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Extraño adversario por rina_jaganshi

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Notas del fanfic:

Puzzleshipping 

Notas del capitulo:

Disclaimer: La serie de Yu-Gi-Oh le pertenece a Kazuki Takahashi. Rina y Rini sólo la usan para crear historias yaoiescas sin fines lucrativos.  

Con desgana se sentó sobre la banca que le permitía observar atentamente el ir y venir de su compañero. Pese a su inexpresivo rostro, las personas a su alrededor le sacaban la vuelta. Todo su cuerpo era rodeado por un aura imperceptible a la vista pero fácil de detectar, pues a cierta distancia se podían sentir los escalofríos. Así que, por la seguridad de los niños que abundaban en el parque, padres y niñeras decidieron mantener un radio de diez metros. Como resultado el faraón se encontraba en el centro del círculo con un área deshabitada de trecientos catorce metros.  


Los ojos carmesí se mantenían fijos en su nuevo enemigo. Debía admitir que después del duelo ceremonial, creyó que podría quedarse y vivir pacíficamente como un mortal cualquiera. Que equivocado estaba. La oscuridad jamás se rendiría. Por siempre sería acosado por seres malignos. Por criaturas provenientes de lugares tan macabros, donde la misericordia es pedida a gritos pero nadie atendía la súplica. Cruzó los brazos sobre su pecho. Tenía que concentrarse en un plan. No iba a perder contra esa abominación. Él podía enfrentarlo, tenía que…


Mordió su labio inferior al ver a su aibou siendo perseguido por esa horrible cosa, que, al igual que todos los males y las desgracias, se presentó sin avisar. ¿Cómo iba a luchar contra semejante abominación? Lo único que era seguro es que tendría que enfrentarlo solo puesto que se ganó la confianza de cada uno de sus amigos y sobre todo de su… Un fuerte dolor en el pecho le abordaba. Ese espeluznante ser le estaba quitando todo, poco a poco parecía robarle una parte de sí. Frustrado observó a su pequeño acercarse dando saltos divertido, sin embargo, a unos cuantos metros se detuvo.


—¡Yami ven! —Un nudo se formó en su garganta. Ingenuamente se puso en pie para correr al lado del lindo chico que parpadeó confundido antes de reír—. Creí que había quedado claro —volvió a carcajearse—. Atem, ese es tu nombre, Yami era provisional, ya no tienes que usarlo porque recuperamos el tuyo —el antiguo espíritu metió las manos en sus bolsillos.


Por supuesto que habían recuperado su nombre, no obstante, sentía cierto cariño hacia el apodo. Era algo importante para él. Las primeras veces que Yugi se refirió a su persona de esa manera, con cariño, le hizo cambiar de parecer ante el significado. Ya no era simplemente la oscuridad que habitaba en su ser, ahora era una manera que su aibou usaba para llamar su atención. Claro que también estaba Mou hitori no boku alias que guardaba un lugar especial en su corazón pero Yami, cada vez que esa palabra salía de los delgados labios de aquel que lo liberó, un agradable escalofrío le recorría por todo el cuerpo.


—Podemos irnos ya —comentó secamente. El pequeño asintió con la cabeza.


—Yami, ven, ya nos vamos —la bola de pelos se ubicó entre los dos jóvenes, gruñéndole al faraón, quien pretendió pasarse al otro lado, ocasionando que el perro rodeara al de ojos amatistas para volver a mostrarle los colmillos—. Yami, no seas así —con ternura lo alzó en brazos para comenzar a caminar, lastimosamente el antiguo espíritu tuvo que ir unos pasos adelante, pues cada vez que se acercaba al duelista  el animal se ponía en posición de ataque.


