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P[lutón], P[arís] por Lucigarro

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Notas del fanfic:

Este fanfic lo he escrito para la gala de Lay de 12eyes. Si os gustan los fanfics de EXO, os recomiendo que os paséis por su twitter (@exo12eyes) y veáis de qué va el festival de fanfics.

 

Para que comprendáis un poco mejor la trama de la historia: Manchuria es una región de China que, por su situación geográfica, siempre ha sido centro de conflictos. En el siglo pasado, Rusia y Japón se disputaron la potestad de la región y, finalmente, fue el imperio nipón el que consiguió, en un primer momento, el protectorado de la zona, para más tarde convertir a Manchuria en el estado independiente que se conocería como Manchukuo. China, que por aquella época estaba muy debilitada, no pudo enfrentarse al imperio japonés y acabó cediendo Manchuria. Hubo muchas revueltas entre los chinos que vivían en Manchuria, y el Yixing de esta historia es uno de ellos, un rebelde que no quiere postrarse ante el poder de Japón.

Con cierto desdén apagó el cigarro. Sacó su reloj del interior de su chaqueta y le echó un vistazo con aire desinteresado. Las 12:10. Sonrió de soslayo mientras alzaba la mirada al cielo. A sus espaldas, la Torre Eiffel se erguía con más orgullo del que le correspondía. Durante 59 segundos no apartó la vista de algún punto del cielo que escondía un secreto que solo él (y otra persona más…) conocía.

—Buenas noches, Plutón.

 

 

París se inunda de la lluvia de abril y de secretos que deambulan hasta colarse por las alcantarillas. Uno de ellos se cuela hasta el histórico hotel L’Hotel. Un secreto oscuro trajeado y con zapatos demasiado brillantes para un alma tan oscura.

—Buenas noches, señor Do.

Una breve reverencia y una propina por cortesía antes de pisar el suelo enmoquetado del hall. Los caballeros adinerados de todos los continentes fuman y beben mientras, debajo de las mesas, circulan contratos poco justos y aún menos fiables. Ninguno de ellos invita a Do a sentarse. Saben que no van a sacar un franco por su parte, y un hombre que no supone ganancias no merece siquiera una amistad. O eso piensan ellos.

Se hace el silencio en el hall justo cuando Kyungsoo se dispone a subir las escaleras que lo separan de su habitación. Se gira casi por instinto, augurando un mal presagio. El silencio entre hombres nunca puede ser buena señal.

—Por favor, pase por aquí. Déjeme su abrigo, señor.

Kyungsoo no puede evitar abrir los ojos desmesuradamente al reconocer una insignia en el chaleco del individuo que acaba de entrar. Ninguno de los presentes parece apreciar esa pequeña insignia. Los occidentales son muy ignorantes, piensa. Se sorprende aún más al ver las facciones suaves del individuo. Camina con aire desenfadado, como si esa insignia no significara nada.

—Disculpe.

Kyungsoo deja paso al individuo. No tiene prisa por subir a su habitación. Ese marcadísimo acento chino no hace sino confirmar sus sospechas. Parece que por primera vez va a ocurrir algo verdaderamente interesante en L’Hotel. O al menos interesante para él.

 

 

A las 3 de una lluviosa madrugada francesa, Zhang Yixing está hastiado de hablar por teléfono. Sigue sin fiarse de esos aparatos, y sigue sin fiarse del que habla desde la otra punta del mundo. Siempre ha sido muy profesional y ha cumplido con lo encomendado, pero París lo ha embaucado desde que pisara tierra. Necesita empaparse de historias y no de sangre.

Cuelga el teléfono sin haber acabado la conversación (algo muy impropio en él) y se dispone a dar un paseo dejándose sus pesados pensamientos encima de la cama. Se reencontrará con ellos más tarde.

L’Hotel parece calmado. A esas horas los hombres de bien están ocupados en sus alcobas, no siempre con señoritas. Zhang prefiere no pensar en ello, ha oído demasiadas historias poco halagüeñas de París.

