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Convicto por WinterNightmare

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Notas del capitulo:

Hola a todos, segunda fanfic en progreso y primera que escribo como U/A ;-; por favor, sean pacientes, actualizaré lo más pronto que pueda. En fin, espero que sea de su agrado. :3

PD: No se olviden de comentar, para así saber sus impresiones.

 

No recordaba como había sido que llegó hasta ese punto en su vida donde se encontraba a segundos de ingresar a una de las tantas prisiones de alta seguridad que existían en el país. Bill sabía que por ser catalogada como “máxima seguridad” no significaba nada realmente malo. Uno podía encontrar de todo ahí, o eso pensaba él: desde un hombre que asesinó a toda una familia, hasta uno que robó un oso de felpa para su novia de aquellos días.

Era por esos pensamientos que su mente se mantenía calma y serena mientras aún le tenían dentro del auto. Se sentía extraño y desorientado. Estaba rodeado de “chicos problema” al igual que él –o al menos de cómo había sido catalogado-, pero sentía que realmente no pertenecía a aquel lugar.

Pero Simone era necia y exagerada, y había insistido en que asistiera a algún programa de rehabilitación que le abriera los ojos del futuro que tendría si el siguiera por el mismo camino por donde guiaba sus pasos. Y no es que le molestara, para él había sido una simple aventura aceptar aquella invitación –o mejor dicho, súplica- de parte de su progenitora para que aceptara el cupo que ella había conseguido en aquel programa: “Terapia de shock”.

Una basura estadounidense que su país, al igual en muchos otros, había copiado a la perfección para “rehabilitar” a chicos como él y como la manga de desafortunados que se encontraban a su alrededor.

Ninguno hablaba demasiado, todos permanecían bajo miradas cómplices y a veces amenazadoras, con las cabezas gachas y las esposas presionando en sus muñecas. De vez en cuando una que otra risa irrumpía en sus pensamientos, y eso le tranquilizaba. Si ellos reían, no serían tan malo, ¿verdad?

Lo más probable era que aquellos chicos/as, ya hayan visitado una cárcel así en más de alguna ocasión.

-Mira que buena está ésa – Señaló Andreas, volteándose hasta su oído.

-No seas cerdo, debe tener 12 o menos – Contestó, rodando los ojos, tragando su impulso de llamarle con el diminutivo, cómo era de costumbre ya que el rubio esposado a su lado, era su mejor amigo y confidente desde que tenía uso de memoria.

El rubio rió por lo bajo, sin quitarle la mirada de encima a la chica de tez oscura que estaba sentada frente a ellos unos cuantos lugares más allá. Bill observó con desgano la escena y arrugó la nariz, no compartía en absoluto los gustos de su amigo.

De pronto se escucharon unos pasos a las afueras del auto y todo se volvió en absoluto silencio. Ya no habían miradas por parte de nadie, sólo ojos fijos y curiosos sobre la puerta de la van. Ambos chicos se removieron nerviosos y Andreas tragó saliva ruidosamente.

Un oficial de policía, correctamente vestido, se asomó a través de las rendijas de la van, observó unos segundos antes de abrir la puerta del automóvil en toda su extensión. Bill casi da un brinco en su lugar-

-Abajo – Ordenó el hombre, con un tono tan severo que le erizó los bellos. Ni su madre ocupaba ese tono con él. Mucho menos su padre, quien era el que le consentía todas sus mañas.

Uno a uno, fueron abandonando el lugar. Por orden de aquel hombro tosco y macizo, las niñas fueron las primeras en bajar, y cuando un chico –por querer hacerse el payaso- decidió avanzar e intentar salir de la van sin antes permitirle el paso al resto de muchachas, el hombre grande y gordo le tomó fuertemente de un brazo, bajándole de la van a un solo tirón y sin cuidado alguno.

