Fili lo sabe. Sabe que lo que hace no esta bien, pero cree que tampoco es un error. Simplemente es el crimen más abominable que jamás podría haber soñado cometer. No importa si sus manos están manchadas de sangre o su lengua ha sido corroída por los insultos y las blasfemias, esto es mucho peor.
Es su cabello oscuro, sus manos ásperas y su piel morena que sabe a hierro lo que le hace enloquecer y que arrastra su juicio hasta el fondo de mente. Encerrándolo y amordazándolo en una oscura celda que forma su razón.
Ha caído y lo sabe. Es consciente de ello, pero lo importa poco. Lo único que puede reprocharse a sí mimos, es haber arrastrado a su hermano junto a él. Aún recuerda los carrillos sonrosados de un tímido niño inocente que se dejo querer por primera vez. Sin entender el daño que aquellos besos velados le reservaban. Recuerda su cuerpo frágil, ahora convertido en hombre, su inexperiencia troncada en furia y pasión, mientras arroja desde su garganta roncos gemidos de placer.
Comprendió hacía ya mucho que había fallado en su misión. Se prometió protegerle, apartarle del mal y ahorrarle el sufrimiento y la desdicha. Pero ha sido incapaz de cumplir con su palabra y la culpabilidad poco a poco se convierte en una vieja amiga que le acompaña las noches insomnes. Noches en que solo su presencia puede calmar la sed que tiene de él. Que le hace agonizar y sentirse aún más miserable cuando sus labios le ofrecen la vida que se le escapa.
Solo el merece el castigo que Námo le ofreciera en sus estancias de Mandos, cuando sea juzgado frente a él y errar por las tierras de Aman sin encontrar descanso bajo la piedra. Perderá su dignidad, deshonrara a su raza y aceptara gustoso el castigo que le impongan si así puede sentir una noche más aquellas caderas afiladas cabalgando sobre su entrepierna a ritmos descompasados. Con las uñas grabando figuras en su espalda y su barba rala resbala contra su pecho. Mientras se deja atraer por su mirada pícara y las sucias promesas que siempre acaba cumpliendo.
Una vez fue el guardián de sus besos secretos, el maestro de sus juegos. Fue él quien le inicio en el mundo del amor. Fue quien con un juramento de amor eterno le ató a él y le arrastró al pecado del que siempre sería inocente. Porque no importaba cuantas veces cambiarán de posición, ni cuantas veces perdiera el control de la situación. Ni siquiera contaba las veces en que había sido el otro quien había despertado su instinto y le había seducido hasta arrastrarle al dormitorio. Siempre sería suya la culpa de haber corrompido la pureza en aquel espíritu inocente de un chiquillo adolescente.
Y en el fondo apenas importaba si su destino le conducía al dolor eterno. Si le encomendarían a las llamas o al repudio. Aceptaría su error y pagaría por él. Porque poco podía importarle lo que sucedería cuando él ya no estaría a su lado. Cuando el tiempo, la enfermedad o la guerra se lo arrebataran ya poco importaría el mundo que le rodeaba. Solo la soledad y el frío acompañarían los recuerdos grabados en su corazón a golpe de martillo y cincel. Y cuando los años pasarán y contarán su historia poco importaría si una vez fueron hermanos, porque solo quedaría de ellos el recuerdo de dos amantes entregados.
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