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Hero-in por nunc-et-semper

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Notas del fanfic:

He tenido que subir de nuevo el fanfic gracias a que mi portentosa inteligencia me llevó a borrarlo por accidente. 

BDSM, Lemon, Mpreg, Fetiches, Drogas

Notas del capitulo:

Este es el primer capítulo y éste mi primer fic ¡espero que sea capaz de captar vuestra atención y que sea de vuestro agrado! Cualquier comentario y crítica será bien recibida, y de nuevo, mis disculpas a quienes estuviesen siguiendo el fic y comentado por el accidente del borrado.

Añadir que en este fic los donceles no se diferencian en nada de otros varones, por lo que su actitud e indumentaria no varía en absoluto.

 

Gemidos, jadeos, latidos y el retumbar de la música hacían vibrar los espejos e invadían con su intensidad  el baño de caballeros de la más conocida discoteca de Weltschmerz Street. Mientras, luces de colores y una nube de humo pugnaban por colarse bajo la puerta. 



Y a juzgar por  en el interior de la fría estancia, cuyos azulejos de un blanco aséptico olían a lejía y desinfectantes, podría jurarse que era la morbosa curiosidad lo que las impulsaba. Alumbrada por la luz pálida de las bombillas sobre el lavabo, una pareja con la ropa revuelta se estrechaba como si en su abrazo de enredadera buscasen hacer de sus cuerpos uno sólo. 



El mayor, en pie y moviendo las caderas, alto y musculado en su justa medida,  trajeado, pálido y de facciones definidas pero no angulosas enmarcadas por el destello excitado de unos ojos de un verde claro y filoso. Debía rondar los treinta y cinco y llevaba anillo de casado. 



El menor, apoyado en el frío mármol envolviendo las estrechas caderas del contrario con sus torneadas piernas, delgado, pero de anatomía definida, muy pálido y ataviado una ropa que poco dejaba a la imaginación. No tenía más de dieciocho años, aunque el aire altivo de los finos trazos de su rostro pudiera sugerir lo contrario. 



Se miraban sin mirarse de tanto en tanto, el doncel con sus pupilas como pozos por efecto de la coca y el varón con las suyas, dilatadas únicamente por el deseo. En realidad, aunque las circunstancias fuesen otras, la mirada no habría sido menos superficial: aquellos ojos se detenían siempre en la fachada, se miraban a la cara; nada más. 



Y es que la suya no era una relación romántica. Se trataba-o eso querían pensar ambos- de algo puramente físico: de hormonas disparadas y un calor primitivo impregnando sus pieles; de las masculinas manos recorriendo el cuerpo joven con la avidez del adúltero que de nuevo incumple su promesa; del vaivén brutal y decadente con que se empujaba cada vez más allá en su interior y, ante todo, de placer.  



Placer, placer salvaje, desquiciado y desquiciante, animal, bajo, burdo y desconsiderado. 



-Muévete-rugió él sobre su nuca con su tono demandante y abrasador, como siempre, cargado de una potencia que le reducía a la nada más absoluta-muévete, encanto. 



Odiaba que le llamase así, se lo decía constantemente y, sin embargo, jamás era capaz de recordárselo en momentos como aquel; no mientras aquel calor abrasador de su abdomen se impusiera en su dureza rozando su espalda, no cuando su agarre le ciñese con la firmeza de la necesidad más profunda. Así que sencillamente obedeció, tragándose su orgullo y ciñendo las pálidas manos a cada uno de los lavabos para empujarse hacia él en un impulso brusco que le sabía capaz de resistir sobradamente. 



La sensación fue tan intensa que podría jurar haberse fundido de golpe; le arrolló como una abrasadora ola de corrientes eléctricas e impulsos que hicieron flaquear sus fuerzas y nublaron su mente. Por eso hacía aquello, por eso seguía empujándose una y otra vez contra las brutales embestidas con que Gaara se adueñaba de su cuerpo, invadiéndole progresivamente hasta reducirle a un amasijo de corrientes nerviosas, sonidos guturales incongruentes y palabas ininteligibles. Esa era la razón de todo: se sentía completo, o más bien, en blanco, aunque fuera por unos segundos.  



