Después de que el sol incordiara la playa y de que las olas giraran de manera cautivante, el cielo se inundo de estrellas, pequeñas como la sal y tan radiantes como la plata; la luna que se reflejaba sobre aquel hermoso mar era tan casta como el mismo Olimpo.
Las suaves olas asestaron las sandalias de aquel guerrero, alto, fornido y de ojos grandes y obscuros como la noche. Detrás de este joven y apuesto hombre, donde culminaba la arena y se convertía en frondoso pasto primaveral, se hallaba un puente, uno de piedra que se unía lado a lado con dos verdes pedruscos y sobre volaba una cascada, con agua vistosamente pura, el puente, era su escape, su portal hacia la serenidad, después de casa día, huía de su estirpe para poder cobijarse en su soledad y plenitud.
Cada noche sin falta alguna, luego de cruzar el agua limpia y pura, se encaminaba hacia el mar, para luego dirigirse hacia el este; recorría el borde del lecho azul con rapidez siguiendo las doradas luciérnagas que lo guiarían al árbol del pensamiento, en donde sus raíces son confidentes de sus más grandes secretos, temores y deseos. El guerrero se sienta a meditar todos sus actos, pero sabe que antes de caer en los brazos de Morfeo tiene que regresar a su majestuoso hogar. Llega de madrugada, casi cuando el alba comienza a salir y sueña pocas horas, cuando abre aquellos ojos azabache, puede observar la refinada puerta de madera y sabe que es momento de trabajar de nuevo con los demás soldados.
El guerrero conduce a una docena de hombres hacia el interior del movedizo suelo azulado, cada hombre monta sobre una canoa mientras ponen empeño en remar con rapidez, el guerrero alto y bien parecido es el mejor de todos, pero aún así, no siente, esta vacío. La tarde comienza a caer sobre todos los soldados, el cielo se torna amarillo opaco, así que emprenden el regreso a la aldea esperando por la tormenta que pronto comenzará. El hombre de ojos grandes, vuelve a regresar al árbol que le da serenidad, la variante ahora es que las luciérnagas doradas se entierran en la arena y de ellas brotan rápidamente orquídeas amarillas, con las mismas se observa una luz brillante, del centro de la flor empieza a sonar música y del árbol salen destellos coloridos. El guerrero asombrado, comienza a sentir algo en la sangre, el corazón le empieza a palpitar, él busca el motivo de aquel comportamiento tan extaño, mira de norte a sur, se esté a oeste y por fin lo divisa, una silueta perteneciente a un joven delgado, con una piel tan parecida a la porcelana que se vuelve casi imposible distinguirla, tiene el cabello perfectamente cortado hasta poco más abajo de la nuca color cobre, el guerrero le mira asombrado y camina hasta la silueta. Ambos quedan frente a frente, el más alto levanta la mano y le delinea la quijada hasta la barbilla con los dedos índice y pulgar, siente el suave contacto y es entonces cuando sabe que es real, deja salir un suspiro cuando baja la mirada. El chico frente a él lo mira con una radiante sonrisa, y toma entre ambas manos el rostro del otro. Por un momento se miran a los ojos y el guerrero ahora regresa a sus sentidos, su corazón ahora late y escucha.
