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El Corazón Mentiroso por Jesica Black

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Notas del fanfic:

Título: El corazón mentiroso

Autor: Jesica Black

Género: Romance, drama, humor.

Clasificación: R

Alertas: Lemon, yaoi, relación adulto-adolescente, Universo alterno.

 

Capítulo 1: El pasado que condena

 

Milo Onasis es un profesor de literatura del colegio central en Atenas, tiene treinta y dos años y vive en un pequeño departamento en la acrópolis. Actualmente es viudo, su mujer y su pequeño hijo de dos años habían fallecido en un accidente de autos hacía poco menos de cinco meses, además que su madre —divorciada—, también había muerto producto de un cáncer fulminante que la atacó el año pasado y terminó con su vida hace unos dos meses. Por lo tanto, la vida de Milo, había sido una catástrofe en menos de un año.  Aun así, y con todos los problemas que conllevaba su vida, Milo no estaba solo, su hermano —tres años mayor—, Kardia Onasis, estaba internado en el hospital zonal por una afección cardíaca congénita, curiosamente era una ironía del destino su afección relacionada con su nombre. A diferencia de él, su hermano era mucho más feliz, aun sin su libertad, como él la llamaba.  

Apenas recordaba esos momentos, aquellos donde su vida podía estar estable y como él, poco a poco, lo arruinó todo. Se cayeron los techos de su vivienda de emociones y no podía darle un buen retorno después de lo que había pasado. Tal vez, y sólo tal vez, por eso no podía continuar con ello y había pedido una licencia de su labor como profesor. 
Todo había empezado más o menos dos años antes, cuando entró al colegio un chico de larga cabellera roja y hermosos ojos rubí. Se sentaba al final de la fila y apenas ponía atención a las clases, odiaba literatura, más que nada, odiaba las enseñanzas de su profesor, Milo, lo que ocasionaba al hombre un terrible dolor de cabeza.
Él, con toda la pasión por la vocación, lo citaba después del colegio a que se una al club de libros; dicho club, encabezado por Onasis, era el más popular, no sólo porque lo tenía a él como jefe de grupo —además de ser adorado por las chicas del colegio—, sino también por el hecho en sí. Los chicos leían un libro cada semana y debatían sobre ello, los personajes, las escenas, las situaciones. Pero aunque se pusiera realmente emocionante, el joven jamás prestaba atención. Camus Moulian se había vuelto su pesadilla.
No fue sino el año pasado, cuando recién el joven comenzó a fanatizarse por Agatha Christie, las novelas de misterio, y se devoraba al menos dos libros cada semana; luego comenzó con el clásico Sherlock Holmes, para continuar su rica lectura, lo que ocasionó una relación menos tirante con su profesor, casado y con un pequeño hijo que aprendía a caminar.

Milo recordó perfectamente el día que arruinó su vida, fue un viernes después de clases, no había quedado nadie del club de libros y Camus aún se encontraba leyendo en la biblioteca. Él no podía retirarse sin que el alumno regresara a su casa, por lo que le avisó a su mujer sobre la tardanza.  ¿Cómo fue? No lo recordaba precisamente, lo que sí pudo saber era el después. Sus manos acariciando el cuerpo del joven, sus bocas, sus lenguas, su sexo dentro, moviéndose sin control hasta lograr el orgasmo. Excitado, agobiado, confundido. Su peor alumno se había vuelto un amante ardiente al cual recurrió, y se arruinó, se calló, fue su perdición. 
¡Ja! Si todo hubiera quedado allí, ahora solamente sería un recuerdo, pero no. Con su mujer esperando en casa, todos los viernes cuando no había nadie, en la biblioteca lograron un lugar, donde el sexo no acababa nunca, donde sus cuerpos yacían desnudos en el piso, donde entraba y salía sin control, donde escuchaba aquellos gemidos que apenas nacían en la boca del pelirrojo, esa boca que adoraba besar, que adoraba ultrajar.

 

Él tenía treinta y un años. El chico……el chico sólo catorce.