Empapado, estaba empapado y al límite de su aguante; él lo sabía, podía notarlo porque tras tantos encuentros había aprendido a reconocer cada pequeña promesa de orgasmo: la espalda arqueada, el rubor en su piel, los mechones sueltos pegándose a su empapado rostro y la tensión que le poseía hasta estrecharle  completamente. Crispaba los dedos, buscaba su cuerpo y se rendía, como una fantasía marginal, con sus desordenados mecones azabache en un caos de plumas negras.  



Aquello siempre le ponía al límite; verle retorcerse y contorsionarse sin saber cómo resistir cuanto experimentaba hasta quedarse vencido y jadeante bajo su empuje. Y entonces él estallaba, rugía, se movía vertiginosamente un par de veces más, con los dedos hundidos en sus caderas al punto e dejar marcas y, tan pronto recuperaba el aliento, se apartaba para limpiarse y recolocar su traje. 



Hacía ya unas semanas que no necesitaban los condones; Sasuke se había ocupado de eliminar aquella incómoda barrera recurriendo a la píldora. Si lo hacía por complacerle o porque encontraba alguna suerte de perverso placer en ello era algo que no había preguntado ni pensaba preguntar. 



Dependiendo de la noche, después de ese momento él se colocaba y le seguía para ir en taxi a algún motel cercano para una noche de libertinaje; o sencillamente se despedían y le pagaba el taxi de vuelta. 



Apoyado en la pared, observó cómo se incorporaba, subiéndose los ceñidos bóxers antes de volverse a él apoyando aquel deliciosa trasero que tanto le gustaba donde antes había estado reclinado a su merced. Sus ojos ónix le contemplaban sobre mientras por sus piernas descendía un fluido nada inocente. La imagen le resultó obscenamente tentadora y sucia. 



-¿Eso ha sido todo?-retó una ceja alzada en aquel rostro de ángel caído. 



Sin lugar a dudas: obscenamente tentador y sucio. 



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Sasuke todavía podía notar el dolor en su mejilla derecha cuando, escondiendo sus ojos tras unas anchas gafas, salió de la limusina que le había transportado hasta la consulta de psicólogo al que su tío había decidido que acudiría una vez a la semana, según su juicio, hasta que el viento soplase en otra dirección y se le pasase el arrebato. 



Apenas hablaban: había sido así desde que se hizo con su custodia y muy posiblemente así seguiría siendo.  Rara vez se cruzaban más de diez minutos fuera de eventos de índole social y a decir verdad, prefería que así fuera; las pocas veces que cambiaba la rutina se dedicaba a recordarle hasta qué punto era una deshonra y una decepción para la familia. Había llegado a un punto en que ni siquiera le oía cuando hablaba-al menos, de eso había querido convencerse-y sus palabras resbalaban y plagaban las paredes de la mansión hasta convertirla en un lugar lúgubre y aplastante. 



No, no le gustaba estar en casa ni tampoco encontrarse en un ascensor al encuentro de otro charlatán titulado que trataría de cambiar su forma de vivir con discursos melifluos y análisis trastornados de los más escabrosos episodios de su vida. Pero a él nadie le preguntaba qué le gustaba, y no lo decía ¿para qué? ¿para frustrarse cuando le ignorasen? No tenía sentido. 



Tomó aire y llamó a la puerta. Por suerte, los guardaespaldas habían tenido el sentido común de no provocar su furia siguiéndole hasta la planta de destino. Llevaba una ceñida camiseta, pantalones de cuero del mismo color y una camisa de cuadros desgastada por toda vestimenta; una indumentaria que atrajo rápidamente la mirada del hombre que salió cuando la recepcionista, de unos veintidós o veintitrés años, giró el manillar para darle paso. 



Era guapa; tenía la tez pálida, vestía con un modestia elegante y recogía su larga melena oscura en un moño bajo con un pasador de mismo tono plateado que sus ojos, dulces y receptivos; la clase de persona que inspiraba una extraña calma tierna. Él se extrañó al ver que continuaba sonriéndole comprensiva y atenta, sin atisbo del desprecio al que los mundanos prejuicios empujaban; por supuesto, esta emoción no alcanzó su rostro, que había convertido en una máscara con los años. 



