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The merman por Korone Lobstar

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Notas del fanfic:

Bueno, pues aquí llega un proyecto que llevo semanas madurando con la ayuda de mi querida Angelline y Kinri. Siempre he querido escribir un fic sobre La Sirenita, y me ha costado semanas de realizar esquemas y escribir lluvias de ideas para poder empezarlo como mandaba el Gran Rey. 

>>Disclaimer.

Los personajes no me pertenecen a mi, sino al gran Eiichiro Oda y algunos que veréis puede que salgan de la historia de Disney, pero no os aseguro que vayan a aparecer muchos personajes del cuento. Es más, puede que no salga ninguno.

 

Notas del capitulo:

Pues os voy dejando el prólogo por aquí, que está recien salidito del horno. Como os habréis supuesto en el resumen, este es un fic ambientado en La Sirenita, aunque pooc tiene que ver con el cuento de Disney. La mayoría de cosas que usaré serán determinadas escenas o situaciones, si llega el caso. A lo sumo, me basaré sobretodo en el cuento real de Andersen. Espero que os guste. 

Los jadeos escapaban de sus labios como el viento lo hacía a su alrededor, revolviéndole sus pequeños y puntiagudos cabellos rojos a medida que sus cortas piernas ganaban velocidad.

Con fuerza, el pequeño sujetaba como podía una enorme bolsa llena de fruta que había conseguido robar mientras su amigo Killer, unos años mayor que él, distraía amablemente al tendero que, elocuentemente, le explicaba al niño rubio como podía llegar a cierta parte de la ciudad cayendo en el engaño.

Él le había dado la oportunidad.

Era por eso por lo que no podía dejar que le cogiesen ahora. Además, no quería experimentar el dolor de sentir aquel madero que ondeaba furioso el vendedor en sus gastadas manos con el que, seguramente, pretendiese darle al chiquillo un escarmiento que no olvidase jamás.

-¡Llamaré a la marina, maldito criajo de mierda!

Pero Kid estaba seguro de que le iba a conseguir perder de vista.

Una calle más, después a la derecha y…

El grandioso puerto se abrió ante sus ojos, y eso provocó que el pequeño pelirrojo sonriera como un tiburón, hambriento de trastadas.

En cuanto pudo, dio un enorme salto desde el pequeño muro de piedras y conchas que conformaban el límite de la pequeña y bulliciosa aldea de la cálida y suave arena de la playa, pegada al puerto.

Por supuesto, un viejo tendero como ese no iba a poder dar ese enorme salto que Kid había conseguido dar para pasar el muro, cayendo sobre la clara arena que le había ayudado a amortiguar el fuerte golpe que podría haberse dado desde esa gran altura.

Quiso reírse del hombre cuando comprobó que, rojo de la rabia, empezó a soltar maldiciones e improperios mientras golpeaba furioso el muro que no se veía capaz de saltar con su edad. Ya se encargaría de aquel mocoso en otra ocasión.

Kid, por su parte, quiso chillar de felicidad mientras abrazaba con mimo la bolsa de la que, por una mañana, iba a comer de sobras con su mejor y único amigo.

Ahora sólo tenía que esperarle en el lugar de siempre.

Apoyado contra un enorme madero viejo que se encontraba en la orilla entre los barcos de los pescadores, se quitó sus destrozados zapatos de aspecto lamentable para poder sentir aquel dulce albero que se metía entre los pequeños dedos de sus pies y le reconfortaban de sobremanera. Puede que estuviesen para la basura, pero al niño le gustaba aquel trapo que le calzaba todos los días.

No es como si tuviese dinero para permitirse llevar zapatos de gente honrada, limpios y lustrosos, o ropas limpias y de exquisito olor cuando él, con su camisa blanca de tirantes llena de parches y orificios, se sentía bien.

No le gustaban las personas de su aldea.

Pero no tenía dónde ir.

Por ahora.

Su sonrisa volvió cuando el paseo que dio inicio a sus pensamientos de grandeza y de aventuras le llevó hasta su amado escondite.

Su casa.

Su sala de juegos, el país de sus sueños.

Aquella pequeña cueva que se escondía dentro de un acantilado y que se escondía con la subida de la marea era el sitio idóneo para esconder las cosas de valor que los dos pequeños iban recolectando en cada visita al pueblo que hacían.