Ese era el nuevo adversario del que alguna vez gobernó Egipto. Un Shiba Inu de tres meses. Cualquiera que lo veía señalaba lo lindo que era, con su pelaje en color negro, por lo cual Yugi decidió nombrarlo Yami. Generando así el descontento del antiguo dueño del rompecabezas milenario, aún más porque no podían llevarse bien. El perro no toleraba que el faraón se acercara al de ojos amatistas. Esto se convirtió en un fastidio para el susodicho puesto que tenía todas las intenciones de confesarle a su aibou los peculiares sentimientos que, en su tiempo de espíritu incorpóreo, no valía la pena rebelar pero ahora las circunstancias eran diferentes.


Ahora podía ofrecerle el mundo entero. Una vida a su lado para amarlo como nadie más podría, no obstante, esa bola de pelos le impedía realizar su objetivo. En cada ocasión que pretendía hablar a solas con su pequeño, esa cosa interfería, le ladraba, le gruñía, jalaba por el pantalón al otro para alejarlo de su persona. Le tomó una semana deducir que el perro era un enemigo más, enviado por alguna fuerza demoniaca que quería perturbar su serenidad. ¿De qué otra forma podía explicar que el animal se interpusiera entre él y su lindo niño? Había analizado cada detalle con precisión, concluyendo que no existía otro motivo.  


El perro fue dejado en una pequeña canasta en la puerta de la tienda de juegos. ¿Así o más sospechoso? El abuelo Mutuo lo encontró y se lo dio a su nieto. ¿Por qué no lo llevó a otro lugar? Estaba claro que un controlador mental intervino en esa decisión. Después, su pequeño quedó fascinado al instante. Como si se tratara de un conjuro. El aspecto “curiosamente” era la viva representación de la oscuridad, en su cuerpo predominaba el color negro, incluso sus ojos. Por lo mismo, su aibou decidió nombrarlo Yami. ¡Le quitó su nombre! Aquel por el cual su compañero se refería a él en el pasado. Para empeorar más la situación, la cosa de cuatro patas no se separaba de Yugi. Lo seguía a todos lados, brincaba a su cama o al mueble para sentarse junto a él, incluso, se atrevía a tocar con su repulsiva lengua el bello rosto.


Por supuesto que era un adversario más. Uno que, por más asombroso que sonara, le estaba ganando. Ninguno de sus enemigos le había ocasionado tantos problemas, claro que él superó cada obstáculo pero siempre contaba con su aibou para darse valor, para acompañarlo y derrotar a la oscuridad. Suspiró usando su autocontrol para ignorar los gruñidos que el maligno animal le dirigía, asimismo, dio un paso hacia la derecha permitiéndole a su pequeño usar la llave para abrir la puerta. Esperó un momento para adentrarse en la casa. En cuanto el perro tocó el suelo, comenzó a saltar jovialmente.


Yugi se arrodilló para dedicarle más caricias, entrelazando sus dedos en el oscuro pelo, haciendo que el animal se restregara mimoso sobre su dueño. ¡Cómo odiaba a esa cosa! Acaparando la atención del menor. Apretó los puños con fuerza. Si seguía así, pronto terminaría por quitarle a la persona que más quería en este mundo. El único ser que juró proteger incluso acosta de su propia vida. No podía permitir que lo alejaran. Nadie, nadie se lo quitaría. Se sorprendió de sí mismo. Tales sentimientos eran nuevos para él. La única referencia que tenía para comparar era el horrible momento en que perdió el alma de su pequeño con el sello de Oricalcos.


La desesperación, el odio, la soledad, el miedo, una vez que rescató a su compañerose prometió jamás volver a pasar por eso. Consciente de que la solución era permanecer al lado de Yugi, se decidió por rechazar la entrada al otro mundo. Quedándose con aquel risueño adolescente que tanto bien le hacía a su alma. Desde ese día juró que nunca perdería de nuevo contra un ser de oscuridad, ni contra sí mismo. Enojado observó a la bestia acercarse al bello e inocente rostro que rebosaba en alegría.


