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Reiterada vergüenza por RinkatakuChibbiSan

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Notas del fanfic:

Hola a tod@s~

Notas del capitulo: Bueno, les traigo esto para el cubo en homenaje~

No tengo mucho más que decir que ¡¡Me tardé como un mes!! ¡¡Soy un desastre!! ToT Y que va principalmente dedicado también a la user de @Degel_GS, por tenerme paciencia y rolear conmigo y la OTP que tanto fngirleo >w<

Sin más vueltas, espero que lo disfruten~
Un hombre nace, sueña, piensa, crece y a lo largo de su vida crea vínculos con otros; cuando uno se relaciona con otras personas, es cuando se generan disputas con uno mismo. La persona en cuestión lucha por agradarle a los otros y hasta finge para que su verdadera personalidad no salga a la luz, para no demostrar quién es realmente. No importa si su verdadero yo es lo que se llama bueno, bondadoso, honrado, lleno de dicha y honestidad; o en cambio, es alguien ruín, holgazán, egoísta o superflúo. Las personas generalmente ocultan lo que sienten, se guardan comentarios, acorazan su corazón, sea por no sentirse frágil, vulnerable a los demás, o por el contrario, para no dejarse ver sus verdaderas intensiones.

También están las veces donde, en los momentos de claridad interna y sosiego, uno hace oír sus sentimientos más profundos y los comparte con palabras. Sea a una persona, sea a un grupo, sea a uno mismo pero en voz alta, si no se estaba dispuesto a decirlo, todo se desmorona y uno quiere retractarse. Las opciones para ello son diversas y generalmente la persona se acobarda y desea huír; suele pasarle incluso al más valiente, al más frontal y al problemático, como su servidor. Sin embargo, no deseo hablar de mí.

Todo ello es a causa de la vergüenza.

La vergüenza ha creado siempre una barrera entre los humanos, desde el inicio de los tiempos o, al menos, desde que nos comunicamos. He de admitir que es un estado de inhibición que detesto y no suelo padecer, pero mi compañero sí. Y muy a menudo. No me malinterpreten, pues verle enrojecido y hablándome entre susurros es algo que disfruto de sobremanera y, no obstante, algo que siempre anuncia su retirada.

La vez que le sucedió en grande es algo a lo que se le puede llamar "anécdota", solo que no se encontraría gracioso para nadie y no pienso tampoco hacerlo pasar por anécdota. Tras de mí, un preámbulo innecesario, y a continuación... léanlo ustedes.


Era uno de esos días invernales de noviembre que anticipaba, o más bien advertía, el sofocante y poco ameno "Espíritu navideño" que, por si fuera poco, se comentaba a lo largo del año. Mi compañero logró disuadirme para que pasemos el cogelado día fuera del Santuario -- ¡¿Eres imbécil o qué?! ¡Me dará pulmonía por tu culpa! --Como es de acostumbrar, no movió un músculo ante mis evasivas y siguió tratando de convencerme con su sensatéz que a veces desesperaba -- ¡Se me pegará la escarcha hasta donde no me da el sol! ¡¿Es eso lo que quieres?! --Fue entonces donde supe que haría ademán de volver a su templo y, como si fuera protocolar, acabé aceptando.

No pasó mucho tiempo antes de que empezara a quejarme por el frío, cosa que esta vez había cometido el error de hacerlo al estar apenas unos diez pasos fuera de Escorpio. El Copero ignoró mis quejas todo lo que duraron y nuevamente ganó por cansancio; la tarde no demoró en hacerse amena para ambos en Rodorio, donde pudimos distendernos de las presiones diarias en la morada de Athena, presiones de las que solía evitar.

He de admitir -aunque no en voz alta- que su cercanía solía despertar en mí sensaciones de las que casi no entendía, pues seguíamos estando algo ajenos a nuestros cuerpos, podría decirse que inocentes, ingénuos, o simplemente sin tiempo de sobra para percatarnos de aquella clase de cambio. Desde niños, agotábamos muchas veces nuestro tiempo libre -en especial el de él, ya que siempre fue difícil despegarlo de sus libros- pasándolo juntos. Por más que fuera aburrido para mí, tenerlo cerca era suficiente para hacerme dudar sobre la vida que estoy llevando; siempre ha sido así, y presiento que en mi último aliento lo evocaré, me hará dudar, solo espero que no acabe en cobardía...

Volviendo a aquel día nublado; la luz de los faroles desde tempranas horas del mediodía le daban un ligero toque céntrico a las anchas calles dedicadas al comercio, una suave nevada avivaba los rostros penosos de los pueblerinos ahora sonríentes entre sí, más amables de lo acostumbrado, el ambiente apacible por la calidéz de las personas hacia olvidar por momentos que el frío entumecía mis dedos, que de a momentos tiritaba, que se suponía que seguiría haciendo rabietas para volver a mis aposentos.