La lluvia lo abraza en cuanto pone un pie en la calle, pero no es la única. Una sombra se abalanza imprevisiblemente sobre él y lo empuja hacia la más oscura de las sombras. Zhang suspira y acerca su mano hacia su pistola sin alarmarse.

—Deje eso. No vengo a robarle su dinero ni su vida, solo quiero saber.

Zhang se sorprende al oír una voz susurrante hablarle en un chino algo mediocre pero entendible. París es una caja de sorpresas sin duda.

— ¿Qué quiere saber?

La sombra lo agarra por las muñecas y acerca su cara a la de él, casi rozando su nariz.

—Manchuria.

Zhang maldice para sus adentros y se arrepiente de haber salido de su habitación.

— ¿Qué sabe de Manchuria?

Puede escuchar una risa grave surgir desde las sombras.

—Es usted un sedicioso, un levantisco, un alzado, ¿verdad? No debería subestimar París. Los occidentales son ignorantes, pero no todos somos occidentales.

Zhang recuerda a ese señor parado en mitad de las escaleras. No podía haberlo olvidado, era el único asiático de toda la sala.

— ¿Cree que es un buen sitio para hablar de la sedición? –Zhang trata de zafarse de las manos del otro. No puede hablar en esas circunstancias.

Nota cómo el otro, enfundado en unos guantes, agarra su mano y tira de él a través de las sombras de París. Las luces están apagadas, pero puede sentir cómo mil ojos los observan desde la oscuridad. París no duerme.

No se le ocurre sitio más deprimente pero adecuado para hablar de Manchuria. El café apesta a tabaco de mala calidad, y los hombres que allí se encuentran parecen estar ebrios de realidad. Nadie les presta atención cuando irrumpen agarrados de la mano.

Al sentarse, ambos se observan muy detenidamente. Ninguno piensa que el otro pueda ser peligroso, pero la situación los hace mantenerse en continua tensión.

— ¿Va a querer algo, señor...?

—Zhang, llámeme Zhang. Y no, no creo que me haya traído hasta aquí para tomar café occidental.

El otro sonríe y se despoja de los guantes, esperando a que Zhang comience a hablar.

—Como comprenderá, señor…

—Do, llámeme Do.

—Como comprenderá, señor Do, no puedo contarle nada. No puedo darle detalles de algo que, por lo visto, usted ya conoce. Ya sabe demasiado reconociendo la insignia y sabiendo el nombre de algo que queda tan lejano.

—Sabe usted que a mí no me queda lejano. No al menos tan lejano como para todos estos pobres ignorantes occidentales. No sé todo lo que me gustaría, y usted puede ayudarme. No puede contarme nada, por supuesto, pero tampoco puede salirse de la misión encomendada y dar un paseo por la madrugada parisina, ¿verdad? No creo que a sus superiores les guste su escapada nocturna. ¿Me entiende?

Zhang sonríe con amargura y asiente. Debería sacar la pistola y volarle la cabeza a aquel individuo, pero algo le dice que merece la pena mantenerlo con vida.

—Vengo de Manchuria, como usted bien sabe. Las cosas allí no mejoran. Parece que van a peor, de hecho. La sedición lleva años gestándose entre la alta alcurnia china que aún vive allí. Me debo a mi patria y no a un imperio usurpador, mucho menos a occidentales oportunistas. Usted no puede comprenderlo, pero la sedición es necesaria. Yo formo parte de ella y lo digo con orgullo, y si estoy aquí es porque se me ha encomendado una misión que no puedo fallar. No puedo fallarles.

El otro asiente lentamente sin apartar la vista de los ojos de Zhang, tal vez tratando de averiguar si dice la verdad o no.

—Supongo que no va a contarme de qué misión se trata, ¿verdad?

Zhang niega con la cabeza. No está en las mejores condiciones para negarse, pero presiente que Do no va a ser su verdugo. O al menos no esa noche.

—¿Cómo sabe usted de la sublevación? Salta a la vista que no es chino. De hecho, dista mucho de serlo.