Impulsivamente, se agachó para intentar tomar al perverso, no obstante, el perro le clavó los colmillos. Soltó un quejido dejando escapar al canino, quien de inmediato empezó a gruñir. La guerra había llegado al punto donde los ejércitos no se detendrían hasta que sólo uno quedara en pie. El más alto esquivó un nuevo ataque para tratar de agarrarle por la cola pero el cachorro le soltó otra mordida. Llevó su mano cerca de su rostro para apreciar el daño. En su descuido, el perro se prensó del filo de su pantalón.   


—¡Yami basta! —cómicamente los dos seres vivos se detuvieron ante su grito, ambos reaccionando al nombre. Yugi se golpeó la frente con frustración al ver que la riña comenzaba de nuevo, casi reclamándole al contrario la propiedad del seudónimo— ¡Atem, Yami dejen de pelear! —con decisión tomó al animal para apartarlo del perro, no, rectifiquemos eso, empujó ligeramente al faraón y levantó al can para llevarlo hasta el patio, eso parece más correcto, enseguida, cerró la puerta tras de sí e inmediatamente regresó donde el antiguo gobernante esperaba.


Con una mirada molesta lo jaló por la muñeca hasta dejarlo sentado sobre el sillón, luego, corrió al baño para tomar el botiquín de primeros auxilios. Se ubicó a su lado. Lentamente hurgó entre los medicamentos en busca de un desinfectante, cuando lo encontró, no le dio tiempo de prepararse,  empezó a restregarle las heridas con el aplicador. Disminuyó la fuerza al ver el inexpresivo rostro contraerse en una mueca de sufrimiento. Suspiró y, con cariño, retomó la tarea de curar los rasguños.


—¿Me vas a explicar qué fue todo eso? —inquirió sin apartar la mirada de su trabajo, sin embargo, al no recibir respuesta, alzó la vista para enfrentarse a los ojos carmesí— ¿Atem? —El susodicho explotó en ira.


—¡No me digas así! —El pequeño se sorprendió de sobre manera, jamás creyó que viviría para el momento en que el antiguo espíritu elevara el tono de su voz—. Tea, Joey, Tristán, Duke, el mundo entero puede llamarme Atem o faraón pero tú… —Su semblante se tornó sombrío, luego, mordió su labio inferior. El menor no necesitaba más palabras, después de tanto tiempo de compartir un cuerpo se recriminó no haberle prestado atención a los pequeños detalles.


¿Cómo pudo atreverse a despojarle de su nombre? Aquel que por años le dio una identidad propia. Aquel que le daba la esperanza de no ser solamente una parte de Yugi, sino un individuo. El pequeño se sentía avergonzado de no notar el daño que su descuido le estaba provocando al faraón. Era lógico que estuviera enojado con él. Suspiró regresando al antiséptico al botiquín. Pronto centró su atención en la persona que era la más importante en su vida.    


—Lo siento mucho Ate… Mou hito… —negó con la cabeza— Yami —sonrió al distinguir el peculiar brillo en los orbes carmesí— ¡Ah! —no pudo reprimir el grito al verse tacleado, al punto en que terminó de espaldas sobre el sillón con el faraón encima suyo.


—Dilo de nuevo —pidió aferrado al delgado cuerpo. No entendía cómo ese ser tan orgulloso podía mostrarse inseguro con su persona. Era tan extraño.


—Yami, Yami, Yami —canturreó—: Yami —divertido revolvió el cabello tricolor del antiguo gobernante, quien se irguió lo suficiente para, sin previo aviso, atrapar los labios ajenos. Yugi se quedó estático. Lo estaba besando… ¡El faraón estaba besándolo! Como si la realidad de sus actos le golpeara de repente, el egipcio se apartó.


