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Black Vow por Chris Yagami

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Notas del fanfic:

YwY me arriesgo a comenzar otro fic, quiero volver a ver como me va.

No me pregunten por los otros fics, no sé si los continuaré aunque tampoco quiero dejarlos abandonados.

Es un fic que hablará un poco de la religión, solo lo necesario dado el caso, no sé mucho de ello y no quiero ofender a nadie así que no se tomen muy en serio lo que escribo, solo lo pongo para ayudar al fic(?)

Dedicado con mucho cariño a LoveShun

Las campanas sonaron a la misma hora esa mañana en el seminario. Los jóvenes que ahí se preparaban para ser sirvientes de Dios se apresuraron a levantarse, era momento de retomar su rutina diaria y esta comenzaba con la preparación del desayuno para todos los estudiantes, además de los sacerdotes y monjas que ahí los educaban.

No había queja de ninguno, aunque las tuvieran no podían decirla a viva voz pues estaban ahí por el bien de la humanidad, fuera por decisión propia u obligados por sus padres.

—Vamos, Shun, hoy nos toca limpiar el comedor —le dijo uno de sus compañeros de habitación. En realidad, eran bastantes los que dormían ahí, varias camas dispuestas en una gran sala así que era difícil sentirse solo.

—Ya voy.

Shun se acercó al espejo para arreglar su cabello en una cola de caballo. Se sentía en paz, aunque las tareas eran difíciles todo estaba mejorando, tenían oportunidad de divertirse y al final del día se sentía más cerca de la salvación. Pronto podría ayudar a los demás a sentirse como él ahora.

—Shun.

El aludido dio un brinco de sorpresa al sentir las manos de un adulto en sus hombros. No escuchó que entraba, tan concentrado estaba pensando en el futuro de gloria que le esperaba cuando terminara el seminario.

—Padre, me sorprendió —dijo Shun con el corazón en la garganta. De verdad lo había asustado.

—Se te hace tarde, Shun, los demás ya están en la cocina —Él le regaló una caricia en el cabello hasta volver a posar su mano en su hombro, que apretó con delicadeza.

—Claro, ahora voy.

Shun le sonrió y se arregló las ropas, como siempre oscuras como sería de ahora en adelante para recordar al mundo que él había muerto para el ser humano. Todas las vanidades debían desaparecer pues ahora solo debía vivir de Dios. Su cuello blanco simbolizaba un alma pura y dispuesta a servir. Esos serían sus colores ahora.

Tenía quince años cuando decidió entrar al seminario mayor donde se prepararía para ser sacerdote. No se arrepentía de esa decisión, era lo mejor que pudo haber hecho después de los ocurridos meses antes de cruzar el gran portón y cambiar el rumbo de su vida. Ahora podía tener un rincón en el reino de Dios.

Su primera meta en la vida fue la de convertirse en médico, pero cuando en su mente se había alojado un pensamiento insano hacia su mejor amigo y en su corazón un sentimiento aterrador que no debería existir, no de esa manera, pensó en cambiar eso, además, ser sacerdote era algo similar a ser médico: sanaría a las personas.

Todas las noches oraba, su mayor miedo era decepcionar a su familia y eso pasaría si se dejaba llevar por sus emociones, tenía que ponerle fin a ese deseo inmoral y enfermizo que sintió por su amigo de infancia. No quería recibir una mirada de desprecio de sus padres y una de vergüenza de su hermano mayor si llevaba más lejos el pecado que había cometido. Su deseo iba en contra de lo que dictaba la biblia y las leyes de Dios, su corazón no podía estar enamorado de una persona de su mismo sexo. Debía seguir el ejemplo de Adán y Eva, él tendría que enamorarse de una bella doncella, no de un caballero.

La decisión tomada había llenado de orgullo a toda su familia, sus padres dieron de inmediato el visto bueno, asegurándose un rincón en el paraíso al haber hecho un buen trabajo con uno de sus hijos. Su hermano tan sólo le dijo que lo apoyaba con una sonrisa de las suyas, no necesitaba saber más para dar el siguiente paso. Todos estaban a favor, seguro Dios lo estaría también.

