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Slave por FantasticShow

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Notas del capitulo:

Gracias a las lectoras que se animan a leer un nuevo fanfic~<3.

SungJong odiaba, odiaba con todas sus fuerzas el momento exacto en que su padre abría o más bien pateaba la puerta de habitación, irrumpiendo su tranquila lectura, mirándole desde esa altura tan imponentemente asquerosa que Dios le había dado. No es que fuese cristiano, tampoco era una santa y blanca paloma, pero por favor, misericordia también estaba en su vocabulario y un poquito de hipocresía no le venía mal a nadie. Se hallaba recostado en su cama, tranquilo hasta que el maldito de su padre entró a sus aposentos, vestido únicamente con un pantaloncillo corto holgado y una camisa casi translucida. Su padre le miraba desde el marco de la puerta, con una ceja alzada, demostrando en ese pequeño gesto lo inferior que le encontraba. Suspirando, se sentó en forma de loto y dejó el libro a un costado, doblando sutilmente una de las esquinas de la hoja que leía para luego, rogando, retomar su dichosa lectura. Le miró por unos tantos segundos, odiando aún más a ese hombre que le entregó la vida y que, al mismo tiempo, se encargaba de arrebatársela entre golpes y palizas diarias para, según sus palabras, hacerle más fuerte y valiente. Malnacido.

-¿Necesitas algo, padre? –Utilizó la última palabra casi con asco, no, con asco por completo. Su padre, Lee SungHwan, simplemente sonrió de esa forma altanera que su madre catalogaba como hermosamente masculina. A SungJong sólo le parecía patéticamente arrogante.

-Verás, hoy tú madre cumple años y quiero que vayáis al mercado con tú hermano a ver algo para ella. –Dejó escapar esas palabras en tonos suaves y sutiles saliendo de sus cuerdas vocales. SungJong ya estando acostumbrado a las muestras de respeto y hasta devoción por el rey, aceptó con una simple sonrisa tierna en sus labios, completamente cínica, por supuesto.- Le avisaré entonces a SungJae. Gracias, SungJong.

El hombre salió de su habitación y SungJong tuvo unas tremendas ganas de agarrarse de los cabellos y arrancárselos a tirones. Miró por la gran ventana de su habitación, observando como el sol ya estaba en todo su esplendor en aquel hermoso cielo azul, ya casi era hora de la comida. Maldito sea su padre. Bajó de la cama y dispuso a vestirse adecuadamente para salir. Serían unas horas muy duras.

-¡SungJong!

Demasiado duras…

[~*~]

Dos jóvenes de una belleza que rayaba casi en lo irreal, etérea, se encaminaban por las calles de la ciudad, observando como los puestos estaban a reventar, como las mujeres iban y venían, los niños jugaban y esas cosas que hacían las personas que no eran como él. SungJong soltó un largo suspiro y sintió como su querido –Haciendo gala del sarcasmo- hermano se colgaba de su brazo, riendo escandalosamente con esa preciosa y ronca voz que poseía. SungJong no le odiaba, para nada, realmente eran los mejores amigos, pero cuando el príncipe primogénito se encontraba más que enojado, tener a alguien tan feliz y alegre las veinticuatro horas del día era algo que, simple y llanamente, le enervaba aún más. Con paso tranquilo y las manos metidas en los bolsillos de sus pantalones ambos herederos caminaban por las calles mirando con gran interés cada uno de los puestos, escuchando a los vendedores exhibir sus productos, gritar y dar énfasis a que los propios eran los mejores; al joven castaño le gustaba ir al mercado. Gustaba de los libros que pudiese encontrar o de los dulcesillos de limón que le pudiesen ofrecer. Le gustaba. Pero solo.

-Ne, ne, SungJong-ah. ¿Cómo crees que sería tener un esclavo? Realmente no me parece justo que traten a las personas de esa forma pero… ¿Sería interesante tener uno, no? –Preguntó SungJae. SungJong suspiró mientras le miraba por el rabillo de su ojo; SungJae tenía veinte años mientras que SungJong le pasaba por dos. SungJae siendo el menor de los Lee, era quien se encargaba de darle la alegría y alocada felicidad al reino. Sonriendo con una leve arrogancia al notar los anillos de plata fina que había encontrado de casualidad en uno de los puestos del mercado, respondió a su hermano.

-Te estás contradiciendo a ti mismo, Sunggie. De todas formas, no creo que logremos ver algo como eso en estas tierras, sabes que nuestro padre odia ese tipo de tratos. Además, este mercado es muy fino y dudo que encontremos algo así. Y deja de tirar de mi camisa porque… ¡Ya, Lee SungJae! –No supo en qué momento el más alto, porque contradictoriamente el menor era más alto que él y también más fuerte, le había agarrado de los hombros para voltearle bruscamente. A SungJong casi se le cae la cara al ver como un mercader de poca monta se instalaba con los camellos y caballos al final del mercado, con tres esclavos a su merced. SungJae boqueaba como pez fuera del agua al igual que todas las personas que rondaban por el lugar, totalmente sorprendidos por la altanera actitud de ese hombre que se atrevía a vender a esas criaturas a sabiendas de que el rey, Lee SungHwan, odiaba con todas sus fuerzas ese tipo de tratos en su reino.