—Lo siento, no debí… —sentía su pecho rebozar con una vorágine de confusión y amor. Por una parte maldecía el ceder a sus impulsos pero, por otro lado, no podía ocultarlo más. Quería estar con Yugi en todas las formas posibles. Quería ser su mejor amigo, su compañero, su guardián, su confidente, su amante… Asustado con sus propias emociones, el faraón se puso en pie. La cabeza le daba vueltas y, como si no estuviera lo suficientemente atormentado, la bola de pelos no paraba de ladrar. El molesto sonido le taladraba los tímpanos casi asemejando el reclamo por haber tocado los labios que creía prohibidos.


Sus orbes carmesí se posaron en el objeto de su deseo. Aquel ser de luz permanecía paralizado. No había hecho ademán de sentarse correctamente. Continuaba en la misma posición que lo dejó, recostado sobre el mueble. El faraón recorrió la delgada figura. ¡Oh! cuánto ansiaba recorrer con sus manos las bellas piernas, aspirar el aroma a lavanda de su cabello, volver a besar esa boca pero no podía, no debía… pese a sus designios, avanzó hasta posicionarse arriba del pequeño. Sus intenciones de permanecer alejado fueron remplazadas por deseo absoluto al distinguir el tenue rojizo en las mejillas ajenas. La imagen frente a él le parecía sumamente irresistible.


Como si de dos polos opuestos se tratara, sus labios buscaron los contrarios. Era magnetismo puro. Una energía invisible que lo obligaba a profanar la cavidad ajena. Así lo hizo. Con un poco de presión, su lengua pudo abrirse paso para introducirse en la tibia y húmeda cueva. Un escalofrío subió desde su espina dorsal. Su cerebro estaba inundado en gozo, sin embargo, la parte racional aún gritaba porque se detuviera, puesto que su aibou parecía estar completamente estupefacto para reaccionar. Por lo tanto, él no hacía más que aprovechar la situación, lo cual era despreciable.


Se apartó para respirar, notando que su pequeño tenía los ojos cerrados mientras daba grandes bocanadas en un intento por recuperar el aire perdido. El antiguo espíritu no podía contenerse así que, una vez más, invadió con ferocidad la diminuta boca. Simplemente le era imposible de evitar. Cualquier cosa que estuviera relacionada con Yugi le volvía un ser irracional, celoso, hedonista, en pocas palabras, lo contrario a lo que, en su momento, le hizo merecedor del trono de Egipto. Sin embargo, sabía que su prudencia le obligaría a regresar a su estoico ser.


Poco a poco sentía a la razón ganar la batalla contra los impulsos que se apoderaron de sus actos. En su mente ya se recriminaba el nulo autocontrol. La escasa resistencia que puso ante el deseo que le encendía por dentro. A pesar de sus cavilaciones, se permitió disfrutar unos segundos más. Suplicando porque el tiempo se detuviera. Haciendo lo posible por inmortalizar ese preciso instante en su memoria. Añorando que la calidez no se desvaneciera, por el contrario, que quedara tallada dentro de sí, igual que la piedra que le reveló su destino.


Y, para su satisfacción, justo cuando había decidido separarse por completo. Las manos de su pequeño le tomaron de las mejillas para llevarlo de vuelta a su dulce boca. Ambos saboreaban los labios ajenos, disfrutando de los lentos movimientos, haciendo que sus lenguas juguetearan entre sí. Pasaron varios segundos donde se limitaron a darse cortos besos, uno tras otro como si estuvieran en un ciclo. Cuando por fin encontró la voluntad, el faraón se levantó lo suficiente para poder ver las hermosas amatistas.


No necesitaban palabras. La sonrisa que Yugi le dedicaba decía absolutamente todo. Él también quería que su relación fuera más que una simple amistad. ¡Qué absurda situación! Ninguno sospechó de los sentimientos del otro. Tuvieron que llegar a este punto, donde no hay retorno, para comprender que nada podía romper el vínculo que existía entre ellos. Por el contrario, conforme pasaran los años se haría más fuerte, pues ahora no sólo había confianza, sino amor. Un amor tan grande que sentían que cada fragmento de su ser estallaba en dicha.