— ¿Cómo que disto de serlo?

—Más allá de su pronunciación, tiene usted unos modales que no se corresponden con los de mi patria. Parece una mezcla de occidente y oriente, juntando lo peor de cada uno. Modales hoscos y carácter férreo. Pero respóndame, yo he respondido a sus preguntas sin oponerme.

Do asiente, tratando de pasar por alto la ofensa de Zhang.

—Llevo muchos años en París, tal vez demasiados. Soy un mero observador en todo este juego, no tengo intención de aplacarlo en su misión porque no he tomado partida en ninguno de los bandos. Solo quiero escuchar versiones de todos los bandos para saber cuál es más justo.

— ¿Más justo? ¿Acaso no sabe las atrocidades que han cometido ellos contra nosotros? ¿Acaso no sabe…?

—Relájese, Zhang. No quiero poner en tela de juicio su postura, o al menos de momento. No puedo adelantarle nada, pero efectivamente las cosas en Manchuria distan mucho de mejorar. Vayan preparándose porque todo esto ha sido solo el preludio.

— ¿Qué sabe? ¿Con quién ha hablado, Do?

Do sonríe ante la cara de angustia de Zhang. Mentiría si dijera que no disfruta alarmando con sus malos presagios.

—Hasta ahí puedo leer, Zhang. Ha sido una conversación interesante sin duda, pero es hora de volver a L’Hotel. A estas horas uno de sus superiores ya habrá dado orden de que lo busquen por todo el hotel por no contestar a sus llamadas.

El camino de vuelta se hace corto y silencioso. Ambos están tratando de acomodar la nueva información a sus mentes, no sin esfuerzo debido a las altas horas.

—Ha sido un placer haber sobrevivido a esta noche, Do.

Zhang hace una reverencia antes de dirigirse a su habitación.

—Espere, Zhang. Le dije que era hora de volver a L’Hotel, pero no a su habitación.

Sin mediar palabra, Do lo agarra de la pechera de la camisa y lo mete a su habitación. Ambos se desprenden de sus chaquetas… Pero no para sacar sus armas.

 

 

Zhang camina intranquilo por las calles de París. Ofrece un aspecto un tanto deplorable, de no haber dormido en toda la noche. Bueno, en realidad es así, no ha dormido en toda la noche, pero no se arrepiente aunque su cuerpo le pese el doble de lo normal. Tiene la mente nublada y le cuesta recordar lo acordado el día anterior con su superior. Hacía mucho que no se comportaba de manera tan poco profesional. Desde que fue destinado a Beijing, concretamente…

Al doblar la esquina se siente realmente estúpido. Reconoce el café al que fue (más bien al que fue arrastrado) la noche anterior. No había prestado atención y su subconsciente lo había llevado hasta allí.

 

 

Unas cuantas horas después se encuentra donde le corresponde. Sabe que cuando vuelva a L’Hotel su superior habrá dispuesto  que recojan su habitación para partir al día siguiente, pero su superior no cuenta con que Zhang esté demasiado despistado como para llevar a cabo su tarea en el tiempo estimado.

—Vaya, así que esta era su misión aquí, ¿no?

Zhang se sobresalta al escuchar ese acento otra vez cerca de su oído.

— ¿Qué hace usted aquí? ¿Me ha estado siguiendo?

Do sonríe mientras suspira.

—Sus superiores han estado llamando toda la mañana, su teléfono no ha dejado de sonar. ¿Tan importante es eso que tiene que comprar? Por cierto, su vendedor se retrasa por lo que veo.

Zhang lo mira incrédulo sin saber muy bien cómo reaccionar. No debió haberse fiado de aquel hombrecillo, si está allí y se ha tomado tantas molestias en conocer qué se trae Zhang entre manos será por algo.

—Váyase. Y por favor, no se entrometa más o tendré que tomar medidas.

Do suelta una carcajada suave que parece esconder demasiada maldad para un hombre tan menudo.