-Usted debe ser el señor Uchiha. El paciente anterior acaba de marcharse, así que puede usted pasar ya a la consulta-dijo mientras le guiaba hasta unas escaleras de madera. 



Mientras le seguía sobre sus deportivas, Sasuke observaba el lugar: se trataba de un dúplex bien iluminado, sin duda decorado por profesionales, con cuadros lineales bicolores y plantas colocadas estratégicamente; habían creado un ambiente apacible pero impersonal. 



"Una maniobra inteligente."-pensó cuando la morena se despidió de él, señalándole una puerta de estilo industrial, metal oxidado en un naranja rojizo. La empujó sin llamar. No le interesaba ser educado con aquel sujeto, fuera quien fuese. 



Sin embargo, debía reconocer que no esperaba encontrar lo que encontró; aguardaba el perfil habitual de psicólogo: un hombre o mujer de mediana edad,  con vestimenta formal pero hogareña para crear una ilusión de ambiente distendido y amistoso sin perder profesionalidad. 



Sin embargo, allí estaba él, posiblemente uno de los hombres más atractivos que hubiera visto en su vida. Se puso en pie, con sus vaqueros desgastados y su camiseta blanca ceñida a un definido torso que, además de invitarle a pasarse la lengua por el labio inferior, le impulsó a buscar en la consulta algún tipo de equipamiento de gimnasio. Ni rastro.  



Suponiendo que trabajase las habituales ocho horas ¿exactamente, cuándo encontraba el tiempo para trabajarse aquel maldito físico de Adonis? Pasó por alto esa duda para consentir a sus ojos continuar su-por otra parte muy entretenido-escáner. 



Tenía la piel ligeramente bronceada, el pelo rubio trigueño, lo bastante largo como para que los mechones se mantuviesen en desorden y los ojos de un azul tan vivo como para llegar a marearle. 



Trastabilló, retrocediendo un paso, algo sorprendido y la calidez y luminosidad de su sonrisa cuando le tendió la mano, atrayendo su atención a sus mejilla, en la que se hacína visibles tres sutiles tatuajes que en cierto modo le recordaron a bigotes.



-Mi nombre es Naruto Uzumaki, es un placer, Sasuke. 



-No recuerdo haberle dado permiso para tutearme, señor Uzumaki-le cortó, sin tenderle su mano-pero, dígame ¿exactamente qué orientación vital puede dar un tipo con la cara tatuada? Seguro que se dedicó a esto porque no te contrataban en ningún sitio. 



Buscaba pincharle y, sin embargo, él se rió, llevándose la mano a la nuca y deslizándola al hombro en un gesto que despertó a sus manos una extraña envidia. ¿En qué estaba pensando? 



-Esa fue una de las razones, sí-bromeó.  



Él reunió la concentración necesaria para ignorarle, se sentó en el diván de cuero negro y sacó del bolsillo interior de su camisa una pipa de crack. 



-Esto es lo que va a conseguir con su terapia, así que ¿por qué no va a tomarse un café o aprender a saber cuándo le insultan en lugar de desperdiciar esta hora viéndome fumar? 



Él no perdió su buen talante, al menos en apariencia y, acercándose a él como a cualquier amigo para arrebatarle el objeto en un solo movimiento de su mano. 



-Te equivocas-le dijo, interrumpiéndole cuando separaba los labios dispuesto a una réplica iracunda-esto es lo que voy a conseguir, y dado que esta es mi consulta y me pagan por pasar una hora aquí contigo, creo que me quedaré. 



-Como quiera. 



Y así transcurrió la primera consulta: el más absoluto silencio imperando en la habitación,  eso sí, Naruto a su lado, mirándole casi sin parpadear, con aquellos ojos que eran tan extrañamente iguales  distintos a los de Aleksander.  



Gaara ¿cómo era posible que hubiera dejado de pensar en él durante aquellos minutos?

 

Notas finales:

En fin ¡este ha sido el primer capítulo! Todo cuanto queráis decirme recibirá respuesta ¡Gracias por vuestro tiempo!


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