Ambos sonrieron. El antiguo gobernante se dispuso a repartir tiernos besos por todo el rostro del pequeño. Empezó por los labios, la frente, uno en cada mejilla, la mandíbula, su objetivo era ahora el delgado cuello. Tanto tiempo reprimiendo su deseo, ahora la hacía imposible resistirse a la tentación de tener el cuerpo debajo del suyo, tan junto, retorciéndose debido a que succionaba con ahínco un poco arriba de la clavícula. Ni siquiera notó cuándo había llegado a tal lugar pero no importaba. Nublado por la pasión de saberse correspondido, se aventuró a tocar la tersa piel por debajo de la camisa.


Con las yemas de sus dedos comenzó a subir por todo el abdomen, provocando que su lindo niño gimiera. Un débil sonido, apenas  audible pero lo suficientemente erótico como para despertar la libido en el faraón. Del mismo modo la urgencia de escuchar más creció en su interior. Así que se irguió ligeramente, sosteniendo su peso con ayuda de sus rodillas y su mano izquierda, la derecha la usó para levantar la prenda. Luego, con delicadeza empezó a besar los contornos del ombligo, ocasionando que Yugi riera con júbilo.


Despacio, recorrió con la punta de su lengua el vientre, dejando un rastro de saliva. Tuvo que detenerse un momento para alzar más la camisa, revelando los adorables pezones, al instante, colocó uno entre sus labios para divertirse con éste. Lo mordió sutilmente recibiendo un nuevo gemido de su pequeño, así como, un estremecimiento. Tales acciones le alentaban a seguir. Por lo que, su mano se dio gusto apretujando uno de los muslos. Estaba ansioso por deshacerse de los estorbosos pantalones. Con eso en mente, subió hasta volver a apoderarse de la boca ajena, casi implorando por permiso.


Sus dedos tantearon el cinturón que habitualmente rodeaba la delgada cintura de su compañero, no necesitó mucho esfuerzo para desabrocharlo. Sin descuidar el apasionado intercambio de fluidos que se llevaba a cabo entre sus cavidades bucales, el antiguo espíritu se acomodó en medio de las piernas contrarias, permitiéndole a su pequeño sentir su creciente excitación. Quería hacerlo suyo, ahí, en ese momento, en ese mueble. Se separó de los adictivos labios para mirar las hermosas amatistas que rebosaban en confianza y aceptación. Ambos ansiaban el siguiente paso, sin importar que segundos atrás se hubieran confesado sus sentimientos.


Lo único importante era la adrenalina, que aumentaba su ritmo cardíaco, que hacía a la temperatura buscar una manera práctica de salir, provocando que sus cuerpos reaccionaran súbitamente al tacto del otro. Atem volvió a su tarea de succionar cada parte que se le ofrecía, mandíbula, cuello, clavícula, ambos pezones, el abdomen, los costados, quería marcar en su totalidad la blanca piel, dejando chupetones que le mostraran al mundo que tan perfecta criatura le pertenecía.


Con decisión, se puso en sus rodillas para observar a su aibou completamente sonrojado, respirando agitadamente. Se mordió los labios tratando de acallar un gruñido. Tan sencilla imagen le volvía loco. Llevó sus manos a la parte superior del pantalón ajeno. Pudo distinguir que el menor aguantó la respiración al ver su abdomen contraerse. El botón cedió. Los ágiles dedos trazaron un camino de caricias superficiales al abrir el cierre, provocando que los suspiros del menor fueran más audibles. Sabían que no estaban pensando con claridad. Aun así, Yugi alzó sus caderas dispuesto a que pasara, sin embargo…     


—¡Yami no! —gritó el pequeño asustado.


—¿Quieres que pare? —interrogó dubitativo, él creía que estaba haciendo bien las cosas. El menor negó fervientemente.   