Sus “tesoros”.

Algunos platos que parecían tener valor, cubiertos, pequeños sacos con monedas de oro robadas…

Toda una colección.

En cuanto entró tiró sus zapatos cerca de unas pequeñas rocas que les hacían de asiento, frente a los restos empapados de una hoguera que encendió con Killer la noche anterior.

Dejó la pequeña bolsa llena de fruta en una esquina, sacando después del andrajoso bolsillo de su pantalón un pequeño dedal de plata que le había llamado con voz pícara desde que se lo vio a aquella anciana, colocándolo junto con el resto de las cosas que iban coleccionando.

-¡Killer! ¡Ya estoy en casa! –Gritó con fuerza para llamar al mayor, el cual no dio ninguna señal de vida.

“Quizás aún no ha vuelto”, pensó, sintiendo dentro del estómago una ligera pero intensa preocupación por él. Seguro que no le habían cogido, Killer era muy hábil y escurridizo.

Sí, estaría bien.

El ruido de algo moverse le hizo dar un respingo, pegando su flacucha espalda contra la pared de roca, mirando hacia todas partes. Un poco atolondrado, alzó la voz quebrada al aire, dejando un rastro de su voz en el eco que producía su escondite.

-¿Hola? ¿H-Hay alguien ahí?

Sus pies, sintiendo que apenas reaccionaban, empezaron a moverse muy lentamente, con un ligero temblor.

¿Qué había sido ese sonido?

¿De dónde venía?

Cuando dio unos pasos hacia la profundidad de la cueva, divisó algo que no se esperaba ver pero que, de vez en cuando, salía a flote tras una noche de tormenta.

Los restos de un navío.

Maderos, algunos peces coleteando aún, incluso los restos de una resistente red para pescar.

Vaya, pensó el niño.

Seguramente con la que cayó anoche algún idiota no pudo regresar a la orilla y se destrozó toda la barcaza.

Mejor para él, ahora tendría más tesoros donde husmear.

Los maderos seguro que podrían utilizarlos para algo, Killer era muy hábil para construir estupideces que hacían más acogedora su guarida secreta.

Hasta aquella malla sería de lo más útil. No les haría falta robar más pescado, podrían ir a cogerlo del mar cuando quisiesen.

En esos momentos, Kid se sentía el niño más afortunado del mundo.

No dudó en coger el extremo de la red y tirar para intentar dejarla medio recogida en alguna parte de la cueva, para que estuviese lista para usarse.

-Como pesa… -Murmuró al darse cuenta de que, al tirar de la red, el ruido que había escuchado antes regresó.

Había algo enganchado en la red.

Un niño.

-Eh, ¿estás bien? –Preguntó el pelirrojo al sentirse ahora completamente a salvo. No importaba si era un criajo, él era el más fuerte del pueblo en las peleas. No dudaría en darle un puñetazo si se resistía a darle ese pequeño tesoro que había arrastrado la marea alta.

El pequeño atrapado, mareado, intentó de nuevo con todas sus fuerzas salir de aquella prisión que le había abrazado con fuerza y de la cual no podía escapar.

Cosa que a Kid no le pasó desapercibida.

Estalló en carcajadas al momento.

-¿Es que eres tonto? ¿Cómo te las has arreglado para quedarte metido aquí dentro? Esto es para pescar peces, idio….

Pero la voz se volvió a meter por su garganta para congelar sus cuerdas vocales.

Algo, algo en ese mocoso no andaba bien.

Había algo muy diferente que le hizo caerse de culo aún con las manos sosteniendo la red.

Una enorme, brillante y enorme cola de tonalidades grises, que con los pocos reflejos del sol que entraban por la boca de la cueva la hacían resplandecer como un día encapotado.

No podía dejar de abrir y cerrar la boca al ver que, por mucho que se esforzase, las palabras no le salían.

Las sirenas no existen.

Pero aquel niño tenía cuerpo de una.

Fue a extender una de sus pálidas manos a la hermosura que aquel enano tenía de cintura para abajo, pero el mismo se dio por aludido, porque se giró muy repentinamente para mirar a aquel que había intentado liberarle.

Unos preciosos ojos del color del metal brillaban con los rayos del sol.

