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Una noche más por dazacu

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Notas del fanfic:

Me disculpo por los errores ortográficos.

No se qué mas decir, es mi primera publicación.

Notas del capitulo:

.

Caminábamos topándonos con todo lo que estaba en nuestro alrededor, mientras subíamos las escaleras tanteando el piso, empujándonos el uno contra el otro a la vez que una batalla se abría en nuestras bocas, unidas en el más salvaje de los besos. Se acabaron los escalones, estábamos frente a la puerta de su habitación, enredados en un abrazo invadiendo con las manos la piel del otro por debajo de nuestra ropa, nos separamos un momento y él me levanta la camiseta hasta quitármela por completo, para luego yo desabotonarle la camisa mientras le besaba el cuello y descendía por su pecho recién descubierto. Le mordí uno de los pezones y lanzó un pequeño gemido, apenas le solté volvió a atrapar mis labios con los suyos. Al tiempo que su lengua se abría paso en mi boca, sus manos franqueaban mis pantalones y yo buscaba la perilla de la puerta. En el umbral de la puerta de la habitación retumbaba el chirrido de las bisagras unido a los suspiros excitados que me provocaban sus caricias y a los jadeos que yo le sacaba al morderle sensualmente la oreja cada vez que podía. La puerta se abrió completamente, él me tomó de la cintura, me llevó hasta la cama y de un solo movimiento me tumbó sobre ella. Apenas mi piel desnuda hizo contacto con las suaves almohadas y esas delicadas sábanas de seda, sentí su figura masculina que se abalanzaba sobre mí, como una fiera a su presa. Paseo una mano por mis muslos, para abrirse espacio entre mis piernas. Luego se deshizo del resto de su ropa y comenzó a masturbarme, acercó su rostro a mi sexo viril. Poso sus labios en mi miembro despierto, beso la punta y se lo metió en la boca, mientras dilataba mi entrada con el dedo corazón. Introdujo uno, luego dos y empezó a follar mi ano con tres dedos adentro. Cuando creyó conveniente me dejó libre y centró su atención en mi rostro. Me beso apasionado, dulce, mientras su excitado falo pedía permiso a mi orificio dilatado. Me separé del beso al ahogar un grito por la intensidad de la embestida con la que me penetró. Una vez que entró por completo en mí nos quedamos un momento así, quietos, sintiendo los latidos del otro, siendo uno; mientras yo recuperaba el aliento y él me besaba la mejilla. Sediento de placer, muy pronto empecé a mover las caderas contra él, frotando mi rígido pene contra su abdomen. Mi amante advirtió al instante esta acción y comenzó a moverse dentro de mí mientras me miraba cariñoso e impaciente. La velocidad de sus embestidas aumentaba al igual que el éxtasis. Me besaba desenfrenado ofreciéndome la exquisita piel de su espalda para poder acariciarla toda o incluso para hundir las garras en ella. El jadeaba y yo, entre gemidos, le pedía más, mucho más, ambos siguiendo un mismo ritmo, con mis piernas enredadas a su cintura y sus manos atenazando la mía. Sentí el orgasmo acercarse y cegado de placer lo atraje hacia mi del cuello y le succione el lado derecho de este, dejándole una pequeña marca morada. Me corrí de inmediato, al igual que él, sentí su liquido lechoso recorrer mis entrañas, aun caliente. Se oyó un último grito en la recamara antes de que sacara su miembro, ahora flácido, y nos quedáramos dormidos, abrazando el recuerdo de nuestra primera vez. Me rodeaba con sus brazos y yo me acurrucaba en su pecho, sin querer separarme de él. Quería grabar en mi mente, el momento en que su aroma quedaría impregnado en mi piel, después de habernos fundido juntos, para siempre. Pasamos la noche ahí, en la recamara más pequeña de su enorme casa que alguna vez había sido de su abuelo, y que se la habían regalado sus padres porque él era el único al que le gustaría vivir en esta perdida ciudad.
Por la mañana del día siguiente desperté con un dolor en la parte baja de la espalda y sentía el cuerpo molido. Levanté la mirada bajo el brazo de mi amante para ver su rostro dormido. El reloj de pared me pedía a gritos que lo viera, le presté atención y salté de la cama al descubrir que iba tarde para ir a la universidad. Me tiré al suelo a buscar mis pantalones, los encontré fuera de la habitación, detrás del umbral. Me los puse como pude, volví la mirada a la cama y me encontré con un cuerpo de músculos recién marcados, desnudo, apenas cubierto por las sábanas, con una mirada curiosa bajo ese lacio cabello rubio.
– ¿Qué haces, cariño? — preguntó somnoliento, con los ojos entrecerrados y su característica voz angelical.
– Debo irme, es tarde — me le acerqué y lo besé — Te amo, Santiago.
– Yo también, mi vida — susurró al tiempo que se quedaba dormido.
– Me gustaría poder creer eso — pensé en voz alta cuando ya no podía oírme, pues había dado media vuelta y salido del cuarto.
