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Magia por KirinChimera

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Notas del fanfic:

Eiichiro Oda es el autor original de One Piece, y tiene los derechos de dicho anime. No gano nada por estar escribiendo estos fics.

Notas del capitulo:

Mi primer fic en Amor Yaoi aquí presente, espero que os guste. También espero vuestras opiniones en los reviews. 

Disfrutad del capítulo.

La Rugiente era la calle más larga y ancha de Agren, la capital del Imperio Quimérico, el cuál en estos instantes se encontraba en guerra con el Imperio Seráfico.

Ambos Imperios se encontraban en guerras constantes desde Dios sabe cuándo. Sólo se sabe que el caudillo de las quimeras había vivido lo suficiente como para aguantar la caída de "La Cuidad Estrellada", como la habían llamado en su momento los ángeles, siendo la capital del Imperio Seráfico. Y claro está que, dicha caída, había sido a manos de las quimeras.

Y ahora los ángeles se encontraban planeando una venganza contra las quimeras, o como ellos los llaman, los hijos de la oscuridad. Probablemente, lo único que tenían en común ambos bandos era la leyenda de su propia creación.

Los Serafines, o más bien conocidos como Ángeles, eran llamados los hijos del Sol, porque el brillo de sus alas se asemejaba a las ardientes llamas del mismo.

Así pues, el Sol vivía como rey de los cielos, dejando al resto de las pobres criaturas vivir bajo su poder, pero también sometidos bajo el yugo de su propia justicia, pero siempre pendientes de sus bellos hijos, quienes solo tenían como aparente deseo promulgar la paz y eliminar la maldad de su bello mundo;

El Sol entonces, era el Sol. Al ser todopoderoso y al tener el control de todo y todos, creía que podía tomar también a las hermanas. A las vigilantes de la noche, a las Lunas.

Las Lunas, brillantes hermanas pícaras que velaban por los sueños de las criaturas y protegían la intimidad de la noche, de pies rápidos y mirada curiosa, siempre escondidas trás un brillante manto de estrellas.

El Sol lo anhelaba todo. Lo quería todo, y sobre todo controlarlo. Se consideraba un Dios omnipotente, siendo así en verdad. Porque de él dependían las vidas de los demás.

 Así pues, aunque las Lunas eran idénticas, la que más le atraía era la hermana  menor, conocida como Kasei, la hermana más tímida. Siempre se escondía detrás de su brillante y deslumbrante hermana, Kyure. Cada una se turnaba para velar la noche, donde solo se contaba con la presencia de una de las hermanas.

El Sol, aprovechando que Kyure una noche dormía, hizo aparición en mitad de la oscuridad, sobresaltando a la hermana más pequeña. Sus halagos y e intentos de tentarla no surgieron efecto, por lo que perdiendo la paciencia, el Sol intentó forzarla.

Pero Kasei era lista. Se había percatado de las intenciones del Dios Sol hacia ella, y todas las noches llevaba consigo un puñal, regalado por una criatura nauseabunda que salvó meses atrás.

 Y con ese mismo puñal, hirió al Sol, no de muerte claro, pero si lo suficiente como para poder escapar de él. Porque había cometido una afrenta demasiado grande, penada con la misma muerte.

Según la leyenda, la sangre derramada por el Sol cayó sobre la tierra, y con ello nacieron los Serafines, o los Ángeles. Hijos del fuego y la soberbia,  hermosas criaturas que engatusan con una mano y con la otra empuñan una espada, siempre sonrientes para seducir y sonsacar secretos oscuros de cualquiera que osen desconfiar de ellos.

Al escapar Kasei, la vergüenza y el asco por haber hecho aquello le podían. Mientras escapaba, lágrimas por parte de la hermana menor se derramaron sobre el resto de la tierra, y nacieron las quimeras. Grotescas criaturas nacidas de la tristeza, quiénes conocían todos los secretos del dolor y la oscuridad.

Desde el principio, ambos pueblos intentaron vivir en armonía, pero las quimeras no estaban satisfechas con su condición de vivir. Mientras que los ángeles surcaban los cielos mecidos por el viento, mientras que su padre les rozaba sus perfectos rostros con su calor, a ellos les tocaba convivir con criaturas nocturnas, sin conocer el calor del Sol, sin conocer los vivos colores de la vida. Pareciendo oír cada noche un llanto que rompería el alma a cualquiera.

Y con ello, se inició la primera de las guerras, entre ángeles y quimeras.

El Sol contemplaba con impotencia como sus hijos luchaban con los hijos de una de las hermanas, y le rogó a Kyure que la buscara para iniciar una tregua entre ambos bandos.