Una piel tostada, con unas extrañas marcas por todo el cuerpo.

Un pelo negro, completamente alborotado por la fatiga que tenía tras luchar durante horas con aquella peligrosa red.

Era simplemente impresionante.

Kid tragó saliva al notar la boca seca.

-¿Estás bien?

Pero su pregunta no tuvo respuesta.

El niño simplemente agachó sus orbes grises hacia el suelo, completamente avergonzado por la situación en la que se había visto envuelta.

Padre le mataría.

Al ver que aquella maraña pelirroja volvía  a la carga con la red cerró los ojos con miedo.

Había escuchado muchas historias aterradoras de los humanos.

Cosas que les hacían a sus amigos los peces, cosas que les pasaban a aquellos que querían hablar con esos seres con pies.

Sólo quería volver a su palacio y olvidarse de aquella absurda expedición que acabó en desastre.

Fue a gritar cuando las suaves manos del niño tocaron su cuerpo, pero no lo hizo.

Se dio cuenta de que, en realidad, le estaba ayudando a quitarse la red de encima, desenredando aquellas partes de su hermoso cuerpo que se habían quedado atrapadas y no le dejaban volver a mar abierto.

-¿Ves? Así está mejor. –Sonrió ampliamente el niño cuando liberó a aquella… ¿Sirena? ¿Pez? ¿Cosa?- ¿Cómo te llamas?

El moreno sólo volvió a desviar la mirada, desconfiado de aquel cachorro humano que le mostraba tan extraña simpatía.

¿Es que no le tenía asco? ¿No estaba asustado al verle?

-¿Qué es… lo que eres? –Sintió que quería preguntar Kid, esperando que, al menos, a eso le diese respuesta. Necesitaba saberlo ahora que lo había visto.

Aquellas criaturas que sólo existían en los relatos.

El niño, lentamente, pareció coger algo de valor para contestar a aquellas preguntas que le rondaban la cabeza al pelirrojo, pero unas pisadas apresuradas que iban hacia su dirección les hizo a ambos enmudecer. Alguien iba hacia allí.

El pánico en ambos pares de ojos, tanto en los dorados de Kid como en los grises del tritón, era completamente palpable, empezando a moverse hacia todas partes buscando una vía de escape. Tenían que salir de allí.

Si era el tendero de nuevo, no sólo daría una paliza a Kid por robarle, sino que a aquel niño que acababa de encontrarse en su refugio podría sufrir las consecuencias.

Algo dentro del pecho pálido del pelirrojo se hizo fuerte y creció sin control.

Tenía que proteger al otro niño.

A duras penas, consiguió alzarle en brazos como si de una princesa se tratase y empezó a dar rápidos pasos hacia la orilla.

-¡Vete! –Le gritó cuando consiguió enterrar sus pies dentro del agua y, con un gran esfuerzo, lanzó su tostado cuerpo hacia el interior de las olas.- ¡Pero antes, prométeme que nos volveremos a ver mañana!

El tritón hubiese querido hablar antes de aquel extraño final, quiso darle las gracias o, al menos, pedirle que esperara un momento.

Era la primera vez que se encontraba con un humano.

No solo eso, era la primera vez que hablaba con uno, y que éste no le tenía miedo.

Su corazón corría a mil por hora de la emoción por aquel increíble descubrimiento.

No podía esperar a contárselo a Padre.

¡Los humanos no eran seres terribles que daban miedo!

Eran… muy diferentes.

Miró detenidamente a los ojos ámbares que le despedían desde la orilla, sonriéndole antes de darse la vuelta para volver a entrar en la cueva.

Él, por su parte, se metió bajo el inmenso azul para poder volver a su casa.

Tenía muchas cosas que contar.

Notas finales:

Y aquí empieza la gran historia que muchos ya conocemos, ¿verdad?

Siempre pensé cuando veía la película que la curiosidad de Ariel sobre el mundo de los humanos tenía que proceder de algo más fuerte, así que aquí tenemos una de mis ideas sobre qué podría haber sido.

Es el principio de un fic un tanto peculiar, espero que os guste a todos.

Intentaré actualizar cuanto antes mejor, pero no prometo nada (exámenes).

Así que… ¿me merezco un review? ^^


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