Bill se sintió aterrado. El hombre tenía una apariencia escalofriante. Él no había visto a un policía así jamás. Ninguno tan corpulento y frío como se veía él, y eso le espantaba. Entonces pensó que quizás, ése no era su lugar…

Dio un brinco para bajar del auto, una vez que todos estuviesen ya fuera de éste. Sus ojos se abrieron de sobremanera y sintió ganas de correr de vuelta a la van y encerrarse ahí dentro para jamás salir. Todo estaba rodeado de hombres grandes y fuertes, y sólo eran oficiales de policía. Cerró los ojos y tragó con fuerza, sintiendo como sus piernas temblaban. Si los oficiales eran así… no quería ni imaginar como serían los hombres aprisionados ahí dentro.

El grupo de chicos que le acompañaban comenzaron a avanzar hasta el interior del recinto. Buscó casi desesperadamente con la mirada a su rubio amigo, pero, al parecer éste era demasiado tonto y despreocupado como para darse cuenta de la situación en la que se encontraban, pues casi le pisaba los talones  a la mocosa que miraba dentro de la van.

Bill maldijo por lo bajo y se limitó a seguir a los demás, temblando de nervios pero sin notárseles demasiado.

Una vez dentro, todo se veía menos gris y escalofriante de lo que imaginó al ver la fachada fúnebre del lugar. Las paredes pintadas todas de un color blanco invierno, le tranquilizaban. Todo el lugar estaba limpio, ordenado y bien cuidado.

Uno de los tantos oficiales que les acompañaban, se puso de pie frente a ellos, ordenándoles formar una fila uno tras del otro. Iban a quitarles las esposas y eso le hacía sentir enormemente feliz y tranquilo. Comenzaba a pensar que quizás la situación no era tan mala como había imaginado a un principio.

Más oficiales salieron desde una de las puertas frente a ellos. Bill se sorprendió de ver a mujeres trabajando en un lugar tan rudo como ése. Pero, cuando las escuchó haber, su asombró tocó las nubes. Ellas lucían mil veces más fuertes y rudas que los mismos oficiales. Como si el hecho de sentirse aterrado por los aspectos de superioridad de los hombres, no hubiese sido suficiente como para ahora sentirse una basura cobarde y delicada frente a esas mujeres.

El pelinegro estaba tan concentrado en la robusta imagen de la mujer de pie frente a sus ojos, que no se percató de que los demás chicos se quitaban prendas de vestir y zapatos, y se acomodaban un uniforme color naranja sobre sus cuerpos.

A pesar de que se sintió bastante intimidado, nada pudo hacer para luchar contra las claras normas establecidas. No quería ni imaginar que le harían si se negaba a usar aquel feo atuendo, si al pobre chico que quiso bajar antes de la van por poco le arrancan el brazo.

Avanzaron  a través de un largo pasillo, sólo podía escuchar los pasos y el sonido de algunas cadenas que sonaban desde más adelante. Se sentía más que nervioso, estaba completamente aterrado y se sentía un completo imbécil. ¿Qué imagen quedaría de él frente al resto si se comportaba como un verdadero cobarde?

Tomó una bocanada de aire e infló su pecho, marcando con más fuerza el paso. Dos grandes puertas se abrieron y el infierno se desató frente a sus ojos.

Los reos eran aterradores. Intimidante. Le asustaban y temía demostrar su temor. La oficial le había advertido que su apariencia “delicada y poco adecuada a la situación”, le traería más de alguna dificultad con los prisioneros. Tan sólo recordar eso le hizo revolver el estómago.

Él no quería entrar ahí. Todos eran tan altos y con cuerpos bien cuidados en musculatura y dañados por cortaduras poco accidentales. La mayoría de ellos tenían tatuajes en los brazos, cuellos, rostro, cráneo, y todo parte visible. Con lo pequeño e intimidado que se sentía, sólo les miraba de reojo, evitando por cualquier circunstancia levantar la mirada y encontrarles de frente a él.

Bill volteó el rostro queriendo parecer despreocupado, y lanzó una mirada por sobre sus hombros. Se sentía inseguro en ese lugar, no veía oficiales cerca y eso le ponía histérico. Su corazón latía fuertemente y temía que su nerviosismo interno se reflejara en su exterior. No quería quedar como un gallina, puesto que no lo era. Él no era un cobarde, y quería dejar eso claro. Su imagen diferente al común de los chicos no le volvía una princesa asustada en una alta torre.

