Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

De tu Mihael por AylaMckee

[Reviews - 0]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Esta historia está basada en la leyenda de San Valentín, que puede que sea tan sólo eso: una leyenda... pero una de las más antiguas y hermosas de la historia.

Notas del capitulo:

¡Hola cahorritos!

Sí, se que San Valentín pasó hace unos... ¿Dos días? Tampoco es tan tarde. Hacía tiempo que quería escribir esta historia y, aprovechando que es San Valentín, la escribí muy emocionada. 

Iba a subirlo entero, sin capítulos... pero digamos que se veía demasiado largo para ponerlo todo junto. Así que decidí cortarlo en capítulos. Aviso ya aquí que no será muy largo XD y eso en mí es bastante raro... 

Bueno, dejo de estorbar y disfrutad de la historia! Rosas invisibles a todos! Dejad un Review! :3

Sentado en un trono de oro, rodeado de manjares exquisitos, el emperador Kira pensaba. Descansaba la cabeza sobre su mano con su codo apoyado en el brazo del sitial dorado. Con los ojos entrecerrados, parecía absorto en los asuntos importantes de su imperio. Su más fiel consejero, Mikami, un hombre que desde la temprana edad del joven monarca lo había acompañado en los momentos más complicados; se preguntaba qué tenía tan pensativo a su emperador. Alzó los ojos del pergamino con disimulo para observar el perfil de este.

–        Mikami…– este se sobresaltó al escuchar su nombre, sintiéndose descubierto.

–        ¿Sí, mi señor?

–        Recuérdame cómo se desenvolvió la última batalla en el norte– miró a su consejero de soslayo, quién carraspeó mientras buscaba uno de los tantos pergaminos a su alrededor.

–        Resumiendo todo lo acontecido, Mi señor, se cuentan unas mil bajas de cuatro mil hombres, por no contar la pérdida de dos de las colonias…

 

–        Dime Mikami… ¿Hice algo mal para tal desastre?– dijo después de un breve silencio.

 

–        ¡Mi señor! ¡Usted no tuvo ninguna culpa! ¡Nadie podría haberlo hecho mejor!– dijo Mikami con total sinceridad.

 

–        Entonces ¿Quién tuvo la culpa?– preguntó inclinando su cuerpo hacia el consejero. Éste se sintió intimidado ante la mirada expectante del monarca.

 

–        Los soldados…– dijo vacilante. Kira alzó una ceja. – jóvenes, los soldados jóvenes. Tienen poca experiencia y son vulnerables a cometer actos impulsivos. Es difícil controlar a tan vasto número de soldados así– Kira no parecía muy conforme con la respuesta, para mayor incomodidad del otro– además, al ser tan jóvenes están empezando a formar una familia. Preparando la boda, los hijos que están por llegar… demasiadas cosas en las que pensar.

 

–        ¿Estás diciéndome que la principal causa de las derrotas es el matrimonio?– Mikami miró confuso al gobernante que lo miraba con gesto imperturbable ¿En qué momento dijo eso? Abrió la boca intentando decir algo, pero Kira lo interrumpió. – En ese caso tendremos que tomar medidas ¿O no, Mikami?

 

–        No quiero contradecirle, su majestad, pero creo recordar no haber dicho eso en ningún momento.

 

–        Cierto, aún así, considero que nuestro ejército se fortalecería si nuestros soldados fuesen solteros. Los jóvenes sin familia son mejores soldados, no tienen que preocuparse en mantener a una familia… sin ataduras.

 

–        Entonces, mi señor, ¿Cuáles serían esas medidas?– El emperador Kira sonrió con satisfacción, mientras que su fiel consejero Mikami sonreía aliviado al complacer a su señor.

 

 

La habitación sólo era iluminada por las leves llamas de unas velas. Un joven rubio murmuraba palabras inteligibles, arrodillado ante una cruz de madera iluminado por la escasa luz. Alzó su dedo pulgar y trazó una pequeña cruz en su frente. A esta, le siguió otra sobre los labios. Por último, una más grande en el pecho. Alzó sus ojos azules al techo, inmerso en profundos pensamientos, y se incorporó de su puesto. Tras salir de aquella habitación, subió unas escaleras angostas de piedra. Los cálidos rayos del sol acariciaron sus cabellos rubios. Inspiró profundamente sintiendo la brisa de la mañana.

–        ¡Mihael!– gritó otro joven mientras corría hacia él. Este reprimió un suspiro de cansancio.

–        ¿Qué ocurre Matsuda?– llegó hasta su lado, alzó la mano pidiendo un tiempo para calmar su agitada respiración. Apoyó las manos sobre sus rodillas. – ¿Y bien?– preguntó el rubio impaciente.

