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Snowflake por AvengerWalker

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Notas del fanfic:

No soy experta en el universo de Lost Canvas creado por Shiori Teshirogi, así que probablemente haya algunos detalles que no concuerden con ciertos datos plasmados en el Gaiden. Me disculpo por eso.

Notas del capitulo:

Siento que este primer capítulo me quedó raro... de hecho, no llega a convencerme, pero bueno~
Espero al menos les entretenga (: 

Sugerencias son bien recibidas.

La lluvia caía con impotencia y furia sobre el Santuario y sus zonas aledañas; la naturaleza, agradecida, aprovechaba el momento para poder limpiarse, fortalecerse y alimentarse de la misma, pero distinto era el caso para los caballeros y aprendices que entrenaban en el lugar. Que lloviera significaba tener que retrasarlo todo: abandonar sus entrenamientos y limitarse a un estudio teórico, si es que así lo decidían los superiores. Otros, tenían que contentarse con escudarse en sus templos. Corrían casi como si el diablo les persiguiera. Lugonis de Piscis no comprendía esa actitud; dejaba que el manto helado le abrigase por completo, haciéndole sentir como un humano similar a cualquier otro... a sabiendas de que no lo era. ¿Por qué corrían en lugar de dejarse llevar por el aroma de la naturaleza? Más adelante llovía también.

Inició el descenso por las escalinatas, apaciguado. Apostaba a que su aprendiz, Albafika, seguía en su templo entrenando sin descanso. Así era él: sólo cuando su maestro retornaba y le ordenaba se detuviera, se permitía una pausa. Cruzó todos los templos, con el permiso de sus guardianes, hasta que Escorpio llamó su atención. Al pie de las escalinatas, el joven aprendiz permanecía casi agazapado, mojado hasta el apellido. Sus cabellos, extensos, añiles y ensortijados, permanecían pegados a su frente y mejillas, y estaba sonrojado a causa del frío... pero una expresión de placer le recorría el rostro.

Había escuchado de aquel muchacho... Kardia. Una enfermedad al corazón desataba llamaradas por todo su cuerpo, provocándole temperaturas que más de una vez le habían obligado a permanecer en la cama, incapaz de moverse e inconsciente de pies a cabeza. Sentía un pinchazo de empatía hacia él. Lugonis subió las escaleras y, antes de adentrarse en el templo, dejó caer su capa dorada sobre el pequeño cuerpo. Si quería aliviar sus dolores con un clima helado, mínimo evitara mojarse tanto.


~*~


Para el caballero de Acuario, no había clima más agradable que las friolentas lluvias. Su habilidoso aprendiz pronto heredaría los conocimientos necesarios y le reemplazaría. Cuando pasara, podría retirarse a una vida más tranquila, más... pacífica. Podría sumergirse de lleno en los libros, sin tener que dejar las cosas repentinamente de lado por correr detrás de batallas y más batallas, algunas de ellas sin sentido. Era un caballero de Athena, estaba orgulloso de ello... pero era hora de que una nueva generación surgiera para llevar en la espalda y alma esos ideales.

Gran parte del entrenamiento de su aprendiz, Dégel, había tenido lugar fuera del Santuario, más exactamente en Blue Graad, ubicado al norte de Siberia. Tierras heladas, mortales para algunos, pero bellas para Krest de Acuario y el joven Dégel. Ya estaba retirado, no portaba su armadura, aunque seguían considerándole el guardián del onceavo templo. Regresaba al Santuario para poder finalizar el entrenamiento de su aprendiz ahí. Dicho acuariano era bastante habilidoso y poseía una inteligencia sin límites; sus conocimientos no hacían más que crecer, algo que el mismo Krest se encargaba de incentivar. Le gustaba que leyera, que aprendiera y no se cerrase a nada.

El Santuario le dio la bienvenida a Dégel, casi abriéndole los brazos. Las escaleras que invitaban a subir estaban inundadas de pequeños charquitos, nada que incomodase al nuevo custodio.


~*~

Tanto Krest como Dégel se detuvieron en el templo de Escorpio. Se oían algunos griteríos allí, exclamaciones e incluso lloriqueos. El mayor de los acuarianos frunció en ceño, mientras que el de cabellos aguamarinos trataba de sacar una conclusión de todo ello. Hasta ellos llegaba el sonido de pasos, estruendos... y finalmente, el representante del templo de Escorpio les recibió con una pequeña sonrisa. Parecía algo tenso, y lo notaba Krest en el pequeño temblor de su labio inferior; también le daba la impresión de que no quería evidenciarlo, así que optó por guardar silencio.


—Krest de Acuario, pase, por favor.