-¡¿Asustada, jovencita?! – Increpó un hombre a pocos centímetros de su cuerpo. Bill pegó un brinco de la sorpresa y volteó su rostro hasta él, asustado - ¡Oh, tenemos una perrita aquí!

Todos los hombres comenzaron a reír, o eso pensó Bill y las mejillas le ardieron de cólera. Apretó sus puños y el hombre pudo notarlo, puesto que le lanzó una rápida mirada a sus manos esposadas sobre su vientre - ¿Te pasa algo, primor?

El pelinegro mordió su labio para no responder, mientras le fulminaba con la mirada a aquel petulante hombre vestido del mismo color que su traje. Fue entonces cuando su ceño se ablandó… estaba vestido de la misma forma que ese hombre. Estaba compartiendo el mismo techo con ese hombre. No había diferencia entre ambos más que unos cuantos tatuajes, cortes y arrugas en la piel. Después de todo, si estaba ahí, era por algo, ¿o no?

Su madre había dejado el alma en la calle para conseguirle un lugar dentro de aquella desagradable expedición, a pesar de las prohibiciones de su padre en permitirle abandonar la casa. La mujer se las arreglaba como podía para arrancarse de casa mientras su esposo no estuviera presente en ella, y conseguir un cupo para Bill.

El moreno se sintió la peor persona del universo al pensar en todo aquello. Quizás estaba mal. Quizás estaba viviendo mal. Quizás no hacía las cosas de forma correcta… pero, él jamás quiso que su vida personal afectara a su familia.

A sus cortos 15 años de edad había probado la marihuana por primera vez. A los 16 ya era bastante conocedor de ese tipo de sustancias y drogas más duras sin llegar a consumir estas últimas. Él sólo tenía la labor de distribuirlas y venderlas a quien quisiera, sin importar la edad que tuviera ni la condición social.

Ya a sus actuales 17 años, tenía más que claro que en un trabajo así, no se debía tener moral. Las guerrillas constantes entre pandillas en su “terreno de trabajo” –y también, de vida- le mantenían la vida pegada a un arma que guardaba con esfuerzo entre sus ropas cada vez que debía salir a vender.

Era peligroso, y lo sabía. Pero le gustaba la vida fácil, faltar a clases y hacer lo que se le diera la gana. Había ignorado las súplicas de su madre y hasta ahora, al verse dentro de una cárcel de máxima seguridad, enfrentado a un hombre mucho más corpulento y rudo que él… se sentía acorralado, equivocado, estúpido e inconsciente.

Bajó la mirada hasta sus manos esposadas y algo dentro de su pecho se quebró. Su garganta se apretó y el ardor en sus ojos comenzaba a amenazar con un llanto inminente.

-Oh, ¿vas a llorar, preciosa? – Molestó el hombre, con un tono burlón que Bill prefirió ignorar – Mírame cuando te hablo, mocoso insolente – Amenazó y el cuerpo de Bill se tensó.

Rápidamente levantó la mirada para fijarla en los ojos del hombre. No debía demostrar miedo, no iba a hacerlo. Grande fue su sorpresa al anotar que el hombre usaba un parche en el ojo, como los piratas. Tenía varios cortes en su cara y cerca del lugar ocultado bajo el parche negro. Su cuello poseía varios tatuajes con siglas, nombres y fechas desconocidas y que no quería conocer. Sus orejas se encontraban dañadas, seguramente por poseer algún tipo de aro o perforación que fueron brutalmente arrancadas, o eso parecía al vérseles casi totalmente deformadas.

-¿Te asusto? ¿Te gusto? – Preguntó, acercándose más al rostro de Bill, quien vaciló entre el parche y el ojo que aún le quedaba al hombre frente a él – Veo que te gustan los tatuajes – Habló, tomándole bruscamente de su antebrazo y Bill se tragó un chillido de miedo – “Libertad”… - Leyó sobre su antebrazo y el pelinegro se zafó del agarre - ¿Sabes tú lo que es la libertad? ¡Pues da las malditas gracias de ser tan afortunado! ¡Porque yo la perdí a los 15 años!