—¡No tú, el otro Yami! —exclamó apuntando a la ventana que daba al patio, donde claramente se podía apreciar al perro intentando entrar a la casa, era un misterio cómo subió a tal altura pero bajar no sería tan fácil. El faraón, al ver la angustia en el rostro de su aibou, no pudo más que moverse rápidamente para lanzarse y atrapar a su enemigo, quien de inmediato comenzó a morderle la muñeca.


—Suéltame Zorc —el menor se apresuró a retirar al canino de su presa, luego de que lo tuvo tranquilamente en sus brazos, miró al egipcio.


—¿Zorc? —repitió ladeando la cabeza, acción que imitó el perro.


—Había pensado ponerle Bakura pero ya es suficientemente confuso con dos —al ver que eso no aclaraba la duda, agregó—: ¿Qué otro ser puede odiarme tanto? —una melodiosa carcajada emanó de la garganta del pequeño.


—Supongo que tienes razón —le extendió su mano pero antes de que la pudiera tomar, el can comenzó a gruñir—. Zorc, tienes que portarte bien con Yami —le regañó, ocasionando que agachara las orejas. El faraón abrió los ojos sorprendido, no cabía duda que su compañero podía lograr grandes cosas. Se puso en pie decido a besar los tersos labios para retomar el momento en el que se habían quedado pero en cuanto estuvo a centímetros de lograr su objetivo, la fiera se escapó de los brazos de su pequeño para saltarle encima.   


—Bestia infernal —al intentar alejarse de las diminutas pero efectivas mandíbulas, no pudo evitar volver al suelo. 


—¡Zorc! —Asustado comenzó a forcejear—. ¡Zorc, por favor! —Tenía que encontrar la manera de que su perro se llevara bien con el que, ahora, sería su novio. Un pequeño rubor apareció en sus mejillas al darse cuenta de lo rápido que había aceptado ese hecho, así como, de lo sencillo que era para él perder el control de sus emociones cuando se trataba de Yami. ¡Estuvo a punto de acostarse con él en el sillón de la sala! El ligero quejido le regresó al asunto importante. Evitar que su mascota matara al amor de su vida.   

Notas finales:

Atem: ¡Podría alguien llevárselo de aquí! —demanda al ser perseguido por el perro.


Rina: ¡Oh, es tan bonito! —con corazones en los ojos.


Rini: Sólo quiere jugar contigo —ríe al ver que el canino comienza a morder el pantalón del faraón.


Yugi: ¡Zorc! —Corre para tomarlo en brazos.  


Rini: Me gustaba más Yami —mira mal al egipcio que le regresa la mirada— Pero Zorc tampoco está mal, además tiene bastante sentido —se pone a un lado del pequeño para acariciar al perro.


Rina: Es tan raro que no te quiera —comenta uniéndose a su hermana. El faraón mete las manos a sus bolsillos.


Atem: Ya lo dije, es un enviado de las sombras y no confío en él —resopla— tarde o temprano mostrará su verdadero yo —los otros le miran divertidos.


Yugi: Sólo dale tiempo, ya verás que serán muy buenos amigos —deja al perro en manos de las chicas para ir donde su novio, sin embargo, antes de que pueda besarle la mejilla, el canino comienza a ladrar.


Rina: Wa, en verdad no le gusta que te le acerques —el faraón frunce el ceño y, aprovechando que las hermanas sostienen a su enemigo, abraza posesivamente a su pequeño.


Atem: Quiero ver que lo impida —los ladridos se vuelven más desesperados.


Yugi: Oye, tampoco está bien que lo hagas enojar —hace un puchero.


Atem: Pero aibou, él empezó —los tres presentes niegan con la cabeza.


Rini: ¡Regáñalo Yugi! —el antiguo gobernante la mira mal, ella se limita a sonreír y mostrarle al can que al instante le gruñe.


Rina: Bueno, espero les haya gustado este fic —hace una reverencia— Muchas gracias por leer y si quieren comentar algo ya saben que nos hace feliz leer sus críticas, sugerencias u opiniones. Nos estamos leyendo. 


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