 

Había regresado a dar clases luego de un largo periodo, intentaba evitar a Camus, intentaba hacerlo, pero siempre allí, en la última fila se encontraba, mirándolo a los ojos. Quería ser tragado por la tierra, que lo devore completamente, pues aun sentía la culpa carcomiendo su cuerpo. Sólo una hora, una hora, una hora. 
Pasó volando, tan rápido que huyó del establecimiento directo al hospital, a veces prefería eso antes que continuar mirando los ojos rubí, ¡No, no, no! Ese chico, de ahora quince años, lo estaba volviendo loco. No le bastó con cometer adulterio en su momento, no haberle dicho nunca a su mujer que la engañaba con un adolescente, mirar a su hijo a los ojos ya no sería posible, ahora sólo quedaba nada. 
Paró su vehículo en el estacionamiento del hospital y bajó con algunos libros, caminó hasta la habitación 115 y sonrió al ver al muchacho que ocupaba la cama. Kardia era igual a Milo, salvo que su cabello era de tonos azulados. A diferencia de su hermano menor, era más grosero y testarudo, además amaba las manzanas. Se encontraba rodeado por maquinaria muy fina, una bolsa de sedantes conectada a él y con un electrocardiógrafo a su diestra.

—¿Y cómo has estado? —preguntó el muchacho, Kardia bufó molesto.

—Ésto es una cárcel, pero al menos tengo un juguete para entretenerme —sonrió maliciosamente, su hermano era un ser endemoniado o al menos eso creía Milo.

Kardia disfrutaba de jugarle bromas al personal médico, sea el que le atendía o el que no, tal vez alguna enfermera suplente o chicas/chicos haciendo sus prácticas profesionales, pero nunca era demasiado para el maestro de los engaños, quien disfrutaba parcial o totalmente de la cara de espanto de sus doctores.

—¿Un juguete?

—Un chico nuevo entró, recién graduado, virgen, una presa deliciosa —habló con cinismo, Milo negó con la cabeza.

—No te metas en problema ¿quieres? No pienso pagar terapia de una persona más a la que le causes trastornos por tus estúpidas bromas —bufó—. ¿Cómo se llama?

—Dégel…..Dégel Dómine…..es francés —puso una mano en su barbilla—. Por lo que sé, no tiene familia, hizo sus estudios aquí, vino desde Francia con una beca.

—¿No te lamentas tener que fastidiarlo?

—En realidad, no —sonrió tenaz, Milo negó nuevamente, su hermano jamás aprendería—. Ahí viene, recuerda, ¡Me estoy muriendo! —tiró el libro que estaba leyendo y se acomodó en la cama mientras la puerta se abre.

El muchacho que apareció del otro lado era joven, extremadamente joven. Su cabello largo y verdoso le llegaba hasta las caderas. Vestido muy elegante con una camisa y su guardapolvos, además de pantalones de vestir azul oscuro casi negro, llevaba botas para parecer más alto. Kardia comenzó su actuación, en la cual se movió tocándose el pecho, pero el semblante frío de Dégel no se espasmo.

—Me-me estoy muriendo —susurró Kardia.

—Los pacientes que se mueren, lo hacen en silencio —sacó una lapicera de su bolsillo y comenzó a escribir los datos de los diferentes aparados alrededor del muchacho, con tanta tranquilidad que la paciencia de Kardia tenía su límite.

—¿No hará nada? ¡Estoy agonizando!

—Ya te lo dije, agoniza en silencio —murmuró Dégel, Milo comenzó a reír bajito desde atrás, lo que irritó más a su hermano.

—¿No hará nada? ¿Me dejará morir así como así? —preguntó, Dégel se quitó los lentes y se los colocó en el bolsillo delantero de su guardapolvo.

—¿Quieres saber la verdad?

—¡Sí!

—No me importa —sonrió—. Vendré a traerte la comida más tarde, mientras tanto, trata de no morirte o estaré en problemas —se retiró saludando con la mano a ambos ocupantes del cuarto.

—Jajajajajajaja, veo que lo tienes todo controlado.

—¡Es más frío que culo de pingüino! —bufó molesto—. Pero no te preocupes, lo haré caer. ¿Y tú? ¿Cómo estás con los chicos?

—Aaaah,  las clases siguen siendo una distracción de la realidad.

—Dime, ¿Conseguiste una maestra linda? Es hora de empezar nuevamente hermano, no puedes estar lamentándote toda la vida de lo que ocurrió —bufó molesto, Milo le miró de reojo.