Bill dio un brinco hacía atrás y buscó desesperadamente a los oficiales con su mirada. Se sentía horriblemente aterrado, ese hombre iba a matarlo; sabía que si así lo quisiera, se atrevería y lo haría utilizando hasta lo cordones de sus zapatos de ser necesario – No, no tengo una novia, mucho menos una esposa, hijas o una familia. La fecha que ves aquí – Se señaló el cuello con violencia, casi enterrando su sucia uña en el – Es la fecha del primer hombre al que maté – A Bill se le erizaron los bellos y sus ojos denotaron todo el pánico que había ocultado en su interior.

El pelinegro intentó retroceder, estaba por correr hasta la puerta de salida y aferrarse a algún oficial y que le salvara de aquel prisionero. Ya no le importaba quedar como un cobarde. Él no iba a volver jamás a un lugar como en el que ahora se encontraba por ser un niñato estúpido.

Volteó su rostro y con pánico miró a los oficiales, quienes rodeaban la entrada a brazos cruzados  y sin moverse ni un solo centímetro. El hombre frente a él seguía gritándole y podía sentir su respiración rodeándole el cuello. Estaba perdido, ¿cómo le explicarían a su madre que un prisionero lo mató dentro de una cárcel de alta seguridad a vista y paciencia de todos?

Observó al hombre por última vez antes de cerrar sus ojos y apretarlos con fuerza, anteponiéndose al duro golpe que recibiría – Ya basta, Volker – Escuchó decir.

Bill abrió los ojos lentamente y su expresión de ahogo se calmó al momento de ver a quien le salvaba el pellejo. Observó de pie a cabeza al hombre, notando su vestimenta. Jamás esperaría una reacción así de parte de un convicto. La primera impresión que tuvo de ellos fue el hombre que por poco intenta matarlo. Ahora nada en su mente tenía sentido.

El prisionero robusto le fulminó con la mirada y se zafó del tacto del hombre que le había detenido, retrocedió alejándose del pequeño pelinegro y caminó junto a los demás prisioneros, comenzando a gritarles al resto de niños que habían observado toda la escena con espanto.

Bill parpadeó reiteradas veces, incrédulo, sorprendido, sin poder quitarle sus grandes ojos de encima al prisionero que le había “salvado la vida”. El hombre frente a él tenía la mirada perdida en el grupo donde se encontraban el resto de sus compañeros, molestando a los otros niños.

El pelinegro pudo notar una expresión diferente en aquel rostro. La mirada del prisionero era tan triste, su cara tan cansada. Bill pensó en qué tan dura podía ser la vida allí dentro…

-Oye, mocoso – Llamó el hombre y el moreno se sobresaltó, dando un leve saltito hacia atrás - ¿Qué me ves?

- Nada – Se apresuró a decir, bajando la mirada, ruborizado hasta las orejas por alguna extraña razón. Rubor de cólera, supuso. Se sentía tonto y avergonzado por haber sido asustado de tal forma por un prisionero. Se sentía un cobarde y eso le molestaba profundamente.

-No todos somos malos aquí... – Murmuró el hombre antes de alejarse de él y caminar de vuelta al grupo, dedicándole una corta y profunda mirada directamente a los ojos del muchacho menor.

Bill le vio avanzar con pesadez hasta el tumulto de personas aglomeradas más allá. Observó su vestimenta holgada, y le creyó típica de cárceles como aquellas. Los oficiales avanzaron tras de él también, dispersando a los hombres y sacando al resto de niños que se encontraban acorralados entre los prisioneros.

No tardaron mucho en avanzar hasta él y mezclarlo dentro del grupo sin querer. Bill comenzó a avanzar hasta la puerta junto a sus compañeros, siendo apresurado por los gritos de los oficiales.