–         ¿¡A qué no sabes lo que me dijeron esta mañana en el mercado!?– dijo este exaltado.

–        Matsuda, ¿Cómo voy a saberlo si no estaba allí?– rodó los ojos exasperándose. Ese chico siempre lograba agotar su paciencia.

–        Es cierto Mihael– rió algo avergonzado.

–        Te lo digo por milésima vez, llámame Mello. Sólo Mello.

–        De acuerdo… ¿Te digo entonces lo que oí?– una sola mirada bastó para hacerlo hablar de una buena vez. –El emperador Kira dictó un nuevo decreto.

–        Veamos qué gran idea ha tenido esta vez– murmuró Mello con ironía.

–        A partir de este año, está prohibido a los jóvenes la celebración del matrimonio. Los muchachos jóvenes tendrán que ir al ejército.

–        ¿Cómo?

–        Lo que oyes, Miha… Mello ¿No te parece muy cruel?

–        Matsuda, no creo que se haya vuelto tan loco. Es sólo un rumor ¿Acaso viene de una fuente oficial?

–        No lo sé… sí, creo que tienes razón. Será sólo un rumor.

–        Perfecto. Ahora, ve a lo que tengas que hacer y no pierdas el tiempo– dijo Mello despidiéndose de Matsuda mientras se daba la vuelta.

 

Un inesperado aguacero sacudía la antiquísima ciudad. Mello lamentaba para sí el no haber previsto algo así. Cubriéndose bajo una áspera manta cedida cortésmente por los familiares de un difunto al que acababa de hacerle el sexto sacramento: La unción de los enfermos. Si por él fuera, evitaría hacerlas. No lograba acostumbrarse al pesado ambiente de desgracia que rodeaba la casa del difunto. Inclusive, muchas veces tuvo que controlar sus propias lágrimas. Pero no era algo muy difícil para Mello, el era un joven fuerte y orgulloso.

Casi a escasos metros de su casa, pudo distinguir unos sollozos en medio de la lluvia. Extrañado, escudriñó la solitaria calle en busca del propietario del inusual sonido. Apostada entre unas cajas, una muchacha lloraba amargamente. Sus brazos rodeaban sus rodillas. La cara la tenía enterrada entre sus piernas y se agitaba, tal vez por el frío, tal vez por la angustia. Sin vacilar, Mello se acercó a la joven. La cubrió con la misma manta con el fin de evitar que se empapara más de lo que ya estaba.

–        ¿Por qué lloras, mujer?– esta levantó la mirada asustada. Al ver a Mello, sus ojos se abrieron como platos.

–        ¿Padre Mihael? ¿Es usted?– dijo con un hilo de voz.

–        Sí, soy yo. Pero por favor, llámame simplemente Mello. Al menos en las calles.

–        ¡Oh padre! ¡Qué alegría haberme encontrado con usted! Seguramente no se acordará de mí, pero hace un tiempo asistí a una de tus ceremonias. Ahí pude comprobar lo que decían de usted. Necesito ayuda ¡Necesito a alguien!– El joven sacerdote se agachó hasta estar a la altura de la joven, que no paraba de llorar.

–        ¿Qué es lo que ha pasado? ¿Qué te tiene así?

–        El emperador Kira. Hizo algo horrible.

–        ¿Aquel decreto que prohibía el matrimonio?

–        Sí. Esta tarde, colgaron un cartel en la plaza. Desde hoy, el matrimonio queda prohibido ¡Iba a casarme esta primavera! ¡Estaba tan feliz! ¡Iba a pasar el resto de mi vida con el hombre al que amo! ¡Y ahora, se fue todo por la borda! ¡Incluso no lo podré ver! ¡Lo mandan a la guerra! ¿¡Y si no vuelve!? ¡No creo poder vivir sin él!– el llanto de la muchacha se  volvió más fuerte. Agarró la ropas de Mello derramando las lágrimas sobre ella. Aquel rubio, tuvo una idea. Pero qué idea, era tan descabellada… tan temeraria… que hacerlo sería obra de un suicida, o de un loco.

–        … Ve y busca a tu prometido. Os estaré esperando aquí.

–        ¿Cómo? ¿Para qué?– preguntó confundida deteniendo su llanto.

–        Voy a casaros, esta noche– la joven abrió los ojos pasmada por lo que acababa de escuchar. Sin que Mello tuviera que volver a decirle algo, se levantó y salió corriendo obedeciendo su orden.

Mientras la veía desaparecer entre la cortina de lluvia, Mello miró al cielo. Dio un suspiro. Esperaba que todo saliera bien. Si es que lo que estaba a punto de hacer no lo hacía cualquiera. Desafiar al propio emperador. Podría costarle la vida. A pesar de saber eso, sentía que hacía lo correcto. 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).