Con la secundaria terminada podía tomar los votos y seguir el camino del bien. Fue así que dos semanas después, Shun ingresó al seminario mayor e hizo el juramento ante Dios y ante sí mismo, estaba decidido a dedicar el resto de su existencia a ayudar a la humanidad para que encontraran el camino hacia la salvación y al mismo tiempo encontrar la propia.

Tenía un año en el seminario y se sentía en paz, su vida estaba componiéndose y no pensaba más en el pecado. Las clases eran pesadas, los maestros muy duros y las tareas agotadoras, pero todo eso le hacía sentir digno del reino de Dios, merecedor de su juicio y la vida eterna al lado de él. Todo estaba bien.

Una tarde, mientras caminaba entre los árboles en la pequeña zona boscosa junto al seminario en busca de leña, sintió que alguna extraña energía recorría su cuerpo de pies a cabeza, todos sus vellos se erizaron mientras buscaba entre los árboles el motivo de esa sensación. Fueron solo segundos en los que su vista iba de un lado a otro hasta que pudo ver un destello en la lejanía.

Sin pensarlo dos veces se acercó al lugar aunque con cierta precaución, no conocía nada que pudiera brillar de esa manera a plena luz del día.

Mientras más se acercaba los quejidos se alguien eran más claros, no cabía duda de que había un herido y él debía ayudarlo. Apresuró sus pasos, no llevaba algo con lo que pudiera sanar sus heridas de ser necesario pero al menos podría llevarlo al seminario para que fuera atendido en enfermería.

Sin embargo, cuando llegó al lugar se quedó de piedra y perdió toda capacidad de hablar. Frente a él había una aparición que le provocó cierto pánico de primer momento. Era un ángel, recostado contra un árbol sobre un claro repleto de flores había un ser alado vestido con ropajes blancos, pero éstos se encontraban manchados del carmesí de la sangre. Era un ángel herido.

Ese ángel lo miró apenas llegó. Sus ojos azules, tan claros como el mismo cielo le miraron directamente, también sorprendido por encontrar al joven y que este pudiera verlo sin problemas pues no era común que los humanos tuvieran una vista tan sensible para verlos si no eran ellos los que usaban su energía para manifestarse, y herido como estaba no podía hacer lo propio.

A pesar de su sorpresa, el primer impulso de Shun fue ayudarlo así que se acercó con prisas hasta el herido. Estaba nervioso y dudaba de lo que podía hacer, pero al ver que el ser se sujetaba el hombro en una clara muestra de sufrimiento, se inclinó a su lado para mirar con mayor atención la herida en su hombro.

—Permítame ayudarle —dijo mirando directamente los azules ojos del ángel.

Tenía las facciones finas y unas largas pestañas doradas al igual que su cabello que caía como cascada sobre sus hombros. Parecía despedir luz propia, quizás era esa la luz que había visto.  El ángel le miró con sorpresa, al principio no entendía cómo era posible que un humano podía verlo, era la primera vez que le pasaba. Sin embargo no tardó en descubrir la razón.

—Un humano de un ala —Sonrió a Shun, quien no supo interpretar sus palabras.

—Vamos, lo llevaré a enfermería para que puedan sanarlo, está perdiendo mucha sangre.

—No te molestes —dijo la suave voz del rubio con una sonrisa encantadora en sus labios— aunque lo intenten, son pocos los hijos de Adán que podrían verme.

—Yo puedo verlo, lo ayudaré.

Shaka miró finalmente a los ojos del joven humano que parecía dudar en tocarlo. En cuanto sus zafiros se fijaron en esos puros jades no pudo quitarle la vista de encima. Su alma tan pura atrajo a la suya eterna, experimentó en ese momento un sentimiento prohibido para ellos.

—Soy Shun, soy seminarista, por favor, permítame ayudarle, es usted un soldado de Dios, ¿verdad? Es mi deber ayudarlo.

Esas palabras lo descolocaron un poco, parecía haber algo escondido detrás de esa preocupación, pero podía ver en su alma que ésta ere genuina, no había malas intenciones, solo quería ayudar y no estaba para la labor de esperar a que su cuerpo se recuperara solo.

Además…

—Está bien, Shun.