Al salir del lugar notó como todos respiraban agitados. Algunas chicas lloraban y a los muchachos les tiritaban las extremidades, intentando disimular el temor evidente. El pelinegro volteó a mirar de vuelta a la sala donde minutos antes por poco había sido asesinado; aún podía escucharles reír y hablar de cómo todos los niñatos eran unos cobardes, y de cuánto les gustaría tenerlos realmente dentro de la cárcel.

A Bill se le aceleró el corazón, el jamás volvería a ese lugar. Buscó con la mirada entre todos los rostros duros, sucios y marcados, el rostro del hombre que le había salvado. Quería despedirse, hacerle una seña, darle las gracias con inseguridad ya que quizás él sólo evitaba poner en riesgo de castigo a su amigo y compañero si es que éste llegaba a estrangular a un niño frente a los oficiales.

El moreno frunció el ceño y volteó nuevamente en dirección a sus compañeros cuando vio como los hombres comenzaban a abandonar el lugar, cada cual yendo por su lado.

Iba a marcharse de ese maldito lugar y jamás volver. Metió sus manos a los bolsillos del incómodo uniforme que llevaba puesto, suspiró, y se dispuso a caminar fuera del lugar - ¡Tom! – Escuchó, y su cuerpo se detuvo instintivamente, sobresaltado. Volteó nuevamente y vio como un hombre invitaba a la salida.

Unos oficiales habían abierto una gran puerta en la sala, permitiendo la salida de los prisioneros hacia el custodiado patio del lugar. El sol que entraba con fuerza a la blanca habitación, no le permitía observar con claridad.

Entrecerró sus ojos y buscó con la mirada al hombre junto a la puerta. Cuando su vista se acomodó a la brillante luz, pudo verle caminando hasta una de las mesas dentro de la sala, se detuvo frente a ella y luego caminó hasta la puerta, saliendo del lugar.

-¡Tom! – Escuchó nuevamente, esta vez con menor intensidad, por lo que supuso que sería el mismo hombre llamando ahora desde fuera de la sala.

Bill estaba confundido, ¿les permitían tener mascotas o algo así en el lugar? El prisionero se notaba bastante interesado en que el aludido caminara fuera de la instancia. Después de todo, los ratos libres para disfrutar de la escasa libertad de los patios de la prisión, era en tiempos bastante reducidos.

Los hombres ahí dentro, tenían suerte si les dejaban estar fuera por una o dos horas al día, si es que se comportaban bien y no tenían peleas entre ellos.

Uno de los oficiales que le acompañaban junto al resto de los chicos, le llamó para que avanzara junto al resto y se alejara de la ventana. La visita había terminado.

Pero Bill era terco y porfiado, él no se movería de ahí hasta saber de quien o qué se estaba hablando; después de todo, no volvería a pisar ese lugar. Dentro de todas sus cualidades negativas, habían unas cuantas que le agradaban y que podían calzar dentro de lo positivo. La curiosidad, parte de “El lado bueno de Bill”, como decía su madre.

-¡Kaulitz, muévete! – Le regañó el oficial, amenazando con que le sacaría del lugar por la razón, o la fuerza si así fuese necesario.

- ¡Vamos, Tom! – Escuchó otra vez, y se esforzó por acomodar su vista nuevamente al reflejo soleado. Pudo notar la misma silueta del hombre cerca de las mesas, volviendo a entrar al lugar.

Bill frunció el ceño y le observó atento hasta verle caminar nuevamente fuera de la sala, ésta vez siendo seguido por un segundo hombre.

El estómago de Bill se estremeció y su cuerpo se activó casi por instinto. Quiso golpear la ventanilla para llamar su atención, pero fue impedido por unas fuertes manos que le arrastraban lejos del cristal. El pelinegro pudo notar como la brillante luz se desvanecía de a poco, la puerta se había cerrado.

Pero algo dentro de él estaba calmo y a la vez curioso e inquieto cada vez más; era él, el convicto que le había ayudado. Y Tom…

 

Tom era su nombre.

 

Notas finales:

¿Comentarios? :)


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