«Ojos rojos intensos que me miran con miedo y preocupación, dos hombres de piel tostada me mantienen hincado en la febril arena, mi respiración es dificultosa, el sudor comienza a correr por mi rostro asustado, no comprendía lo que me iban a hacer, abro los ojos del tamaño de dos platos al ver una sombra en donde sobresale una espada de hoja larga, el sol hace brillar el filo del arma; aquella figura se acerca aún más a mí, escucho gritos fuertes de aquel hombre de ojos rojos, me estremezco.
Con los parpados bien abiertos recorro aquella silueta desde los pies, voy subiendo hasta detenerme en el cuello, él levanta la espada; otro grito. Desvió la mirada hacia quien llora y aúlla por mí, me disculpo con la mirada y… »
Abro los ojos asustado, ¿de nuevo ese sueño? Maldición, ¿cuándo me dejará en paz? Me siento en la orilla de la cama, recargo mis codos en mis rodillas para tomar mi cabeza, ese sueño me ha estado persiguiendo desde que tenía 15 años, no entiendo lo que es y nadie me lo ha podido contestar, a veces tengo otros sueños en donde vivo en el desierto y un hombre de cabellos rojos e intensa mirada del mismo color siempre me acompaña.
Mi nombre es Nanase Haruka, y no estoy muy seguro de si soy yo o no, es algo complicado, trabajo en mi propio restaurante desde hace cinco años, actualmente soy un hombre de veinticinco orgullosamente soltero… eso creo. En mis sueños soy un simple marginado, siempre estoy en las calles hasta que alguien me recoge y me lleva a un elegante castillo; en mis lapsus de inconsciencia es donde más yo me siento.
Suspiro cansado bajo el chorro de la regadera, las gotas hacen leves masajes en mi piel, una detrás de la otra, relajándome, las imágenes de mi sueño siguen rondando en mi cabeza, provocando torbellinos y uniendo otros sueños.
Salgo del baño, me seco el cabello dirigiéndome a mi habitación, una vez ahí me coloco el uniforme, aquellos ojos hacen que mi cuerpo entero se estremezca, cada que lo recuerdo una parte de mi salta de alegría y otra sigue en duda; su imagen me reconforta, sé que he soñado con todo él, con su rostro entero, con su cuerpo, pero al despertar… todo se desvanece, dejándome con el recuerdo de sus ojos.
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—Ey, Haru-chan~ hamburguesa para la mesa tres —avisa Nagisa colocando la orden en un gancho, suspiro moviendo la sartén, la cebolla se guisa, provocando un delicioso sonido. A pesar de que el restaurante es algo pequeño viene siendo muy popular entre la gente de Iwatobi, lo cual nos deja una gran ganancia.
Hazuki Nagisa, veintucuatro años, me ayuda en el restaurante cuando no tiene nada que hacer (lo cual es muy seguido), es muy bueno atendiendo a los clientes y muy seguido lo piden.
Entrego el plato por la ventanilla de la pared, miro a mí otro compañero: Tachibana Makoto, mi mejor amigo desde que tengo memoria, trabaja en la estación de bomberos como ayudante voluntario y de vez en vez viene a ayudarme a mí.
—Ne Haru, se ve que no tuviste buena noche —Makoto se acerca a mi dejando su libreta en la barra; suspiro —. ¿La misma pesadilla? —simplemente asiento mientras muevo la sartén. El recuerdo de aquellos ojos color fuego sigue atosigándome, a veces puedo sentir que lo recuerdo, su nombre, sus manías, su rostro, todo de él, pero en otras ocasiones simplemente el color de sus orbes me acompaña; me frustro.
Hoy era un día diferente, se sentía bastante extraño, el cielo se encontraba totalmente despejado de nubes y el sol brillaba con intensidad, quemando la piel cuando uno se expone a la intemperie, la campanilla de la entrada provoca que despierte de mis cavilaciones, por el hueco de la pared noto dos cabelleras, una roja y una negra, frunzo el ceño, imágenes borrosas de sueños anteriores llegan de golpe a mi mente, provocando que la vista se me nuble y me pierda por unos instantes.
