablemente accedería a que entraras en mi cuarto.


—¿Y qué haríamos ahí? —cuestionó incitando al otro.


—Bueno, yo podría desvestirme para ti —chasqueó la lengua, casi saboreando la piel del adolescente—. Primero me quitaría la chaqueta azul marino —en la mente del faraón se había esfumado todo rastro de pensamiento lógico, su cerebro se encontraba ahora inundado por un único deseo al percibir el peculiar sonido que hizo la prenda al caer al suelo. Sin darse cuenta, su mano libre comenzó a recorrer su propio cuerpo. La idea del menor desnudándose para él le volvía loco—. Dile adiós a mi playera negra —comentó travieso.


—Oh sí —el egipcio ahogó un gruñido, su curiosa mano se abrió paso entre su ropa, tocando ahora su semi-erecto miembro.      


—Es el turno de mis panta… —se sobresaltó con el estruendo del otro lado— ¡Maldición!


—¿Qué pasa pequeño? —inquirió al notar que el susodicho discutía consigo mismo, además, parecía moverse de un lado a otro.  


—Se me cayeron las cartas, Yami me va a matar —el egipcio abrió los ojos con sorpresa, enseguida, se incorporó de un salto.


—¿Yugi? —fue lo único que atinó a decir.


—¡Ah! —la mención de su nombre le volvió consciente de la situación— ¿Yami? —situación en la que ambos se encontraban. El mayor tragó en seco. Instintivamente miró hacia abajo para encontrarse con su excitación, la cual, evidenciaba lo mucho que estaba disfrutando la conversación previa.  


—Yo, yo —trató de pensar rápido— ¿cómo estás? —se golpeó la frente con frustración. Habían pasado dos semanas desde que viajó a la capital para trabajar en cualquier cosa que Kaiba le asignara. No pudo evitar que esa fuera la primera pregunta que le viniera a la mente.


—Em, bien, bien, trabajando —rio nervioso, la incomodidad era palpable. Durante todo este tiempo estuvieron seduciendo al contrario. La imagen de Yugi abordó la imaginación del faraón, más específicamente, la imagen del cuerpo desnudo de su aibou… — creo que… —brincó en su lugar avergonzado, enseguida, se concentró para prestar atención— bueno, yo, ah… ¿cuándo dijiste que regresabas? —interrogó indeciso.  


—Am, no lo sé, tengo que terminar unos asuntos —miró su entrepierna. ¿Por qué demonios no volvía a la normalidad? Y más importante aún. ¡Por qué sentía la urgencia de continuar coqueteándole a Yugi? No era correcto. ¿O sí?


—Oh, yo, tengo que irme, hablamos otro día —el antiguo espíritu mordió su labio inferior.


—¡Espera! —exclamó e incluso, no pudo evitar dar un paso hacia el frente.


—¿Qué pasa? —cuestionó asustado el menor.


—¿Ya… —El faraón esperó unos segundos, por más que su lógica le gritaba que desistiera, la lujuria, en estos momentos, era quien predominaba— ¿Ya te quitaste los pantalones? —escuchó un gritito de sorpresa antes del tono que indica que la llamada ha terminado.   


Resignado, Yami se dejó caer sobre el mullido mueble. Cerró los ojos, asimismo, negó varias veces con la cabeza. No podía, no debía, se maldijo mentalmente al sentir su mano viajar hasta tomar su palpitante órgano. Concentrándose un poco, logró escuchar la melodiosa voz de su aibou. Ya no había vuelta atrás. Comenzó a masturbarse incapaz de desechar la silueta del adolescente de su mente. Un deseo inmenso despertó en su interior. Lo peor de la situación es que la hoja de evaluación estaba en blanco. 

Notas finales:

Rina: Yei, como dijimos arriba, le agregamos varias cosas y esperamos que hayan sido de su agrado.


Rini: Ojalá tengan oportunidad de escuchar la grabación (si no está en Youtube, nos dicen para pasárselas).


Rina: Nos vemos en otro capítulo, les agradezco por leer y los comentarios siempre son bien recibidos. 


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