Bajé las escaleras, atravesé la sala y salí de la casa, testigo de mi primer pecado. Le envié un mensaje a  Ángelo, un amigo con el mismo horario de la universidad, para que me recogiera en su auto. Fui a esperarlo en la plaza, lo vi llegar de prisa, en el viejo convertible de su padre, con su ondulada cabellera castaña alborotada, con la camisa fuera del pantalón y la corbata a las justas colgada al cuello. Se estacionó frente a mí y me abrió la puerta del coche desde adentro para yo recibirla con una mano mientras me introducía en él.
– Perdón por hacerte venir, ya es muy tarde — le dije apenado mirando sus ojos azules — me salvaste la vida. — Las mejillas se le tiñeron de un color carmesí y casi tartamudeando por el nerviosismo intentó articular algunas palabras.
– No es ninguna molestia — dijo al fin — Solo dime cuando necesitas que te lleve y estaré allí — arrancó el auto.
– Gracias, eres un gran amigo — le halagué sincero.
– Sí — asintió en un suspiro.
Obviamente llegamos tarde, Santiago ni siquiera fue, se quedó dormido después de la noche de lujuria que pasamos juntos. Al parecer también se olvidó de ella, pues no lo vi por tres días seguidos y estoy seguro de que tampoco me buscó. Fueron días terribles, llenos de angustia. No sé cómo pude vivir sin sus miradas, dulces como la miel y de ese mismo color, penetrantes y ardientes que me dedicaba al soslayo cuando nos creíamos solos.
Cuando por fin me lo encontré en la cafetería de la facultad, estaba solo, había estado hablando con sus amigos que acababan de irse, me le acerqué, entonces yo hubiera esperado cualquier cosa cuando le saludé, nada que viniera de un hombre tan amable y cariñoso como lo era él podía dañarme. En verdad me sorprendió su drástico cambio. Tal vez un " esto fue un error" o incluso un "no te amo " habría sido menos doloroso que la humillación que me hizo pasar.
– Tú sabes que yo amo a Tatiana — me echó en cara que tenía novia porque sabía que yo estaba demasiado enamorado como para que no me importara ser " el otro", "la trampa" — Te aprovechaste de que estaba ebrio - mintió para hacerse la víctima — No quiero que te me vuelvas a acercar maldito homo de mierda - fue una de las muchas cosas que me dijo.
– El ebrio era yo, imbécil! — le grité antes de salir corriendo. Mis ojos estallaron en lágrimas mientras salía de la cafetería. Me topé con Ángelo, que iba entrando, y ambos caímos al suelo. Me sentía demasiado ofendido ya como para pedir disculpas, solo me levanté como pude y salí de allí. Cuando llegué a la puerta de la universidad escuché que gritaron mi nombre, no hice caso y me subí al primer taxi que encontré. El taxista no se dio ni la más mínima idea de que yo estaba llorando. Prácticamente le grité la dirección y el arrancó enseguida. Dijo algo acerca del clima y yo solo asentí con un sonido extraño. El tipo se venía tarareando una salsa de lo más alegre mientras yo recordaba con rencor aquellos momentos felices compartidos con alguien que no se los merecía, sentía el mundo caerse junto con mis lágrimas, que rozaban mis mejillas enrojecidas por la cólera.
Llegué a casa taciturno, con las lágrimas aún surcando mis ojos, abrí la puerta maquinalmente y me adentré hasta mi habitación. Me sentía solo y también lo estaba, mis padres estaban en un viaje de negocios, como siempre. Me recosté de bruces en la cama, enjugando mi llanto con las almohadas, prometiéndome que jamás volvería a caer en los sucios juegos de Santiago, porque no, no era la primera vez que utilizaba sus mentiras para tenerme a su lado y luego fingir que no me conocía. Debí estar drogado cuando creí que dejando que me llevara a su cama, y perdiéramos la virginidad juntos, todo cambiaría. De seguro hacía lo mismo con esa tal Tatiana, llevaban muy poco tiempo juntos y ella se veía cada día más perra. Aquella noche que me ahogué en mis propias lágrimas decidí que ese círculo tedioso había llegado al límite, este era su fin, no iba a perdonar a Santiago, nunca.
Estuve tres días encerrado en mi habitación, sin comer, sin dormir. De las clases me había olvidado. De vez en cuando alguien llamaba a casa, yo jamás contestaba, tal vez era Santiago para preguntar con sarcasmo si aun no me había muerto, o tal vez le dieron ganas de tener sexo y pensaba endulzarme con palabras bonitas.
– ¡No soy tu prostituto! — le grité al teléfono que aullaba insistente, como si fuese Santiago.
Hundí la cabeza entre las cobijas, de las que no me había separado por varios días. El teléfono seguía sonando, irritando mis oídos y colmando mi paciencia. De mala gana estiré el brazo hasta la mesa de noche y levanté el teléfono.
– Aló? — susurré con voz de ultratumba, deseando que nadie contestara ya que no tenía ganas de hablar.
– ¡Dios santo!, te oyes peor de lo que pensaba — dijo una voz preocupadísima al otro lado de la línea.
– ¿Qué? ¿Quién habla? — pregunté abriendo los cansados y legañosos ojos.
Notas finales:

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