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Blue eyes por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

Razón: Ficsoton Aiacos x Aioros y por mi primera vez.
Dedicatoria: Todos los que le agraden la pareja.
Comentarios adicionales: ninguno en particular. No pensaba escribir de la pareja, pero en mi semana de stress me vino esta idea. No estoy segura de que sea tan entretenida y tal pero,... al menos logré plasmarla.

—Acabalo.

La voz de Minos resonó con sorna, bailando con las palabras y los sonidos junto a su lengua, con actitud ponzoñosa y amenazante. Parecía divertido con la estampa, con la escena que había ido a observar a sabiendas que sería algo inolvidable. Un evento que podría sacar provecho por mucho tiempo.

Aiacos le devolvió la mirada con ira apenas contenida. La figura del muchacho que estaba en sus manos caía inerte, con sus mechones castaños cubiertos de sangre y la mirada azul desafiándole a golpearlo una vez más. Pese al deseo de Hades, el santo de Sagitario se había opuesto a ser parte de semejante treta. Había desafiado a sus compañeros, quienes aceptaron el don y la orden. Su flecha con la punta ahora ennegrecida, brilló por un momento como si estuviera hecha del oro más puro.

Minos había adivinado que ese resplandor en los ojos amarillos de Aiacos vaticinaba un acto de profunda crueldad y le resultó curioso que fuese el santo más joven quien lo hubiera despertado.

—Ocúpate de tus asuntos. —Apretó el puño el guardián de Antenora, con la mirada dilatada que ocultaba mucho del dorado de sus irises. Contrario a eso, Minos solo cambió el peso de su cuerpo hacía la izquierda, mirando con entretenido esmero como el muchacho aún se aferraba a la muñeca del juez que lo juzgaba, necio y testarudo.

—En cualquier momento Hades nos va a llamar, y tú sigues perdiendo el tiempo con el… muchacho. —Lo señaló como si fuese insignificante, pero la sorna se movía bajo el hilo de sus palabras—… ¿O es que no puedes con él? ¿O es que no quieres? Nadie olvida tu vergüenza, Aiacos…

—¡Cállate!

La tierra y todo el derredor de la octava prisión tembló ante su voz de mando, resonando como un rugido. Su cosmos partió piedras bajo sus pies cubiertos por la sapuri, oleadas de negro y violeta separando sangre, tierra y nada, pura podredumbre y miseria. La respuesta también hizo eco. Una profunda e hilarante carcajada brotó de Minos, al punto de tener que sostener su estómago para no devolverlo.

Aioros, con los ojos entrecerrados por la inflamación de los golpes miraba a ambos sin comprender absolutamente nada. Esperaba la muerte desde que Aiacos le tomó del cuello. La muerte desde que se lo llevó lejos de los otros dos jueces jurando acabar con su vida. Desde entonces no había dejado de interpelarlos, golpearlo e inquirir que no lo miraran con esos ojos, algo que profundamente no pudo evitar.  

El puño de Aiacos en la sapuri que revestía su cuerpo, bajo la estampa de la preciosa armadura dorada que fue Sagitario, temblaba al punto de querer desquebrajar la coraza de metal. Se sentía furioso y contrariado por la fuerza de aquella mirada que le traía recuerdos del pasado, queriendo sacar sus ojos y al mismo tiempo seguirlos observando. Como si la belleza de ellos rodeados de fuego fuera irreparable.

—¡Esto es… demasiado! —Aulló con la voz afectada por la reciente carcajada—. ¡Pensé que ya doscientos años había hecho algo por ti! 

—¿Qué puedes decir tu que te quedaste viendo como un imbécil al de piscis? —Acusó con la mirada ardiendo de rabia, mientras Minos cambiaba ligeramente su expresión—… ¿Me vas a decir que no querías que se negara para tener la excusa de llevártelo de allí?

—Oh, por supuesto que esperaba eso, pero a estas alturas ya estaría amarrado en mi cama y lleno de mi semen por dentro y por fuera, como pavo de acción de gracia. —Dio un paso en claro enfrentamiento…—. Pero tú, ¿qué has hecho? Lo miras, golpeas, lo vuelves a mirar…

—Acaben ya con esto…

Ambos jueces giraron sus ojos hasta Aioros. Este miraba al que lo sostenía con pura determinación. Sus ojos celestes no se habían apagado ni por la muerte, ni por la vestidura traidora con la que le habían hecho despertar. La mandíbula de Aiacos tembló con rabia al notar que esa mirada no menguaba. No había manera de acabar con eso que la encendía, porque era más allá de su solo color. Lo que tenía Aioros en la mirada era voluntad, y después de haberle roto las piernas, fracturado costillas y golpeado hasta cansarse, lo menos que había logrado herir era eso, su voluntad.

Pero en Aiacos, se había formado otra cosa con solo verlo, golpearlo y observar cómo se levantaba con más deseos de permanecer sin traicionar a su diosa. Deseos asesinos de besarle, ganas incontenibles de tomar su cuerpo, a sabiendas que ni así dañaría su alma. Aioros estaba más allá. No había manera de alcanzar su alma y sabía la respuesta, la razón. El hombre que lo había vencido con su fuego, llamas y violencia estaba allí… 

La mano del juez se abrió para verlo caer, con un golpe seco en la tierra y emitiendo un agudo grito de dolor. Sus ojos entrecerrados le estudiaban con indulgencia. Minos seguía como observador y testigo de ese encuentro, que prometía volverse aburrido con el paso de los segundos. Ya había quedado en evidencia que Aiacos no tenía intenciones de matarlo aún, pero tampoco de extender su sufrimiento, o tan siquiera humillarlo más.

—Hazlo… —La voz de Aioros se filtró con dolor, apenas en un volumen adecuado para ser oída. Sus labios ensangrentados y rotos aun así formaron una sonrisa confiada—. Acaba con esto. Yo…

Minos extendió una ceja cuando vio a Aiacos voltear y dar tres pasos alejándose del cuerpo del santo renegado que se negó a levantar los puños contra sus compañeros y contra su diosa. Con un movimiento de su pie derecho, marcó una equis en la tierra, casi con movimientos solemnes. A Minos se le antojo como una dolorosa despedida.

—Bueno, pero puedes cogértelo antes. —Sugirió con lascivia, y claramente enfocado en molestar al juez—. No sé, piensa en lo bien que…

—Cállate, ¡he dicho! —Advirtió el juez con la mirada airada—. Te cogeré a ti. —Minos soltó otra carcajada más estrambótica que la primera, divertido con la amenaza.

Aiacos decidió ignorarlo y con la mirada en el santo que estaba en el suelo, decidió activar su técnica. El Garuda Flap atravesó la tierra, el aire, los cielos ennegrecidos y apagó con la fuerza de su embestida la llama que el santo de Sagitario se obstinaba por mantener. Su cuerpo cayó y pronto se convirtió en polvo. 

Ante la muerte del santo, los dos jueces se quedaron mirando el polvo de estela violeta que subía al infinito. Minos no tardó mucho en retirarse, con andar fanfarrón. Aiacos aunque lo intentó, no pudo evitar el voltear cuando sintió estar demasiado alejado de esa presencia.

Del azul de sus ojos no quedó nada.

Quizás, en otra vida.


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