Sin embargo, mi vista no se concentraba en aquellas sonrisas aldeanas, mi oído no distinguía las voces de los mercaderes de las risas de los niños que jugaban en la nieve que se iba acumulando, mi olfato solo supo desgustar deliciosamente el aroma que desprendía el cuello de él y mi tacto solo ansíaba sentir el cuerpo del llamado Mago de los Hielos. Todos mis sentidos estaban atentos al fransés, su cercanía sin ningún roce era enloquecedor y su mirada sobre mí hacia que divague con mi mente; hasta que no logré contenerme y lo acorralé contra una pared al pasar por una calle angosta, casi desierta.

Tenía mis manos a los costados de su cabeza, apoyadas sobre la pared para aprisionarlo, y le miraba a los ojos con detenimiento. Algunos pequeños copos de nieve caían entre ambos y el frío no cesaba, aún así una socarrona sonrisa se dibujó en mis labios --Degel... --Lo nombré por lo bajo y entre dientes, disfrutando el que no se opusiera a mí, no aún.

Me sostuvo la mirada aparentando la misma fríaldad de hacía unos momentos, algo que empezaba a hacérsele difícil --Kardia --Murmuró, no como un llamado de atención, sino como en respuesta un tanto dudosa.

Lo noté tenso, pues no movía un pelo y me sostenía la mirada inexpresiva; seguro había deducido lo que yo quería, pero ninguno de los dos sabía hasta dónde pretendía llegar. Acerqué mi rostro al de él osadamente, sin despegar mis ojos de su mirada, y me detuve cuando me cercioré de estar lo bastante cerca. El peliverde había dado un pequeño respingo en reacción, pero nada más.

--Vamos, no te hagas el tímido, cubito --Le susurré en un gruñido leve, usando un énfasis especial en la última palabra. Nuestras narices se rozaban y por más que no tuviéramos tacto en ellas, era tan satisfactorio como de costumbre. El momento que antecede a lo inevitable para ambos.

Recuerdo que aquella vez fue él quien flaqueó primero, quien tomó mi nuca con sus heladas manos y me atrajo a su rostro buscando mis labios. Un mínimo estremecimiento cruzó mi espina dorsal, mis instintos me dictaron reaccionar al instante, por lo que fundí nuestros labios con algo de brusquedad, la fricción y el aliento compartido hicieron el beso más placentero al tiempo que bajaba mis manos hacia su cintura para juntarlo a mí. Sus mejillas se tiñeron de aquel carmín que tanto me encantaba, las yemas de sus dedos hurgaron por entre las hebras de mi cabello azulino y sentí su húmeda lengua buscar la mía dentro de aquel intenso contacto. Profundicé aún más el beso con maestría y ahínco, recorriendo su boca osadamente, al tiempo que él comenzaba a jadear extasiado entre ambos y a jalar de mis cabellos para apartarme.

Aquella reacción hizo que gruñera por lo bajo y, de un movimiento presizo e inesperado, lograra introducir mi pierna derecha entre sus rodillas, ocacionando que él rompiera el beso y alzara su vista, jadeando --K-Kardia --Me nombró en un gemido bajo y se sostuvo de mi espalda con fuerza, como si pudiera caer.

--Me vuelves loco --Volví a gruñir en un susurro a la par que me acomodaba gustoso contra su cuerpo y comenzaba a recorrer su cuello con mi boca, desgustando de la piel que se erizaba al contacto.

La fricción entre nosotros hacia que entráramos en calor, sintiendo mucho mejor los besos prolongados, las caricias por arriba de la ropa. Empezaba a notarlo muy nervioso, quiso apartarme varias veces y yo no lo dejaba, un tanto cegado por la intensidad del momento. Hasta que de un instante a otro, tan pronto como se estingue la llama de la vida -aunque no la de la pasión-, se separó abruptamente, mirándome fijo a los ojos. Aquello me sorprendió un poco y no supe cómo interpretar su mirada turbia hacia mí.

-- ¿Qué sucede? --Logré emplear un tono de voz un tanto preocupado, pero no en exceso. Apenas pronuncié aquello, y el acuariano dio la media vuelta, marchándose apresurado, con su cabello verdoso hondeando cual fina cortina, sus labios enrojecidos por mis besos y su mirada llena de negación.

Di un bufido ante ello y me crucé de brazos aparentando que su huída me molestaba. Era bien sabido que, conociéndome, se pensaría que fui tras él, sin una meta clara, para detenerlo. Sin embargo, no fue así. De hecho, yo también lo conocía a él, sabía que ello acabaría bien como en otras veces, que él solo necesitaba que le diera tiempo y le dejara respirar.

El frío comenzaba a hacerse presente una vez más, aunque la suave nevada ya cesaba. Tomé una ruta alternativa para volver al Santuario, o mejor dicho, internarme en la Octava Casa hasta el día siguiente. Odiaba que me hiciera creer que algo había hecho mal, que yo era la persona que en realidad buscaba y todos esos papelones no eran culpa de la vergüenza, sino de genuina incomodidad y repugnancia hacia mí.