Kyure, dolida por su hermana, la buscó con todo su empeño, llamándola, y mientras, dejaba caer sus propias lágrimas sobre el cielo nocturno, creando así a las estrellas y a las Constelaciones, para que sirvieran de guía a su hermana hacia ella, y también a los Susurrantes.

Los Susurrantes eran criaturas que aparecían o cada mucho o poco tiempo. Rápidos cómo el viento nocturno, acompañaron desde el primer momento a Kyure en su búsqueda.

Y, a día de hoy, Kasei aún no ha aparecido. Cada noche, desde aquel fatídico día, el viento de la noche parece traer consigo un murmullo que hiela los huesos del más joven, y hace que la tristeza ocupe lugar en el corazón del más feliz.

Pero cierta quimera no era precisamente feliz en estos instantes. Ya que se sentía asquerosamente expuesto, como si fuese el plato principal de un extenso banquete.

Trafalgar Law observaba con amargura como la Rugiente ascendía con rapidez en dirección al palacio del Caudillo, dónde más de un millón de quimeras se reunirían, para celebrar aquella misma noche la caída de La Ciudad Estrellada, la antigua capital del Imperio Seráfico siglos atrás.

Aparte de que supuso una gran victoria militar por parte de las quimeras, la guerra dejaba grandes heridas en la moral de los soldados. Si le preguntaran a Law por las heridas físicas, diría que son más importantes dichas heridas que celebrar una estúpida mascarada para que, ya sea dicho de paso, le pongan en una bandejita de plata para el hijo del Caudillo. Porque así era. Lo sabía desde hace años. Aquel estúpido arrogante que presumía de gozar de un profundo sentido de la justicia, cuándo solo tenía una sed insaciable de sangre le tenía en el punto de mira.

¿Cómo había aceptado a tal gilipollez? No va a admitir nunca que se arrepiente de ello, pero es una estupidez pensar que nadie se va a fijar en él.

No es narcisista, ni ese tipo de cosas. Puede que un poco egocéntrico. Pero si es un orgulloso a rabiar, de un modo que asusta. Casi tanto como la sombría sonrisa ladina que decoraba sus labios la mayoría del tiempo, pero no aquella noche.

Más de una o uno en su lugar se habría sentido honrado de que el hijo del caudillo quisiera meterle la polla en el culo, pero él, no.

¡No es un maldito juguete, joder!

El moreno sólo quería irse de aquella fiesta de locos y borrachos, y también para escapar —no huir, él no huía de nadie— del Cazador Blanco, como lo llamaban. Pero la Rugiente lo empujaba a seguir andando por la calle, la cual se iba estrechando más y más.

Desde que había llegado, nadie se había atrevido a mirarlo. Sólo notaba como las miradas furtivas se posaban en su espalda desnuda, para luego desaparecer. Claro, él ya tenía un destino, y eran los brazos del Cazador.

Y empezaba a ponerse de los nervios. Con suerte podría encontrarlo, deshacerse de él e ir con Corazón a vaciar más turíbulos, pero...

Notó como alguien le empujaba, literalmente, a los brazos de alguien más. Fue a darse la vuelta para asesinar con la mirada al culpable de ello cuándo unas garras le cogieron por las caderas, con seguridad. Y cierto deje de posesión.

Alzó la mirada, escrutando con sus ojos dorados el rostro de su "captor", cuándo lo que vio le dejó con una expresión helada en el rostro, tapada parcialmente con una máscara de plumas negras, semejantes a las de un cuervo.

Unos ojos de color caoba, casi rojizos recorrían cada línea y curva de su cuerpo, con la falta de pudor con la que se distingue a alguien poderoso, a ese tipo de persona que sabe que va a tener lo que desea en cuánto lo pida. A pesar de la enorme y basta cabeza de lobo blanco que hacía la vez de máscara en aquella ocasión, se podía distinguir perfectamente quién era su dueño.

Smoker, el Cazador Blanco.

— Hakuryō-ya...que grata sorpresa.

Una más que forzada sonrisa ladina apareció en el rostro del moreno casi a la vez que entrecerraba sus ojos dorados. Por la expresión que el mayor mantenía dibujada en su rostro, parecía estar tan seguro de sí mismo como siempre, aparte de mantener su fría seriedad. De esa que dejarían a cualquiera congelado y bajo el yugo de su mirada.

La situación de Law, en cambio, era cómo la de un tigre rodeado de cazadores. Pero quien sabe, se consideraba el tipo de persona a la que le gusta sacar los dientes.

La obsesión que mantenía el Cazador Blanco con Law tenía una explicación tan sencilla como que seguía siendo puro.

Notas finales:

Antes de dejaros escribir mi adoradísimo review, aclaro algo: las publicaciones no están programadas. Si estoy muy ausente, me encargaré de comunicarlo en mi perfil.

¿Así pues, reviews?


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