El mayor de los hermanos chasqueó la lengua y tiró del menor, quien seguía entre shockeado y emocionado. SungJong no se preocupaba por eso, su hermano era adorablemente estúpido de nacimiento. Abriéndose paso entre la gente, la cual le reconocía al instante y le susurraban palabras de consternación por lo que estaban presenciando, el joven príncipe se paró frente a aquellos hombres, frunciendo el ceño y mirándole agresivamente mientras que SungJae sólo se escondía tras su hermano, algo que se veía gracioso, dado la exagerada diferencia de altura que había entre ambos, midiendo SungJong uno con ochenta centímetros y su hermano, uno noventa.

-Marchaos de aquí. Esta clase de ventas están prohibidas en este lugar, y deberían también estar prohibidas fuera. Le agradecería, por favor, que se retire de estas tierras. –Habló con soltura, moviendo su negro cabello hacia un costado al obstaculizarle ligeramente la visión en uno de sus ojos, los cuales simplemente miraban al hombre que estaba frente a él, látigo en mano y el cual sonreía de una manera que le pareció repugnante.

-Oh, por supuesto que sí, mi joven príncipe. Ya nos retiramos, no deseamos entrar en una contienda agresiva pero antes de marchar, permítame dejarles un regalo a… -Entrecerró los ojos al ver a SungJae, quien intercalaba la mirada entre los esclavos, las personas sorprendidas y otras que por miedo seguían en los suyo.- Su hermano y usted.

El viejo, canoso y con una barriga que seguramente estaba llena de alcohol y grasa, tiró de una gruesa cuerda; antes de que pudiese reaccionar, delante de él, arrodillado, se encontraba un joven de tez ligeramente morena, de cabello negro como el ébano el cual le cubría los ojos de manera inquieta.- Aquí les dejo a este animal, como ven tiene un muy buen cuerpo, sirve mucho para los trabajos pesados y esas cosas. –No logró responder de inmediato a las palabras del mercader, ya que se había quedado mirando lo que más llamaba la atención en ese joven esclavo. Estaba desnudo, atado de pies y manos con gruesas cadenas mientras que su cuello llevaba un collar de hierro, lacerando su piel, el cual también estaba enganchado a la cadena desde una argolla. Su espalda estaba completamente herida y sangraba copiosamente en ese momento producto de los latigazos que seguramente le hubiese propinado el hombre antes de llegar hasta su reino.

-De acuerdo… Gracias. –Murmuró tomando la cadena con recelo. El joven aún se hallaba arrodillado contra el concreto, lastimando aún más su piel, mientras que el hombre ya satisfecho con su trabajo, se retiraba con su cuadrilla para seguir vendiendo a los otros dos muchachos que iban junto a él. Tembló de rabia.

-SungJong-ah… ¿Podemos ir ya a casa? –Preguntó su hermano en un susurro contra su oído, a lo que SungJong volteó a verle y le sonrió, notando que tenía los ojos aguados y le temblaba el labio inferior.-

-Sunggie, ve a comprar el regalo que vimos para mamá. Te veo en las afueras del mercado. –El muchacho asintió con rapidez y se echó a correr para comprar el regalo y salir de ahí. SungJong se arrodilló frente al esclavo, el cual no sólo estaba herido, sino que también tenía el cuerpo sucio y con un sinfín de cicatrices en lo que se podía ver de piel. Soltó la cadena que sujetaba al joven como si le estuviesen ardiendo las manos.- Mi nombre es Lee SungJong. ¿Cómo te llamas?

En ese momento, el esclavo sólo pudo preguntarse cuál era el fin de todo aquello. Oh, por supuesto. Seguir jodiéndole la vida. Abrió los ojos y lentamente alzó la mirada, gélida, fría y más oscura que la misma noche, levantando sólo unos centímetros su rostro. Su cabello lacio, alborotado y azabache cubrió de manera tétrica sus ojos, los cuales miraban al príncipe que había tenido un acto que se podía catalogar como estúpidamente amable al tratarle “bien”.

-L… Mi nombre es L. –Su voz sonó tan fría como un témpano de hielo, pero suave y ronca, casi aterciopelada. Estaba claro que ese no era su nombre real, y no estaba dispuesto a decírselo a ese joven pues seguía siendo un desconocido ante sus ojos. No, en ese momento sólo era un esclavo más en las manos de Lee SungJong.

Notas finales:

Gracias por leer~<3.


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