—¡No puedo simplemente superarlo! Es tan reciente que lo recuerdo fresco en mi mente —suspiró pesado y miró el techo—. Cada día pienso más y más en todo lo que pasó.

—Dime algo, sigues……—intentó continuar, cuando vio la mirada de su hermano, bufó—. ¡No me mires así!

—Sé a dónde irá tu pregunta.

—¡Ni siquiera la he hecho! Es más, creo que ni yo sé que te iba a preguntar —Milo cruzó los brazos.

—Ok, adelante señoría, pregunte lo que quiera —continuó, Kardia sonrió:

—¿Sigues enseñándole al mocoso ese?

—¡Sabía que irías a ese punto! —le gritó señalándolo—. Siempre terminamos en lo mismo ¿sabes?

—Milo, ¿cómo no quieres que lo olvidemos? Era un secreto a voces muy evidente, sobre todo para mi, que soy tu hermano —se tiró el cabello hacia atrás—. Quiero saber si el chico dejó estas tierras o si sigue ahí como fantasma del pasado.

—Sigue —bajó sus hombros, estaba completamente ido—. Sigue ahí.

—¿Y qué harás? Ya resultaba bastante molesto en ese entonces.

—Lo dices como si hubiera pasado años de eso —se levantó y caminó a la ventana—. Sólo un año.

—Pero fue el peor de tu vida, te encamaste con un niño de kínder…

—¡No estaba en kínder! No me hagas sentir más pederasta de lo que ya me siento —suspiró pesadamente, Kardia continuó:

—Aparte de eso, se te murió tu mujer y tu hijo, luego mamá….

—Hablas tan ligeramente de todo ésto…..como si no te afectara —murmuró.

—Tengo un 40 porciento de posibilidad de vida, y más encima, no puedo salir de este puto hospital —respiró profundamente y exhaló—. Simplemente mi sentido de vida está muy bajo para tu elevado ser.

—¡No hables así!

—Lo siento, su alteza real —sonrió—. Me gusta joderte cuando vienes, es muy gracioso. Eres muy gracioso.

—No vengo aquí para ser tu monigote.

—Dégel no se deja, ¿viste lo frío que es? Podrías congelar tu bebida con hacerla tocar su pecho —cruzó los brazos—. Aun así, me agrada, aún no he tenido la posibilidad de conversar con él, pero, las enfermeras de aquí se muestran muy gustosas.

—Es un chico guapo, claro que sí.

—Bueno, debo descansar. Gracias por venir…..

—Por cierto, te traje algo —tomó su mochila y sacó unos libros—. Los pedí prestado de la biblioteca, Otelo, sé que te gusta.

—Comedia interesante.

—¿Comedia? Muere hasta el narrador omnipresente ahí —le extendió el libro—. ¿Dónde le vez la comedia?

—La muerte es una comedia.

—Eso es ‘La divina comedia’ y precisamente no es muy cómica que digamos —cerró su mochila.

—Gracias por seguir trayéndome libros, creo que moriré en serio, estás cosas no se pueden comer —Milo comenzó a reír—. ¿Y de qué te ríes, tú?

—Eres tan analfabeta, comienza a leer un poco más y a llorar y molestar gente menos, vendré a verte mañana —se colocó la mochila en su hombro—. Trata de no tocarle el trasero a las enfermeras.

—Ahora con el nuevo doctor, dudo que me deje acercarme a una —bufó molesto—. Adiós, don Aburrido literata.

—Adiós —susurró su hermano antes de irse.

 

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Manos, besos, cabellos rojos, sexo, pasión, humedad. Sus sueños iban empeorando a medida que pasaban los días en el colegio, tenía que evitarle a toda costa y más que hacerlo terminaba sumergido en sus pensamientos, donde le hacía el amor contra una de las paredes de la biblioteca o le besaba la blanca espalda hasta terminar en las nalgas. No, debía calmarse y pensar en las edades, ese era un niño que seguro tenía las hormonas hasta el techo y él, como adulto, debía frenar esos impulsos.

¿Pero qué pasa cuando tus impulsos son peores que los de un adolescente?

 

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—¿Usted es doctor? —preguntó Kardia cuando Dégel apareció nuevamente por su habitación a la mañana siguiente.

—Soy un recién recibido —murmuró golpeando suavemente el aparato de medición de pulsaciones con la lapicera.

