Capítulo I
En pleno siglo XIX , un banquero de gran prestigio se dirige como todas las mañanas a la plaza central de la ciudad, para observar la venta de esclavos. Acude a esta todas las mañanas, de lunes a viernes, y ve como niños y niñas de todas las edades, especialmente menores de edad, son vendidos a viejos ricos, para ser explotados sexualmente además de realizar trabajos forzosos. La mayoría de los esclavos/as piensan que la mayor suerte que pueden correr es una muerte sin dolor o un Señor que por lo menos les de una comida al día.
Aunque este banquero siempre iba, nunca ninguno/a había llamado su atención, hasta ese día.
El vendedor, un señor gordo con bigote y cojo, por lo que se apoyaba en un bastón, acompañado por dos hombres, jóvenes y fornidos, comenzó con la subasta.
Anunció dos chicas de no más de 13 años, una rubia de ojos azules y otra morena con ojos marrones, no llevó más de 2 minutos que fuesen vendidas a esos depravados, a continuación siguió con unas mujeres algo más mayores, y cuando el banquero se disponía a marcharse vio algo que captó por completo su atención.
Dos gemelos, parecían ser bastante más jóvenes que él. Sus cuerpos estaban cubiertos por unas ropas desgarradas, sus ojos hinchados de llorar y temblaban tanto por el miedo como por el frio.
Vendedor: Bueno damas y caballeros déjenme presentarles a estos dos gemelos, tienen 16 años de edad, provienen de una familia de esclavos que incumplieron las normas de su amo y se atrevieron a tener relaciones sexuales entre ellos, y como castigo este decidió arrebatarles a sus hijos. Estos gemelos no han conocido la libertad y han sido entrenados desde su nacimiento para ser unos grandes esclavos, y por último decir que ambos son vírgenes.
Tras estas palabras una avalancha de manos comenzaron a ofrecer cantidades desorbitadas por ambos muchachos. El banquero no sabía por qué pero no podía parar de mirar a esos dos niños, el solo pensar en tenerlos a ambos entre sus brazos hacía que su corazón latiese como nunca antes lo había hecho.
Esperó hasta que esa avalancha de manos se transformó en una sola, para doblar la cantidad que esta ofrecía y así hacerse con los pequeños.
Vendedor: Vendidos al señor del gorro. La subasta termina por hoy por favor los compradores acérquense para recoger sus mercancías.
Tras haber esperado que los compradores de antes se llevasen a sus esclavos/as, el banquero se aproximo al fin a los gemelos, que estaban temblando bajo sus pies sin levantar si quiera la mirada y cogiéndose de las manos, se veían tan adorables.
Vendedor: Bien señor, a partir de ahora estos esclavos son de su propiedad, puede hacer con ellos lo que le plazca, a continuación vamos a grabarle sus iniciales en su cuerpo. ¿Es tan amable de decirme su nombre?
Banquero: Donghyun.
Tras decirle como se llamaba, uno de los dos hombres, que acompañaban al vendedor, agarro a un gemelo mientras el otro grababa las iniciales “DH” en su tobillo, mientras lo hacía solo se podían oír los gritos de suplica del pobre muchacho, una vez finalizado, realizó el mismo proceso con el otro gemelo.
Vendedor: Enhorabuena señor Donghyun, se lleva usted dos grandes piezas, espero las disfrute. Tenga un buen día.
Tras estas palabras los hombres cargaron a los muchachos, como si de sacos de patatas se tratasen, hasta el carruaje. Una vez dentro Donghyun no podía parar de mirarlos, estaban enfrente de él, cogidos aún de la mano, temblando, sin levantar la cabeza.
DH: y bien, ¿Tenéis un nombre o debería daros uno? -preguntó para romper el hielo de la situación.
“K...kawangmin..y mi hermano se llama...Youngmin...señor” Respondió el moreno. Porque si algo diferenciaba a estos hermanos era su color de pelo, uno era moreno mientras que al otro le había teñido de rubio, seguramente para poder diferenciarlos.
No dio tiempo a continuar la conversación, cuando el carruaje se detuvo frente a una casa, esta era de gran tamaño, aunque no era una mansión en comparación a las demás lo parecía. Al entrar en ella se encontraron con un pequeño escalón, que separaba la entrada, del salón, este tenía un gran sofá marrón y dos butacones del mismo color uno a cada lado, frente al sofá una chimenea con un cuadro encima, de la ciudad. A la derecha de este se encontraba una puerta que daba a una gran cocina, pero lo que más llamaba la atención eran las grandes escaleras que se encontraban donde el salón, las cuales llevaban a tres habitaciones, dos de ellas dormitorios y una un cuarto de baño.