—Lo espero en el hall dentro de dos horas. Espero que para entonces haya terminado su misión. De no ser así, pensaré que no es usted tan inteligente como aparenta.

Zhang lo observa marchar sin saber, de nuevo, cómo reaccionar. Do habla siempre calmado pero cada una de sus frases suena a amenaza. Incluso el medio halago lo deja intranquilo. Pero no tiene tiempo para pensar en esas tonterías cuando ve a lo lejos a un hombre de ojos rasgados y faz amenazante.

 

 

—Siéntese, señor Zhang, lo estaba esperando.

Zhang se sienta en el butacón que queda libre mirando fijamente a Do. Una parte de él le dice que debería subir corriendo a su habitación y alejarse todo lo posible de ese hotel, pero nada le asegura que el otro no vaya a dispararle por la espalda si intenta moverse.

—Tranquilo, no pretendo dispararle. ¿Cómo fue su misión?

—No fue. Era un estafador. Tendré que buscar otro vendedor, no puedo volver a Man… a casa con las manos vacías.

—Es usted un hombre precavido, pero puede decir Manchuria sin miedo. Aquí todos son ajenos a lo que ocurre más allá de las fronteras europeas. Les da igual que haya millones de personas oprimidas y les da igual que haya millones de opresores. En cuanto a lo de vendedor, yo puedo ayudarle. Dígame lo que necesita.

Zhang ríe con aire desenfadado mientras coge el cristal con whisky que hay sobre la mesa. No le gustan las bebidas occidentales, pero para esa noche le hará falta tener la mente lo suficientemente nublada como para dejar de ser él.

—No está mal. Buen intento para que le cuente mi misión, tal vez si se hubiera esperado a que llevara un poco más de alcohol en la sangre le hubiera respondido sin darme cuenta.

—No le negaré que ardo en deseos de saber qué ha venido a buscar a la otra punta del mundo, pero no lo decía por eso. Realmente puedo conseguirle un buen vendedor. Dependiendo de qué producto busque, por supuesto.

Zhang permaneció un rato callado, limitándose a vaciar el vaso y a observar a Do.

— ¿Qué hace usted en París, señor Do? Usted sabe demasiado sobre mí pero yo no sé nada sobre usted.

—No tengo intención de que me conozca más de lo estrictamente necesario. Me gusta París, me gustan las cosas que se aprenden aquí. A veces somos los asiáticos los que vamos atrasados respecto de occidente, por mucho que me pese.

Zhang hace una señal para que traigan dos vasos de whisky sin preguntar siquiera si el otro quiere. No tiene problema en beberse los dos si se niega.

— ¿Qué ha aprendido aquí que no se lo enseñaran en… de dónde es usted?      

—Corea. Me gusta ver la cantidad de avances que hacen en ciencia y tecnología. Se creen que el dinero les durará para siempre y están derrochando fortunas en investigaciones que en Corea no podríamos llevar a cabo aunque sometiéramos a una hambruna permanente a toda la sociedad.

Zhang alza el vaso de whisky para brindar. No tienen un motivo para brindar, pero tampoco lo tienen para no hacerlo. Probablemente Zhang tenga que desaparecer en mitad de la noche así que podría considerarse un brindis de despedida.

— ¿Sabía usted que hace poco se descubrió en positrón? –Do continúa hablando entre trago y trago. El whisky sigue quemándole el pecho cada vez que bebe, pero no quiere faltar al respeto a Zhang. –No sé si tendrá nociones de física, pero a mí realmente me fascinó escuchar esta noticia. Los norteamericanos siempre se adelantan en descubrir cosas que otros habían predicho anteriormente.

—No, no tengo nociones de física pero por la cara que pone debe de ser un descubrimiento realmente importante. A mí el descubrimiento norteamericano que realmente me fascina es…

—Plutón.

Ambos pronuncian el nombre a la vez y no pueden evitar sonreír, como si hubieran descubierto una conexión que era más que obvia que existía antes de ese momento. Como los norteamericanos, descubrieron algo que mucho antes ya era latente.