… quería ser ayudado por el joven. La sonrisa que le dedicó a continuación lo consternó aún más, destellaba inocencia y sinceridad, nunca había conocido a un humano así pues hasta el que se juraba más puro entre todos resultaba manchado en el pecado. Era por eso que Shun le provocaba curiosidad.

Por su parte, Shun juró ese día que su consagración principal sería la de cuidar del ángel convencido de que un ser divino había sido enviado a su vida por Dios para purificarlo de sus pecados. Su señor padre no lo había olvidado y al ver la dedicación para servirle solo a él y su arrepentimiento por el pecado cometido, le envió esa prueba la que pasaría sin duda. Sanaría a su soldado.

—Disculpe, ¿Puedo tocarlo? Necesito revisar sus heridas.

—Eso es obvio —El cuerpo de Shaka se relajó en ese momento, sus enormes alas se expandieron y regresaron a una posición más natural en su espalda, pero gracias a ese movimiento Shun pudo ver más sangre en el etéreo plumaje.

—Su ala… también está herida.

Las suaves manos del menor recorrieron con cuidado cada una de las plumas teñidas de rojo descubriendo una profunda herida en el radio. ¿Quién sería capaz de herir a un ángel de esa manera? Sólo sabía de un ser y temía pensar siquiera en la posibilidad, no había demonios cerca de un lugar sagrado como un seminario. ¿O sí?

No dudó en romper su cota para poder vendar ambas heridas. Quizás recibiría un regaño por parte del sacerdote pero no podía dejar que siguiera sangrando de esa manera. No sabía si un ángel podía morir desangrado, ni siquiera sabía que podían sangrar pero no iba a arriesgarse.

El ángel miró atentamente cada una de sus acciones, como limpiaba la sangre con la poca agua que cargaba en una botella, la delicadeza con la que movía sus plumas para secar la sangre y el líquido recién vertido y sobre todo, observó con detalle sus ojos decididos. Ese niño no era normal y pronto descubriría qué lo hacía diferente.

—Con esto será suficiente —Sonrió Shun cuando terminó su labor—. No creo que pueda volar de inmediato pero la herida sanará pronto, lo prometo… en el seminario podríamos cuidarlo, venga conmigo.

—Te lo dije antes, no creo que puedan verme —repitió tomando una posición más cómoda sobre el pasto—. Estaré bien aquí.

—Pero… no puedo dejar que se quede aquí, a la intemperie…

—Podrías venir a asegurarte que estoy bien si eso te deja más cómodo.

El mismo ángel se había sorprendido al decir esas palabras. Quería seguir viendo al joven seminarista y su herida era una excusa perfecta, sumada a la preocupación de Shun.

—¿Podría? —preguntó

—Te estaré esperando mañana.

Shun sonrió ante la idea, tendría que apresurar sus tareas para darse un tiempo pero no tendría problemas en asistirlo diariamente hasta que la herida sanara. Si el ángel no quería ser ayudado por nadie más significaba que en efecto era una prueba de Dios, ¿No?

—Entonces debo irme, señor —Se puso en pie e hizo una reverencia—. Por favor, no dude que vendré a verlo.

—Mi nombre es Shaka, soldado de tercera jerarquía de Dios.

—Entonces… mañana vendré a verlo, Ángel Shaka.

Una corta mirada al mayor y el joven desapareció a paso lento del claro. Shaka no lo perdió de vista.

Había un ala en su espalda, tan blanca como las propias. No había muchos humanos tan puros y dedicados a Dios como para poseer alguna, contados eran aquellos que merecieron tal honor en el reino del Señor: Abraham, José, Moisés… Todos vivieron muchos años atrás, siglos pero actualmente la humanidad estaba lo suficientemente corrompida para que concebir un hijo con esa cualidad fuera algo extraño.

Sin duda iba a esperarlo al día siguiente, quería averiguar la razón por la cual él poseía un ala solitaria y vivía en ese lugar. Además, su suave tacto… ese chico era diferente a cualquier otro  humano.

Notas finales:

Me hubiera gustado que fuera un cap mas largo pero con trabajo escribí esto.

 

Espero les haya gustado y agradecería un rev.


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