—¿Cuántos años tiene? Supe que es francés y se graduó, lo andan diciendo las enfermeras —bufó molesto, ¿ese tipo jamás cambiaba la cara?

—Veintisiete.

—Yo tengo treinta y cinco, recién cumplidos —sonrió—. Somos casi de la misma generación —Dégel le echó una mirada y el muchacho se cohibió.

—¿Qué intentas decirme?

—Nada, que podríamos hablar de cosas —susurró—. No sé, estoy hace dos años al menos en esta mierda de cuarto, necesito civilización.

—¿Su hermano no puede llevarlo a algún lado? —preguntó.

—Mi hermano se está reponiendo de varias cosas, en un años se le murió su mujer y su hijo, además que mamá falleció de cáncer hace pocos meses, yo estoy internado dando lata todo el tiempo y ocasionando trastornos al personal médico y él en general tiene alumnos de quince años, repletos de hormonas, como estudiantes —murmuró, Dégel sonrió por primera vez desde que estaba allí—. ¡Vaya! Si puedes sonreír.

—No sonrío a menudo, date por privilegiado.

—¿Por qué? Tienes una hermosa sonrisa….—Dégel sonrió otra vez y Kardia se sintió superado, se sentía realmente afortunado.

—Cuando era pequeño, en el orfanato donde vivía, no nos dejaban sonreír —continuó anotando algunos datos y se sentó—. A decir verdad, nunca me he visto sonreír a mí mismo y eso es triste.

—¿Eh? ¿Nunca te has visto sonreír? —Preguntó, el joven asistió— ¿Veintisiete años sin hacerlo? ¿Cómo consigues novia sin eso?

—……….nunca he tenido una.

—¿Eh? ¿Eres virgen? —Dégel le hecho una mirada fría—. ¡Lo siento, lo siento, hombre! No digo que esté mal, es decir, es raro….eres atractivo, tienes veintisiete años, en la flor de la juventud. Ojala yo volviera a mis veinte, no sabes el estrago que haría en mi vida personal.

—Por eso estas aquí.

—Por eso estoy a… ¡No! No, ósea no, yo estoy acá por un mal congénito —Dégel comienza a reír—. ¿De qué te ríes?

—He estado tres minutos aquí y me hiciste sonreír y reírme, eso debe ser un especie de record personal —se levantó de la silla—. Debo irme.

—¡E-Espera! ¿Volverás? —preguntó asustado, Dégel asistió.

—Claro que lo haré, soy parte del plantel médico que atormentarás el resto de lo que nos queda de vida…..

—O a mí —la expresión de Dégel cambió drásticamente—. Lo siento, no quería entristecerte.

—……Kardia, tu sabes que lo que tienes…..es…

—Sí, lo sé, pero tengo fe en eso, sé que….en algún momento vendrá un corazón para mí —murmuró y bajó la mirada—. Sabes, Dégel, cuando era pequeño deseaba tener una vida normal, casarme, tener hijos….cuando descubrieron este mal congénito yo…—levantó la vista y el muchacho ya no estaba—. ¡DEGEEEEEEEEEEEEEEEEEL!

 

A unos metros de distancia de la puerta del cuarto, Dégel avanzaba hacia su consultorio riendo, había vuelto a burlarse de Kardia, lo que mantendría al muchacho en eje de devolvérsela, al menos de esa manera, el joven de cabello verdoso sabía que el chico tendría esperanza de vivir hasta hacerlo rabiar nuevamente.

 

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Milo repartía los exámenes por fila, aun los alumnos se encontraban en el recreo y dejó uno a uno las hojas de preguntas y el papel de respuestas en las mesas boca abajo. Terminado de hacerlo se dirigió a su escritorio y se sentó, mirando fijamente el asiento de Camus. No quería quedarse solo con él, pero resultó inevitable cuando lo vio entrar solo al salón. Caminó y se dispuso a ir a su escritorio personal, Milo fingió no verlo, fingió, porque en realidad quería verle y besarle, quería sentir la piel, quería tener sexo con él, pues nunca había conseguido algo más ardiente en su vida, que le hiciera sentir vivo, enloquecer y querer pisotear las reglas.
Como profesor de lengua y literatura, las reglas eran parte de su vida, por así decirlo.