— ¿No le fascina darse cuenta de lo inmenso que es el universo? ¿Qué nos asegura que no hay más planetas si seguimos buscando? –Zhang habla con ojos centelleantes, en Manchuria había cosas mucho más importantes de las que preocuparse y nadie habló de ese hallazgo.

—Es obvio que hay muchos más planetas. Pero el ser humano es demasiado vago y débil como para descubrirlos. Me sorprende que sepa usted de la existencia de Plutón, Zhang, pensaba que en Manchuria vivían sin apenas conexiones con el exterior.

—Y así es. La población de a pie seguramente no sepa que existe Plutón ni ese positrón del que habla, pero yo no soy un ciudadano de a pie y lo sabe. ¿Ha visto alguna vez el planeta?

Do niega con la cabeza. Empieza a notar cómo su mente se nubla por el alcohol, y esa sensación le resulta realmente desagradable.

—Normal. Es prácticamente imposible de ver. Mi mentor me enseñó a buscarlo en el cielo, pero sospecho que me engañó, no es posible ver un planeta tan lejano ni siquiera con los mejores telescopios. ¿Vamos a buscarlo?

Do suelta una carcajada al escuchar aquello. Es más que evidente que Zhang está ebrio, pero le divierte la situación.

— ¿Qué está pensando, Zhang?

Si la primera noche de Zhang en París fue Do el que lo arrastró por los callejones de París tirando de su brazo, la segunda noche fue Zhang el que arrastró a Do por mil y una calles sin saber hacia dónde iba pero con unos pasos tan firmes que el otro no hubiera podido resistirse ni aunque hubiera querido. Pero no quería.

 

 

Acaban, sin saber muy bien cómo, en la azotea de un edificio a las afueras. No recuerdan cómo han caminado tanto ni cómo han subido a aquel edificio sin que nadie les diga nada, pero allí se encuentran, sentados en la balaustrada que los separa de una muerte segura y mirando al cielo.

—Mire. ¿Ve el Carro? Sabe reconocer el Carro, ¿no?

—Zhang, me he educado en los mejores colegios. Por supuesto que sé reconocer una estúpida constelación.

—Siga mi dedo. Dos estrellas a la derecha, ve una luz que titila, ¿verdad?

Do asiente, tratando de seguir las explicaciones a pesar de que siente que su cabeza va a estallar.

—Hacia arriba… justo allí. ¿Ve una estrella pequeña con una luz más bien azulada? Justo ahí, mire.

—Sí, sí, la veo. ¿Eso es Plutón?

Zhang lo mira un momento y después vuelve a mirar al punto que le ha señalado.

—La verdad… es que no, me lo he ido inventando tal y como hacía mi mentor. Pero se lo ha creído, ¿verdad? Tal vez sea otro planeta por descubrir o tal vez sí que sea Plutón pero no lo sabemos.

Do se ríe antes de mirar por última vez el supuesto Plutón. Justo cuando va a bajar de la balaustrada, se encuentra a Zhang de frente, de pie, mirándolo.

— ¿Qué…?

Probablemente sea fruto del alcohol, pero Zhang siente unas ganas irresistibles de besar a Do. Es más, lo agarra por la pechera de la camisa tal y como hiciera Do con él la noche anterior y lo acerca a él.

—Usted hace que me olvide de Manchuria, de mi misión, incluso hace que me olvide de que esto está mal.

Zhang lo besa sin importarle si Do está dispuesto a corresponderle o no. Pero descubre que Do tiene muchas más ganas que él de besarlo, y sus labios gruesos lo embriagan más que el whisky más fuerte de todos. Lo agarra de los muslos y lo baja de la balaustrada, aún besándolo.

—Enséñame qué aprendiste antes de llegar aquí. Ayer te enseñé yo, hoy te toca a ti.

Sin importarle lo más mínimo que Do haya perdido toda formalidad, sonríe y lo besa de nuevo mientras sus manos lo desnudan bajo la Luna reprobatoria de París.


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