—Ya no soy el caballero de Acuario... ¿puedes decirme qué sucede? —inquirió, un poco preocupado ante el constante barullo que llegaba a sus oídos. Dégel se removió a su lado, inquieto.

—Nada que no pueda controlarse.

—A mí no me parece que lo que esté ocurriendo esté bajo tu control.


Krest supo que daba en el blanco cuando contempló el ceño fruncido del otro hombre; ahora sólo restaba presionarle con su silencio y aguardar a que hablara.


—Se trata del aprendiz de Escorpio.

—¿Qué pasó con él?

—Kardia —murmuró. ¿Quién no había oído hablar de Kardia? Pero Dégel recién llegaba de Blue Gaard, así que lo más normal es que no tuviese ni idea de a quién se refería. Era una historia muy larga como para comentarla así como así, en esas condiciones, con la lluvia.—Pase, le explicaré dentro.


Se hizo a un lado, gesto que indicó a ambos acuarianos que podían ingresar. Así lo hicieron, bajo la curiosa mirada del guardián. Ya en su interior, el calor les invadió de manera repentina. Krest suspiró, y Dégel se sintió un poco mareado. Era como si el propio templo fuese un horno, aunque podía ser sólo su impresión; el clima griego era distinto del de Blue Gaard, así que debía acostumbrarse.


—¿Es por él? —oyó la voz de su maestro hablar, y alzó el rostro hacia él, sin entender.

—Sí, este calor es por él.

—Debe estar pasando por un mal momento —comentó Krest; sólo entonces, Dégel hizo algunas conexiones y comprendió de qué hablaban.

—Sucede casi todos los días, después de los entrenamientos. No sé cómo controlar su temperatura, se descontrola y le hace perder la conciencia. Está soportando bastante bien el entrenamiento, la técnica prohibida de Athena le ampara, pero...

—¿Misophetamenos?


Silencio. Los sirvientes del Santuario iban y venían. Dégel observó que transportaban vasijas con agua, trapos... Mientras los mayores hablaban, demasiado concentrados en lo suyo, se vio tentado de seguir a alguno de esos hombres. Parecía que el aprendiz de ese hombre estaba enfermo de algo peligroso, pero... ¿qué? Y ese calor era su culpa, ¿no? Un sirviente casi choca con él, mas logró apartarse a tiempo. Todos parecían en extremo preocupados, ¿alguien iba a morirse? Frunció el ceño y siguió el recorrido de aquel hombre. Quizá estaba tomándose demasiadas confianzas... pero no podía más con la curiosidad. Sería sólo un vistazo, sólo uno.

El andar del ayudante le llevó hasta una habitación apartada de la entrada de Escorpio. Se trataba de un cuarto bien iluminado, hecho que le permitió contemplar el cuerpo sobre la cama. Era un joven aproximadamente de su misma edad, pero no se veía sano ni de cerca. Estaba pálido, sus mejillas encendidas en intenso escarlata; tenía los labios entreabiertos y jadeaba, mientras que el sudor le resbalaba por la piel. Sus cabellos, azulados y rizados, enmarcaban su rostro y resaltaban el color de su tez. Le habían quitado la ropa, aunque cubrían sus zonas íntimas, y pasaban paños fríos por todas las zonas que podían. El calor parecía concentrarse en aquel lugar, como si el aprendiz fuese una especie de radiador andante.


—Dégel —Una suave voz llamó su atención; volteó a mirar y, cuando se encontró con la mirada de los dos hombres, se apresuró a bajar el rostro.

—Lo siento, maestro...

—No tienes que disculparte —interrumpió el guardián, aunque no caballero, de Escorpio, mientras se acercaba hasta el cuerpo de su aprendiz, que jadeaba con algo de dificultad —Tarde o temprano ibas a verlo, puesto que ambos serán nuestros sucesores.


Krest le dedicó una mirada significativa al otro hombre, quien asintió a modo de respuesta.

—Dégel, no vinimos aquí solamente para terminar tu entrenamiento —informó Krest, a sabiendas de que el menor de los acuarianos le atacaría con incesantes preguntas. —Estamos aquí para que cumplas con la primera misión que la diosa te encomendó.


El aprendiz de Acuario agrandó los ojos, visiblemente sorprendido; frunció el ceño y desvió la mirada hasta el cuerpo de Kardia. Se preguntó de qué color serían sus ojos, y qué expresión tendría en cuanto se mejorase. Algo le decía que esa misión tenía que ver con ese enfermizo chico.

—Y... ¿cuál es esa?

Pero su maestro no respondió. En cambio, pasó la mirada de Dégel hasta el joven postrado en su lecho, tieso e incapaz de, siquiera, abrir los ojos.

Kardia.


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