—¿Vas a seguir ignorándome, verdad? —la voz suave del joven resonó, Milo levantó la vista.

—¿Necesitas algo? ¿Ayuda con el examen tal vez? —preguntó, ignorando en si lo que había cuestionado su alumno.

—No te hagas el idiota, Milo…

—Profesor Onasis, por favor.

—¡Profesor Onasis! —Gritó y se levantó de sopetón de la silla—. ¿Así será de ahora en más?

—No sé otra forma en la que pueda tratarme con respeto y no sea así, señor Moulian, por favor, tome asiento.

—¡Milo! Digo ¡Onasis! —se estaba derritiendo, se derretiría, no quería hacerlo—. ¿Por qué?

—Escucha Camus —lo trató por el nombre, tal vez para suavizar el golpe—. No podemos, no aquí, no ahora, no este año, no esta vida……entiende, estas tentándome a que cometa un delito.

—Si esto es un delito, lo has cometido hace un año, y no solamente uno….yo…

—No, no hables más —le silenció con la mano en alto—. Perdí a mi mujer, a mi hijo, a mi madre, no más….por favor….—a continuación, entraron los demás estudiantes charlando y mirando las hojas de papel en sus bancos—. Atención, tienen una hora para terminar…..luego se pueden retirar.

Eso era un arma de doble filo, pues los alumnos fueron entregando a medida que iban terminando, pero Camus, ahora su mejor alumno, se encontraba allí, con la lapicera en la mano. Hacía tiempo había acabado, y seguramente hizo un buen examen, pero no lo entregaría, no hasta que todos se hayan ido y pueda estar a solas, Milo lo sabía, por lo que ideaba estratégicamente un segundo para escabullirse después de entregado el último examen. 
Camus pasó de ser el peor a ser el alumno más brillante de su clase, a partir de sus viernes donde el sexo les ganaba a la mente, él había comenzado a estudiar más fervientemente, para que su profesor esté orgulloso y tal vez, poder ser el alumno que le ayude a fin de año a organizar los trabajos prácticos, pero Milo estaba seguro que no quería ni podía permitirle ese lujo, no después de lo que había pasado con ellos.

El último en entregar pasó a dejar la hoja y se fue, dejando el salón con Camus y Milo.

—¿Puedes entregar tu hoja? Sé que no has escrito nada en veinte minutos —murmuró acomodando los exámenes en su bolsa.

—No hasta que hablemos. Milo…

—Camus…

—¡Milo, no me hagas esto! —golpeó la mesa—. No me hagas esto por favor….

—Escucha, tal vez no lo entiendes, pero hay algo que se llama Ley, y que si yo…

—¡Fue consentido!

—¡A los mandamás de arriba no le importa si me abriste las piernas y metiste mi pene en tu interior! ¡No le importa nada de eso! La palabra tuya no vale para nadie, ¿oíste? Yo soy el mayor de aquí y tuve que poner un freno —golpeó la mesa—. Dame tu examen y retírate.

 

Camus tomó sus hojas y caminó hasta él, se las lanzó en la cara y se retiró dando un portazo. Tenía razón de estar cabreado, tenía toda la razón del mundo. No por nada, él tenía quince años, para él todo esto era ‘amor real’, es un soñador que apenas está descubriéndose, descubriendo que hay placer y amor en el sexo, descubriendo que quiere crecer al lado de alguien que lo ame y entienda, descubriendo su cuerpo y sus puntos en el cuarto. Milo ya los sabía, los había recorrido todos. Su cuello, la parte de atrás de su oreja, sus labios, sus muslos, su trasero. Es obvio y lógico que el muchacho se crea usado, pues no había sido una sola vez, sino varias; no había sido un día, sino muchos. No había sido un mes, sino tres….

 

—Lo siento, Camus….—murmuró, recogió sus cosas y se fue.

 

Continuará.

 

 

Notas finales:

¡Buen día! Hace tiempo que quería escribir algo de Saint seiya y ¡AQUÍ ESTÁ! Me costó muchísimo pero ya lo logré. Le dedico el fic a Maxi-anime, en realidad, para su cumpleaños del 30 de marzo. Gomen por tardar pero no se me ocurría que regalarte y esto fue una revelación. Pienso en ti ¿eh? J sobre todo ayer kjajajajaja.

Saludos a todos, dejen coment si les gustó.


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