—¡HARU! —llega Makoto moviéndome por los hombros con insistencia, gritándome casi en la punta de la nariz —. ¡Haru, despierta! Diablos —gruñe preocupado apagando la flama de la estufa —, ¿sabes que el 80% de los incendios son causados por accidentes domésticos?
—¿Domésticos?
—¡Haru estás cocinando! Esto es más que una simple profesión, te pido por favor que no te distraigas mientras cocinas, ¿sabes cuantos incendios he tenido que atender por accidentes de este tipo? —simplemente suspiro, odio cuando Makoto se pone en plan maternalmente profesional, es algo molesto; ¿se imaginan una madre siendo un bombero? Sí, eso era Makoto, una combinación bastante estresante.
—Bien, lo siento, no volverá a pasar —digo girándome de nuevo a la estufa, genial, las verduras estaban arruinadas y tendría que volver a cocinar otro platillo.
—¡Haru-chan, necesito un plato de Udon con caldo! ¡Vegetariano! —ordena Nagisa colocando el papel en otro de los colgantes, suspiro y me pongo manos a la obra. Hay veces en las que pienso en contratar a alguien… pero después me imagino compartiendo cocina con alguien que no conozco y las ganas se esfuman en un dos por tres.
—Mooo, hoy fue un día agotador —se queja Nagisa estirándose, él y Makoto me esperan mientras termino por cerrar el local —. Hoy llegaron dos clientes nuevos, se veían bastante agradables, pero Tora los atendió sin mi consentimiento —hace un mohín mientras infla las mejillas, típicas quejas de Nagisa.
—¿Te refieres a los policías?
—¡Oh! ¿También los viste? Tenían una expresión tan… agria, pero después se relajaron. ¿Viste a la chica con el cabello morado? Era tan mona… —ambos siguieron con su charla mientras caminábamos a la estación de trenes, de cierta forma me sentía excluido de sus platicas ya que ellos conviven con los clientes y ven todo a su alrededor, mientras yo me quedo encerrado en esas cuatro paredes preparando platillos que no llevan caballa.
Una vez intente hacer todos los platillos con ella, ¿el resultado? Quejas por parte de los comensales y por parte de mis amigos, así que esa idea quedó descartada Los tres llegamos a la estación, el tren no tardo ni veinte minutos en llegar, subimos y bajamos en diferentes estaciones, siendo yo el último en llegar a mi destino. Había otras veces en las cuales quería de verdad dejar el restaurante, pero si lo hacía… no tendría nada que hacer.
Aviento mis cosas en el sofá de dos plazas, revuelvo mi cabello dando un largo suspiro de cansancio, arrastrando los pies me dirijo hacia la cocina; el departamento es silencioso, siendo invadido solo por el sonido de la calle, los autos, los murmullos de las personas que transitan cerca, los perros que ladran y los gatos que maúllan. Aún siendo un barrio bastante tranquilo, Japón nunca descansa.
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«El castillo es enorme, mis ojos recorren todo a mi alcance, cojines por todos lados, cortinas de satín, sirvientes con ropas elegantes sirviendo a su amo, un hombre arriba de un pedestal, sentado cómodamente en un gran trono dorado con acolchonado de terciopelo rojo. Me oculto detrás de un pilar al ver pasar a uno de aquellos que le sirven, él habla con un hombre con ropas rasgadas que pide comida para su familia, el sultán sonríe, cruza unas cuantas palabras con aquel hombre y se levanta con elegancia, provocando que sus vestiduras holgadas vuelen un poco.
Me alejo escondiéndome de todos aquellos que puedan verme y acusarme, salgo por uno de los marcos hacia el jardín real, aquello me seguía sorprendiendo, por más que he estado en ese lugar. Me coloco en una de las esquinas más ocultas del lugar, pegando casi mi cuerpo a la unión de las dos grandes murallas que rodean todo el palacio. Escucho el crujir de algunas plantas… y le veo salir con su ropaje negro y dorado, me regala una sonrisa acercándose a mí.
—Creí que habías huido
—Tenemos un trato —sus labios se extienden a todo lo que dan en una mueca de infinita felicidad.
—Bien —se acerca tomándome en brazos, cierro los ojos esperando…»