Mucho más adelante supe que fue vergüenza, que yo lo había excitado.

Pasaron varias semanas luego de aquella situación, era increíble que hasta me haya cruzado con Asmita en ese lapso de tiempo y aún no lo veía a él. Traté de ignorar eso, pero era demasiado evidente que me esquivaba; bordeaba mi templo, si lo buscaba en Acuario no estaba, no me lo encontraba ni de casualidad. Aquello logró herirme de algún modo, puesto que la falta de explicación hacia ello me desesperaba. Llegué a detestarlo por las evasivas.

Diciembre, enero... El invierno perdió cierto encanto. Hasta llegar a la fecha de su cumpleaños.

Esa vez ni me molesté en prepararle un obsequio, tenía muy presente la sensación de que no quería tratar conmigo; pero en medio de la noche, su cosmos buscó el mío. Yo me encontraba boca arriba sobre el suelo de mi alcoba, recuerdo que ese día no quería hablar on nadie.

"¡¿Qué quieres?!", respondí vía cosmos luego de un rato, un tanto exaltado por el cosquilleo que se solía experimentar al ser contactado de esa forma abrupta.

"Te diré si vienes".

Dicho eso, disminuyó su cosmos, cortando la comunicación.

Me incorporé al instante, refunfuñando sin razón aparente, y fui obligado a subir la escalinata hasta el templo del Copero. Una vez allí, me adentré en la Casa sin anunciarme con el dicho cosmos, puesto que él me había llamado y creí saber dónde estaba su morador. Divagué con mi mirada sobre las cubiertas de los libros que se hallaban a mi paso, la gran mesa de estudio que se encontraba a mitad de la sala principal estaba igual que siempre: libros, plumas, tinta, escritos antiguos, mapas, etc, etc. Di un par de vueltas alrededor de la mesa, con los extensos estantes del otro lado, y acabé por aburrirme.

Sabía muy bien que no debía husmear en los sectores privados de los templos ajenos sin el permiso de su guardián en cuestión, y ya estaba al tanto de las consecuencias, así que busqué con la mirada aquella puerta de roble que conducía a una pequeña oficina donde Degel solía confeccionar mapas; existía la posibilidad que estuviera allí y no se hubiera percatado de mi presencia. A hurtadillas entré en dicha habitación, dejando por descuido la puerta abierta.

Dando un largo bostezo, miré a mi alrededor, no había nada interesante ni digno de describirse, solo objetos de estudio. Me quedé observando el escritorio, fascinado con mis espontáneas fantasías, pensando en lo estimulante que sería involucrarme sexualmente con el acuariano allí mismo, oírlo gemir mi nombre y que nuestro goce sea el que rompa la monotonía y el silencio de aquel templo del saber. Estaba sumido en aquellos pensamientos sin haber sentido siquiera la presencia del Mago de los Hielos ni sus gélidas manos que se acercaban lentamente a mis hombros.

--Kardia --Mencionó con un tono de voz severo aquel Santo que yo ya tanto conocía y en la acción de darme vuelta, me tomó con fuerza los hombros y me empujó unos siete pasos aproximados hasta acorralarme contra una de las paredes.

No me sentía para nada cohibido, ni humillado, ni siquiera tenso ante aquello; yo me había dejado llevar, por lo tanto, disfruté demasiado ese encuentro y la forma en que me increpó. Nos quedamos en silencio, contemplándonos a los ojos, él se mostraba molesto, probablemente por mi atrevimiento al internarme con tal descaro en su templo, y yo no llogré ocultar mi alegría sincera, sonriéndole ampliamente, llenándose mi corazón de placentero júbilo.

En poco tiempo se apartó un paso hacia atrás, suavizando su mirada, cuando comenzó a hablarme su tono de voz se me hizo el más dulce, apacible y atractivo de toda la existencia humana. Sus pálidas mejillas se tiñeron de un tenue carmín y sus apetecibles labios danzaron al compás de sus palabras --En serio lo siento Kardia, es que ese día yo-... --No dejé que terminara y me avalancé a sus brazos sin pensarlo, buscando sus labios con la mirada.

Se sorprendió, aunque no dudó en acercarse a mí y dejar que le besara con la intensidad que quería hace tiempo, logrando que se estremeciera cual niño en mis brazos. La deliciosa temperatura volvía a aumentar entre ambos, otra vez con más rapidez, puesto que los dos buscábamos acariciarnos con desespero, sentir una vez más el cuerpo ajeno por sobre la ropa. Esa misma noche, ambos nos sumimos en nuestros más bajos instintos pasionales, presas de muchos sentimientos mutuos, pero por sobretodo -Y lo admito sin titubear- del amor que renacía en nosotros.


Y sí, odio la sensación de vergüenza en las personas que aprecio, sin embargo aquella vez, por más repercusora que haya sido, no fue tan mala.
Notas finales: Gracias por leer, son tod@s mis seguidores/as un amor~

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